Mucho agradezco la invitación a participar en esta segunda Semana Social Católica en la que se me ha pedido que desarrolle el tema del Humanismo Integral. Me basaré para ello, como es natural, en el libro de Jacques Maritain del mismo nombre “Humanismo Integral”, publicado en 1936 a raíz de unas conferencias que Maritain ofreciera en Santander, España, sobre los “Problemas Temporales y Espirituales de una Nueva Cristiandad”. El libro, ya traducido a 13 idiomas, es para mí un banquete intelectual del cual no podría ni siquiera hacer un “book review”, como dicen aquí, en 30 minutos. Me concentraré, entonces, en los primeros capítulos del libro, que contienen una especie de desarrollo histórico del concepto de “Humanismo” tal como se vivió primeramente, aunque no reflexivamente, en la Edad Media, al cual Maritain llama “humanismo teocéntrico”, para pasar luego a la Edad Moderna con la “tragedia” como la llama Maritain, del humanismo antropocéntrico del Renacimiento y de la Reforma Protestante, y luego tratar el humanismo farisaico y pseudo-cristiano del liberalismo burgués, para terminar con la no menor tragedia del humanismo socialista y el humanismo ateo del marxismo y los comunistas. Llegado a este punto Maritain concluirá que solo quedan dos alternativas para el futuro, el cristianismo y el ateísmo. Y por eso tras describir los errores del comunismo, propone, en la segunda parte del libro, las condiciones, principios, normas y espíritu necesario para alcanzar el ideal histórico de una Nueva Cristiandad, sin pretender ni mucho menos volver al pasado medieval, sino proclamando la Nueva Cristiandad como un analogado de la antigua cristiandad en un nuevo cielo histórico, y sobre todo teniendo cuidado de evitar los errores extremos aberrantes actuales como son el capitalismo sin alma por un lado, y por otro los “ismos” del socialismo, del nacismo y el fascismo, y del comunismo tal como se daba entonces en la Rusia totalitaria. Claro que Maritain estaba muy lejos de conocer lo que pasaría 40 años después con el desmembramiento del bloque soviético. Sin embargo, las intuiciones fundamentales de Maritain, como las de todo filósofo anclado en la verdad eterna, siguen siendo valederas y yo diría que para nosotros los cubanos que aun estamos bajo la bota totalitaria, sus palabras cobran una actualidad muy inspiradora.
Debo aclarar, antes de seguir, que, al igual que Maritain, mi conocimiento de este tema es puramente teórico, pues no soy hombre de acción política, pero hablo de teoría no como pura utopía, ni como una esencia platónica puramente académica. No. Maritain, siguiendo el realismo filosófico de Santo Tomás de Aquino, que se basa en la existencia misma de cada ser, está convencido que el filósofo puede, y debe, plantearse el problema social como parte de la filosofía práctica, que no es más que la ética de la conducta humana, sobre todo en cuanto a la sociedad política se refiere. Y es aquí donde Maritain cree que para lograr una acción política cristiana cuyo fruto a largo plazo, (si, a muy largo plazo), sea gestar una Nueva Cristiandad sui géneris, prescribe la absoluta necesidad de conocer en profundidad no solo la naturaleza humana sino también la evolución histórica y cultural que nos ha traído hasta el presente.
En otras palabras, para curar a un enfermo hay que conocer bien cuál es la enfermedad de que padece, y yo diría también, que hay que evitar los falsos curanderos, que son las soluciones falsas que se disputan hoy día prácticamente la hegemonía en todas las universidades del mundo y dividen a los grupos sociales y políticos en la mayoría de las naciones. Comencemos, pues.
Al iniciar el tema del humanismo teocéntrico en la Edad Media Maritain se refiere al problema teológico sobre la libertad humana y la gracia divina, cuya solución medieval consistía en darle prioridad a la acción de Dios tras la cual el hombre, como causa libre, pero segunda, podría colaborar o no con la gracia. Maritain destaca aquí esa primacía de Dios en todo obrar humano, tan típico de esa época donde la Fe cristiana llegaba a heroismos asombrosos. Pero al mismo tiempo se ignoraba el valor subjetivo de la criatura y las tenebrosas oscuridades de su animalidad humana. Es decir el hombre medieval era ingenuamente religioso, yo diría, religioso como un niño. Todo el orden temporal estaba al servicio de Dios, a quien se le quería construir un imperio visible en este mundo, el Sacro Imperio, las catedrales, el trono al servicio del altar. La mística religiosa predicaba el “desprecio a las criaturas”, pues ante Dios, obviamente somos nada. Pero al agotarse este heroísmo (como el de las Cruzadas), el hombre ya no soporta más el peso de ese “desprecio” de la criatura. Que un santo lo diga, no ofrece peligro. Pero en bocas de un eclesiástico no tan santo, ya es un insulto antihumano insoportable.
