I. Los desafíos principales de la sociedad cubana hoy
Para pensar y construir la Cuba que queremos es necesario enfrentar lúcidamente los desafíos que nos presenta la sociedad cubana de hoy.Entre otros, debemos destacar los siguientes:
1. ¿Cómo insertarse en este nuevo escenario sin desmemoria pero sin dejarse “bloquear” por el pasado?
2. ¿Cómo introducir en este contexto las necesidades del pueblo cubano y las dinámicas o misiones propias de la sociedad civil?
3. ¿Cómo hacerlo con la nueva mentalidad y los nuevos métodos propositivos, pacíficos y negociadores?
4. ¿Cómo integrar estos pares dialécticos en desequilibrio?:
- Entre la integración de Cuba en el mundo (Que Cuba se abra al mundo) y la inclusión de todos los cubanos en la vida de su país (Que Cuba se abra a todos los cubanos).
- Entre los intereses económicos y el respeto a los Derechos Humanos de todos los cubanos.
- Entre la necesaria estabilidad de Cuba y de sus vecinos y la también necesaria transición hacia la democracia.
Por lo menos, habría dos formas de resolver estas contradicciones. La confrontación, es decir, la vieja unidad en la lucha de contrarios, cuya aplicación histórico-social ha tenido catastróficas consecuencias; o la trabajosa síntesis dialógica, ese “toma y daca” que es tan lenta, produce tanto nerviosismo, incluye confusión y alienta la desconfianza durante el proceso, pero que garantiza para el futuro unas relaciones de respeto, amistad cívica y cooperación entre los pueblos.
II. Una nueva síntesis dialógica para Cuba
He aquí la visión dialógica de los que consideramos pares dialécticos o contradicciones del momento actual y del porvenir en Cuba:
1. La inclusión de todos los cubanos, de todo el talento humano, en la inserción de Cuba en el mundo.
2. La promoción de todos los Derechos Humanos y sus Pacto de Derechos Cívicos y Políticos, pero también los económicos, sociales y culturales, para que los cubanos tengamos las mismas oportunidades socioeconómicas y políticas y no quedemos como peones de intereses económicos espurios.
3. La transición gradual, pacífica y negociada a la democracia para que, con este modelo de cambio, podamos garantizar la estabilidad en Cuba y en sus vecinos.
Alcanzada, por lo menos en parte sustancial, esta nueva síntesis dialógica, cimiento de toda sociedad civilizada, es necesario vislumbrar algunos rasgos del nuevo ser y quehacer para Cuba. Abordaremos a continuación siete facetas que consideramos fundacionales: 1) una filosofía inspiradora, 2) una nueva visión antropológica, 3) una nueva escuela pedagógica, 4) una visión política renovada, 5) un nuevo modelo económico, 6) una visión ética del uso de los Medios y las TICs y 7) un nuevo concepto de las relaciones internacionales. Esbozaremos los perfiles fundamentales de cada una.
III. Hacia una nueva filosofía inspiradora: personalismo comunitario
Todo cambio político, todo proceso social debe llevar, si quiere ser humano y justo, una filosofía de fondo, de frente y de espalda. Sin la base filosófica, los cambios son anarquía y voluntarismo, veleta sin rumbo ni torre.
Dos escuelas filosóficas de una misma raíz racionalista marcaron el siglo XX: Por un lado el liberalismo salvaje que puso la filosofía de la libertad sin límites y del mercado como centro de los procesos y por encima de la misma persona humana. Por otro lado, la filosofía marxista en su variante leninista que puso el Estado sobre todas las cosas y sobre la persona humana.
Si de verdad Cuba quiere cambiar hacia delante, hacia algo verdaderamente nuevo, sin escape al pasado, creo que debemos aplicar a la situación social y al contexto histórico-cultural de Cuba una filosofía personalista y comunitaria.
Autores como Mounier y otros pensadores cristianos de la segunda mitad del siglo XX, deben ser tenidos en cuenta, más la savia propia de Cuba desde Varela y Martí hasta nuestros días para iluminar un porvenir de la nación cubana en el que la persona humana no sea nunca más aplastada por el Estado totalitario, ni la comunidad sea alienada y atomizada por un individualismo mercantilista.
Urge, pues, que los pensadores de dentro y fuera de la isla, y toda persona interesada en el asunto, reflexionen, elaboren y propongan una escuela filosófica personalista y comunitaria para el futuro de Cuba (Cf. Libertad y Responsabilidad. III Semana Social Católica. Santiago de Cuba, 22-25 de mayo de 1997).
