La era del Terror

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La era del Terror

08 Jun 2013 00:24
#7865
Hasta hace poco menos de treinta años, Occidente –y en particular Estados Unidos– vivía una época idílica y colmada de anhelos, como el de un mundo libre, sin temores ni guerras, y aunque sueños como esos no dejaran de ser sueños, al menos abrigábamos la esperanza de realizarlos. La guerra fría infundía temores sobre un cataclismo nuclear, pero al mismo tiempo el equilibrio bipolar garantizaba guerras sólo regionales y convencionales, y se esperaba que finalmente triunfaran los ideales de libertad de los pueblos en un futuro que fuera remanso de paz y prosperidad. De ahí el gran alborozo ante el derrumbe, en el 89, del llamado “campo socialista” de Europa.

Pero lo que vino después en el denominado “mundo unipolar” fue todo lo contrario, donde violencia y terror han imperado en todos los niveles de la vida: desde el incremento de la violencia doméstica y de gangas en las calles, hasta explosiones terroristas con grandes números de pérdidas humanas, matanzas múltiples de personas en escuelas y otros lugares públicos y organizaciones criminales de gran poder que impunemente asesinan y hasta le hacen la guerra a los propios Estados.

¿Todo esto vino de fuera? No. La primera acción terrorista de magnitud fue el derrumbe del edificio federal de Oklahoma en 1995 por Timothy McVeigh, de quien se sospecha no había actuado solo. Unabomber, quien enviaba cartas-bombas a universidades y aerolíneas desde 1978, no era musulmán sino un profesor universitario graduado en Harvard. Las masacres perpetradas por personas aisladas, generalmente jóvenes, tienen entre sus causas el fácil acceso a las armas y un desequilibrio mental generado por múltiples factores de la sociedad moderna norteamericana. Y el narcotráfico de poderosas organizaciones criminales tiene su estímulo en el gran mercado estadounidense.

La tragedia del edificio de Oklahoma había sido una represalia ante el asalto, dos años antes, por el FBI, al refugio en Waco de los davidianos, secta proveniente de los Adventistas del Séptimo Día, con la muerte de casi todos sus ocupantes en circunstancias aún confusas, 87 personas, entre ellos, diecisiete niños. Las causas alegadas fueron el imponente arsenal de armas con que contaban –en Texas la ley permitía la posesión de armas automáticas– y los supuestos abusos sexuales de menores por parte de su líder, David Korech. McVeigh, quien había visitado el lugar de la tragedia y condenara a las autoridades por el hecho, había sido soldado de la Guerra del Golfo librada contra Saddam Hussein en 1991, dictador de Irak, que puede ser considerada como la primera guerra del mundo unipolar. Hasta entonces, Hussein, como aliado de Estados Unidos, había recibido de este país fuertes sumas para su armamentismo. Tras la conflagración, la administración de Bush padre estableció unidades militares en Arabia Saudita, un sacrilegio para muchos musulmanes porque hollaba la tierra santa del Islam, lo cual se unía al descontento ya existente del mundo árabe por el apoyo estadounidense a Israel.

Después de la desintegración de la Unión Soviética en 1992 y antes del 9/11, el Dalai Lama, de visita en los Estados Unidos, expresó esta frase enigmática: “La destrucción de tu enemigo es la destrucción de ti mismo”. ¿Qué significaba esto? He expresado, en algún otro momento, mi creencia de que nuestros verdaderos contrincantes no son más que proyecciones hacia el exterior de nuestras propias contradicciones internas, como las sombras de nuestras propias almas, que ninguna nación tiene que ir a la caza de enemigos a los confines del mundo sino a los conflictos internos del alma colectiva. El que un grupo de fundamentalistas musulmanes se inspirara en la supuesta voluntad de Dios para llevar a cabo aquella tragedia, no es suficiente para explicar por qué siete órganos de inteligencia no pudieran detectar lo que se estaba fraguando. La mentalidad apocalíptica y la concepción de un dios vengativo y violento han inspirado las acciones suicidas y homicidas de muchas colectividades, desde los días en que John Cotton y demás puritanos de Massachusetts llevaron a cabo el aniquilamiento y despojo de indios inspirados en la brutal conquista de Canaán que leían en las antiguas escrituras bíblicas.

Dios es paz y amor, y jamás ordenaría ejecuciones de actos de odio y destrucción, aunque lo diga la más “sagrada” de las escrituras. Hasta que no despejemos de sombras nuestro cielo interior, ese “enemigo” seguirá engendrando las tormentas que azotan nuestro mundo bajo la luz del sol.

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