Promesas, mentiras y realidades
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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Promesas, mentiras y realidades
19 Mar 2015 22:38 - 19 Mar 2015 23:01
Es notable cómo las promesas y las mentiras de quienes luchan por adquirir posiciones de poder y, sobre todo, de quienes las han conseguido, suelen grabarse en las conciencias y en las aspiraciones de muchos ingenuos e incautos que tejen alrededor de ellas todo un escenario de fantasía mitológica.
Empezando por Cuba, en un libro publicado en 1975 bajo los auspicios del Partido Comunista Cubano (PCC) podemos leer, entre otras cosas igualmente notables que: "Junto a la tradicional belleza de los paisajes naturales, aparecen las nuevas construcciones que se levantan casi a diario y se transforma la naturaleza en un esfuerzo gigantesco por mejorar nuestras condiciones de vida y satisfacer las necesidades materiales del pueblo".
Más adelante, sigue diciendo: "El proceso de desarrollo económico se perfila con el surgimiento de nuevas industrias e instalaciones de todo tipo en un país que dependía antes de la caña de azúcar. Nuevos mercados se abren para los productos cubanos en la medida en que se incorporan a nuestra economía nuevas áreas de explotación de nuestros recursos naturales y en que los planes de desarrollo pronostican la explotación intensiva del mar y del subsuelo. Nuevos campos de cultivo, presas y embalses, modernas instalaciones ganaderas, comunidades campesinas exitosas, surgen y crecen para transformar la estructura subdesarrollada de las áreas rurales, ayer empobrecidas, en áreas de progreso humano (...) El desarrollo de nuestros puertos ha estado condicionado por el acelerado crecimiento que ha tenido el comercio y la exportación a partir del triunfo de la Revolución (...)"
Ese libro publicado por la Editorial de Ciencias Sociales con el título "Fotos de Cuba", se explaya en dar una muestra de toda una serie de maravillas presentes (en esos años de su publicación) y futuras (como resultado exitoso de las políticas revolucionarias) mediante más de 200 páginas no numeradas de fotos en blanco y negro presentadas para demostrar el progreso del país y la alegría de sus habitantes, satisfechos con las conquistas revolucionarias y la abundancia y el bienestar que les proporcionaban.
Años después (1988), en otro libro bellamente encuadernado con páginas de papel satinado y fotos en colores, titulado "Cuba", entresacamos de sus 127 páginas, entre muchas otras afirmaciones triunfalistas, que: "No cabe duda de que la ortodoxia socialista requiere de la industrialización como elemento decisivo para superar el subdesarrollo. La Cuba de 1959 distaba mucho de ser un país industrializado. A mediados de los ochenta todavía es largo el camino que hay que seguir, pero el avance ha sido significativo".
Y sigue diciendo más adelante: "Los planes generales son quinquenales y son aprobados por los congresos del PCC. En ellos se concede prioridad a la industria que permita crear productos para la exportación y aquellos que posibiliten la sustitución de las importaciones más costosas."
Y de paso afirma que Cuba no ha avanzado más debido al "férreo bloqueo estadounidense", pero que gracias a la solidaridad soviética "los logros obtenidos, además, resultan bastante significativos".
Desde el primer libro han pasado 40 años y desde el segundo 27 del total de 56 años de revolución permanente bajo el gobierno vitalicio de los Hermanos Castro y no creo necesario abundar en los resultados de su prolongada gestión. Como estos hay muchos otros libros antiguos y recientes y podríamos llenar todo un nuevo libro sólo con las referencias, sin contar infinidad de artículos periodísticos, reportajes y noticias que durante medio siglo han venido cantando loas a las maravillas conseguidas por la "democracia participativa" cubana.
La mitología es tal que no sólo muchos confunden el sistema totalitario y unipartidista con una democracia, sino que afirman que es participativa la gestión de gobierno encabezada por el PCC, bajo el dominio de los Hermanos Castro, y con la pantalla de una Asamblea Nacional que se reúne periódicamente un par de días para aprobar rápidamente y por unanimidad cuantas leyes y reglamentos se le presentan.
Ahora hay muchos que sinceramente sueñan con un Raúl Castro transformado en un sencillo hombre de familia que ha acabado por reconocer la necesidad de cambios y que ha prometido dejar voluntariamente el poder dentro de tres años. Un buen amigo, al que aprecio y al que respeto la agudeza de sus opiniones, defendió apasionadamente en un programa de TV el domingo 15 de marzo su convicción de que "toda persona puede cambiar", puede recapacitar y enmendar sus errores en alguna etapa de su vida. Y en su defensa puso de ejemplo reiteradamente a Pablo de Tarso, originalmente represor de cristianos y finalmente convertido en el más destacado defensor de su doctrina. Buen ejemplo, me dije, pero quedé anonadado cuando lo utilizó para señalar la posibilidad de una transformación, por no decir conversión, del dictador Raúl Castro.