Al agotarse este humanismo cristiano heroico, inconsciente de sí mismo, se sigue la necesaria reacción: el descubrimiento de lo humano en el Renacimiento: el humanismo de la antigüedad, del arte, de las nuevas ciencias. El hombre sigue siendo creyente, pero ahora como que se enamora narcisísticamente de sí mismo, de sus obras, de su razón, de sus conocimientos. En el plano teológico surge el “molinismo” del teólogo español Luis Molina, jesuíta, donde ya la gracia y la libertad humana se proponen como dos acciones parejas y simultáneas, como una carreta tirada por dos caballos. En fin, el hombre pasa a ocupar el puesto central, llegándose así al “humanismo antropocéntrico” de signo positivo y optimista.
Pero trágicamente va a surgir otro “descubrimiento” de la criatura, como lo llama Maritain, esta vez con signo pesimista: es la visión de Lutero, en que la gracia lo hace todo, y la libertad del hombre, al estar totalmente corrupta, es incapaz de nada bueno. Si se salva, se salva por predestinación de Dios, como postuló Calvino. Pero como de todos modos el hombre tiene que obrar en el mundo, corrupto o no, por sus propias decisiones, se seguirá una cultura de separación entre la gracia y la obra, entre la fe y la razón, entre la religión y la vida. El negocio es el negocio y la religión es la religión y Calvino gobernará a su arbitrio con la Biblia en la mano.
Por otra parte, en el mundo Católico, Rene Descartes propondrá la total perfección de la razón humana, por si sola, como si fuera la del ángel puro, sin cuerpo; propondrá el terrible dualismo que separa las almas de los cuerpos y traducirá todo el mundo físico en pura extensión geométrica y, puro número matemático, univocista, claro y preciso, cercenando así la naturaleza aristotélica y la analogía de los seres, clave para conocer al mundo y a Dios según Santo Tomás. Y todo esto para conquistar la naturaleza, incluso con la bendición de Dios, que garantiza fideísticamente la verdad de la certeza humana.
Finalmente surgirá el “santo” de la Naturaleza humana: Juan Jacobo Rousseau, donde al contrario de Lutero, ya no hay pecado original que corrompa al hombre; éste nace santo y bueno, (el noble salvaje); es la sociedad la que lo pervierte y para prevenirse de esta corrupción habrá que llegar a un Contrato Social.
Todo esto, que Maritain categoriza como un “humanismo antropocéntrico” está herido mortalmente, como vemos, por las divisiones de escuelas teológicas, por la separación de gracia y naturaleza, por los dualismos filosóficos; por la desesperación del pesimismo luterano frente al optimismo racionalista de Leibnitz, Descartes y el romanticismo de Rousseau. Son los siglos XVI y XVII. La ciencias naturales, buenas en sí, empiezan a contaminarse con los “parásitos” del mecanicismo y del cientificismo, y el hombre empieza a creerse un nuevo Prometeo, capaz de desafiar a los dioses, y lograr el total dominio de la Naturaleza para sus propios fines de explotación económica.
El régimen feudal ha dado paso a la burguesía, resquebrajándose la solidaridad entre los órdenes sociales, nobleza, clero y siervos de la gleba. Bajo el liberalismo de Rousseau, en que el estado Soberano aglomera la Voluntad General, el nuevo burgués cree que se obedece a sí mismo cuando obedece al Soberano: increíble mito y parodia que prepara el advenimiento del soberano Absoluto, el despotismo ilustrado, los monarcas por falso derecho divino. En fin, todas las aberraciones de un mundo todavía cristiano en lo externo, pero carcomido por la hipocresía farisaica interiormente. La revolución francesa lanzará gritos de “Libertad, Fraternidad e Igualdad, O la Muerte”. Semillas de origen evangélico, dice Maritain, pero luego pervertidas por los chicos malos de la Revolución, el Terror, la guillotina a granel y finalmente el ladrón de todo: Napoleón. Una prostituta es convertida en la diosa razón. Y tocamos ya los albores de la decadencia final.
