Negociando con dictadores y criminales – Lecciones históricas
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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Negociando con dictadores y criminales – Lecciones históricas
29 Aug 2017 20:17 - 29 Aug 2017 21:05
Es demoledor el artículo publicado por Carlos Espinosa Domínguez, como columnista invitado en la Sección de Economía y Sociedad de esta revista cibernética, titulado “
El Terror de Estado
”, en el cual se concentra en la espantosa marea de crímenes del estalinismo durante sus 30 años de dictadura terrorista, la cual superó con creces al Holocausto y a los muchos otros crímenes de su homólogo en el campo del socialismo extremista, el nazismo.
Este es sólo uno de los aspectos de los genocidios y otros crímenes cometidos por el socialismo científico (marxista, comunista, maoísta o castrista) y por el socialismo nacionalista (nazismo y fascismo), que superan con crecen todos los espantos que nos cuenta la historia en épocas pretéritas.
Aunque el estalinismo superó los crímenes de Hitler y Mussolini, no sólo en número sino en proporción de las poblaciones respectivas, palidece como régimen de terror frente al infierno maoísta , que se prolongó mucho más allá de sus 27 años de dictadura en las personas de sus herederos más inmediatos en el poder.
Al estilo de violencia política que años después revivió Pol Pot (Saloth Sar) en Cambodia, Mao fue autor de la hoy conocida como “Gran Hambruna de Mao”, que fue el resultado de la movilización masiva de aldeanos y campesinos a comunas gigantes para edificar un utópico paraíso colectivizado, quienes perdían sus hogares, sus tierras, sus pertenencias, sus tradicionales medios de sustento, para trabajar como esclavos bajo la coacción y la violencia del gobierno comunista.
Este “experimento” con seres humanos provocó la muerte de, por lo menos, 45 millones de chinos, no sólo por el hambre y el colapso del engranaje económico, sino también por la cruel represión a cuantos osaban resistirse o quejarse. A este horroroso experimento lo llamó Mao “El Gran Salto Adelante”. Pese a sus terribles resultados, Fidel Castro (quizás inspirado por Ernesto “Che” Guevara) no tuvo reparos en realizar “experimentos” semejantes en Cuba, que también costaron muchas vidas y creciente miseria, ni Pol Pot aprendió tampoco la lección sino que la aplicó con todavía mayor crueldad en una Cambodia, convertída en “Kampuchea Democrática”, al costo de dos millones de muertos.
A esto se suma el terror que en años subsiguientes desató el "Gran timonel" Mao con la “Gran Revolución Cultural”, que se extendió durante 10 años tenebrosos hasta 1976. Esta “Revolución” fue una sentencia de muerte para muchos millones más, además de los millones de encarcelados, defenestrados o desterrados a zonas rurales para realizar trabajos forzados en las comunas.
Es casi imposible contabilizar el número de muertos que provocó el socialismo maoísta en su propio país (sin contar los provocados por las guerras contra los nacionalistas o contra los aliados en Corea). Pero los cálculos duplican las provocadas por Stalin y quintuplican las provocadas por Hitler y Mussolini. Algunas cifras conservadoras señalan que fueron por lo menos 65 millones de muertos.
No obstante, los cantos de sirena del socialismo científico y el marxismo “moderado” siguen adormeciendo el sentido común de quienes respaldan ambiciones extremistas en América Latina bajo los lemas populistas del “Socialismo del Siglo XXI”, inspirado por los hermanos Castro y secundado por tantos que abrazan los lineamientos utópicos que propaga el Foro de São Paulo desde su fundación en 1990 por Fidel Castro y Luiz Inácio Lula da Silva.
Otros hay que creen posible “dialogar”, “negociar” y llegar a soluciones pacíficas con tiranos de la calaña de Kim Jong-un, Raúl Castro o Nicolás Maduro, o con guerrilleros criminales que aspiran al poder asesinando, secuestrando y violando los derechos de sus semejantes. No han aprendido las lecciones que a trastazos dejó para la historia Neville Chamberlain en sus “acuerdos” con Hitler, o Franklyn Delano Roosevelt en su amable entrega de media Europa al “benévolo tío Stalin”.
