¿Por qué está el mundo como está?
- Ariel Hidalgo
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¿Por qué está el mundo como está?
28 Nov 2015 19:25
Siempre ha habido epidemias, guerras, crímenes y hambrunas, y siempre los períodos de desestabilización han dado lugar a desequilibrios psicológicos y morales entre los seres humanos. ¿No hubo acaso una crisis en el siglo V que derrumbó al imperio más poderoso de todos los tiempos? ¿No hubo en la Edad Media una epidemia tan mortífera que redujo significativamente la población de casi toda Europa? Y más recientemente, ¿no hubo dos guerras mundiales que involucraron de una forma u otra a casi todos los países del planeta? Cierto, nuestra realidad es conflictiva. Sólo que hoy, en los últimos treinta años, todos los conflictos, en todos los órdenes, se han juntado para generar lo que podríamos calificar de “la madre de todas las crisis”. ¿Por qué ocurre esto? La respuesta, en pocas palabras, podría ser ésta: Nos encontramos en medio de una revolución civilizatoria, el fin de una civilización global planetaria y el nacimiento de otra.
Paradójicamente, la humanidad ha logrado avances científicos y tecnológicos en todos los campos como nunca habrían soñado nuestros bisabuelos. ¿Pero de qué ha servido ese desarrollo que no ha podido evitar todos esos grandes males que hoy azotan a nuestro planeta? Por el contrario, la otra cara de “las fuerzas productivas” son las fuerzas destructivas, que no consisten sólo en técnicas cuyo objetivo es matar, como las armas bélicas o las que han servido para matanzas de personas inocentes en lugares públicos, ni en accidentes aéreos y automovilísticos que en conjunto, cada año, son más mortíferos que cualquier guerra, ni siquiera en catastróficos accidentes medioambientales como la explosión de la plataforma Deepwater Horizon, sino además, el efecto paralelo de la producción: talas de bosques, exterminios de especies con fines comerciales, contaminación de la atmósfera y las aguas por desechos industriales, calentamiento global que ha desatado huracanes devastadores y derretimiento de los glaciares que amenaza con hundir bajo las aguas, puertos, ciudades y provincias enteras en todo el planeta, y por otra parte, desplazamiento de mano de obra con la consecuencia de altos índices de desempleo.
¿Pero es el automatismo en sí mismo lo pernicioso, lo que desplaza y hunde en la miseria a millones de seres humanos? La respuesta afirmativa a esta pregunta condujo a Theodore Kaczynski (Unabomber) a acciones terroristas, no sólo contra la tecnología, sino incluso, contra toda la sociedad industrial, por considerar que “la Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana”. Pero ni siquiera John Zerzan, en cuyas publicaciones se inspirara Unabomber, atribuye la gran crisis a la tecnología como factor fundamental sino a elementos culturales. Igualmente la antropóloga Riane Eisler, que habla de “tecnologías diseñadas para destruir y dominar”, establece una distinción entre la tecnología per se y el “énfasis” que la actual civilización patriarcal le imprime. Un analista alemán definía la mentalidad predominante como “lógica destructiva”. Esto es, no se trata de que la mecanización conduzca a desplazar personal, sino de una mentalidad que determina que el poder creativo del ser humano se convierta dramáticamente en una fuerza aniquiladora.
Esa mentalidad predominó durante varios milenios, pero el bajo desarrollo tecnológico no permitía unos efectos tan catastróficos como en el presente. Culpamos a la tecnología porque vemos que en la medida en que fue desarrollándose, se evidenció un deterioro cada vez mayor del medioambiente. Sin embargo no implicaría un grave riesgo sin el contacto con ese elemento exterior ajeno a ella misma: el paradigma civilizatorio patriarcal, un conjunto de principios que han deformado el verdadero sentido de la vida humana y otorga al hombre poder absoluto sobre los recursos naturales. La contradicción entre el alto grado de las fuerzas destructivas y el paradigma civilizatorio, pone en crisis a la civilización al poner en peligro la vida del planeta y genera los cimientos de una conciencia nueva y en consecuencia las bases de un nuevo paradigma.
