El regreso de los caudillos
- Rosa Townsend
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El regreso de los caudillos
26 May 2016 21:05
Ya no es impensable que las democracias occidentales sean sustituidas por autocracias. Y, además, por libre decisión de los votantes. El proceso está en marcha en casi toda Europa y en Estados Unidos (vía Trump), impulsado por la ola de autoritarismo que recorre el mundo, con Rusia y China a la cabeza promoviendo sus sistemas represivos como alternativa al nuestro de (todavía) derechos y libertades.
Bajo la fórmula “te quito libertad pero a cambio te ofrezco prosperidad y seguridad” dictaduras como la china se han legitimado. Y parece ser que es la que quieren imitar los actuales aspirantes a caudillo, explotando la ansiedad económica que cunde en Europa y USA tras la crisis de 2008, y la xenofobia que ha desatado en busca de culpables.
Sin ir más lejos es la táctica que esta semana en Europa (desde donde esto escribo) a punto ha estado de entregarle la presidencia de Austria a la extrema derecha. A sólo 0.6% del triunfo ha quedado el irónicamente llamado “Partido de la Libertad” (FPÖ por sus siglas en alemán). Algo insólito desde la Segunda Guerra que un partido seudo-nazi haya rozado el poder. Presagiando –junto a otras victorias de autócratas en Francia, Hungría, Alemania, etc.– el signo de los tiempos.
Un recordatorio de lo que ya Platón o John Adams nos advirtieron: que las democracias no son eternas, pasado un tiempo se suicidan. Con los votos de quienes apoyan a déspotas, asumiendo que el metabolismo de la democracia es capaz de asimilarlos. Nunca ha sido así. El arco de la historia siempre se ha inclinado hacia las tiranías.
Y ahora estamos entrando en la curva de descenso de ese arco. Un cambio de era. Un nuevo paradigma. En 1989 creímos esperanzados que la caída del Muro de Berlín y el efecto dominó que desplomó otras dictaduras representaba el “fin de la historia”, el triunfo de la democracia liberal frente al totalitarismo. Aquel sueño tiene hoy trazas de voltearse. Por razones que ni los grandes politólogos y académicos acaban de dilucidar, hoy muchas gentes (sobre todo las clases medias de bajo nivel educativo) quieren gobernantes fuertes. Que les hagan sentirse seguros ante las crisis y amenazas, sean reales o percibidas. Es el miedo. Que siempre ha sido el responsable de los vaivenes de la Humanidad.
El miedo de sociedades a las que el confort y el “exceso” de democracia ha hecho vulnerables ante el primer populista autoritario que les venda la Luna, como bien dice Andrew Sullivan en su excelente ensayo “Democracies end when they are too democratic: now America is a breeding ground for tyranny”.
Pero no sólo en América y no sólo Sullivan alerta del peligro de tiranías. Son muchos los observadores expertos que nos vienen advirtiendo desde 2009 de la “recesión” democrática global. Sólo por citar algunos notables análisis: el libro Democracy in decline? de varios autores, incluidos Robert Kagan y Larry Diamond. O el esclarecedor compendio de Joshua Kurlantzick: Democracy in Retreat: The Revolt of the Middle Class and the Worldwide Decline of Representative Government.
Y dando marcha atrás en el tiempo, ya a mediados de los 70, el político alemán más influyente desde la Segunda Guerra, el canciller Willy Brandt, pronosticó: “A Europa Occidental no le quedan más de 20 o 30 años de de democracia; después se deslizará en punto muerto hacia un mar de dictaduras”.
Lo dijo Brandt con la experiencia a cuestas de dos períodos de autoritarismo en el Viejo Continente: las dictaduras fascistas de los años 30 y las comunistas de los 50 y 60. La democracia prosperó después gracias en gran parte a la hegemonía de Estados Unidos. Otros países querían emular a la primera potencia.
La crisis del 2008 cambió las tornas. Reveló la debilidad de los sistemas occidentales y socavó la confianza. La gente se desilusionó. Y mientras tanto la dictadura china seguía rompiendo el monopolio democrático del progreso y aumentando su influencia. Putín consolidaba su mano dura y su imperialismo expansionista sin que nadie le detuviera. En Japón, Shinzo Abe da muestra de autoritarismo y le funciona. Lo mismo que Narendra Modi en la India o Recep Tayyip Erdogan en Turquía. Todos países claves en la geopolítica global.
En tal panorama, EEUU y Europa han perdido atractivo como modelos a imitar. Y obligados a priorizar el arreglo de sus problemas domésticos, han perdido también ímpetu para exportar democracia. E incluso para cuidar la propia. Este es el mayor peligro. La razón por la que proliferan en su seno los caudillos, que en Europa son de extrema derecha en países del centro y norte, y de izquierda en los del sur. Y en EEUU sólo hay uno: Trump.