Esta búsqueda imaginaria de soluciones pacíficas con soberbios tiranos “para evitar la guerra y pérdida de vidas” o “para proteger a nuestros muchachos y nuestros pueblos”, termina en una carnicería todavía mayor cuando el enemigo se cree suficientemente fuerte para desatar nuevas aventuras y experimentos.
Ojalá que los potentados de la política escarmienten a tiempo en este intrincado siglo XXI.
Este es sólo uno de los aspectos de los genocidios y otros crímenes cometidos por el socialismo científico (marxista, comunista, maoísta o castrista) y por el socialismo nacionalista (nazismo y fascismo), que superan con crecen todos los espantos que nos cuenta la historia en épocas pretéritas.
Aunque el estalinismo superó los crímenes de Hitler y Mussolini, no sólo en número sino en proporción de las poblaciones respectivas, palidece como régimen de terror frente al infierno maoísta , que se prolongó mucho más allá de sus 27 años de dictadura en las personas de sus herederos más inmediatos en el poder.
Al estilo de violencia política que años después revivió Pol Pot (Saloth Sar) en Cambodia, Mao fue autor de la hoy conocida como “Gran Hambruna de Mao”, que fue el resultado de la movilización masiva de aldeanos y campesinos a comunas gigantes para edificar un utópico paraíso colectivizado, quienes perdían sus hogares, sus tierras, sus pertenencias, sus tradicionales medios de sustento, para trabajar como esclavos bajo la coacción y la violencia del gobierno comunista.
Este “experimento” con seres humanos provocó la muerte de, por lo menos, 45 millones de chinos, no sólo por el hambre y el colapso del engranaje económico, sino también por la cruel represión a cuantos osaban resistirse o quejarse. A este horroroso experimento lo llamó Mao “El Gran Salto Adelante”. Pese a sus terribles resultados, Fidel Castro (quizás inspirado por Ernesto “Che” Guevara) no tuvo reparos en realizar “experimentos” semejantes en Cuba, que también costaron muchas vidas y creciente miseria, ni Pol Pot aprendió tampoco la lección sino que la aplicó con todavía mayor crueldad en una Cambodia, convertída en “Kampuchea Democrática”, al costo de dos millones de muertos.
A esto se suma el terror que en años subsiguientes desató el "Gran timonel" Mao con la “Gran Revolución Cultural”, que se extendió durante 10 años tenebrosos hasta 1976. Esta “Revolución” fue una sentencia de muerte para muchos millones más, además de los millones de encarcelados, defenestrados o desterrados a zonas rurales para realizar trabajos forzados en las comunas.
Es casi imposible contabilizar el número de muertos que provocó el socialismo maoísta en su propio país (sin contar los provocados por las guerras contra los nacionalistas o contra los aliados en Corea). Pero los cálculos duplican las provocadas por Stalin y quintuplican las provocadas por Hitler y Mussolini. Algunas cifras conservadoras señalan que fueron por lo menos 65 millones de muertos.
No obstante, los cantos de sirena del socialismo científico y el marxismo “moderado” siguen adormeciendo el sentido común de quienes respaldan ambiciones extremistas en América Latina bajo los lemas populistas del “Socialismo del Siglo XXI”, inspirado por los hermanos Castro y secundado por tantos que abrazan los lineamientos utópicos que propaga el Foro de São Paulo desde su fundación en 1990 por Fidel Castro y Luiz Inácio Lula da Silva.
Otros hay que creen posible “dialogar”, “negociar” y llegar a soluciones pacíficas con tiranos de la calaña de Kim Jong-un, Raúl Castro o Nicolás Maduro, o con guerrilleros criminales que aspiran al poder asesinando, secuestrando y violando los derechos de sus semejantes. No han aprendido las lecciones que a trastazos dejó para la historia Neville Chamberlain en sus “acuerdos” con Hitler, o Franklyn Delano Roosevelt en su amable entrega de media Europa al “benévolo tío Stalin”.
Esta búsqueda imaginaria de soluciones pacíficas con soberbios tiranos “para evitar la guerra y pérdida de vidas” o “para proteger a nuestros muchachos y nuestros pueblos”, termina en una carnicería todavía mayor cuando el enemigo se cree suficientemente fuerte para desatar nuevas aventuras y experimentos.
Ojalá que los potentados de la política escarmienten a tiempo en este intrincado siglo XXI.
Last edit: 29 Aug 2017 21:05 by Gerardo E. Martínez-Solanas.
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