La Pandemia del Covid-19, nos ha traído aislamiento físico, desolación, muerte, y una incapacidad evidente de muchos líderes mundiales para enfrentarla y disminuir el sufrimiento de tantas y tantas familias, que han perdido a sus seres queridos, sin siquiera poder estar a sus lados en sus momentos finales. Al mismo tiempo ha dado lugar a un sentimiento de solidaridad increíble entre tantos trabajadores de la salud, médicos, enfermeros, personal de ayuda, limpieza, voluntarios, etc. También la Iglesia ha estado allí. Muchos sacerdotes han fallecido en medio de la Pandemia, al ser contagiados cumpliendo con su deber. En Chicago se les ha permitido ir a dar el sacramento de la extremaunción a los que están en estado muy grave, y hay un grupo organizado para ello, visitando y dando consuelo a los afligidos.
La homilía del Viernes Santo del P. Cantalamessa nos sacudía con estas palabras: “La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia. Tenemos la ocasión —ha escrito un conocido Rabino judío— de celebrar este año un especial éxodo pascual, salir «del exilio de la conciencia». Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos. «El hombre en la prosperidad no comprende —dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen» (Sal 49,21). ¡Qué verdad es!”
Más adelante nos recordaba: “Pero atentos a no engañarnos. No es Dios quien ha arrojado el pincel sobre el fresco de nuestra orgullosa civilización tecnológica. ¡Dios es aliado nuestro, no del virus! «Tengo proyectos de paz, no de aflicción», nos dice él mismo en la Biblia (Jer 29,11). Si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros? ¡No! El que lloró un día por la muerte de Lázaro llora hoy por el flagelo que ha caído sobre la humanidad. Sí, Dios "sufre", como cada padre y cada madre.” … “Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad” …. Para finalizar, exhortándonos: “Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más fraterna, más humana. ¡Más cristiana!”
El Papa Francisco, en un artículo que acaba de publicar en la revista Vida Nueva (17-Abril-2020), con el título de “Un plan para resucitar a la humanidad”, nos exhortaba a llenarnos de la alegría del resucitado, para aun en estos tiempos difíciles y tristes, poder ser partícipes de esa alegría que no se explica sino por la obra del Espíritu Santo en nosotros. Refiriéndose a las mujeres que fueron testigos de la resurrección, nos dice Francisco: “De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: ‘Alégrense’” (Mt 28, 9). Es la primera palabra del Resucitado después de que María Magdalena y la otra María descubrieran el sepulcro vacío y se toparan con el ángel…. Invitar a la alegría pudiera parecer una provocación, e incluso, una broma de mal gusto ante las graves consecuencias que estamos sufriendo por el COVID-19. No son pocos los que podrían pensarlo, al igual que los discípulos de Emaús, como un gesto de ignorancia o de irresponsabilidad (cfr. Lc 24, 17-19). Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3). ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasó completamente?”
Eso es precisamente lo que nos recuerdan las lecturas de este tiempo Pascual, que nos iluminan, no sólo para nuestras vidas personales, sino también para vivir en comunidad, con nuestras familias, con nuestros hermanos y amigos, e inclusive con aquellos que nos adversan y hasta nos hacen daño y desean lo peor para nosotros.
Lucas (24, 35-40), nos hacía referencia a esa alegría especial que sólo se explica por la obra del Espíritu Santo en nosotros:
“Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “la paz esté con ustedes”.
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que no acababan de creer.” No podían ni imaginárselo, pero ahí estaba Jesús vivo, y su presencia los llenó de un tipo de alegría que surge de lo profundo del interior, no es una risa loca, es una alegría que llena toda la persona, cuerpo y espíritu. De la muerte, y una muerte de cruz, surgió la vida, la del resucitado, para estar con nosotros siempre. En estos tiempos difíciles, la pandemia debe hacernos resucitar con Él, y como nos dice el P. Cantalamessa para regresar a nuestras vidas para llenarlas de más humanidad y hacerlas más cristianas.
En su artículo, Francisco nos dice: “Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos. La Pascua nos convoca e invita a hacer memoria de esa otra presencia discreta y respetuosa, generosa y reconciliadora capaz de no romper la caña quebrada ni apagar la mecha que arde débilmente (cfr. Is 42, 2-3) para hacer latir la vida nueva que nos quiere regalar a todos. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir presente (o bien, aquí estoy) ante la enorme e impostergable tarea que nos espera.”
… “Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. ¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor”.
El problema a que nos enfrentamos va más allá de lo técnico, no es necesario ser médico o economista, o catedrático universitario, va en el sentido de que se aplique HUMANIDAD al mecanismo de reconstrucción, y para ello, no hay mejor receta que mirar a CRISTO y su enseñanza. Estos párrafos que he tomado del P. Cantalamessa y del Papa Francisco, nos dan la guía para construir DE VERDAD la civilización del amor, la civilización de la esperanza, sin que se quede nadie atrás.