Vivimos una época tan trascendental como lo fue el tránsito, hace miles de años, del matriarcado al patriarcado, de la Era de la Madre a la Era del Padre. Ahora de lo que se trata es de transitar a la Era del Hijo. El enfrentamiento principal es entre quienes se oponen al cambio y quienes lo favorecen, y ambos se encuentran en todos los pueblos y todas las religiones. Estamos asistiendo, al mismo tiempo, a los estertores de un moribundo y a los dolores de parto de una nueva civilización.
Concordiaencuba@outlook.com
Paradójicamente, la humanidad ha logrado avances científicos y tecnológicos en todos los campos como nunca habrían soñado nuestros bisabuelos. ¿Pero de qué ha servido ese desarrollo que no ha podido evitar todos esos grandes males que hoy azotan a nuestro planeta? Por el contrario, la otra cara de “las fuerzas productivas” son las fuerzas destructivas, que no consisten sólo en técnicas cuyo objetivo es matar, como las armas bélicas o las que han servido para matanzas de personas inocentes en lugares públicos, ni en accidentes aéreos y automovilísticos que en conjunto, cada año, son más mortíferos que cualquier guerra, ni siquiera en catastróficos accidentes medioambientales como la explosión de la plataforma Deepwater Horizon, sino además, el efecto paralelo de la producción: talas de bosques, exterminios de especies con fines comerciales, contaminación de la atmósfera y las aguas por desechos industriales, calentamiento global que ha desatado huracanes devastadores y derretimiento de los glaciares que amenaza con hundir bajo las aguas, puertos, ciudades y provincias enteras en todo el planeta, y por otra parte, desplazamiento de mano de obra con la consecuencia de altos índices de desempleo.
¿Pero es el automatismo en sí mismo lo pernicioso, lo que desplaza y hunde en la miseria a millones de seres humanos? La respuesta afirmativa a esta pregunta condujo a Theodore Kaczynski (Unabomber) a acciones terroristas, no sólo contra la tecnología, sino incluso, contra toda la sociedad industrial, por considerar que “la Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana”. Pero ni siquiera John Zerzan, en cuyas publicaciones se inspirara Unabomber, atribuye la gran crisis a la tecnología como factor fundamental sino a elementos culturales. Igualmente la antropóloga Riane Eisler, que habla de “tecnologías diseñadas para destruir y dominar”, establece una distinción entre la tecnología per se y el “énfasis” que la actual civilización patriarcal le imprime. Un analista alemán definía la mentalidad predominante como “lógica destructiva”. Esto es, no se trata de que la mecanización conduzca a desplazar personal, sino de una mentalidad que determina que el poder creativo del ser humano se convierta dramáticamente en una fuerza aniquiladora.
Esa mentalidad predominó durante varios milenios, pero el bajo desarrollo tecnológico no permitía unos efectos tan catastróficos como en el presente. Culpamos a la tecnología porque vemos que en la medida en que fue desarrollándose, se evidenció un deterioro cada vez mayor del medioambiente. Sin embargo no implicaría un grave riesgo sin el contacto con ese elemento exterior ajeno a ella misma: el paradigma civilizatorio patriarcal, un conjunto de principios que han deformado el verdadero sentido de la vida humana y otorga al hombre poder absoluto sobre los recursos naturales. La contradicción entre el alto grado de las fuerzas destructivas y el paradigma civilizatorio, pone en crisis a la civilización al poner en peligro la vida del planeta y genera los cimientos de una conciencia nueva y en consecuencia las bases de un nuevo paradigma.
Vivimos una época tan trascendental como lo fue el tránsito, hace miles de años, del matriarcado al patriarcado, de la Era de la Madre a la Era del Padre. Ahora de lo que se trata es de transitar a la Era del Hijo. El enfrentamiento principal es entre quienes se oponen al cambio y quienes lo favorecen, y ambos se encuentran en todos los pueblos y todas las religiones. Estamos asistiendo, al mismo tiempo, a los estertores de un moribundo y a los dolores de parto de una nueva civilización.
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