La Libertad en el Humanismo Cristiano

La libertad es un concepto esencial en el discurso humanista cristiano. Generalmente se liga la libertad a la dignidad del ser humano, entendido como persona, y al bien común. Este artículo recorre brevemente el pensamiento humanista cristiano a través de la palabra de algunos de sus pensadores.

Por su libertad, la persona humana trasciende las estrellas y todo el mundo de la naturaleza.
Jacques Maritain

El bien común incluye la libertad.
Francisco Suárez

La paz sin libertad no es paz.
Konrad Adenauer

La libertad es un concepto esencial en el discurso humanista cristiano. Generalmente se liga la libertad a la dignidad del ser humano, entendido como persona, y al bien común. Entre los pensadores de esta tradición se afirma que «toda persona goza de una dignidad que le es inherente y de unos derechos y deberes anteriores y superiores al Estado». La dignidad humana es anterior a la existencia del Estado y del mercado. Aquí se nota una gran coincidencia o influencia con los estoicos griegos.

Como escribió Luis Bedoya Reyes, «la dignidad de la persona humana es consustancial al acto de su creación a imagen y semejanza de su creador, y es indesligable de su libertad, de su responsabilidad y de su destino trascendente».

Dentro de ese marco, la política debe estar orientada al servicio de la dignidad de la persona humana. La libertad entonces no debe ser absoluta sino sujeta a la responsabilidad y a la dignidad humana. La libertad permite o debe permitir que la persona se realice plenamente en su dignidad. Sin libertad no hay dignidad.

El humanismo cristiano se basa en la tradición aristotélico-tomista según la cual la comunidad política y el Estado deben estar al servicio del bien común, es decir, el bien del todo y de las partes. De tal manera que mientras en los autores liberales el Estado debe tener como fin la libertad, en los escritores del humanismo cristiano el fin es la dignidad humana y el bien común. Por ejemplo, para Enrique Pérez Olivares, «el Estado es la parte instrumental de la sociedad política, encargada de la rectoría y gerencia de esta, con el fin de asegurar y promover el bien común». De tal manera, para estos pensadores el Estado debe respetar y promover la libertad de la persona dentro de los límites establecidos por la dignidad humana y el bien común.

Jacques Maritain define al ser humano como persona libre: «el hombre es persona: un universo de naturaleza espiritual, dotado de razón y libertad y un centro inagotable de conocimiento, de amor y de libertad». Un intento de conciliar el concepto griego del ser humano como entidad dotada de razón y libertad con el concepto cristiano que define al hombre como espiritual y capaz de amar. Para el pensador francés, «por su libertad, la persona humana trasciende las estrellas y todo el mundo de la naturaleza».

Por otra parte, dicho ser humano no es simplemente un individuo que forma parte de la sociedad, sino que es persona, lo cual significa, en palabras de Xavier Zubiri, que «el hombre existe ya como persona, en el sentido de ser un ente cuya entidad consiste en tener que realizarse como persona, tener que elaborar su personalidad en la vida». Ahora, la libertad es indispensable para que dicha persona tenga la posibilidad de realizarse.

Como escribió Charles Taylor: «La libertad es inherente a la persona humana: de hecho, la persona es un centro de libertad, de libre búsqueda de la verdad, dotada de potencialidades para expresarse, realizarse y respetar la propia autodeterminación. Es, sin embargo, responsable, ante todo, de las consecuencias de sus actos y omisiones. Quien valora la libertad y no quiere asumir sus responsabilidades con la sociedad, probablemente está erosionando aquello que hizo posible la conquista de la primera». En síntesis, la libertad es inseparable de la responsabilidad, particularmente de la responsabilidad social.

Gutenberg Martínez ha establecido brillantemente la distinción entre individuo y persona del siguiente modo: «La individualidad es parte de la persona humana, pues cada ser humano es único e irrepetible. La cuestión es que junto a aquella característica existe la alteridad, esto es, la necesidad de relacionarse con el otro, para así ser propiamente una persona humana. Un ser que sea solo individuo es un ser evidentemente imperfecto». Con lo cual su pensamiento regresa para conectarse con Aristóteles, quien había definido al hombre como un animal cívico o político.

De allí que los humanistas cristianos tienden a valorar la libertad, pero no de manera unilateral y absoluta, pues prefieren balancearla con otros valores igualmente respetables tales como la justicia, la solidaridad, el pluralismo, la tolerancia y la paz.

Así, por ejemplo, para el filósofo neotomista francés Jacques Maritain, «los fines de la democracia son a la vez la justicia y la libertad», y, en general, para los escritores que se afilian a este pensamiento, «no hay libertad sin justicia, ni justicia sin libertad». Entendiendo por justicia derechos iguales para todos.

Otros establecen un balance entre libertad y solidaridad. En palabras de José María Gil Robles: «Los demócratas cristianos sabemos que la libertad es esencial para la existencia de relaciones verdaderamente humanas. Esencial, pero no suficiente. Si estas han de superar el choque descarnado de los egoísmos y la ley del más fuerte, es necesaria la solidaridad». Entendiendo por solidaridad estar a la disposición de los demás.

Asimismo, autores como Sergio Micco y Eduardo Saffirio consideran también de vital importancia no guiarse solamente por los intereses personales, sino promover el servicio a los demás: «Consideramos a la humanidad nuestra familia. Hemos de esforzarnos en ser afables y generosos. No debemos vivir solamente para nosotros mismos, sino que, por el contrario, hemos de servir a los demás».

Los valores básicos del humanismo cristiano son la libertad, la justicia y la solidaridad. Los tres se exigen y limitan recíprocamente. Según estos humanistas la sabiduría política consiste en balancear esos valores a fin de construir una sociedad libre y responsable, que estará al servicio de la dignidad de la persona humana y del bien común.

Varios autores de esa tendencia humanista cristiana han promovido el pluralismo frente al totalitarismo y a las dictaduras en general, sean de izquierdas o de derechas. No solo el pluralismo político, que permite y promueve la convivencia pacífica y tolerante entre diferentes partidos políticos, sino también el pluralismo ideológico, social, económico, mediático, cultural y religioso.

Es decir que dentro de una sociedad democrática pueden y deben coexistir respetuosamente diferentes formas de economía, organización social, ideologías, culturas y religiones. En este contexto, nadie puede arrogarse como poseedor de la verdad absoluta o de la única forma válida de responder a las interrogantes de la vida social, económica, política, cultural o religiosa.

En ese marco, Sergio Micco reivindica el concepto de tolerancia dentro de la democracia: «La tolerancia en democracia supone el respeto absoluto al otro, a sus opiniones y derechos, junto con la proclamación activa de ciertos valores como la igualdad, la libertad, la paz y la solidaridad». Un concepto que nos recuerda el espíritu de Voltaire: «Estamos todos amasados de debilidades y errores; perdonémonos recíprocamente nuestras tonterías: esta es la primera ley de la naturaleza».

Asimismo, el gran estadista alemán Konrad Adenauer vinculó a la libertad con la dignidad humana y la paz: «Paz y libertad: esas son las bases de cualquier existencia humana digna. Sin paz y libertad no pueden progresar los pueblos, no hay felicidad y tranquilidad para la humanidad. La paz del individuo no es posible sin paz en la comunidad. La paz del individuo no es posible sin paz en su pueblo. Pero la paz sin libertad no es paz».

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