La amenaza terrorista no es cuestión ajena
- Miguel Saludes
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La amenaza terrorista no es cuestión ajena
03 Feb 2015 22:09
MIAMI, Florida -Los hechos ocurridos en Francia han dejado abierta una intensa polémica que va más allá de las razones que motivaron estos ataques contra la libertad de expresión. Mientras Charlie Hebdo repite dosis logrando el apoyo demillones, particularmente en Occidente, en otras regiones del mundo se encienden pasiones contra lo que se considera una nueva ofensa a la fe musulmana. El temor justificado a que se repitan acciones violentas como las escenificadas en
París pone en guardia a los servicios de defensa en numerosos países. Tampoco la tienen fácil los gobiernos en su esfuerzo por evitar una fractura irreversible entre extremistas, xenófobos y nacionales de diferentes culturas que conviven en sus sociedades.
Numerosas voces buscan el equilibrio de la razón en el respeto a la identidad del otro rechazando actos y expresiones que se traduzcan en ofensas contra la fe o el pensamiento ajeno. Otros ponen énfasis en el peligro que esto supone para la salud de un derecho universal.
Recientemente el humorista Leo Bassi explicaba en el programa Atención obras, de la televisión española, la importancia de conservar, a pesar de los riesgos, la posibilidad de expresar las ideas de manera abierta. Afirma el cómico que perder ese privilegio sería como una derrota para la Humanidad. Bassi argumenta el choque inevitable consecuencia del desarrollo en las comunicaciones, la interconexión de las redes y la rapidez con que se propagan noticias y eventos en todo el planeta. Así lo que antes quedaba circunscrito a un determinado entorno y público, con preparación o predisposición a lo que se quería decir, ahora llega de inmediato a oídos y miradas que no acogerán el mensaje de la misma forma.
La impronta de una caricatura, aceptable en el ambiente donde se produjo, levanta las iras en lugares remotos donde antes era improbable se conociera su existencia.
Pero la globalización provoca otro efecto en doble sentido. Se trata de los continuos flujos migratorios que cada día inundan un mundo cultural muy diferente sin casi tener tiempo a asimilar el cambio que conlleva esa mudanza rápida. De la misma manera que en las sociedades donde la fe musulmana predomina se rechazan aspectos de un escenario ajeno donde la libertad de expresión apenas tiene límites, en la otra parte no acepta usanzas, costumbres y sucesos que tienen lugar en el lugar de origen de los emigrantes y que algunos tratan de conservar en la nueva tierra de acogida donde son inaceptables. Es el caso de la oblación, las bodas concertadas desde edades púberes, la unión de un adulto con niñas de siete años, el castigo corporal por razones de moral, ejecuciones dictadas por leyes que incluso aplican la lapidación o el estigma contra los homosexuales, ahorcados a la vista de todos en algunos estados musulmanes.
Otro aspecto, quizás el más punible, es el papel de la mujer cada vez determinante en las sociedades del primer mundo. La violencia contra las mujeres en sociedades donde pertenecer al género femenino es suficiente motivo para no tener derechos, ni siquiera el de superarse o acceder a estudios mínimos, se une a la barbarie institucionalizada que legitima la agresión masculina en el acto de mutilar, desfigurar (los rostros del ácido) y hasta matar incluso.
Es difícil de argumentar sobre las ofensas contra fe y cultura, publicadas por lo que algunos consideran un periódico “intolerante, extremista, subvencionado por el estado y entre las manos de lo peor que existe en Francia como ideología” y por otra parte silenciar la respuesta de aquellos que en protesta por la “ofensa contra su religión” queman iglesias cristianas, masacran fieles de esas congregaciones, secuestran inocentes o destruyen monumentos que pertenecen a toda la Humanidad, más allá de lo que estos representen. Eso se llama terrorismo. Quien lo practica, y peor aun lo promueve, no se diferencia en nada a los intolerantes que ellos señalan como causa del problema con el agravante que los ofendidos responden a la opinión escrita o hablada con armas y bombas.