Igualmente, me sentí profundamente confundido cuando leí al día siguiente en un diario que se publica en el Estado de Florida, El Nuevo Herald, a un destacado y respetable columnista afirmar que debiéramos perdonar a Hitler. Aparte de consideraciones cristianas, concibe en ese artículo que frente a la agresión nazi "la solución eficiente era pacífica", como si eso no lo hubiera intentando infructuosamente el Canciller británico Chamberlain. El argumento básico de su artículo es que "si quieres ser potente empieza por perdonar. Una reacción violenta traerá más violencia". Y da como ejemplo el hecho de que la II Guerra Mundial trajo como secuela la muerte de más de 60 millones de personas aplastadas por el estalinismo soviético.
Todo esto demuestra cuán fácil es engatusarnos cuando nos encerramos en una negligente ingenuidad. La paz, el diálogo, el entendimiento y la tolerancia son avenidas en las que se requiere la voluntad de las dos partes para dejar de ser “enemigos” y aceptar un papel de “adversarios” desde el cual es posible el intercambio de ideas, la coordinación de aspiraciones y el respeto mutuo para llegar a fórmulas de negociación y transacción que son la esencia de cualquier mecanismo auténticamente democrático.
Cuando el interlocutor nos considera enemigos, nada de eso es posible. Lamentablemente, Raúl Castro ha sido bien claro a este respecto no sólo en los últimos días sino a lo largo de toda su carrera política. Prueba de ello son las múltiples iniciativas de diálogo civilizado que ha intentado la oposición pacífica y que han fracasado en los últimos 40 años. Y esta es una situación que se aplica a todos los teatros donde hay graves conflictos entre quienes se perciben como “enemigos”. Debemos comprender que estamos siguiendo una política muy equivocada con los opresores, pese a que la historia nos demuestra las consecuencias de los intentos de apaciguamiento cuando el enemigo declarado tiene el claro propósito de destruirnos.
Eso nos pasó con Hitler, con las terribles consecuencias de la II Guerra Mundial y el Holocausto judío, nos pasó con Stalin y varios de sus sucesores, a quienes cedimos media Europa y tratamos de apaciguar después mientras sometían ferozmente a una multitud de pueblos y ocasionaban decenas de millones de muertos con la más horrible represión de la historia, y nos está pasando ahora con Corea del Norte e Irán, a quienes estamos permitiendo ingresar en un Club Nuclear que ya es demasiado inestable y desde el cual estos nuevos “socios” fanáticos y agresivos tarde o temprano abrirán la caja de Pandora de un verdadero Apocalipsis.
Hay quienes se alarman y tachan de excesivas e inoportunas las medidas tomadas por EEUU contra determinados funcionarios venezolanos, como si la estrategia cubano-venezolana de los últimos 15 años fuera una tormenta pasajera que no dejará mayores consecuencias y la justa reacción debe limitarse a fórmulas electoralistas y al apaciguamiento de quienes están enfrascados en destruir las instituciones democráticas continentales y crear un bloque seudosoviético de gobiernos autoritarios manejados desde La Habana y Caracas. Un propósito que están logrando con bastante éxito.
Otros se rasgan las vestiduras por la osadía de Benjamín Netanyahu de aceptar una invitación del Congreso de EEUU para plantear su visión del peligro que enfrenta Israel y que por carambola involucra al mundo en un estado de violencia militarista. Podemos estar muy en desacuerdo con la política del PM israelí, sobre todo por su programa de asentamientos en territorios palestinos (ver argumentos sobre esto en “ Dos Estados y dos capitales en Tierra Santa ”), pero debemos también comprender que Netanyahu ha logrado esa posición, pese a su extremismo sionista, precisamente porque Israel se siente acosado bajo la amenaza de que el país y su pueblo serán barridos del mapa por quienes son sus vecinos y jurados enemigos.