Toda la hipocresía farisaica burguesa que enarboló la glorificación del hombre al margen de Dios, endiosando su razón, su ciencia, su arte, su técnica y sus negocios, ahora va a sufrir la humillación total en nombre de esa misma razón y ciencia: vendrá Darwin a decirle al hombre que en el fondo su ser no se diferencia mucho del mono. Y vendrá Freud a decirle que en el fondo su psiquis no es más que una lucha civil entre el ego, el superego y el id, al estilo de las fieras del bosque, que solo siguen sus instintos sexuales y la violencia de la muerte. Finalmente Nietzche se atribuirá la misión de declararle al hombre así destruído que su Dios también está destruído, o sea, la “muerte de Dios”.
Con la hecatombe de este humanismo racionalista y antropocéntrico, se preparará la reacción socialista y marxista. El liberalismo burgués ha sido tan “exitoso” que ahora la máquina de la revolución industrial, productos de la ciencia y la técnica al servicio del hombre prometeico, que cree en el mito del progreso necesario y en la fecundidad del dinero, generarán el espantoso capitalismo Manchesteriano, con todas las explotaciones de niños y mujeres que tristemente conocemos.
Y a pesar de voces católicas, contundentes pero lamentablemente no escuchadas, como las del obispo alemán Von Ketteler , y el fundador francés de las conferencias de San Vicente de Paúl, Francisco Ozanam y otros que clamaron contra la explotación del hombre por el hombre, vendrán nuevos humanismos de corte anti-cristiano que se van a imponer como solución: Comte elevará la ciencia positiva al rango de Religión de la Humanidad. El humanismo ateo de Feuerbach dirá que para que el hombre sea hombre, Dios tiene que dejar de ser Dios. Y tergiversando, o invirtiendo como dice Maritain, la dialéctica hegeliana del Espíritu-Idea, que debería devenir en Estado absoluto, Marx enarbolará el humanismo que liberará a los obreros de la “alienación” establecida por el capital y la propiedad privada. Vendrá un “nuevo hombre” cuya misión será liberar a la clase proletaria, aniquilar todo lo cristiano, droga del pueblo, hasta triunfar sobre las fuerzas de la naturaleza, y a través de la industria, la máquina y la técnica social (igual que en el capitalismo) llegar al fin escatológico de la sociedad sin clases, el paraíso por el que lucharán ardorosamente los comunistas, utilizando cualquier medio (maquiavélico), como si se tratara de una nueva redención, o sea, una verdadera religión atea.
Llegado a este punto Maritain dedica casi todo un capítulo a profundizar en el humanismo ateo del marxismo, cosa que yo omitiré por falta de tiempo. Solo quisiera observar que Maritain hunde su diente filosófico, por así decirlo, para librar las “verdades cautivas” que pudiera haber en el marxismo. Declara que en el fondo el ateísmo es imposible, pues todo hombre, aún el ateo, en el fondo busca a Dios: “Así, toda voluntad, aun la más perversa, desea a Dios sin saberlo. Puede escoger otros fines últimos, optar por otros amores; aun entonces - y siempre - a quien desea es a Dios”. Entre las verdades cautivas valora Maritain la intuición de Marx sobre la alienación del obrero y la necesidad verdadera de lograr una liberación y concientización de la clase proletaria. Pero observa que el error de Marx, además de su ateísmo original como en Feueurbach, está en darle supremacía a la causa material, es decir, al materialismo económico. Así, aunque pudiera haber una intención profética, tipo mesianismo judío, en el marxismo, defendiendo a los pobres, el remedio es peor que la enfermedad como diríamos en lenguaje vulgar. La alienación bajo el régimen soviético ha sido, y es, peor que bajo el capitalismo por la sencilla razón de que sin propiedad privada el hombre es un cero a la izquierda, y los ideales del hombre colectivo son tan abstractos como los mitos de Platón. Conocía Maritain (ya desde 1934) que en el marxismo soviético, “los métodos bárbaros vician el sistema” y “nos muestran el completo desprecio de la persona humana, la implacable dureza, los métodos de terror... el despotismo burocrático, y la destrucción de la libertad de pensamiento y la pretensión de socializar la persona y el espíritu”. Maritain denuncia la lucha contra Dios del marxismo, el trabajo de exterminio de la religión que se propone, así como la idolatría de la técnica y de la ciencia de los fenómenos, y se asombra del “extraño espectáculo de obediencia pasiva [por parte del pueblo]; “el ser humano [dice] se hace flexible como un guante”. Y añade casí humorísticamente, que pudiera ocurrir que “algún día un sucesor de Stalin ordene a sus pueblos fieles adorar a los electrones o doblar la rodilla ante las santas imágenes”. En fin, todo en el comunismo es arbitrario e insultante para la persona humana y para a Dios.
