Quizás en la simplificación mas efectiva de la doctrina social de su Iglesia, el propio Jesús reduce toda la ley a dos preceptos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”.
¿Pues quien es el prójimo para un empresario, gerente o inversionista? Si mi prójimo es mi empleado, mi cliente, mi competidor y mi accionista, ¿como se debe expresar ese amor al prójimo en el contexto de la economía?
Para muchos la respuesta es fácil. Uno deja el cristianismo en la puerta del negocio de la misma manera que deja colgado su abrigo en invierno. La economía es una ciencia y por lo tanto no le compete a la Iglesia. Los mercados son brutales en la búsqueda de eficiencia, y no caben en ellos los valores cristianos. Para ellos la caridad, que es la expresión del amor, se aplica después que se gana el dinero, no en el proceso de ganarlo, y así muchos satisfacen sus conciencias cristianas con donaciones caritativas. ¿Es esto suficiente para un católico?
No lo creo. Sin embargo, para los católicos en el mundo empresarial que pensamos en que tenemos que actuar en todas las esferas de nuestras vidas acorde con el evangelio, y agonizamos para reconciliar los conflictos entre las leyes de los mercados y los valores cristianos, hay poca guía espiritual que nos ayude a navegar estas turbulentas aguas. ¿Cuándo fue la última vez que alguien escuchó este tema en una homilía dominical? Cuantos sacerdotes o laicos están capacitados para aconsejar o dirigir el comportamiento ético de un católico en el ámbito empresarial?
Un católico no puede aceptar que no haya una relación entre la justicia y la economía, de la misma manera que no podemos aceptar una vida carente de valores. Las sociedades tienen el derecho de imponerle valores a los mecanismos económicos, y eso solo se puede lograr a través del comportamiento individual de cada empresario o gerente y a través de la política.
No obstante, a pesar de esta imperativa ética, existe un temor de poner sobre el centro de la mesa el tema de la justicia económica y social. En parte, porque los mercados han trascendido las fronteras de todos los países, y se han convertido en verdaderos mercados globalizados. Pero debido a que el tema se ha tratado en términos políticos entre derecha e izquierda, entre capitalismo y socialismo, hay un temor a ser tildado hacia los extremos cuando se trata de salvaguardar el tema de la justicia en la economía. También hay un sentido de pequeñez: ¿Cómo puedo yo como persona o pequeño empresario desafiar la voracidad de los mercados?
Aunque estamos afectados por la esquizofrenia de los extremos, hay que reconocer que el capitalismo ha ampliamente demostrado su capacidad de crear riqueza y de reducir pobreza, mientras que el socialismo, sobre todo la versión estatizada, ha demostrado una comparable incapacidad.
Sin embargo, ambos extremos han demostrado su capacidad deshumanizante. El socialismo estatizado reduce al individuo a su mínima expresión, le resta su libertad y lo daña profundamente. Por otra parte los mercados, dejados a sus propias tendencias, endiosan la avaricia, y reducen al individuo al papel de un mero “insumo” cuyo valor es meramente determinado por la oferta y la demanda.
Este debate adquiere una importancia extraordinaria para una Cuba en busca de un nuevo modelo económico. Sabemos a donde nos ha llevado el socialismo estatizado, pero no sabemos hacia donde vamos, que modelo económico seguiremos, y como infundirle valores éticos y cristianos a ese incipiente modelo de desarrollo económico.
Por una parte está el mensaje desesperanzador de los neoconservadores, bien expresado por Michael Novak, cuando dijo que: “Intentar operar una economía acorde con los mas altos principios cristianos, ciertamente destruirá tanto a la economía como la reputación del cristianismo”. Yo me pregunto: ¿Hay que aceptar esta visión fatalista e impotente del cristiano ante las fuerzas del mercado?