Hay quienes califican esa comparecencia como una ofensa sin haber siquiera leído o escuchado el discurso, en el que el PM israelí dio un notable rodeo para señalar la afinidad política de ambos países y para agradecer la ayuda y respaldo recibidos desde la fundación del Estado de Israel, incluso bajo el actual gobierno del Presidente Obama (leer y escuchar su discurso AQUÍ ). Su intención de no ofender estaba clara en sus palabras, pero el motivo de su comparecencia no podía quedar marginado. Para Israel, es una cuestión de supervivencia. Ha predominado el miedo (muy justificado) y su pueblo ha vuelto a votar mayoritariamente por Netanyahu. En su comparecencia ante el Congreso estuvo motivado por ese miedo justificado que comparte con todo su pueblo. Fue un acto de desesperación frente a la realidad muy posible y muy cercana de un Irán con armamento nuclear, que sólo necesitaría de un par de esos artefactos para borrar a Israel del mapa y que ya cuenta con sistemas de proyectiles cada vez más avanzados y desarrollados en colaboración con Corea del Norte.
Sin entrar en teorías conspirativas absurdas, debemos comprender que los enemigos de las democracias colaboran entre sí para consolidar y perpetuar su poder, dirigidos por verdaderos führers que no responden a razonamientos ni negociaciones regidas por una ética democrática que permita el entendimiento y los acuerdos. Como nos ha enseñado la historia, esas negociaciones en que una de las partes no comparte nuestra ética democrática sólo sirven para darles tiempo de fortalecerse aún más con el propósito de lograr sus objetivos y aplastar nuestras aspiraciones.
Ante esos dictadores y tiranos sólo funcionan las demostraciones de fuerza y determinación que frenen a tiempo sus ambiciones desmedidas. Si Kennedy hubiese actuado como Chamberlain en la Crisis de Octubre, la historia del siglo XX habría sido mucho más trágica. No tuvo necesidad de usar las armas atómicas, pero dejó bien en claro a los enemigos declarados que estaba dispuesto a usarlas si no retrocedían. Sólo entonces recapacitaron los dictadores. Es asombroso que Potencias de segundo orden como Irán y Corea del Norte se salgan ahora con la suya y se conviertan en un peligro atómico horroroso para toda la humanidad por el sólo hecho de una política vacilante y apaciguadora que les está dando tiempo para conseguir sus ominosos objetivos.
En el caso más cercano de Cuba y Venezuela, sus múltiples violaciones a los derechos humanos de sus ciudadanos y a la Carta Democrática Interamericana, además de sus políticas agresivas en contra de las democracias, son razones más que suficientes para exigirles que para aspirar a participar en organizaciones multinacionales están obligados a cumplir su obligación de respetar los principios, derechos y libertades que han conculcado.
Está bien que aceptemos sentarnos a la mesa de negociaciones con cualquiera de los sátrapas que asolan nuestro mundo, pero con una condición firme de que no toleraremos sus avances cuando éstos apunten a la destrucción de las democracias y de los fundamentos de nuestra civilización. Debemos trazar una línea roja de principios, derechos y libertades, pero también de límites al militarismo, sobre todo el nuclear. Y esa línea roja debe ser infranqueable. Una clara alternativa entre la guerra y la paz.
Más adelante, sigue diciendo: "El proceso de desarrollo económico se perfila con el surgimiento de nuevas industrias e instalaciones de todo tipo en un país que dependía antes de la caña de azúcar. Nuevos mercados se abren para los productos cubanos en la medida en que se incorporan a nuestra economía nuevas áreas de explotación de nuestros recursos naturales y en que los planes de desarrollo pronostican la explotación intensiva del mar y del subsuelo. Nuevos campos de cultivo, presas y embalses, modernas instalaciones ganaderas, comunidades campesinas exitosas, surgen y crecen para transformar la estructura subdesarrollada de las áreas rurales, ayer empobrecidas, en áreas de progreso humano (...) El desarrollo de nuestros puertos ha estado condicionado por el acelerado crecimiento que ha tenido el comercio y la exportación a partir del triunfo de la Revolución (...)"
Ese libro publicado por la Editorial de Ciencias Sociales con el título "Fotos de Cuba", se explaya en dar una muestra de toda una serie de maravillas presentes (en esos años de su publicación) y futuras (como resultado exitoso de las políticas revolucionarias) mediante más de 200 páginas no numeradas de fotos en blanco y negro presentadas para demostrar el progreso del país y la alegría de sus habitantes, satisfechos con las conquistas revolucionarias y la abundancia y el bienestar que les proporcionaban.
Años después (1988), en otro libro bellamente encuadernado con páginas de papel satinado y fotos en colores, titulado "Cuba", entresacamos de sus 127 páginas, entre muchas otras afirmaciones triunfalistas, que: "No cabe duda de que la ortodoxia socialista requiere de la industrialización como elemento decisivo para superar el subdesarrollo. La Cuba de 1959 distaba mucho de ser un país industrializado. A mediados de los ochenta todavía es largo el camino que hay que seguir, pero el avance ha sido significativo".