IV. Hacia una nueva antropología: un humanismo de inspiración cristiana
Dentro de la escuela filosófica es necesario, quiero decir, urgente e inaplazable, delinear los rasgos fundamentales de una nueva antropología. Habida cuenta de que el fracaso fundamental y global del socialismo real que hemos vivido es el fracaso antropológico.
El hombre nuevo vino a ser la no-persona. Los signos de ese fracaso son, entre otros: el vacío existencial que ha provocado uno de los más altos índices de suicidio en el continente; el desgarramiento ético de la manipulación totalitaria ha conducido a la anomia más raigal; la pérdida de la responsabilidad personal y la dejación o abdicación de la libertad interior, no ya solo de las libertades civiles y políticas, económicas y sociales.
Los humanismos inmanentistas de antes y de ahora, cuya médula materialista solo cambió de un materialismo existencial con rostro (o máscara) trascendente antes del 1959, a un materialismo sin rostro y sin trascendencia en las últimas cuatro décadas, no fueron capaces de erguir un hombre nuevo e integral, ni siquiera de satisfacer sus profundas aspiraciones éticas y espirituales.
Cuba, escarmentada de ambos modelos antropológicos, es el mejor vivero para incubar un nuevo humanismo autónomo y trascendente, de inspiración cristiana pero no confesional para que pueda servir a todos los cubanos, un humanismo integral y socializador.
Autores como Jaques Maritain, Paul Ricour, Marciano Vidal, Adela Cortina y otros no deberían faltar a esta cita generadora de una nueva oportunidad para el humanismo en Cuba (Cf. Un proyecto de humanismo renovado para Cuba. Memoria de la I Semana Social Católica. La Habana, 1991).
V. Hacia una nueva pedagogía: un empoderamiento para la libertad y para la participación desde Varela, Luz y Martí
Cuba necesita un proceso de cambios en su sistema de educación y por ende en su escuela pedagógica para ser fieles a las raíces de sus grandes maestros fundadores: Padre Félix Varela, José Martí y José de la Luz y Caballero. Ese proceso tendría tres dimensiones:
- un proceso de cambios hacia delante en la dignificación y empoderamiento (empowerment) del ser humano hasta que, él mismo, pueda descubrir y cultivar su total dignidad y su carácter trascendente;
- un proceso de cambios hacia la eticidad de la persona y de las dinámicas sociales en las que la persona vive, de modo que pueda asumir un proyecto de vida y cooperar en un proyecto social en que la dignidad, los derechos y el carácter trascendente de la persona humana sean respetados y promovidos;
- y un proceso de cambios hacia arriba, en los objetivos y metas de la enculturación de las personas, de los grupos sociales y de los mismos procesos pedagógicos, de modo que las diferentes culturas no se vean absorbidas y desmanteladas por los procesos de globalización o de genocidio cultural, sino que esas culturas puedan trascenderse, abrirse, al intercambio con las demás, a su propia purificación y fecundación plenificante para el desarrollo, como toda realidad viva.
De este modo, la nueva visión educativa tendría tres dimensiones íntimamente relacionadas y complementarias, aplicables a todos los objetivos y métodos del proceso pedagógico.
Los años de educación paternalista, manipuladora e ideologizante de la era totalitaria, hacen también urgente la necesidad de una nueva escuela pedagógica cubana. Cuando decimos “nueva”, tanto en este acápite como en los demás, nos referimos a una novedad anclada en las raíces de nuestra nacionalidad, cultura e historia, cuyos gérmenes fundacionales del siglo XIX, aún están por desarrollar, como decía el filósofo Medardo Vitier. Se trata de la novedad de la re-fundación, de lo nuevo venido de la raíz de los orígenes. No hay novedad absolutamente nueva en este mundo más que la novedad de Dios encarnado en la historia humana.
VI. Hacia una nueva visión política: la sociedad civil, nuevo nombre de la democracia participativa
No basta para re-fundar la República, de esos parámetros generales de la filosofía, la antropología y la pedagogía, es necesario también, “bajar” en el sentido de la encarnación, a la política, o si se desea, subir al difícil arte de alcanzar la convivencia social en su más alto grado.
Si Cuba desea realmente avanzar hacia algo nuevo, la política no puede volver a ser lo que fue: ni politiquería de manengues y elecciones, ni politiquería excluyente de un solo partido.
Cuba puede tener el chance, la puerta abierta y la coyuntura, como ningún otro país del continente para edificar una democracia política con el protagonismo de la sociedad civil y no solo y no sobre todo con el viejo protagonismo de la partidocracia tradicional. Los partidos y movimientos políticos son indispensables para la democracia, pero sin la participación política de la sociedad civil ya sabemos a dónde va a parar la democracia.