La democracia nació en Atenas pero tras su caída en el año 400 a.C. estuvo dormida por 2,000 años hasta la Ilustración. Desde entonces ha despertado de forma intermitente, con más noches que días. Sólo ha habido en la historia un foco permanente de democracia: EEUU tras su revolución en el siglo XVIII. Si este faro se apaga a manos de Trump sería el fin de la historia.
Bajo la fórmula “te quito libertad pero a cambio te ofrezco prosperidad y seguridad” dictaduras como la china se han legitimado. Y parece ser que es la que quieren imitar los actuales aspirantes a caudillo, explotando la ansiedad económica que cunde en Europa y USA tras la crisis de 2008, y la xenofobia que ha desatado en busca de culpables.
Sin ir más lejos es la táctica que esta semana en Europa (desde donde esto escribo) a punto ha estado de entregarle la presidencia de Austria a la extrema derecha. A sólo 0.6% del triunfo ha quedado el irónicamente llamado “Partido de la Libertad” (FPÖ por sus siglas en alemán). Algo insólito desde la Segunda Guerra que un partido seudo-nazi haya rozado el poder. Presagiando –junto a otras victorias de autócratas en Francia, Hungría, Alemania, etc.– el signo de los tiempos.
Un recordatorio de lo que ya Platón o John Adams nos advirtieron: que las democracias no son eternas, pasado un tiempo se suicidan. Con los votos de quienes apoyan a déspotas, asumiendo que el metabolismo de la democracia es capaz de asimilarlos. Nunca ha sido así. El arco de la historia siempre se ha inclinado hacia las tiranías.
Y ahora estamos entrando en la curva de descenso de ese arco. Un cambio de era. Un nuevo paradigma. En 1989 creímos esperanzados que la caída del Muro de Berlín y el efecto dominó que desplomó otras dictaduras representaba el “fin de la historia”, el triunfo de la democracia liberal frente al totalitarismo. Aquel sueño tiene hoy trazas de voltearse. Por razones que ni los grandes politólogos y académicos acaban de dilucidar, hoy muchas gentes (sobre todo las clases medias de bajo nivel educativo) quieren gobernantes fuertes. Que les hagan sentirse seguros ante las crisis y amenazas, sean reales o percibidas. Es el miedo. Que siempre ha sido el responsable de los vaivenes de la Humanidad.
El miedo de sociedades a las que el confort y el “exceso” de democracia ha hecho vulnerables ante el primer populista autoritario que les venda la Luna, como bien dice Andrew Sullivan en su excelente ensayo “Democracies end when they are too democratic: now America is a breeding ground for tyranny”.
Pero no sólo en América y no sólo Sullivan alerta del peligro de tiranías. Son muchos los observadores expertos que nos vienen advirtiendo desde 2009 de la “recesión” democrática global. Sólo por citar algunos notables análisis: el libro Democracy in decline? de varios autores, incluidos Robert Kagan y Larry Diamond. O el esclarecedor compendio de Joshua Kurlantzick: Democracy in Retreat: The Revolt of the Middle Class and the Worldwide Decline of Representative Government.
Y dando marcha atrás en el tiempo, ya a mediados de los 70, el político alemán más influyente desde la Segunda Guerra, el canciller Willy Brandt, pronosticó: “A Europa Occidental no le quedan más de 20 o 30 años de de democracia; después se deslizará en punto muerto hacia un mar de dictaduras”.
Lo dijo Brandt con la experiencia a cuestas de dos períodos de autoritarismo en el Viejo Continente: las dictaduras fascistas de los años 30 y las comunistas de los 50 y 60. La democracia prosperó después gracias en gran parte a la hegemonía de Estados Unidos. Otros países querían emular a la primera potencia.
La crisis del 2008 cambió las tornas. Reveló la debilidad de los sistemas occidentales y socavó la confianza. La gente se desilusionó. Y mientras tanto la dictadura china seguía rompiendo el monopolio democrático del progreso y aumentando su influencia. Putín consolidaba su mano dura y su imperialismo expansionista sin que nadie le detuviera. En Japón, Shinzo Abe da muestra de autoritarismo y le funciona. Lo mismo que Narendra Modi en la India o Recep Tayyip Erdogan en Turquía. Todos países claves en la geopolítica global.
En tal panorama, EEUU y Europa han perdido atractivo como modelos a imitar. Y obligados a priorizar el arreglo de sus problemas domésticos, han perdido también ímpetu para exportar democracia. E incluso para cuidar la propia. Este es el mayor peligro. La razón por la que proliferan en su seno los caudillos, que en Europa son de extrema derecha en países del centro y norte, y de izquierda en los del sur. Y en EEUU sólo hay uno: Trump.
La democracia nació en Atenas pero tras su caída en el año 400 a.C. estuvo dormida por 2,000 años hasta la Ilustración. Desde entonces ha despertado de forma intermitente, con más noches que días. Sólo ha habido en la historia un foco permanente de democracia: EEUU tras su revolución en el siglo XVIII. Si este faro se apaga a manos de Trump sería el fin de la historia.
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