Tomo estas ideas centrales de la homilía del Papa Francisco del Domingo de la Divina Misericordia que nos infunden la pasión que necesitamos como cristianos, para emprender el camino de esta civilización del amor, y poner cada uno de nosotros un pequeño granito de arena, que se convertirá en montaña, estas palabras nos alientan a ser discípulos del Señor, y con ello ir adelante: “En esta fiesta de la Divina Misericordia el anuncio más hermoso se da a través del discípulo que llegó más tarde. Sólo él faltaba, Tomás, pero el Señor lo esperó. La misericordia no abandona a quien se queda atrás”….“Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí”…..“En esa comunidad, después de la resurrección de Jesús, sólo uno se había quedado atrás y los otros lo esperaron. Actualmente parece lo contrario: una pequeña parte de la humanidad avanzó, mientras la mayoría se quedó atrás. Y cada uno podría decir: ‘Son problemas complejos, no me toca a mí ocuparme de los necesitados, son otros los que tienen que hacerse cargo’”….“Con todos, no pensemos sólo en nuestros intereses, en intereses particulares. Aprovechemos esta prueba como una oportunidad para preparar el mañana de todos. Porque sin una visión de conjunto nadie tendrá futuro”. “Hoy, el amor desarmado y desarmante de Jesús resucita el corazón del discípulo. Que también nosotros, como el apóstol Tomás, acojamos la misericordia, salvación del mundo, y seamos misericordiosos con el que es más débil. Sólo así reconstruiremos un mundo nuevo”.
El 25 de abril, día en que la Iglesia celebra la fiesta de San Marcos, Evangelista, el Evangelio escogido, es precisamente el final del de Marcos (16, 15-20), en el que Jesús antes de ascender al cielo, se les aparece a los once, y les dice: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”, en otras palabras, les ordena ser misioneros, y es que nuestra fe en Jesucristo, tiene que ser misionera o no es fe. No es para guardarla en nuestro interior, sino para llevarla a todos los que nos rodean, y no tiene que ser necesariamente con la palabra, pues hay muchos que no tienen ese don, pero sí con el ejemplo del que vive como Cristo quiere, con el ejemplo de nuestras vidas, de nuestra actitud hacia los demás, dándonos a conocer como cristianos, en el gozo que el Espíritu Santo nos ha dado.
Como cristianos estamos llamados a construir la civilización del amor, como personas sencillas podemos hacerlo en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades cristianas y grupos pastorales, en nuestras escuelas y universidades, en nuestros centros de trabajo. Nuestras actitudes crearán la diferencia, ofreciendo amor y esperanza a todo el que nos rodea. La Iglesia además como Madre y Maestra, nos ofrece también su Enseñanza Social, cada una de las palabras que acabamos de compartir están inmersas de Doctrina Social Cristiana, y conocerla, nos permitirá a los laicos, poder extender más allá de nuestras pequeñas fronteras individuales (casa, escuela, etc), lo que el Evangelio de Jesucristo inspira para construir un Mundo más humano y fraterno.
En la presentación del documento Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia el 2 de abril de 2004, el Cardenal Martino, entonces presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz nos decía: “Transformar la realidad social con la fuerza del Evangelio, testimoniada por mujeres y hombres fieles a Jesucristo, ha sido siempre un desafío y lo es aún, al inicio del tercer milenio de la era cristiana. El anuncio de Jesucristo, (buena nueva) de salvación, de amor, de justicia y de paz, no encuentra fácil acogida en el mundo de hoy, todavía devastado por guerras, miseria e injusticias; es precisamente por esto que el hombre de nuestro tiempo tiene más que nunca necesidad del Evangelio: de la fe que salva, de la esperanza que ilumina, de la caridad que ama”.
La Doctrina Social de la Iglesia (también Doctrina Social Cristiana) es pues un conjunto de normas y principios referentes a la realidad social, política y económica de la humanidad basado en el Evangelio y en el Magisterio de la Iglesia. El Compendio de la DSI la define como un "cuerpo doctrinal renovado, que se va articulando a medida que la Iglesia en la plenitud de la Palabra revelada por Jesucristo y mediante la asistencia del Espíritu Santo, lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia" (Comp. DSI 104).
"La doctrina social cristiana es parte integrante de la concepción cristiana de la vida", con la que el Papa San Juan XXIII, en la encíclica Mater et Magistra (n. 206), abría el camino, hace ya algunas décadas, a las sucesivas, importantes y profundas precisiones de San Juan Pablo II: "La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia" (Sollicitudo rei socialis, 41); la doctrina social, "instrumento de evangelización" (Centesimus annus, 54), "anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre" (ib.).
Y aunque la primera encíclica social fue la Rerum Novarum, escrita por León XIII el 15 de mayo de 1891, en el contexto de los eventos de naturaleza económica y social que se produjeron en el Siglo XIX como la Revolución Industrial y la "cuestión obrera" dicha inquietud social no da inicio con dicho documento, pues la Iglesia considera que jamás se ha desinteresado de la sociedad.