Ejercer la soberanía de cada ciudadano desde el mundo de la política, a través de la representatividad de los partidos ya está experimentada; ejercer la soberanía desde el mundo de la empresa y de la economía también está ya experimentado; falta por experimentar a nivel de Nación el ejercicio de la soberanía desde la entera sociedad civil y no solo desde alguna de sus aristas. Por eso me atrevería a decir que la sociedad civil es el nuevo nombre de la democracia participativa (Cf. “Cuba: Hacia una nueva República desde la sociedad civil”. Santiago de Cuba, 28 de abril de 2002).
VII. Hacia una nueva visión económica: la economía social de mercado
Siguiendo en el itinerario de la visión futura sobre Cuba, se hace cada vez más evidente de que los modelos económicos aplicados a nuestra realidad se debaten entre dos pares dialécticos. Justicia y libertad.
Permítanme citar una breve frase del magisterio de Juan Pablo II en Cuba, diciendo que estas enseñanzas mantienen toda su vigencia y han adquirido 18 años después una urgencia inusitada. Dice el Papa en la Plaza José Martí:
“Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano inferior.”
Esos pares dialécticos pudieran ser resueltos pasando al diseño de una economía de mercado con cierta regulación estatal que salvaguarde las conquistas sociales tradicionales y devuelva a la maltrecha o casi inexistente economía cubana su dinámica propia, su eficacia y su eficiencia. No hay que olvidar que Cuba tenía el tercer lugar en el nivel de vida de los países latinoamericanos en el año 1959, pero también debemos recordar la encuesta realizada por la ACU (Agrupación Católica Universitaria) en la que se reflejaba la situación de las clases desfavorecidas, especialmente el campesinado cubano. Este ejercicio cívico de la ACU no podrá tildarse de sospechoso ni tendencioso. Para no regresar a eso ni quedarse momificado en una economía centralizada, estatizada y sometida al poder político, es necesario ir abriendo poco a poco, con orden, gradualidad y amplia participación de la sociedad civil el mundo de la pequeña y mediana empresa primero, el mundo de la grandes empresas después, el mundo de las finanzas y el comercio internacional, hasta que todo el mecanismo se ponga en marcha y se puedan ir ajustando y ampliando, cada vez más sus esferas de participación e intercambio con otros países, bloques y organismos internacionales. Así pasamos al próximo y último círculo concéntrico que, como vemos, parte de lo filosófico-personal y comunitario (como ciudadanos y como nación) y termina en las relaciones a nivel global y comunitario internacional (Cf. “Cuba: Hacia un desarrollo humano integral”. Aula "Fray Bartolomé de las Casas". Convento de los Padres Dominicos. La Habana, 27 de abril de 1995).
VIII.Una nueva visión de los MCS: las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TICs) y una ética personalista de los Medios
- Los MCS y las TICs deben asumir una ética personalista que conceda a la dignidad de la persona humana la primacía y el respeto irrestricto que merece.
- Nada en los MCS ni en las TICs debe ir contra la dignidad y los derechos de todos los seres humanos.
- El respeto a la privacidad y todos los demás derechos consagrados en los Pactos Internacionales deben regir y orientar la libertad de expresión y de prensa que es un derecho de la democracia pero que no puede, ni debe ir contra las libertades y los derechos de cada ciudadano.
IX.Una nueva visión de las relaciones internacionales: la interdependencia, la solidaridad, la justicia y la paz
“La independencia de los Estados no se puede concebir si no es en la interdependencia” (Juan Pablo II. Discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede. Enero de 2003).
Una propuesta concreta: una diplomacia que de primacía a la dignidad de la persona humana y a sus derechos inalienables.
Con relación al papel de los gobiernos, el discurso del Papa Benedicto XVI en la ONU deja clara la posición de la Iglesia y de la Santa Sede, por lo tanto de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), sobre “el deber de los Estados de cuidar a sus ciudadanos”. Dice textualmente:
“El reconocimiento de la unidad de la familia humana y la atención a la dignidad innata de cada hombre y mujer adquiere hoy un nuevo énfasis con el principio de la responsabilidad de proteger. Este principio ha sido definido solo recientemente, pero ya estaba implícitamente presente en los orígenes de las Naciones Unidas y ahora se ha convertido cada vez más en una característica de la actividad de la Organización. Todo Estado tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos, como también de las consecuencias de las crisis humanitarias, ya sean provocadas por la naturaleza o por el hombre."
