Cuando las Democracias flaquean
- José Azel
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Cuando las Democracias flaquean
17 Jul 2017 14:39
Las democracias terminan cuando se hacen demasiado democráticas. Es el argumento central de Andrew Sullivan en un vitriólico artículo preelectoral anti Trump en The New York Magazine (Mayo 2016). Sullivan, a quien la revista Forbes clasifica entre “Los 25 liberales más influyentes en la prensa de EEUU”, sustenta su ampuloso caso en lecturas retorcidas de Platón y los Padres Fundadores.
El artículo alerta que en nuestros tiempos “híperdemocráticos”, mientras la autoridad de las élites se desvanece los valores del establishment ceden ante los populares; el componente emocional de la política se inflama, y la razón retrocede porque la élite tiene menos árbitros que establezcan lo que sea cierto o relevante. Concluye que necesitamos élites para proteger la democracia de sus propios excesos desestabilizadores, y pretende medidas antidemocráticas para salvar la democracia de sí misma.
La democracia está en crisis, pero la causa no es “demasiada democracia” como señala Sullivan. El Índice Democracia 2016, informe anual del estado mundial de la democracia, ofrece los datos. El Índice califica los países en cinco categorías: procesos electorales, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación política, y cultura política. Basado en las calificaciones, cada país es clasificado como totalmente democrático, democracia defectuosa, régimen híbrido, o estado autoritario.
Durante los últimos diez años 81 de 167 países cubiertos por el Índice (48.5%) han decaído en sus calificaciones democráticas. Actualmente solo el 4.5% de la población mundial, en 19 países, puede decirse que vive en democracia total. En 2016, por primera vez, EEUU fue degradado a “democracia defectuosa” porque la confianza en las instituciones públicas declinó durante la administración Obama.
El Índice de este año, titulado “La venganza de los deplorables”, destaca cómo las clases políticas en Europa y EEUU perdieron contacto con la población que representan y a menudo expresan desprecio hacia partes del electorado: “Puedes colocar la mitad de los seguidores de Trump en lo que yo llamo cesto de deplorables. ¿Entiendes? El racista, sexista, homofóbico, xenófobo, islamófobo, dilo como quieras…” (Hillary Clinton, septiembre 2016).
Encuestas de Pew Research, Gallup, Eurobarómetro, Sondeo de Valores Mundiales, y otras, documentan un creciente déficit de confianza en las élites políticas. Es decir, desconfianza en los gobiernos, partidos políticos, políticos, prensa, etc. Según Pew, solo 19% de los norteamericanos cree que el gobierno hace lo correcto “siempre o la mayor parte del tiempo”. La erosión de la confianza pública cayó del 77% en 1964. Hoy la mayoría de los americanos (55%) piensan que los ciudadanos comunes “harían mejor trabajo resolviendo problemas” que los oficiales electos.
El Índice utiliza el voto del Brexit en junio del 2016 en Inglaterra y las elecciones de noviembre en EEUU para fundamentar que ambos votos representaron una rebelión contra las élites izquierdistas desenfocadas. Esos votos muestran que “sociedades marginadas y votantes olvidados, muchas veces trabajadores y obreros, no comparten los mismos valores que la élite política dominante…”
Sin embargo, muchos en las élites izquierdistas políticas consideran el voto del Brexit y la elección de Trump “solamente estallidos de emociones primarias y expresiones viscerales de nacionalismo estrecho”. En vez de buscar entender las causas del rechazo popular al establishment político, las élites izquierdistas pretenden deslegitimar los resultados del Brexit y Trump menospreciando los valores de quienes los apoyaron.
Las élites políticas no logran ver nada alentador en el creciente compromiso político de personas comunes. Algunos incluso cuestionan por qué debería tolerarse que ciudadanos comunes participen en decisiones importantes como la pertenencia de Inglaterra a la Unión Europea. Para las élites, la creciente participación popular es una amenaza a la democracia.
Cierto, los Padres Fundadores, concientes de las turbulentas experiencias de Roma y Grecia, temían a la democracia. Pero también entendieron que los desacuerdos son también libertad. En palabras de Madison: “Libertad es al disenso lo que el aire al fuego”. Rechazar las élites políticas no es amenaza, sino vindicación de la democracia.
