La ética como cimiento de la civilización moderna
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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La ética como cimiento de la civilización moderna
30 May 2013 16:24
¿De donde procede la ética y su manifestación moral en la sociedad? ¿Qué ha inspirado al ser humano para identificar el bien y el mal? ¿Qué es la conciencia? ¿Por qué existe el sentimiento de culpa aún en el peor de los asesinos? La moral es tanto natural como universal. No cabe duda de que hay aberraciones, que se cometen y se han cometido en todas las edades espantosas iniquidades y que los perpetradores se han regodeado con frecuencia de su crueldad y su poder malsano, pero hasta las sociedades más primitivas han señalado estos hechos con horror y la historia se ha encargado de condenarlos.
La teoría darwinista de la evolución fracasa cuando intenta dar una explicación puramente secular a la moral, porque todos sabemos que hay criterios absolutos del bien y del mal desde los albores de la historia, con sus matices y sus múltiples interpretaciones erróneas, pero coincidentes en los criterios fundamentales que utilizamos para juzgar cómo la gente nos trata y cómo trata a los demás. El cristianismo dio un paso adelante con el mandato de "amaos los unos a los otros" y, sobre todo, el de "amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen" que encierra el paradigma del perdón como precepto fundamental cristiano. La moral se convirtió así en una consecuencia del amor en un espíritu de confraternidad humana.
La objeción atea a todo esto, que se vuelca en la filosofía relativista, no es a la moral en sí sino al concepto absoluto de la moral. Ellos interpretan la moral como un código cultural que puede modificarse mediante leyes humanas. En otras palabras, la moral no responde a los mandatos de una entidad suprema sino que está fabricada por el ser humano y forjada por la experiencia individual y las decisiones del grupo. Tienen razón en cuanto a que la influencia cultural es importante en la intepretación de la ley natural y de su consecuencia ética, pero no comprenden el argumento esencial. Y, por supuesto, es importante señalar que hay muchísimos ateos que son gente buena y admirable, como también que hay muchos cristianos y miembros de otras religiones que no están ni a la altura de sus zapatos. Hume y Darwin, por ejemplo, fueron famosos por su decencia y rectitud moral, mientras que muchos Papas fueron moralmente repugnantes.
El ser humano se distingue de las otras especies en que es un ser moral. Su actuación en la vida es un difícil equilibrio entre sus impulsos instintivos y su íntimo código moral. Nuestra naturaleza moral es el distintivo principal que nos identifica en la creación, mucho más que el lenguaje y la racionalidad, dos características que también están presentes en otras especies. Declaraciones normativas tales como "honrar a los padres" o "no mentir" o "no codiciar los bienes ajenos" son fundamentalmente distintas a las leyes físicas. No tendría sentido, por ejemplo decir que la Tierra debería girar alrededor del Sol porque sería injusto si no lo hiciera. Como señala Carl Sagan: "La naturaleza ... arregla las cosas para que sea imposible transgredir sus prohibiciones". Por el contrario, cuando el ser humano apela a la moral alabando o culpando, aprobando o desaprobando, ovacionando o despreciando, emplea un criterio de juicio externo, universalista, ajeno a nosotros mismos y a nuestros instintos e impulsos primordiales. Y este criterio es el producto de la ley natural convertida en ética y moral.
El argumento contrario más manoseado es que existen y han existido culturas donde los Diez Mandamientos o los preceptos emanados de la ley natural parecen ser ignorados de manera sistemática e institucional. Pero la realidad es que vivimos en diversas culturas que comprenden la civilización moderna, en todas las cuales se desprecian estos preceptos éticos en la práctica y la vivencia cotidiana y, muchas veces, también en las leyes. Pero hay una ética universalista superior que de hecho juzga estas tansgresiones. Si una cultura practica abiertamente la costumbre de que los hombres castiguen las "faltas" de la esposa a golpes, o si otra practica forzosamente la circuncisión de las niñas, o si alguna más estima que la trata de personas en la práctica de la prostitución es un mal tolerable y "necesario", eso no los libra del juicio universal que condena tales prácticas como malvadas e incivilizadas.