Cuando los Estados sufren la ingobernabilidad o violan sistemáticamente los Derechos Humanos, entonces la solidaridad internacional debe jugar su papel de control. Las organizaciones internacionales, especialmente el Consejo de Seguridad de la ONU y las naciones con especial relación con el país dañado, tienen el derecho reconocido de intervención humanitaria y agotar todo recurso diplomático. El Papa Benedicto XVI lo deja bien claro en el citado discurso:
"Si los Estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales. La acción de la comunidad internacional y de sus instituciones…, no tiene por qué ser interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía. Al contrario, es la indiferencia o la falta de intervención lo que causa un daño real. Lo que se necesita es una búsqueda más profunda de los medios para prevenir y controlar los conflictos, explorando cualquier vía diplomática posible y prestando atención y estímulo también a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación” (ídem).
X. Un nuevo camino ético para Cuba
Todos y cada uno de los proyectos futuros que hemos esbozado deberían estar permeados e informados de una visión ética que sea fiel a las raíces nacionales que sembraron el Padre Félix Varela y el Apóstol de nuestra Independencia José Martí.
Espacio Abierto de la Sociedad Civil Cubana, la plataforma más incluyente que se ha logrado en Cuba hasta la fecha, estudió, debatió y aprobó "Un Camino Ético para Cuba" cuyo borrador había encargado al Centro de Estudios Convivencia. Ahora este camino ético tiene la aceptación de ese significativo espacio de consenso. Por tanto, lo queremos presentar como el espíritu aglutinador y espesante de toda la proyección futura de la "Cuba que queremos". A continuación el texto íntegro de esa visión ética:
UN CAMINO ÉTICO PARA LA SOCIEDAD CIVIL CUBANA
Como parte de la sociedad civil cubana independiente, consideramos que toda opción moral es una decisión estrictamente personal e intransferible, alejada de toda imposición. Reconocemos también que, por su carácter relacional, los ciudadanos buscan socializar e insertarse en comunidades que han recibido un humus sedimentado con valores y virtudes conocido como el ethos comunitario, sea familiar, grupal, nacional o internacional. Al consensuar un camino ético renunciamos a una moral dogmática, solo prohibitiva, de la frivolidad o el libertinaje. Optamos por una ética dialógica frente a una moral autoritaria, una ética que vincule intrínsecamente libertad y responsabilidad. Proponemos educarnos para asumir, en nuestros principios y en nuestras actitudes, el siguiente camino ético, enraizado en lo mejor de la herencia cultural cubana:
1. Reconocemos que la persona humana es la protagonista de su propia historia. Así mismo, la persona debe ser el principio, el centro y el fin de toda institución o proceso histórico. La persona humana no es un medio, ni puede ser un objeto en manos de otros, por tanto no debe ser manipulada para experimentos científicos, sociales, políticos ni económicos. Creemos que todos los seres humanos son iguales ante la ley y diversos por sus capacidades y opciones personales.
2. Debemos fomentar la coherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace. Todo compromiso personal, cívico y político, debe estar indisolublemente avalado por un comportamiento ético sin el cual toda acción individual o comunitaria pierde valor y sentido.
3. Cuba, es decir, la Nación entendida como la comunidad de todos sus ciudadanos en la Isla y en la Diáspora, su felicidad, libertad, su progreso y bien común, es la inspiración y el fin de toda acción cívica y política, desterrando intereses espurios. Consideramos que el sentido y el fin de nuestro compromiso ético para Cuba es la construcción en nuestro País de una convivencia pacífica, fecunda y próspera, más que una simple coexistencia de los diferentes o adversarios.
4. Optamos por los métodos pacíficos y la búsqueda de las soluciones no violentas tanto de los conflictos nacionales e internacionales, como de nuestras relaciones interpersonales. Optamos por el respeto absoluto de la vida humana y nos pronunciamos en contra de toda violencia y de la pena de muerte.
5. La discrepancia de opiniones y el debate político no deben dejar lugar a los ataques personales o grupales, ni a las descalificaciones denigrantes, ni a las difamaciones.
6. Creemos que el tener, el saber y el poder son para servir y que sin instituciones ágiles y honradas no hay gobernabilidad posible. Tenemos la convicción de que sin soberanía ciudadana no hay progreso, ni articulación, ni primacía de la gobernanza de la sociedad civil como interlocutora válida. Siendo la corrupción, la mentira y el excesivo interés material los principales enemigos del civismo en el mundo de hoy, como parte de la sociedad civil cubana independiente rechazamos estos males y optamos por la transparencia, el servicio a la verdad y la primacía de los valores espirituales.
7. Buscamos una ética de mínimos acordados mediante un proceso de construcción de consensos. Diferenciamos los procesos de diálogo y negociación. Por tanto, creemos que una ética de mínimos debe surgir de un diálogo que desemboque en acuerdos de consenso, mientras que de las negociaciones deben surgir los pactos específicos, que deben ser observados y cumplidos por las partes.