La respuesta a lo que ha sido llamado “recesión democrática” no son medidas antidemocráticas. Las democracias no terminan, como defiende Mr. Sullivan, cuando resultan “demasiado democráticas”. Las democracias flaquean cuando el pueblo es excluido.
El artículo alerta que en nuestros tiempos “híperdemocráticos”, mientras la autoridad de las élites se desvanece los valores del establishment ceden ante los populares; el componente emocional de la política se inflama, y la razón retrocede porque la élite tiene menos árbitros que establezcan lo que sea cierto o relevante. Concluye que necesitamos élites para proteger la democracia de sus propios excesos desestabilizadores, y pretende medidas antidemocráticas para salvar la democracia de sí misma.
La democracia está en crisis, pero la causa no es “demasiada democracia” como señala Sullivan. El Índice Democracia 2016, informe anual del estado mundial de la democracia, ofrece los datos. El Índice califica los países en cinco categorías: procesos electorales, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación política, y cultura política. Basado en las calificaciones, cada país es clasificado como totalmente democrático, democracia defectuosa, régimen híbrido, o estado autoritario.
Durante los últimos diez años 81 de 167 países cubiertos por el Índice (48.5%) han decaído en sus calificaciones democráticas. Actualmente solo el 4.5% de la población mundial, en 19 países, puede decirse que vive en democracia total. En 2016, por primera vez, EEUU fue degradado a “democracia defectuosa” porque la confianza en las instituciones públicas declinó durante la administración Obama.
El Índice de este año, titulado “La venganza de los deplorables”, destaca cómo las clases políticas en Europa y EEUU perdieron contacto con la población que representan y a menudo expresan desprecio hacia partes del electorado: “Puedes colocar la mitad de los seguidores de Trump en lo que yo llamo cesto de deplorables. ¿Entiendes? El racista, sexista, homofóbico, xenófobo, islamófobo, dilo como quieras…” (Hillary Clinton, septiembre 2016).
Encuestas de Pew Research, Gallup, Eurobarómetro, Sondeo de Valores Mundiales, y otras, documentan un creciente déficit de confianza en las élites políticas. Es decir, desconfianza en los gobiernos, partidos políticos, políticos, prensa, etc. Según Pew, solo 19% de los norteamericanos cree que el gobierno hace lo correcto “siempre o la mayor parte del tiempo”. La erosión de la confianza pública cayó del 77% en 1964. Hoy la mayoría de los americanos (55%) piensan que los ciudadanos comunes “harían mejor trabajo resolviendo problemas” que los oficiales electos.
El Índice utiliza el voto del Brexit en junio del 2016 en Inglaterra y las elecciones de noviembre en EEUU para fundamentar que ambos votos representaron una rebelión contra las élites izquierdistas desenfocadas. Esos votos muestran que “sociedades marginadas y votantes olvidados, muchas veces trabajadores y obreros, no comparten los mismos valores que la élite política dominante…”
Sin embargo, muchos en las élites izquierdistas políticas consideran el voto del Brexit y la elección de Trump “solamente estallidos de emociones primarias y expresiones viscerales de nacionalismo estrecho”. En vez de buscar entender las causas del rechazo popular al establishment político, las élites izquierdistas pretenden deslegitimar los resultados del Brexit y Trump menospreciando los valores de quienes los apoyaron.
Las élites políticas no logran ver nada alentador en el creciente compromiso político de personas comunes. Algunos incluso cuestionan por qué debería tolerarse que ciudadanos comunes participen en decisiones importantes como la pertenencia de Inglaterra a la Unión Europea. Para las élites, la creciente participación popular es una amenaza a la democracia.
Cierto, los Padres Fundadores, concientes de las turbulentas experiencias de Roma y Grecia, temían a la democracia. Pero también entendieron que los desacuerdos son también libertad. En palabras de Madison: “Libertad es al disenso lo que el aire al fuego”. Rechazar las élites políticas no es amenaza, sino vindicación de la democracia.
La respuesta a lo que ha sido llamado “recesión democrática” no son medidas antidemocráticas. Las democracias no terminan, como defiende Mr. Sullivan, cuando resultan “demasiado democráticas”. Las democracias flaquean cuando el pueblo es excluido.
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