Y sigue diciendo más adelante: "Los planes generales son quinquenales y son aprobados por los congresos del PCC. En ellos se concede prioridad a la industria que permita crear productos para la exportación y aquellos que posibiliten la sustitución de las importaciones más costosas."
Y de paso afirma que Cuba no ha avanzado más debido al "férreo bloqueo estadounidense", pero que gracias a la solidaridad soviética "los logros obtenidos, además, resultan bastante significativos".
Desde el primer libro han pasado 40 años y desde el segundo 27 del total de 56 años de revolución permanente bajo el gobierno vitalicio de los Hermanos Castro y no creo necesario abundar en los resultados de su prolongada gestión. Como estos hay muchos otros libros antiguos y recientes y podríamos llenar todo un nuevo libro sólo con las referencias, sin contar infinidad de artículos periodísticos, reportajes y noticias que durante medio siglo han venido cantando loas a las maravillas conseguidas por la "democracia participativa" cubana.
La mitología es tal que no sólo muchos confunden el sistema totalitario y unipartidista con una democracia, sino que afirman que es participativa la gestión de gobierno encabezada por el PCC, bajo el dominio de los Hermanos Castro, y con la pantalla de una Asamblea Nacional que se reúne periódicamente un par de días para aprobar rápidamente y por unanimidad cuantas leyes y reglamentos se le presentan.
Ahora hay muchos que sinceramente sueñan con un Raúl Castro transformado en un sencillo hombre de familia que ha acabado por reconocer la necesidad de cambios y que ha prometido dejar voluntariamente el poder dentro de tres años. Un buen amigo, al que aprecio y al que respeto la agudeza de sus opiniones, defendió apasionadamente en un programa de TV el domingo 15 de marzo su convicción de que "toda persona puede cambiar", puede recapacitar y enmendar sus errores en alguna etapa de su vida. Y en su defensa puso de ejemplo reiteradamente a Pablo de Tarso, originalmente represor de cristianos y finalmente convertido en el más destacado defensor de su doctrina. Buen ejemplo, me dije, pero quedé anonadado cuando lo utilizó para señalar la posibilidad de una transformación, por no decir conversión, del dictador Raúl Castro.
Igualmente, me sentí profundamente confundido cuando leí al día siguiente en un diario que se publica en el Estado de Florida, El Nuevo Herald, a un destacado y respetable columnista afirmar que debiéramos perdonar a Hitler. Aparte de consideraciones cristianas, concibe en ese artículo que frente a la agresión nazi "la solución eficiente era pacífica", como si eso no lo hubiera intentando infructuosamente el Canciller británico Chamberlain. El argumento básico de su artículo es que "si quieres ser potente empieza por perdonar. Una reacción violenta traerá más violencia". Y da como ejemplo el hecho de que la II Guerra Mundial trajo como secuela la muerte de más de 60 millones de personas aplastadas por el estalinismo soviético.
Todo esto demuestra cuán fácil es engatusarnos cuando nos encerramos en una negligente ingenuidad. La paz, el diálogo, el entendimiento y la tolerancia son avenidas en las que se requiere la voluntad de las dos partes para dejar de ser “enemigos” y aceptar un papel de “adversarios” desde el cual es posible el intercambio de ideas, la coordinación de aspiraciones y el respeto mutuo para llegar a fórmulas de negociación y transacción que son la esencia de cualquier mecanismo auténticamente democrático.
Cuando el interlocutor nos considera enemigos, nada de eso es posible. Lamentablemente, Raúl Castro ha sido bien claro a este respecto no sólo en los últimos días sino a lo largo de toda su carrera política. Prueba de ello son las múltiples iniciativas de diálogo civilizado que ha intentado la oposición pacífica y que han fracasado en los últimos 40 años. Y esta es una situación que se aplica a todos los teatros donde hay graves conflictos entre quienes se perciben como “enemigos”. Debemos comprender que estamos siguiendo una política muy equivocada con los opresores, pese a que la historia nos demuestra las consecuencias de los intentos de apaciguamiento cuando el enemigo declarado tiene el claro propósito de destruirnos.
Eso nos pasó con Hitler, con las terribles consecuencias de la II Guerra Mundial y el Holocausto judío, nos pasó con Stalin y varios de sus sucesores, a quienes cedimos media Europa y tratamos de apaciguar después mientras sometían ferozmente a una multitud de pueblos y ocasionaban decenas de millones de muertos con la más horrible represión de la historia, y nos está pasando ahora con Corea del Norte e Irán, a quienes estamos permitiendo ingresar en un Club Nuclear que ya es demasiado inestable y desde el cual estos nuevos “socios” fanáticos y agresivos tarde o temprano abrirán la caja de Pandora de un verdadero Apocalipsis.