Los antropólogos han coincidido desde hace mucho en su planteamiento de que la moral es un concepto universal asombrosamente coincidente en sus normas fundamentales, aunque en muchas partes las transgredan de diversas maneras. Incluso las religiones, pese a sus divergencias en cuanto a Dios, la naturaleza o la trascendencia del ser humano, coinciden enormemente en los cánones morales. De una manera u otra coinciden en lo que se ha venido a llamar la "Regla de Oro": "Todo lo que no quieras que los hombres hagan contigo, no lo hagas tú tampoco con ellos". Tal es así que en 1993 el famoso teólogo Hans Küng convocó a una especie de "parlamento" de representantes judíos, cristianos, musulmanes, hindúes y budistas de diversas denominaciones en cada una de esas religiones, en el que llegaron a la conclusión de que había una enorme coincidencia de valores morales que trascendían los límites religiosos. Los interesados en el tema pueden consultar "Una ética mundial para la economía y la política", publicado en 1999, de la que Küng es coautor con Karl-Joseph Kuschel.
Entonces, ¿qué valor tiene el Relativismo, esa doctrina que está cobrando tanta influencia en el mundo de hoy con su prédica de una moral relativa? Uno de los argumentos más insidiosos es la afirmación de que ciertos principios morales tienen prioridad sobre otros. Si la moral fuera relativa, no tendrían los relativistas que escandalizarse porque un miembro convencido del Ku-Klux-Klan iniciara una campaña pública con el argumento de "¿Por qué tenemos leyes que prohiben la discriminación racial? ¿Cómo puede el Estado atreverse a legislar la moralidad?" O que algún neonazi aparezca con pancartas a favor del holocausto porque "los judíos han sido una plaga para la humanidad que debemos erradicar".
Dentro del marco religioso, las violaciones de la ley natural y de las normas consecuentes de la moral se consideran también violaciones de la ley de Dios y se les da un nombre: pecado. Y el pecado tiene un castigo, una consecuencia, que pone un freno a la maldad. Sin ese freno los peores episodios de barbarie de la historia serían una realidad cotidiana.
Entre los cristianos, el pecado no es sólo una falta que sólo atañe al que lo comete en su relación con Dios, sino un acto que tiene consecuencias nocivas para todos o para algunos de sus semejantes. Por eso es "pecado". La moral cristiana le exige que no lo haga, pero esa exigencia se basa en el mandato fundamental de "amaos los unos a los otros", porque el que ama a su prójimo evita en todo lo posible las ocasiones de pecado. Y este es el fundamento ético de la civilización moderna.
La teoría darwinista de la evolución fracasa cuando intenta dar una explicación puramente secular a la moral, porque todos sabemos que hay criterios absolutos del bien y del mal desde los albores de la historia, con sus matices y sus múltiples interpretaciones erróneas, pero coincidentes en los criterios fundamentales que utilizamos para juzgar cómo la gente nos trata y cómo trata a los demás. El cristianismo dio un paso adelante con el mandato de "amaos los unos a los otros" y, sobre todo, el de "amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen" que encierra el paradigma del perdón como precepto fundamental cristiano. La moral se convirtió así en una consecuencia del amor en un espíritu de confraternidad humana.
La objeción atea a todo esto, que se vuelca en la filosofía relativista, no es a la moral en sí sino al concepto absoluto de la moral. Ellos interpretan la moral como un código cultural que puede modificarse mediante leyes humanas. En otras palabras, la moral no responde a los mandatos de una entidad suprema sino que está fabricada por el ser humano y forjada por la experiencia individual y las decisiones del grupo. Tienen razón en cuanto a que la influencia cultural es importante en la intepretación de la ley natural y de su consecuencia ética, pero no comprenden el argumento esencial. Y, por supuesto, es importante señalar que hay muchísimos ateos que son gente buena y admirable, como también que hay muchos cristianos y miembros de otras religiones que no están ni a la altura de sus zapatos. Hume y Darwin, por ejemplo, fueron famosos por su decencia y rectitud moral, mientras que muchos Papas fueron moralmente repugnantes.