Tras este patético cuadro, Maritain descarta la posición cristiana de Karl Barth como respuesta, pues renegando de la analogía del ser tomista, pretende volver al purismo nominalista y Protestante de Lutero y Calvino, con la corrupción total del hombre sin regeneración ninguna por la Gracia de Dios.
Así llega a su propuesta del “humanismo integral” que en el fondo es también un humanismo teocéntrico, pero para que no haya confusión con el humanismo teocéntrico medieval, prefiera usar la palabra “integral”, por el esfuerzo que pone en lograr la re-integración de todas las verdades desintegradas durante cinco siglos, que se reflejan en otras tantas alienaciones de los hombres, particularmente la de la fuerza laboral de la sociedad. Dependiendo del tiempo enumeraré al final las principales características esenciales de este humanismo integral, de este nuevo humanismo que a veces Maritain llama “humanismo de la Encarnación” y que según él, debe animar la historia hasta lograr re-integrarlo todo, bajo un mismo “cielo histórico” de inspiración cristiana, análogo pero completamente distinto al del sacro imperio medieval. Tarea nada fácil en los momentos actuales de la humanidad, donde hay tanta diversidad de credos religiosos, filosofías, opiniones y divisiones de todo tipo.
Pero sí quisiera destacar aquí, antes de concluir, lo que parece ser como la verdad central de toda esta integración en la filosofía antropológica de Maritain, que no es otra que la genial doctrina de Santo Tomás sobre la distinción que hay en el ser humano entre “ser persona” y “ser individuo”. Por falta de espacio y tiempo procederé dogmáticamente, sin tratar de demostrar nada.
Brevemente diré que por tener un alma espiritual y libre el hombre es persona, a imagen y semejanza de la Persona Divina que la creó. Por tener un cuerpo sujeto a todas las leyes materiales del Cosmos, es un individuo, igual que un boniato, un perro o una hormiga. Siendo una unidad substancial de alma y cuerpo, y evitando todo dualismo cartesiano, dirá Santo Tomás: “Yo no soy mi alma”. O sea, el ser humano es más que cuerpo y que alma, es toda una integridad existencial. “Totum quod est”, decía Sto. Tomás: he ahí la persona como un todo en sí mismo, la más noble y perfecta creación de Dios, más valiosa que el Universo material entero; pero también parte individual e insignificante de la materia cósmica. De este modo el hombre es una realidad compleja: por ser un todo en sí mismo, que aspira a los valores trascendentes , supratemporales y divinos, el hombre está por arriba de la sociedad, independiente de todo problema económico y temporal. Pero por ser individuo, es parte insignificante, diríamos indigente, llena de necesidades corporales que tiene que satisfacer, y como tal, ha de someterse a la sociedad, para servirla (incluso con el servicio militar) pero también para servirse de ella (por la interdependencia que genera la comida, la habitación y el vestido).
En esta doble polaridad que hay en el hombre, o mejor dicho, que es el hombre, se encuentra la dramática tensión que genera todos los problemas sociales. El capitalismo liberal (individualismo económico) pondrá al individuo por arriba del todo social. Y le dará así libertad absoluta, sin frenos, para perseguir sus bienes individuales, de carácter básicamente material, (dinero, comida, casas, cosas y placeres). El comunismo, por otra parte, siguiendo el axioma matemático de que el todo es mayor que las partes, pondrá el todo, o sea, el Estado, por arriba del individuo, colectivizándolo y pretendiendo que su persona se convierta heroicamente en el “nuevo hombre”, es decir, el “hombre colectivo”, que como ya vimos, aliena tanto, o más, al hombre que el capitalismo a ultranza.
Maritain desarrolla en otros textos, tanto antes como después de 1936, toda esta doctrina de la persona en la sociedad, (El hombre y el estado; la Persona y el bien común; Principios de una política humanista, etc), cosa que no hace tanto en el Humanismo Integral. Por tanto yo omitiré estos desarrollos aquí, limitándome a señalar ahora algunas de esas características del nuevo humanismo integral que, basándose en la compleja naturaleza personal e individual del hombre, Maritain propone para configurar el cielo histórico de una nueva Cristiandad.