8. Una ética cívica de mínimos consensuados, es ya un logro de la humanidad pluralista. Su base es la dignidad plena y suprema de la persona humana, que se logra con el reconocimiento, la educación y defensa de todos sus Derechos para todos, proclamados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos acordados por la ONU en 1948 y que hacemos totalmente nuestra como inspiración y programa ético.
9. Nos adherimos a los tres valores fundamentales que resumieron los mejores anhelos de la humanidad: libertad, igualdad y fraternidad, y a sus correspondientes derechos. Los derechos llamados de primera generación exaltan el valor de la libertad: son los derechos civiles y políticos; los de segunda generación exaltan el valor de la igualdad: son los derechos económicos, sociales y culturales, así como los derechos de tercera generación exaltan el valor de la fraternidad universal como el derecho ecológico a un equilibrio sano del medio ambiente y el derecho a un mundo en paz.
10.En consecuencia, deseamos optar por: la inclusión y la participación democrática, la autoridad moral y no el autoritarismo, las propuestas y no las recetas, lo que se dice, es decir las ideas, más que quien lo dice, los programas y no solo los líderes. La unidad en la diversidad y no la uniformidad. Las convicciones racionales y no los fanatismos. La despenalización de las discrepancias y no las intolerancias. La descentralización y la subsidiaridad deben sustituir al centralismo y al totalitarismo. La ética debe primar sobre la técnica y la ciencia. El compromiso debe ganar a la indiferencia. Optamos por la eticidad de la política y de la economía, de la convivencia nacional y de las relaciones internacionales.
11.Este compromiso ético debe concretarse en actitudes y en acciones proactivas para sanar el daño antropológico y superar el analfabetismo cívico y político con un trabajo sistemático de empoderamiento ciudadano. Como rechazamos toda imposición moralista creemos que la educación es el único camino válido. Por eso orientamos nuestros esfuerzos hacia una educación liberadora de nosotros mismos y de toda alienación, para así poder dar nuestra contribución a la educación ética y cívica de todos los cubanos, inspirada en los Derechos Humanos y sus correspondientes Deberes Cívicos.
12.Los activistas cívicos y los políticos, o los intelectuales, no deberían ser los moralizadores de la sociedad. Ser elegido para representar no confiere autoridad moral sino compromiso político sometido al escrutinio y a la voluntad ciudadana. Creemos en la representatividad como servicio a la sociedad. Esta representatividad debe ser producto de la elección popular y limitada por el tiempo y la alternancia. La ética cívica la hace cada persona y a la comunidad le corresponde asentar, educar, promover y custodiar el humus de la eticidad de la nación abierta a lo universal, basados en los grandes valores de la verdad y de la libertad, de la justicia y del amor.
Al adoptar este camino ético deseamos identificar sus raíces en la eticidad de nuestros padres fundadores. La enseñanza del Apóstol José Martí nos recuerda que: "Por el amor se ve, con el amor se ve, es el amor quien ve". Creemos en la amistad cívica y en la reconciliación en que debe desembocar aquella justicia que el Maestro José de la Luz y Caballero llamó ese "sol del mundo moral". En fin, compartimos la convicción del Padre Félix Varela que nos enseña que: "No hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad".
La Habana, 25 de febrero de 2015.
162 aniversario de la muerte del Padre Félix Varela.
XI. Características de una nueva sociedad civil para Cuba
Teniendo en cuenta que es posible comenzar desde mucho tiempo antes del cambio político la reconstrucción de una sociedad civil sana, factor ella misma de la transición primero y de una auténtica democracia capilar, participativa y sistemática, después, vislumbramos, muy sucintamente, las características de ese entramado que debería conformar la sociedad civil en el siglo XXI cubano:
- Personalista y personalizadora:Es decir, que cada grupo, asociación, organización o movimiento de la sociedad civil salvaguarde y promueva la dignidad plena de la persona humana. Ponga a la persona, sus derechos y legítimas aspiraciones en el centro prioritario de su organización, funcionamiento y métodos. Que no sean organizaciones de “masas”, o simplemente “mercantiles”, sino que aspiren a ser formaciones de personas, grupos éticos, es decir, humanizados y humanizadores.
- Socializadora-con sentido comunitario:Es decir, que las personas puedan experimentar procesos de auténtica socialización, a través de dinámicas de integración, espacios de participación, libertad de expresión y asociación. Que las personas desarrollen un sentido de pertenencia y cultiven lazos de convivencia respetuosa, creativa y pacífica. Que no sean organizaciones o movimientos “sectarios” o cerrados, lo que no excluye que sean competitivos, pero que estén dispuestos a la solución pacífica de los conflictos, a la búsqueda de consensos y a la articulación flexible con otras organizaciones de la sociedad civil en la búsqueda integrada del bien común de toda la nación.
