Requisitos para un auténtico Gobierno del Pueblo
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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Requisitos para un auténtico Gobierno del Pueblo
03 May 2013 20:08
Las divergencias de opinión son tan numerosas como individuos hay en una sociedad. Las luchas que provocan estas divergencias pueden ser muy cruentas cuando la discordia afecta íntimamente la solidaridad del edificio social. Me refiero a esa solidaridad que encontramos en la historia de Roma cuando tanto un ciudadano de la plebe como un patricio se sentían igualmente orgullosos de ser ciudadanos romanos y aportaban su consenso al engrandecimiento de ésta. En un ambiente de discordia la sociedad deja de serlo, sencillamente se disocia, se fragmenta, se polariza, hasta convertirse en dos sociedades superpuestas dentro del ámbito de la nación. Empero, es imposible la existencia de dos sociedades en un mismo espacio social, son simples conatos que no pueden estructurarse plenamente y que conducen a su mutua aniquilación.
En consecuencia, la concordia se alcanza en un ámbito democrático y la discordia es el producto de la violencia y la tiranía. En un régimen democrático donde impere la concordia la sociedad protege a todos los ciudadanos y cada uno de ellos acata con su obediencia la voluntad del grupo social. La comunidad procede así a custodiar los derechos de cada miembro individual; y cada ciudadano, a cambio de esa misma protección, se somete a las leyes de la comunidad y delega el mando, ya que sin ese acatamiento de todos sería imposible que la protección pudiera extenderse a cada uno. Dentro de todas estas consideraciones, no podemos perder de vista que el elemento principal del poder es la autoridad, y que esta no puede ejercerse sin una capacidad coactiva o de fuerza. La cuestión consiste en no confundir la fuerza con la violencia y en reconocer que la concordia convierte a la fuerza que requiere el poder en un elemento simbólico, aunque muy necesario. Necesario, porque ninguna sociedad se convierte en panacea ni desemboca en la utopía. Habrá siempre crimen, corrupción, abuso, irresponsabilidad y desgobierno.
Por lo tanto, si al mecanismo tradicional de separación de poderes se le aplica un elemento efectivo de participación activa del ciudadano común, se establece un aparato en el cual toda gestión de gobierno ha de rendir cuentas a alguien y ha de responder en forma responsable a los requerimientos de la sociedad en que se desenvuelve. La lucha por el poder continúa dentro de estos parámetros; eso es inevitable. Ningún mecanismo es suficiente para cercenar las ambiciones desmedidas; pero sí para controlarlas eficazmente y reducirlas a un mínimo común denominador en un ambiente cívico que las encauce a resultados positivos y edificantes.
Pero, por lo mismo que esta lucha continúa, es preciso que los sectores de poder en el gobierno establecido y la base de la ciudadanía que le da razón de ser a ese mismo poder, actúen de consuno en pos del engrandecimiento de la nación en un ambiente de concordia. Y la concordia no es posible sin la ley, el orden, la equidad, la justicia y la autoridad. Es el respeto a todos estos elementos lo que alimenta la concordia en cualquier sociedad y produce los elementos de consenso que faciliten una gobernabilidad eficaz..
Con ese propósito, no contemplo, como lo hace el pensamiento liberal, un sistema que ponga obstáculos al poder ejecutivo para impedir la dictadura o la tiranía. Se trata de ver las cosas de otro modo. Se trata de establecer el poder al nivel del ciudadano y de proyectarlo dentro del aparato del Estado para que su gobierno desarrolle una tarea administrativa y no de mando como función del ejecutivo. Una función de responsabilidad burocrática y no de fuerza, porque la fuerza y el mando deben estar en manos de la ciudadanía en pleno.
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[Estas y otras consideraciones que fundamentan la democracia y elaboran un amplio sistema de participación democrática, forman parte del libro titulado "Gobierno del Pueblo: Opción para un Nuevo Siglo", que puede adquirirse en Amazon por sólo $9.95: www.amazon.com/gp/offer-listing/0897298616 ]
En consecuencia, la concordia se alcanza en un ámbito democrático y la discordia es el producto de la violencia y la tiranía. En un régimen democrático donde impere la concordia la sociedad protege a todos los ciudadanos y cada uno de ellos acata con su obediencia la voluntad del grupo social. La comunidad procede así a custodiar los derechos de cada miembro individual; y cada ciudadano, a cambio de esa misma protección, se somete a las leyes de la comunidad y delega el mando, ya que sin ese acatamiento de todos sería imposible que la protección pudiera extenderse a cada uno. Dentro de todas estas consideraciones, no podemos perder de vista que el elemento principal del poder es la autoridad, y que esta no puede ejercerse sin una capacidad coactiva o de fuerza. La cuestión consiste en no confundir la fuerza con la violencia y en reconocer que la concordia convierte a la fuerza que requiere el poder en un elemento simbólico, aunque muy necesario. Necesario, porque ninguna sociedad se convierte en panacea ni desemboca en la utopía. Habrá siempre crimen, corrupción, abuso, irresponsabilidad y desgobierno.
Por lo tanto, si al mecanismo tradicional de separación de poderes se le aplica un elemento efectivo de participación activa del ciudadano común, se establece un aparato en el cual toda gestión de gobierno ha de rendir cuentas a alguien y ha de responder en forma responsable a los requerimientos de la sociedad en que se desenvuelve. La lucha por el poder continúa dentro de estos parámetros; eso es inevitable. Ningún mecanismo es suficiente para cercenar las ambiciones desmedidas; pero sí para controlarlas eficazmente y reducirlas a un mínimo común denominador en un ambiente cívico que las encauce a resultados positivos y edificantes.
Pero, por lo mismo que esta lucha continúa, es preciso que los sectores de poder en el gobierno establecido y la base de la ciudadanía que le da razón de ser a ese mismo poder, actúen de consuno en pos del engrandecimiento de la nación en un ambiente de concordia. Y la concordia no es posible sin la ley, el orden, la equidad, la justicia y la autoridad. Es el respeto a todos estos elementos lo que alimenta la concordia en cualquier sociedad y produce los elementos de consenso que faciliten una gobernabilidad eficaz..
Con ese propósito, no contemplo, como lo hace el pensamiento liberal, un sistema que ponga obstáculos al poder ejecutivo para impedir la dictadura o la tiranía. Se trata de ver las cosas de otro modo. Se trata de establecer el poder al nivel del ciudadano y de proyectarlo dentro del aparato del Estado para que su gobierno desarrolle una tarea administrativa y no de mando como función del ejecutivo. Una función de responsabilidad burocrática y no de fuerza, porque la fuerza y el mando deben estar en manos de la ciudadanía en pleno.
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