No faltan los que en esta coyuntura anteponen al derecho de expresarse posturas de atrincheramiento del antinorteamericanismo y anti europeísmo de unas ideologías de izquierdas huérfanas desde la desaparición del bloque socialista. Junto a ellos cierran filas los que desde la religión y las diferencias culturales se erigen en defensores a ultranza de valores que pueden ser discutibles. Desde esa óptica de conjunto no es raro que hasta se aplaudan dictaduras, a las que no se les reconocecomo tales y hasta se justifique la supresión que estas hacen de derechos como el de la expresión. Algunos arguyen que estos asuntos, el de las libertades y su defensa, son un tema personal. Una banalidad occidental que no merece atención cuando se compara con las situaciones infrahumanas que existen en África, por ejemplo. Omisión con la que por ignorancia o por maldad se trata de cubrir algo evidente y es que explotación, guerras, abusos, hambre y violencia tienen su caldo de cultivo en el silencio de los derechos y libertades.
Nadie debe tener la prepotencia de creerse al margen del peligro del fanatismo y las contradicciones culturales que lo atizan en un mundo globalizado. Recientemente Cubanet publicó el trabajo de dos comunicadores independientes cubanos. Isis Márquez y Camilo Ernesto Olivera, combinaron una investigación sobre la comunidad musulmana en Cuba. El escrito vio la luz a raíz de aprobarse la construcción de la primera mezquita en la Isla, luego de algunos remilgos por parte del gobierno. En una parte del trabajo destaca la entrevista a Abu Dujanah, líder espiritual del grupo independiente “Ahlu Sunna Wal Jamaah” (La Gente del Corán y la Tradición), radicado en La Habana. En su explicación de cómo los musulmanes cubanos perciben al Estado Islámico (ISIS) el guía religioso manifestó que aquella organización “guerrea por gobernar las tierras desde Marruecos hasta China y conformar el Gran Califato. Por ganar las tierras, las enormes riquezas y recursos naturales que le pertenecen. Quieren y pretenden lo que es suyo y por eso lucharán hasta la muerte.” Seguidamente aclaró que su comunidad no puede decir libremente que están con la agrupación yihadista pues el hacerlo les traería problemas con el régimen castrista. A lo que añadió que tampoco podían decir estar en contra del ISIS, pues esto sería contradecir sus “preceptos como musulmanes.”
Siguiendo el hilo del razonamiento hecho por el humorista Bassi, ateo, irreverente contra todas las corrientes sean de derecha, izquierda o credos religiosos, callarse ante la posibilidad de resultar ofensivo a la idea del otro al final conlleva a la renuncia de la libertad de decir lo que se piensa. Un punto de vista polémico pero real donde se aplica una vez más la frase de Voltaire en boga por estos días.
Con ella vale la pena recuperar el eco del grito lanzado por Julius Fucik hace varias décadas en este caso alentando a los hombres a permanecer alertas. Un llamamiento que no pierde plena vigencia en los momentos en que el terror trata de imponer su reinado.
París pone en guardia a los servicios de defensa en numerosos países. Tampoco la tienen fácil los gobiernos en su esfuerzo por evitar una fractura irreversible entre extremistas, xenófobos y nacionales de diferentes culturas que conviven en sus sociedades.
Numerosas voces buscan el equilibrio de la razón en el respeto a la identidad del otro rechazando actos y expresiones que se traduzcan en ofensas contra la fe o el pensamiento ajeno. Otros ponen énfasis en el peligro que esto supone para la salud de un derecho universal.
Recientemente el humorista Leo Bassi explicaba en el programa Atención obras, de la televisión española, la importancia de conservar, a pesar de los riesgos, la posibilidad de expresar las ideas de manera abierta. Afirma el cómico que perder ese privilegio sería como una derrota para la Humanidad. Bassi argumenta el choque inevitable consecuencia del desarrollo en las comunicaciones, la interconexión de las redes y la rapidez con que se propagan noticias y eventos en todo el planeta. Así lo que antes quedaba circunscrito a un determinado entorno y público, con preparación o predisposición a lo que se quería decir, ahora llega de inmediato a oídos y miradas que no acogerán el mensaje de la misma forma.
La impronta de una caricatura, aceptable en el ambiente donde se produjo, levanta las iras en lugares remotos donde antes era improbable se conociera su existencia.
Pero la globalización provoca otro efecto en doble sentido. Se trata de los continuos flujos migratorios que cada día inundan un mundo cultural muy diferente sin casi tener tiempo a asimilar el cambio que conlleva esa mudanza rápida. De la misma manera que en las sociedades donde la fe musulmana predomina se rechazan aspectos de un escenario ajeno donde la libertad de expresión apenas tiene límites, en la otra parte no acepta usanzas, costumbres y sucesos que tienen lugar en el lugar de origen de los emigrantes y que algunos tratan de conservar en la nueva tierra de acogida donde son inaceptables. Es el caso de la oblación, las bodas concertadas desde edades púberes, la unión de un adulto con niñas de siete años, el castigo corporal por razones de moral, ejecuciones dictadas por leyes que incluso aplican la lapidación o el estigma contra los homosexuales, ahorcados a la vista de todos en algunos estados musulmanes.