- Plural y pluralistas:Es decir, que se acepte la existencia de diversas organizaciones para un mismo fin, que se acepte como una riqueza que otros opten por asociaciones alternativas con los mismos objetivos. Que se trabaje para eliminar los monopolios de servicios o asociaciones. Que no se creen “consolidados” bajo el pretexto de ahorrar recursos materiales o humanos. Los “consolidados” (así nombran en Cuba a las organizaciones integradas en una, única y excluyente), el monopolio de un partido, los sindicatos unificados por la fuerza, han demostrado su ineficacia, la falta de iniciativas y de competencia y el desgaste rutinario. Las personas y los pueblos tienen derecho a escoger entre dos o más organizaciones que tengan los mismos fines, los mismos objetivos e incluso métodos similares. Presionar para uniformar y unificar es un proceso empobrecedor. Está demostrado. Una cosa es articular la unidad desde la diversidad y otra matar la diversidad para alcanzar la uniformidad. La pluralidad, es decir, la diversidad de organizaciones, es un hecho, un dato de la realidad, en una sociedad civil sana. El pluralismo es asumir que esa pluralidad es una riqueza y no un estorbo para el desarrollo de toda la sociedad. Cuba tiene demasiadas experiencias en ambos sentidos.
- Participativa y corresponsable:Es decir, que la formación de los grupos, asociaciones y movimientos de la sociedad civil debe hacerse desde una base profundamente democrática. La participación no debe ser ni de apoyo incondicional, ni manipulada, ni frenada por intereses espurios. La sociedad civil debe ser una escuela cotidiana de democracia participativa, de ejercicio libre del criterio, de la elección de los objetivos, los métodos, los dirigentes, de forma libre y responsable. La sociedad civil debe ser también escuela de corresponsabilidad, es decir, de responsabilidad compartida, de responsabilidad personal y comunitaria.
- Subsidiaria y solidaria:Es decir, las organizaciones de la sociedad civil deben respetar y cultivar el principio de la autogestión, haciendo todo y solo aquello que puedan hacer dichas organizaciones por sí mismas y solicitando subsidio o cooperación o solidaridad solamente en aquello que pueda demostrarse que no pueden asumir por sí mismas. Es una escuela de madurez cívica en que se fomenta la propia gestión y se evitan los paternalismos y dependencias financieras, humanas, legales, etc.
- No necesariamente enfrentada al Estado, ni necesariamente identificada con el mercado:Es decir, que la necesaria autonomía de las organizaciones intermedias no debe ser considerada como una amenaza para el Estado si este es democrático. El espacio de libertad que garantiza el derecho de asociación ciudadana y la búsqueda pluralista del bien común no necesariamente coloca a la sociedad civil como enemiga irreconciliable del Estado. Podríamos decir que, en la medida que el Estado es más democrático y transparente, crea un clima cívico y un marco legal que permite no solo la vida y el desarrollo de las organizaciones de la sociedad civil, sino que fomenta y acepta la cooperación o complementación de estas en la búsqueda del bien común. Esto no soslaya el carácter crítico y alternativo de esas organizaciones. Tampoco es bueno que, por oposición al Estado, el desarrollo de la sociedad civil se identifique ineludiblemente con las exigencias ciegas del Mercado. Es saludable para ambos Estado y Mercado- que la sociedad civil ejerza su papel de denuncia, crítica responsable, propuesta de alternativas y capacidad de iniciativa propia.
Es importante destacar esta última característica, sobre todo en países como Cuba, que viven aún en un régimen de raíz totalitaria. El enfrentamiento entre Estado y sociedad civil no viene, sobre todo, de esta última, sino del Estado que teme perder el control de todo y de todos.
