El sexo y la unidad familiar en democracia
- Gerardo E. Martínez-Solanas
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El sexo y la unidad familiar en democracia
08 Apr 2013 21:53
Hace un par de semanas publiqué en este foro un aporte que intentaba responder a la pregunta: ¿Qué es "
Matrimonio
"?
Hablé de las raíces etimológicas de la palabra pero muy poco de sus fuentes históricas y sus antecedentes institucionales. Contrario a la creencia popular de que el hombre prehistórico vivía en un ambiente de promiscuidad, una idea promovida por los "librepensadores" del siglo XIX con el apoyo de algunos antropólogos de la época, muchos estudios serios posteriores demuestran que no hay bases históricas para afirmarlo. Las evidencias históricas apuntan a sociedades donde imperaban la monogamia o la poligamia -y en casos muy excepcionales la poliandría- pero muy rara vez la promiscuidad. En muchas instancias históricas, la poligamia era la consecuencia de un esfuerzo para proteger a la mujer y la familia, en sociedades en las que era prácticamente obligatorio que la viuda y su prole pasara a ser la esposa y familia de un hermano o primo que solían tener ya su propia familia y extendían su protección a la nueva esposa. No obstante, la monogamia ha sido a través de la historia la institución matrimonial preponderante, sobre todo en los países y regiones donde ha predominado la llamada "civilización occidental".
La monogamia se convierte en institución con el rito del matrimonio y las responsabilidades del compromiso contraído de proteger la familia y procurar su bienestar. No es una institución que surja del instinto de apareamiento sexual sino de la necesidad de cohesión social que se funda en la unidad familiar. Mientras que el impulso sexual es frecuentemente polígamo, la necesidad de estabilidad y seguridad familiar es esencialmente monógamo y el matrimonio era la forma de consolidar esa unión.
En las sociedades democráticas, desde la Grecia antigua hasta nuestros días, esa unidad familiar tenía una característica patriarcal porque el hombre asumía la responsabilidad de la defensa física de la familia. Por el simple hecho de ser más débil, en las sociedades antiguas hasta siglos recientes, la mujer dependía del esposo para su defensa y protección. Incluso mujeres que eran miembros de la nobleza o la realeza, podían ser hostigadas despiadadamente por los hombres cuando carecían de protección masculina, como podemos ver en la famosa obra de Homero, la Odisea, donde la esposa de Ulises se veía asediada groseramente por numerosos pretendientes en ausencia de este.
A partir del siglo XIX, esta necesidad se volvió anacrónica y la unidad familiar pasó a ser una institución para la protección de los hijos, una responsabilidad compartida por hombres y mujeres. Por lo tanto, surgieron movimientos "emancipadores" de la mujer, en particular para concederle el voto en democracia.
Esta función básica del matrimonio como institución protectora y estabilizadora de la familia se ve ahora hostigada por argumentos relativistas que pretenden reducir el contrato matrimonial a un acuerdo de unión sexual. La consecuencia es una desastrosa irrelevancia en la que se sepulta el fundamento familiar.
El matrimonio entre dos personas del mismo sexo no tiene sentido como institución fundamental de la unidad familiar. Si bien en un ambiente de tolerancia democrática debemos respetar las decisiones íntimas de los demás, no es correcto promover decisiones que desvirtúan el fundamento de la unidad familiar como base indispensable de la sociedad.
Si el argumento de la preferencia sexual es suficiente para llamar "matrimonio" a la unión entre dos personas de un mismo sexo, ese mismo argumento de preferencia sexual sería aplicable a la poligamia, a la poliandría y, eventualmente, a la pederastía. No hace falta consultar a un sociólogo o a un sicólogo para llegar a la conclusión de que el ambiente actual que favorece la tendencia a aceptar cada vez mayor permisividad sexual es disociador y desmoraliza nuestra sociedad, sobre todo si nos sometemos a la pretensión de igualar esas aberraciones con la tendencia natural y normal de formar una familia.
La tolerancia a ciertas preferencias sexuales es parte del reconocimiento democrático al derecho a la privacidad y a la libre asociación. Esa tolerancia es válida cuando no incide negativamente en la vida y los derechos de los demás. Por otra parte, no es discriminatorio llamar las cosas por su nombre y distinguir el matrimonio, que debe ser monógamo entre personas de sexos opuestos para bien de una sociedad que se fundamenta en la familia, y cualquier otra unión legal que se realice para satisfacer el instinto sexual en condiciones que no sean perjudiciales para una de las partes y garanticen la armonía social y la responsabilidad jurídica.