En mi parecer la respuesta es un rotundo “no”. Adaptar la economía a los valores que apreciamos es factible. No hay por que aspirar a la economía mas eficiente del mundo pero si hay que organizar para la sociedad, y para la economía, una jerarquía de valores. En Francia, por ejemplo y por diseño, la agricultura es ineficiente, y por ende cara, en relación a los precios del mercado. Pero para el país tener una economía agrícola basada en pequeños agricultores de alta calidad natural es algo altamente valorado por la sociedad. Los franceses optaron por una decisión política frente a las fuerzas del mercado.
El grado en que se distribuye la propiedad es el fundamento económico de todas las sociedades. Donde la posesión de la propiedad es limitada y angosta, la esclavitud, de una forma u otra, es el resultado inevitable. Donde la posesión de la propiedad es amplia y abarca a grandes proporciones de la sociedad, el resultado es la libertad. Por lo que queda claro que existe una clara correlación entre la libertad y la amplitud de posesión de la propiedad, o entre la libertad y la riqueza.
Es aquí donde la microeconomía puede jugar un papel extraordinario en ayudar a la creación de una sociedad de propietarios. Una economía donde la pequeña empresa abarca una porción substancial del producto bruto del país, resulta en una sociedad mas estable, productiva, y feliz. Es por eso que debemos recalcar el papel regulador del estado en fomentar el desarrollo de la pequeña empresa, y controlar el tamaño y la extensión de las grandes, evitando así la concentración del poder, y la disminución de la competencia.
Sabemos que el capitalismo, dejado a sus tendencias naturales procura la concentración de la riqueza y del poder, mientras que la democracia, de forma totalmente contraria, busca la dispersión del poder. Por lo tanto, el mejor antídoto para evitar el exceso de concentración es contar con una democracia amplia y diversa, y que se prohíba en los términos mas estrictos la contaminación de la democracia por el poder económico. La concentración de poder económico resulta en un tipo de socialismo privatizado.
La justicia y la economía, la equidad y el equilibrio están intrínsecamente relacionados. Sin equidad una economía no logra el equilibrio y resultará inestable. El costo del capital aumentará enormemente, creando un ciclo de fracaso y pobreza. Sin justicia no hay equidad ni libertad, y sin equidad no hay estabilidad. Si de una forma o de otra, una sociedad permite una excesiva concentración de poder y de riqueza, el modelo definitivamente deja de funcionar.
Pero regresando de lo abstracto a lo pragmático, ¿como impacta todo esto al católico empresario o gerente?
Aunque aceptemos el argumento de que una economía requiera justicia, al nivel de una empresa no es necesaria. Una economía cundida de injusticias está encaminada a su destrucción. Pero un empresario particular puede ser injusto o deshonesto y aún así amasar grandes fortunas. Aunque la repuesta reflexiva es el papel regulatorio del estado, este camino también esta fraguado de fracasos y excesos de corrupción.
Es aquí donde el empresario cristiano tiene el deber de alzar su voz. No seremos como individuos capaces de impactar masivamente el sistema económico imperante y en el que nos desenvolvemos, pero sí somos capaces de impactar un sector de nuestro entorno y el comportamiento justo y ético de nuestras empresas. Como cristianos compartimos la certeza de que vamos a ser responsabilizados (accountable) por nuestras acciones. La parábola de los talentos nos lo recuerda enfáticamente. Cada uno de nosotros recibe un capital desigual, pero todos estamos llamados a rendir cuentas de lo que hicimos con el capital, que riesgos tomamos, y que réditos producimos.
Como el siervo que enterró el dinero para no perderlo, no podemos aceptar que somos meras fichas en un gran juego de ajedrez. Estamos llamado a un protagonismo, y este protagonismo nos llama a nuestra acción personal y a participar en los procesos políticos que en ultima instancia determinan nuestro modelo económico.
Para todos los cubanos en nuestra capacidad individual estamos frente a un gran reto. Para Cuba estamos frente a una enorme oportunidad, raras veces encontrada, de tener casi una tabula rasa para crear un modelo que produzca prosperidad, libertad, equidad y justicia. No permitamos que esta oportunidad se nos vaya de las manos.