Pérez Díaz presenta así la dinámica entre el Estado y la sociedad civil: “una teoría de la sociedad civil incorpora ambos ámbitos institucionales, y centra su atención en las relaciones que tienen lugar entre ellos. Sin duda el Estado puede jugar, o no, papeles importantes como proveedor de servicios, como aparato coercitivo, o como actor simbólico... Lo importante, sin embargo, es ser conscientes de que tal misión tiene límites, y de que existen unas fronteras, que hay que observar cuidadosamente, entre el Estado y la sociedad. La implicación del acto de señalar los límites del Estado es, por tanto, mostrar el potencial de la sociedad civil. Esto, como ya se ha dicho, no es un problema de “redescubrimiento” ideológico (como si el estado actual de los debates académicos requiriera hoy una vuelta a las teorías de la sociedad civil), sino una cuestión histórica. La evidencia parece demostrar que la nueva ola de instauración de democracias liberales en todas partes del mundo, la experimentación institucional con los mercados abiertos y las asociaciones voluntarias, e incluso, los términos en los que se discute hoy la lógica de las regulaciones estatales y del estado de bienestar, son fenómenos todos que apuntan en la dirección de un retorno, o reemergencia de la sociedad civil. Una sociedad civil que está, ciertamente, muy lejos de la caricatura que se hace de ella como una sociedad mercantil, compuesta por individuos egoístas, de horizontes estrechos, indiferentes al interés general.”[1]
Vale, por otra parte, destacar también el carácter solidario de la sociedad civil que esperamos para Cuba. En efecto, ya sea por el nuevo individualismo creciente debido a la necesidad de supervivencia, ya fuere por las influencias foráneas con sus corrientes egocentristas del “sálvese quien pueda”, ya sea incluso, por la teoría del péndulo en una sociedad donde se ha abusado del término solidaridad y se ha realizado una colectivización forzada, Cuba necesita reflexionar sobre un nuevo sentido de la solidaridad.
La globalización de la solidaridad es, por otra parte, una aspiración que permanece aún ambigua para los cubanos. No solo es necesario un discernimiento semántico sino ético de la solidaridad, es por ello que me parece muy apropiada la distinción que hace Adela Cortina, en su libro “La ética de la sociedad civil” cuando aclara:
“...el desarrollo de las virtudes y la identificación del propio yo, exigen una vida comunitaria integrada, frente a una existencia desarraigada: exigen que cada individuo enraíce en el humus de las tradiciones de una comunidad concreta. Estas comunidades constituyen, a mi juicio, lo que una ética dialógica del tipo de la ética discursiva llamaría una comunidad real de la comunicación... Sin embargo, quien se limite a vivir la solidaridad de que antes hablábamos en una comunidad concreta no trasciende los límites de una solidaridad grupal, que es incapaz, entre otras cosas, de posibilitar una vida democrática. Una democracia auténtica precisa ese tipo de solidaridad universalista de quienes, a la hora de decidir normas comunes, son capaces de ponerse en el lugar de cualquier otro. Lo cual significa, en definitiva, como bien dice Rawls, ser capaz de ponerse en el lugar del menos aventajado.”[2]
Esa solidaridad universalista, es decir, abierta y que trasciende las fronteras del propio grupo, de la propia ideología, del propio partido o religión, permite ejercer la crítica hacia dentro de la propia organización, de cara al bien común, y también permite deponer intereses partidistas o sectarios en beneficio de los menos aventajados. En Cuba, hoy, todos, ciudadanos y Estado, incipiente sociedad civil y Partido, logias e Iglesias, debemos formarnos en ese tipo de solidaridad universalista, pues durante mucho tiempo se han depuesto los derechos y proyectos incluyentes por proyectos y programas excluyentes y cerrados. También la Iglesia, como todas las organizaciones de la sociedad civil, debe preguntarse si depone la defensa profética de los derechos y la dignidad de los más desvalidos por conservar o ganar sus propios espacios interiores, agentes para su pastoral, permisos para sus procesiones, en fin, si no se siente tentada a preterir la defensa de la justicia y la libertad de los oprimidos por garantizar una cierta seguridad para crecer por dentro aunque sea con el noble fin de luego servir mejor al resto del pueblo.
Todas estas características perfilan ese nuevo rostro de la sociedad civil que desearíamos para Cuba. Debemos recordar una de las reflexiones más humanistas sobre este tema, presentada por Václav Havel, y que es la verdadera novedad de la República adulta y cívicamente madura que todos los cubanos debemos edificar en este siglo XXI:
“El aspecto más importante de la sociedad civil es otro. Permite a la gente realizarse. Los seres humanos no son solo fabricantes, hombres de negocio o consumidores. Son también -y esta es quizá su cualidad más íntima- personas que quieren estar con otras personas, que ansían formas diversas de convivir y cooperar, que quieren influir en lo que pasa a su alrededor. La gente quiere que se le aprecie por lo que aporta al entorno que le rodea. La sociedad civil es una de las formas clave en que podemos desplegar nuestra naturaleza humana en su totalidad.”[3]
Podemos decir que la República de Cuba puede y debe entrar en una etapa verdaderamente nueva, porque desde una sociedad civil autónoma, ética-personalizada, articulada en sentido comunitario, participativa y corresponsable, en la que se equilibren creativamente la solidaridad y la subsidiaridad, se puede acceder mejor al mundo de la política; porque los ciudadanos estarán mejor entrenados en la participación democrática y los líderes lo estarán mejor en los límites y el mutuo control de los poderes públicos, así como en el carácter de servicio de ese poder político.
