ISIS
- Ariel Hidalgo
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ISIS
16 Aug 2014 00:47 - 16 Aug 2014 00:53
Cuando en 2003 las tropas norteamericanas invadieron a Irak, cuando por todas partes se escuchaban expresiones entusiastas a favor de la guerra, y era un serio peligro manifestar en las calles opiniones contra aquella contienda, escribí en este periódico que aquella intervención no llevaría la paz a ese pueblo, que ningún águila empolla jamás huevos de palomas, y que el último soldado en partir de allí no terminaría de afincar el pie en el avión que lo trajera de regreso para que empezaran a sonar a sus espaldas los tambores de guerra. Ni la paz, ni la libertad son productos exportables, sino dones que sólo se gestan de un proceso natural y laborioso en el seno de la conciencia colectiva.
Cuando finalmente se supo que el pretexto para la invasión era falso, que no existían tales armas de destrucción masiva, los halcones preguntaban si a pesar de eso Irak no estaba mejor sin su tirano, Saddam Hussein. Hoy eso puede responderse categóricamente y sin lugar a dudas: no, Irak no estaba mejor, estaba mucho peor. Cierto que Hussein era indeseable, que tiranizaba a su pueblo con puño de hierro, pero no representaba una amenaza para los Estados Unidos sino por el contrario, hasta tiempos de la administración de Bush padre, era uno de los mejores aliados de este país frente a la amenaza verdadera: Irán. Si alguna vez Hussein contó con esas armas fue gracias al apoyo financiero de Gran Bretaña y de los propios Estados Unidos, sobre todo bajo la administración Reagan. Por otra parte, Hussein impedía que grupos extremistas como Al Qaeda pudiesen utilizar ese territorio como base para sus planes agresivos contra los Estados Unidos. Tras la intervención americana todo fue un caos. A Bin Laden le fue entonces posible crear en Irak una base de Al Qaeda –cuyos grupos habían sido armados también por los propios Estados Unidos contra la intervención soviética en Afganistán–, para lo cual comisionó a Abu Zarqaui, quien fundó en 2004, para combatir a los invasores, la Base de la Yihad en el País de los Dos Ríos, primer núcleo de lo que hoy se conoce como Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). Hoy, ante los crímenes de ISIS, las atrocidades de Hussein palidecen.
Es lícito preguntar entonces cuál fue la real causa de aquella guerra que costó, según todos los estimados, más de 4 mil quinientas vidas de soldados norteamericanos, y entre civiles iraquíes, según diferentes cálculos, un número que oscila entre 44 mil y 98 mil vidas –algunos estimados llegan hasta 162 mil–, sin contar la magnitud de la destrucción material de los bombardeos. Y es justificable que muchos respondan así esta pregunta: los pozos petroleros y las oportunidades de los grandes negocios que generan las guerras a costa de la devastación y de la sangre de decenas de miles de personas de pueblo. No puede ser, por tanto, sorprendente que los terroristas hayan encontrado tanto respaldo, sobre todo en la población sunita, la base popular de Saddam Hussein. La violencia engendra odio, y el odio, una reacción de mayor violencia. Puede entonces decirse que aquella invasión creó el caldo de cultivo donde se germinaría este nuevo zoológico de monstruos. Ahora se dice, tras el bombardeo aéreo ordenado por Obama, que las tropas americanas no debieron salir de Irak. Falso. Lo que no debieron nunca haber entrado. Lo más importante no es ponerle remedio al presente conflicto, sino evitar que nunca más conflictos como éste vuelvan a repetirse, asumir los errores, asimilar la lección y cambiar radicalmente nuestra forma de pensar la política exterior. Los horrores de ISIS no nacieron en tierra persa, sino en nuestros propios errores. La conciencia puede parir demonios capaces de devorarnos. Debemos acabar de aprender que el enemigo de nuestro enemigo, no por eso es nuestro amigo y que no es armando a ese “amigo”, sino amando a los que sufren como finalmente vamos a vencer.
Cuando finalmente se supo que el pretexto para la invasión era falso, que no existían tales armas de destrucción masiva, los halcones preguntaban si a pesar de eso Irak no estaba mejor sin su tirano, Saddam Hussein. Hoy eso puede responderse categóricamente y sin lugar a dudas: no, Irak no estaba mejor, estaba mucho peor. Cierto que Hussein era indeseable, que tiranizaba a su pueblo con puño de hierro, pero no representaba una amenaza para los Estados Unidos sino por el contrario, hasta tiempos de la administración de Bush padre, era uno de los mejores aliados de este país frente a la amenaza verdadera: Irán. Si alguna vez Hussein contó con esas armas fue gracias al apoyo financiero de Gran Bretaña y de los propios Estados Unidos, sobre todo bajo la administración Reagan. Por otra parte, Hussein impedía que grupos extremistas como Al Qaeda pudiesen utilizar ese territorio como base para sus planes agresivos contra los Estados Unidos. Tras la intervención americana todo fue un caos. A Bin Laden le fue entonces posible crear en Irak una base de Al Qaeda –cuyos grupos habían sido armados también por los propios Estados Unidos contra la intervención soviética en Afganistán–, para lo cual comisionó a Abu Zarqaui, quien fundó en 2004, para combatir a los invasores, la Base de la Yihad en el País de los Dos Ríos, primer núcleo de lo que hoy se conoce como Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). Hoy, ante los crímenes de ISIS, las atrocidades de Hussein palidecen.
Es lícito preguntar entonces cuál fue la real causa de aquella guerra que costó, según todos los estimados, más de 4 mil quinientas vidas de soldados norteamericanos, y entre civiles iraquíes, según diferentes cálculos, un número que oscila entre 44 mil y 98 mil vidas –algunos estimados llegan hasta 162 mil–, sin contar la magnitud de la destrucción material de los bombardeos. Y es justificable que muchos respondan así esta pregunta: los pozos petroleros y las oportunidades de los grandes negocios que generan las guerras a costa de la devastación y de la sangre de decenas de miles de personas de pueblo. No puede ser, por tanto, sorprendente que los terroristas hayan encontrado tanto respaldo, sobre todo en la población sunita, la base popular de Saddam Hussein. La violencia engendra odio, y el odio, una reacción de mayor violencia. Puede entonces decirse que aquella invasión creó el caldo de cultivo donde se germinaría este nuevo zoológico de monstruos. Ahora se dice, tras el bombardeo aéreo ordenado por Obama, que las tropas americanas no debieron salir de Irak. Falso. Lo que no debieron nunca haber entrado. Lo más importante no es ponerle remedio al presente conflicto, sino evitar que nunca más conflictos como éste vuelvan a repetirse, asumir los errores, asimilar la lección y cambiar radicalmente nuestra forma de pensar la política exterior. Los horrores de ISIS no nacieron en tierra persa, sino en nuestros propios errores. La conciencia puede parir demonios capaces de devorarnos. Debemos acabar de aprender que el enemigo de nuestro enemigo, no por eso es nuestro amigo y que no es armando a ese “amigo”, sino amando a los que sufren como finalmente vamos a vencer.
Last edit: 16 Aug 2014 00:53 by Gerardo E. Martínez-Solanas.
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