Hablé de las raíces etimológicas de la palabra pero muy poco de sus fuentes históricas y sus antecedentes institucionales. Contrario a la creencia popular de que el hombre prehistórico vivía en un ambiente de promiscuidad, una idea promovida por los "librepensadores" del siglo XIX con el apoyo de algunos antropólogos de la época, muchos estudios serios posteriores demuestran que no hay bases históricas para afirmarlo. Las evidencias históricas apuntan a sociedades donde imperaban la monogamia o la poligamia -y en casos muy excepcionales la poliandría- pero muy rara vez la promiscuidad. En muchas instancias históricas, la poligamia era la consecuencia de un esfuerzo para proteger a la mujer y la familia, en sociedades en las que era prácticamente obligatorio que la viuda y su prole pasara a ser la esposa y familia de un hermano o primo que solían tener ya su propia familia y extendían su protección a la nueva esposa. No obstante, la monogamia ha sido a través de la historia la institución matrimonial preponderante, sobre todo en los países y regiones donde ha predominado la llamada "civilización occidental".
La monogamia se convierte en institución con el rito del matrimonio y las responsabilidades del compromiso contraído de proteger la familia y procurar su bienestar. No es una institución que surja del instinto de apareamiento sexual sino de la necesidad de cohesión social que se funda en la unidad familiar. Mientras que el impulso sexual es frecuentemente polígamo, la necesidad de estabilidad y seguridad familiar es esencialmente monógamo y el matrimonio era la forma de consolidar esa unión.
En las sociedades democráticas, desde la Grecia antigua hasta nuestros días, esa unidad familiar tenía una característica patriarcal porque el hombre asumía la responsabilidad de la defensa física de la familia. Por el simple hecho de ser más débil, en las sociedades antiguas hasta siglos recientes, la mujer dependía del esposo para su defensa y protección. Incluso mujeres que eran miembros de la nobleza o la realeza, podían ser hostigadas despiadadamente por los hombres cuando carecían de protección masculina, como podemos ver en la famosa obra de Homero, la Odisea, donde la esposa de Ulises se veía asediada groseramente por numerosos pretendientes en ausencia de este.
A partir del siglo XIX, esta necesidad se volvió anacrónica y la unidad familiar pasó a ser una institución para la protección de los hijos, una responsabilidad compartida por hombres y mujeres. Por lo tanto, surgieron movimientos "emancipadores" de la mujer, en particular para concederle el voto en democracia.
Esta función básica del matrimonio como institución protectora y estabilizadora de la familia se ve ahora hostigada por argumentos relativistas que pretenden reducir el contrato matrimonial a un acuerdo de unión sexual. La consecuencia es una desastrosa irrelevancia en la que se sepulta el fundamento familiar.
El matrimonio entre dos personas del mismo sexo no tiene sentido como institución fundamental de la unidad familiar. Si bien en un ambiente de tolerancia democrática debemos respetar las decisiones íntimas de los demás, no es correcto promover decisiones que desvirtúan el fundamento de la unidad familiar como base indispensable de la sociedad.
Si el argumento de la preferencia sexual es suficiente para llamar "matrimonio" a la unión entre dos personas de un mismo sexo, ese mismo argumento de preferencia sexual sería aplicable a la poligamia, a la poliandría y, eventualmente, a la pederastía. No hace falta consultar a un sociólogo o a un sicólogo para llegar a la conclusión de que el ambiente actual que favorece la tendencia a aceptar cada vez mayor permisividad sexual es disociador y desmoraliza nuestra sociedad, sobre todo si nos sometemos a la pretensión de igualar esas aberraciones con la tendencia natural y normal de formar una familia.
La tolerancia a ciertas preferencias sexuales es parte del reconocimiento democrático al derecho a la privacidad y a la libre asociación. Esa tolerancia es válida cuando no incide negativamente en la vida y los derechos de los demás. Por otra parte, no es discriminatorio llamar las cosas por su nombre y distinguir el matrimonio, que debe ser monógamo entre personas de sexos opuestos para bien de una sociedad que se fundamenta en la familia, y cualquier otra unión legal que se realice para satisfacer el instinto sexual en condiciones que no sean perjudiciales para una de las partes y garanticen la armonía social y la responsabilidad jurídica.
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- Francisco Porto
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Re: Re:El sexo y la unidad familiar en democracia
16 Apr 2013 17:34
Gerardo Martínez-Solanas ha planteado en sus dos artículos (¿Matrimonio? y El sexo y la unidad familiar en democracia) los elementos esenciales para el análisis de uno de los problemas socio-legales del momento actual, algo que tendrá implicaciones en el desarrollo futuro de la Humanidad.
Ojalá todos sepamos reconocer y enfrentar el reto.
Ojalá todos sepamos reconocer y enfrentar el reto.
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