Otro aspecto, quizás el más punible, es el papel de la mujer cada vez determinante en las sociedades del primer mundo. La violencia contra las mujeres en sociedades donde pertenecer al género femenino es suficiente motivo para no tener derechos, ni siquiera el de superarse o acceder a estudios mínimos, se une a la barbarie institucionalizada que legitima la agresión masculina en el acto de mutilar, desfigurar (los rostros del ácido) y hasta matar incluso.
Es difícil de argumentar sobre las ofensas contra fe y cultura, publicadas por lo que algunos consideran un periódico “intolerante, extremista, subvencionado por el estado y entre las manos de lo peor que existe en Francia como ideología” y por otra parte silenciar la respuesta de aquellos que en protesta por la “ofensa contra su religión” queman iglesias cristianas, masacran fieles de esas congregaciones, secuestran inocentes o destruyen monumentos que pertenecen a toda la Humanidad, más allá de lo que estos representen. Eso se llama terrorismo. Quien lo practica, y peor aun lo promueve, no se diferencia en nada a los intolerantes que ellos señalan como causa del problema con el agravante que los ofendidos responden a la opinión escrita o hablada con armas y bombas.
No faltan los que en esta coyuntura anteponen al derecho de expresarse posturas de atrincheramiento del antinorteamericanismo y anti europeísmo de unas ideologías de izquierdas huérfanas desde la desaparición del bloque socialista. Junto a ellos cierran filas los que desde la religión y las diferencias culturales se erigen en defensores a ultranza de valores que pueden ser discutibles. Desde esa óptica de conjunto no es raro que hasta se aplaudan dictaduras, a las que no se les reconocecomo tales y hasta se justifique la supresión que estas hacen de derechos como el de la expresión. Algunos arguyen que estos asuntos, el de las libertades y su defensa, son un tema personal. Una banalidad occidental que no merece atención cuando se compara con las situaciones infrahumanas que existen en África, por ejemplo. Omisión con la que por ignorancia o por maldad se trata de cubrir algo evidente y es que explotación, guerras, abusos, hambre y violencia tienen su caldo de cultivo en el silencio de los derechos y libertades.
Nadie debe tener la prepotencia de creerse al margen del peligro del fanatismo y las contradicciones culturales que lo atizan en un mundo globalizado. Recientemente Cubanet publicó el trabajo de dos comunicadores independientes cubanos. Isis Márquez y Camilo Ernesto Olivera, combinaron una investigación sobre la comunidad musulmana en Cuba. El escrito vio la luz a raíz de aprobarse la construcción de la primera mezquita en la Isla, luego de algunos remilgos por parte del gobierno. En una parte del trabajo destaca la entrevista a Abu Dujanah, líder espiritual del grupo independiente “Ahlu Sunna Wal Jamaah” (La Gente del Corán y la Tradición), radicado en La Habana. En su explicación de cómo los musulmanes cubanos perciben al Estado Islámico (ISIS) el guía religioso manifestó que aquella organización “guerrea por gobernar las tierras desde Marruecos hasta China y conformar el Gran Califato. Por ganar las tierras, las enormes riquezas y recursos naturales que le pertenecen. Quieren y pretenden lo que es suyo y por eso lucharán hasta la muerte.” Seguidamente aclaró que su comunidad no puede decir libremente que están con la agrupación yihadista pues el hacerlo les traería problemas con el régimen castrista. A lo que añadió que tampoco podían decir estar en contra del ISIS, pues esto sería contradecir sus “preceptos como musulmanes.”
Siguiendo el hilo del razonamiento hecho por el humorista Bassi, ateo, irreverente contra todas las corrientes sean de derecha, izquierda o credos religiosos, callarse ante la posibilidad de resultar ofensivo a la idea del otro al final conlleva a la renuncia de la libertad de decir lo que se piensa. Un punto de vista polémico pero real donde se aplica una vez más la frase de Voltaire en boga por estos días.
Con ella vale la pena recuperar el eco del grito lanzado por Julius Fucik hace varias décadas en este caso alentando a los hombres a permanecer alertas. Un llamamiento que no pierde plena vigencia en los momentos en que el terror trata de imponer su reinado.
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