La Iglesia deja claro que su doctrina social no es una “tercera vía”, un camino intermedio entre el capitalismo y el socialismo. No tiene nada que ver con una agenda económica o política, y no es un “sistema”. Aunque, por ejemplo, ofrezca una crítica del socialismo y del capitalismo, no propone un sistema alternativo. No es una propuesta técnica para solucionar los problemas prácticos, sino más bien una doctrina moral, que surge del concepto cristiano del hombre y de su vocación al amor y a la vida eterna. Es una categoría propia.
En este artículo, querría hacer hincapié en el principio que abarca a todos los demás, el respeto a la Dignidad del Ser Humano. La DSI, nos ofrece un marco de valores, tanto en el terreno social como en el moral, no importa si se es creyente o no, pues es sobre todo universal. Hay un humanismo de base, que nos impele a:
-Respetar la Dignidad Plena del Hombre. El ser humano tiene dignidad y valor, sólo por su condición de ser humano. Los seres humanos son únicos e irremplazables, desde el mismo momento de la concepción.
Una sociedad justa puede ser construida solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana. Ésta representa el fin último de la sociedad, que está a ella ordenada: “El orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario”. El respeto de la dignidad humana no puede absolutamente prescindir de la obediencia al principio de “considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente”. Es preciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, estén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano.
Este principio es la suma de todo aquello que caracteriza la dignidad del ser humano. En ello debemos tener presente, todo lo relativo a la libertad, y al derecho de vivir en una sociedad democrática, que respete todos los Derechos Humanos. Es muy importante señalar aquí, que la DSI forma parte de la teología moral, y con ello el respeto a la vida juega un papel fundamental: la vida debe ser respetada desde el primer instante de la concepción, hasta la muerte, de ahí, la defensa de la vida por parte de la Iglesia en todo momento, su no al aborto y a la eutanasia, y su lucha en contra de la pena de muerte.
"La justicia social sólo puede obtenerse respetando la dignidad trascendente del hombre. Pero éste no es el único ni el principal motivo. Lo que está en juego es la dignidad de la persona humana, cuya defensa y promoción nos han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosas y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia." (Sollicitudo Rei Socialis, n. 47)
El capítulo cuarto del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, titulado LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, nos describe cada uno de ellos, Bien Común, Destino Universal de los Bienes, Subsidiaridad, Participación, Solidaridad, Valores Fundamentales de la Vida Social, y la Vía de la Caridad, sin embargo a través del Respeto a la Dignidad Plena del Hombre, podemos resumir toda la enseñanza que acabamos de recibir del P. Cantalamessa y del Papa Francisco, para ponerlos en práctica desde ya en nuestros corazones, y para que la nueva normalidad a que nos lleve la crisis del Covid-19, sea una normalidad diferente, nos haga misioneros de la misericordia, y del Evangelio, en cada momento. Y nos preguntarán, pero cómo podemos influir en la sociedad, recordaremos entonces que un puñado de discípulos cambiaron la sociedad romana, y hoy nos toca a nosotros, llevar a este siglo XXI que ha hecho del dinero, la droga, el poder, la tecnología y todo lo material, el nuevo dios, y que ha dejado a tantos y tantos atrás, el amor de Jesucristo y con ello en el pleno respeto a los Derechos Humanos, poner nuestro granito de arena en la construcción de la Civilización del Amor.
Todo esto parece una utopía, pero si nos embarga el pesimismo, jamás seremos misioneros, estaríamos en la etapa en que los apóstoles, y Pedro en primer lugar, tenían mucho miedo. La etapa Post Pandemia tiene que ser como un nuevo Pentecostés, en que el miedo se convirtió en Valor, y los discípulos se convirtieron todos en misioneros del Resucitado. Repitiendo las palabras del P. Cantalamessa y de Francisco, resumimos:
a) Luchar contra el peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia.
b) Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad.
c) Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más fraterna, más humana. ¡Más cristiana!
d) Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir presente (o bien, aquí estoy) ante la enorme e impostergable tarea que nos espera.
e) ¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos?
f) ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia?
g) La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor.
Citas y bibliografía:
1) Homilía del P. Cantalamessa el Viernes Santo (10-abril-2020)
2) “Un plan para resucitar a la humanidad”- Papa Francisco- Revista Vida Nueva (17-abril-2020)
3) Homilía del Papa Francisco el Día de la Divina Misericordia (19-abril-2020)
4) Evangelios: Lucas (24, 35-40) y Marcos (16, 15-20)
5) Principios de la Doctrina Social de la Iglesia- Helio J. Gonzalez (16-julio-2010)
6) Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia-(2-abril-2004)
7) Vigencia del Pensamiento Socialcristiano – Helio J. Gonzalez (20-agosto-2013)