Desde ese protagonismo de la sociedad civil se podrá acceder mejor al mundo de una economía de mercado con cierta regulación del Estado que fomente la justicia social, porque la iniciativa creadora y productiva se habrá entrenado en el seno de las organizaciones concretas y porque el sentido de comunidad aprendido en esas organizaciones permitirá abrir las meras reglas del mercado a una sensibilidad ética de solidaridad y subsidiaridad. Sin mercantilismo deshumanizantes, ni pragmatismos amorales.
La reconstrucción de una sociedad civil, plural y tolerante, permitirá a la nueva República acceder al mundo de la cultura desde la diversidad asumida y promovida como una riqueza cívica. El diálogo interétnico, la creación libre y el arte sin fronteras serán los verdaderos cimientos de la identidad nacional que no se parapeta ni en estrechos nacionalismos, ni en disolución acrítica en culturas hegemónicas.
Una República nueva, desde un protagonismo adulto de la sociedad civil, permite que las religiones e iglesias puedan tener un espacio real para “profesar la fe en ámbitos públicos reconocidos”, para que las Iglesias “puedan estimular las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad”[4] y puedan ejercer la caridad y el profetismo, servicios de verdad y promoción humana, que aportarían, a su vez, un ingrediente de purificación y renovación a la misma sociedad civil de la que la Iglesia forma parte y a la que está llamada a servir como fermento en la masa, como generadora de espacios de participación, como articuladora de redes de solidaridad y servicio, como red de redes, ella misma.
Incluso las relaciones internacionales de una República nueva encontrarían en una sociedad civil autónoma, abierta y solidaria, no solo un modelo a seguir en esos vínculos del servicio exterior, sino y sobre todo, caminos y lazos, puentes y apoyos para unas relaciones con el mundo diversificadas, plurales, fraternales y que vayan más allá de la diplomacia y las relaciones interestatales, para llegar a ser verdaderos vínculos de comunicación y solidaridad entre los pueblos y a todos los niveles de la sociedad civil.
Cada uno de los sectores de la sociedad pueden edificarse o renovarse desde esta nueva perspectiva de la primacía de la sociedad.
El 20 de mayo de 2016, los cubanos podremos ver, desde distinta óptica, que la nación devenida en República cumple 114 años. Algunos reivindicarán todo el pasado, y otros sólo un tramo del trayecto en que pudieron realizar sus sueños y proyectos. Unos dirán, con razón, que un siglo es poco para una República; y otros dirán, no sin razón, que se ha hecho menos de lo que podíamos hacer en esta primera centuria. Es, sin duda, mejor lanzar una mirada al futuro; sobre todo, pensar y pre-sentir el futuro.
Otear hacia delante nos permitirá también mirar hacia el pasado, para aprender de la historia, para arraigarnos en lo mejor del humus nacional, para tratar de no repetir los mismos errores.
Es muy urgente, ponerse a pensar en el futuro de Cuba, en el futuro inmediato y en el mediato. Pensar, escribir, diseñar, proyectar, concretar, pasar de lo académico a pequeñas obras que vayan aplicando la reflexión seria y acumulada. Pasar de la reflexión a los proyectos, sin dejar de madurar la reflexión, porque si no el caos o la arbitrariedad más egoísta y mercantil, o el oportunismo de turno, ocuparán el lugar que deje vacío el pensamiento más cercano a las tradiciones patrias y a la justicia social.
De igual modo, esa mirada hacia delante nos permite vivir el presente con mayor serenidad, sin amarguras ni nostalgias, sino con creativa esperanza.
Esa esperanza, en fin, debe convertirse en fuerza mística de nuestra vida y pasa por la efectiva reconstrucción del tejido de la sociedad civil de la entrañable República de Cuba.
(Este estudio ha sido realizado con información de la Conferencia de Dagoberto Valdés Hernández en la Universidad de Georgetown, Washington D.C. el 3 de junio de 2015).
[1]Ibídem. Pág. 135.
[2]Cortina , Adela. Hacer reforma. La ética de la sociedad civil. Grupo ANAYA, S.A., Madrid, 1994, pág. 135.
[3]Havel, Václac. “La sociedad civil es lo más legítimo de la democracia.” Revista Vitral, Año VIII. No. 45. Septiembre-octubre 2001, pág. 57.
[4]Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. Mensaje “Un cielo nuevo y una tierra nueva”. No. 51. Citando la Carta del Papa Juan Pablo II a los Obispos cubanos en el primer aniversario de su visita a Cuba. 22 de enero de 1999).