Esta Nueva Cristiandad, por tanto, será una sociedad donde se de una democracia personalista y comunitaria a la vez, donde el bien común, tutelado por el gobierno, se definirá primordialmente como el bien moral y honesto de las personas humanas. (Pablo VI dirá muchos años después que el bien común es el bien “de todo el hombre y de todos los hombres”, evidente eco de la integridad defendida por Maritain). Será una sociedad pluralista, en lo social, lo económico y lo jurídico. En lo social se evita así el totalitarismo de un cerebro gris, superior, controlando dictatorialmente las células atomizadas del cuerpo social. O sea, se tratará de la sociedad orgánica, con los cuerpos intermedios, y donde se observará el principio de subsidiaridad, (aunque Maritain no lo llama por su nombre sino se limita a citar a Pío XI). En lo económico quiere una organización comunitaria-personalista que evite la despersonalización del maquinismo y de las técnicas financieras que igualmente despersonalizan a los capitalistas como a los trabajadores. Dice Maritain “para poner realmente la máquina, la industria y la técnica al servicio del hombre hay que ponerlas al servicio de una ética de la persona, del amor y la libertad. Sería un grave error repudiar la máquina, la industria y la técnica, que son buenas en sí mismas y que hay que utilizar, por el contrario, para una economía de la abundancia. Pero es la ilusión del racionalismo no comprender que hay que escoger entre la idea de una civilización esencialmente industrial y la de una civilización esencialmente humana, para la cual no sea realmente la industria más que un instrumento: sometido por ello a leyes que no son las suyas”. Antes había dicho contra el comunismo que al planificar la sociedad con las puras leyes de la ciencia subyugan al hombre. “Una ciencia de lo no-humano, la ciencia de la producción de las cosas, si se convierte en reguladora de la vida, sólo podrá imponerle reglas inhumanas”.
Claro que este tópico del problema económico necesita de muchos desarrollos ulteriores que no puedo detallar aquí. Maritain seguirá luego dando las pinceladas de esa Nueva Cristiandad y nos hablará de la autonomía del orden temporal, como un fin infravalente, que puede armonizarse con el fin espiritual de las personas. Nos hablará de un nuevo estilo de santidad que él llama “santidad en lo profano”, y ahí encaja la “vocación temporal del laico cristiano”, o sea, el tratar de transformar las estructuras temporales en Cristo, el matrimonio, la familia, el trabajo, la ciencia, el arte, la cultura, la economía, de modo que hagan avanzar el Reino de Dios que aunque no es de este mundo, comienza en el mundo. El significado de la palabra mundo es, por supuesto, ambivalente y Maritain sostiene que el mundo ni es del diablo (pesimismo total), ni es de Dios (sacralismo pagano) ni tampoco solo del hombre (humanismo racionalista). No: es de los tres a la vez, y la lucha del cristiano es arrebatarle al diablo la parte del mundo que ha dominado para devolvérsela a Dios. Recapitular, en fin, todas las cosas en Cristo, aun cuando esa nueva Cristiandad contenga hombres de todos los credos. Ya no habrá expulsión ni condenación de los herejes. Ahora debe existir la amistad fraternal y cívica con todos, la unión práctica, si no teórica, de un mundo nuevo por construir.
Después de escribir Humanismo Integral Maritain, en el Hombre y el Estado, parece que renuncia al ideal de una nueva Cristiandad, pero como bien comenta Angel Correa, esto no es así. Tras la guerra los primeros pasos a dar eran elaborar un mínimo consenso práctico en orden a respetar los Derechos Humanos. Tratar de lograr un mínimum de consenso filosófico en esas condiciones de pluralismo de facto, dice Maritain, era totalmente ilusorio. Pero esto no significa renunciar a esa Nueva Cristiandad, sino al contrario, significa dar los primeros pasos hacia ella, los únicos que se podían dar, tras la debacle mundial para que quizás, algún día, por lejano que sea, y gracias a la acción heroica de los nuevos “santos en lo profano” comience a surgir una Nueva Cristiandad.
En resumen, pues, se pudiera decir que la tarea ingente que plantea el humanismo integral es, precisamente, integrar o reintegrar, reparando, todas aquellas brechas, separaciones, dualismos y divisiones en que la humanidad cayó tras cinco siglos del cese de la cristiandad medieval que la precipitó no solo en la “muerte de Dios” sino, sobre todo, en la “muerte del hombre”. La integración a lograr es, pues, la de gracia con la libertad; la gracia y la naturaleza; la fe y la razón; el alma y el cuerpo; la persona y el individuo; la unidad en amistad cívica con el pluralismo democrático; la colaboración solidaria entre el capital y el trabajo; el orden temporal con el orden espiritual, en fin… el Cielo con la tierra.