El ser humano se distingue de las otras especies en que es un ser moral. Su actuación en la vida es un difícil equilibrio entre sus impulsos instintivos y su íntimo código moral. Nuestra naturaleza moral es el distintivo principal que nos identifica en la creación, mucho más que el lenguaje y la racionalidad, dos características que también están presentes en otras especies. Declaraciones normativas tales como "honrar a los padres" o "no mentir" o "no codiciar los bienes ajenos" son fundamentalmente distintas a las leyes físicas. No tendría sentido, por ejemplo decir que la Tierra debería girar alrededor del Sol porque sería injusto si no lo hiciera. Como señala Carl Sagan: "La naturaleza ... arregla las cosas para que sea imposible transgredir sus prohibiciones". Por el contrario, cuando el ser humano apela a la moral alabando o culpando, aprobando o desaprobando, ovacionando o despreciando, emplea un criterio de juicio externo, universalista, ajeno a nosotros mismos y a nuestros instintos e impulsos primordiales. Y este criterio es el producto de la ley natural convertida en ética y moral.
El argumento contrario más manoseado es que existen y han existido culturas donde los Diez Mandamientos o los preceptos emanados de la ley natural parecen ser ignorados de manera sistemática e institucional. Pero la realidad es que vivimos en diversas culturas que comprenden la civilización moderna, en todas las cuales se desprecian estos preceptos éticos en la práctica y la vivencia cotidiana y, muchas veces, también en las leyes. Pero hay una ética universalista superior que de hecho juzga estas tansgresiones. Si una cultura practica abiertamente la costumbre de que los hombres castiguen las "faltas" de la esposa a golpes, o si otra practica forzosamente la circuncisión de las niñas, o si alguna más estima que la trata de personas en la práctica de la prostitución es un mal tolerable y "necesario", eso no los libra del juicio universal que condena tales prácticas como malvadas e incivilizadas.
Los antropólogos han coincidido desde hace mucho en su planteamiento de que la moral es un concepto universal asombrosamente coincidente en sus normas fundamentales, aunque en muchas partes las transgredan de diversas maneras. Incluso las religiones, pese a sus divergencias en cuanto a Dios, la naturaleza o la trascendencia del ser humano, coinciden enormemente en los cánones morales. De una manera u otra coinciden en lo que se ha venido a llamar la "Regla de Oro": "Todo lo que no quieras que los hombres hagan contigo, no lo hagas tú tampoco con ellos". Tal es así que en 1993 el famoso teólogo Hans Küng convocó a una especie de "parlamento" de representantes judíos, cristianos, musulmanes, hindúes y budistas de diversas denominaciones en cada una de esas religiones, en el que llegaron a la conclusión de que había una enorme coincidencia de valores morales que trascendían los límites religiosos. Los interesados en el tema pueden consultar "Una ética mundial para la economía y la política", publicado en 1999, de la que Küng es coautor con Karl-Joseph Kuschel.
Entonces, ¿qué valor tiene el Relativismo, esa doctrina que está cobrando tanta influencia en el mundo de hoy con su prédica de una moral relativa? Uno de los argumentos más insidiosos es la afirmación de que ciertos principios morales tienen prioridad sobre otros. Si la moral fuera relativa, no tendrían los relativistas que escandalizarse porque un miembro convencido del Ku-Klux-Klan iniciara una campaña pública con el argumento de "¿Por qué tenemos leyes que prohiben la discriminación racial? ¿Cómo puede el Estado atreverse a legislar la moralidad?" O que algún neonazi aparezca con pancartas a favor del holocausto porque "los judíos han sido una plaga para la humanidad que debemos erradicar".
Dentro del marco religioso, las violaciones de la ley natural y de las normas consecuentes de la moral se consideran también violaciones de la ley de Dios y se les da un nombre: pecado. Y el pecado tiene un castigo, una consecuencia, que pone un freno a la maldad. Sin ese freno los peores episodios de barbarie de la historia serían una realidad cotidiana.
Entre los cristianos, el pecado no es sólo una falta que sólo atañe al que lo comete en su relación con Dios, sino un acto que tiene consecuencias nocivas para todos o para algunos de sus semejantes. Por eso es "pecado". La moral cristiana le exige que no lo haga, pero esa exigencia se basa en el mandato fundamental de "amaos los unos a los otros", porque el que ama a su prójimo evita en todo lo posible las ocasiones de pecado. Y este es el fundamento ético de la civilización moderna.
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