Una cuestión central que ha preocupado a los economistas a lo largo de la historia es el éxito económico de las naciones. Es decir, ¿por qué unos países crecen y se desarrollan mientras que otros languidecen y se atrasan? Un estudio reciente de McKinsey Global1, relativo al comportamiento de las economías emergentes ha destacado la relevancia que tienen las políticas públicas, la eficiencia del gobierno y el comportamiento de las empresas competitivas globales en la receta del éxito económico de las naciones. A ello me refiero en este post.
La importancia del crecimiento para contribuir a crear un clima favorable a la realización de los ahorros y las inversiones permitiendo a las empresas invertir, acumular capital, construir capacidad productiva y abrir el resto de la economía, se ha convertido en el eje principal de una visión compartida que está detrás del éxito económico de las naciones.
Lo más importante es que esta visión no ocurre de manera natural, automática, ni resulta fácil su aplicación, sino que depende de una agenda compartida de los responsables políticos con los dirigentes empresariales privados de los países, que establezca lo que se tiene que hacer, por ejemplo, estimular las exportaciones en un determinado sector de la economía, o situar los incentivos en el sitio correcto, promoviendo el impacto de la acción integrada de los distintos agentes para conseguir altos niveles de ahorro y de acumulación de capital en la economía.
¿Por dónde empezar? Parece evidente que lo primero es lograr elevadas tasas de ahorro y movilizar los recursos financieros de la gente hacia la inversión productiva. Para ello, se necesita aumentar el valor de los ahorros, de modo que si se ponen realmente a trabajar puedan producir un incremento significativo de la riqueza en el futuro. De igual modo, hay que garantizar la seguridad de los ahorros, para que puedan salir de debajo del colchón con tranquilidad y pasar a instituciones crediticias transparentes, competentes y seguras.
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613.000 millones de dólares. Una cifra que se convirtió en la mayor quiebra de la historia. Cuando faltan apenas dos semanas para el décimo aniversario de aquel percance económico, del que fuera cuarto banco de inversión de Estados Unidos, podría resultar interesante realizar unas reflexiones sobre el tiempo transcurrido, lo que hemos aprendido, las consecuencias de aquellos acontecimientos, y finalmente concluir si la economía mundial en la actualidad está mejor preparada para afrontar crisis sistémicas, o por el contrario, persiste la debilidad y en cualquier momento puede surgir una crisis financiera generalizada de efectos similares.