Hay quienes se alarman y tachan de excesivas e inoportunas las medidas tomadas por EEUU contra determinados funcionarios venezolanos, como si la estrategia cubano-venezolana de los últimos 15 años fuera una tormenta pasajera que no dejará mayores consecuencias y la justa reacción debe limitarse a fórmulas electoralistas y al apaciguamiento de quienes están enfrascados en destruir las instituciones democráticas continentales y crear un bloque seudosoviético de gobiernos autoritarios manejados desde La Habana y Caracas. Un propósito que están logrando con bastante éxito.
Otros se rasgan las vestiduras por la osadía de Benjamín Netanyahu de aceptar una invitación del Congreso de EEUU para plantear su visión del peligro que enfrenta Israel y que por carambola involucra al mundo en un estado de violencia militarista. Podemos estar muy en desacuerdo con la política del PM israelí, sobre todo por su programa de asentamientos en territorios palestinos (ver argumentos sobre esto en “ Dos Estados y dos capitales en Tierra Santa ”), pero debemos también comprender que Netanyahu ha logrado esa posición, pese a su extremismo sionista, precisamente porque Israel se siente acosado bajo la amenaza de que el país y su pueblo serán barridos del mapa por quienes son sus vecinos y jurados enemigos.
Hay quienes califican esa comparecencia como una ofensa sin haber siquiera leído o escuchado el discurso, en el que el PM israelí dio un notable rodeo para señalar la afinidad política de ambos países y para agradecer la ayuda y respaldo recibidos desde la fundación del Estado de Israel, incluso bajo el actual gobierno del Presidente Obama (leer y escuchar su discurso AQUÍ ). Su intención de no ofender estaba clara en sus palabras, pero el motivo de su comparecencia no podía quedar marginado. Para Israel, es una cuestión de supervivencia. Ha predominado el miedo (muy justificado) y su pueblo ha vuelto a votar mayoritariamente por Netanyahu. En su comparecencia ante el Congreso estuvo motivado por ese miedo justificado que comparte con todo su pueblo. Fue un acto de desesperación frente a la realidad muy posible y muy cercana de un Irán con armamento nuclear, que sólo necesitaría de un par de esos artefactos para borrar a Israel del mapa y que ya cuenta con sistemas de proyectiles cada vez más avanzados y desarrollados en colaboración con Corea del Norte.
Sin entrar en teorías conspirativas absurdas, debemos comprender que los enemigos de las democracias colaboran entre sí para consolidar y perpetuar su poder, dirigidos por verdaderos führers que no responden a razonamientos ni negociaciones regidas por una ética democrática que permita el entendimiento y los acuerdos. Como nos ha enseñado la historia, esas negociaciones en que una de las partes no comparte nuestra ética democrática sólo sirven para darles tiempo de fortalecerse aún más con el propósito de lograr sus objetivos y aplastar nuestras aspiraciones.
Ante esos dictadores y tiranos sólo funcionan las demostraciones de fuerza y determinación que frenen a tiempo sus ambiciones desmedidas. Si Kennedy hubiese actuado como Chamberlain en la Crisis de Octubre, la historia del siglo XX habría sido mucho más trágica. No tuvo necesidad de usar las armas atómicas, pero dejó bien en claro a los enemigos declarados que estaba dispuesto a usarlas si no retrocedían. Sólo entonces recapacitaron los dictadores. Es asombroso que Potencias de segundo orden como Irán y Corea del Norte se salgan ahora con la suya y se conviertan en un peligro atómico horroroso para toda la humanidad por el sólo hecho de una política vacilante y apaciguadora que les está dando tiempo para conseguir sus ominosos objetivos.
En el caso más cercano de Cuba y Venezuela, sus múltiples violaciones a los derechos humanos de sus ciudadanos y a la Carta Democrática Interamericana, además de sus políticas agresivas en contra de las democracias, son razones más que suficientes para exigirles que para aspirar a participar en organizaciones multinacionales están obligados a cumplir su obligación de respetar los principios, derechos y libertades que han conculcado.
Está bien que aceptemos sentarnos a la mesa de negociaciones con cualquiera de los sátrapas que asolan nuestro mundo, pero con una condición firme de que no toleraremos sus avances cuando éstos apunten a la destrucción de las democracias y de los fundamentos de nuestra civilización. Debemos trazar una línea roja de principios, derechos y libertades, pero también de límites al militarismo, sobre todo el nuclear. Y esa línea roja debe ser infranqueable. Una clara alternativa entre la guerra y la paz.
Last edit: 19 Mar 2015 23:01 by Gerardo E. Martínez-Solanas.
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