Robert Schuman, uno de los Padres Fundadores de la Unión Europea dijo: "la Democracia será cristiana o no será". Sin dudas, una expresión que hoy podría escandalizar a no pocos que quisieran ver como todo lo que huela a cristianismo es desterrado de la vida pública y arrinconado a la intimidad de cada persona, hogar o templo. Pero también la frase podría ser poco comprendida por quienes creen firmemente en la necesidad de un Estado Laico como una de las garantías para el respeto a los derechos de todos con independencia del credo religioso de cada uno.
Sin embargo, la misma tiene una interpretación universal y, por tanto, incluyente, que a la vez hace que mantenga su esencia: la necesidad de que la democracia encarne una serie de valores universales que el cristianismo ha impregnado en la vida pública a lo largo de la historia. Valores que en tiempos de crisis siempre sirven de paradigma deontológico y que ayudan a conservar lo que el profesor Enrique San Miguel describe como "esa necesaria tensión moral… esa especial atmósfera de exigencia y esperanza…" que debe existir en la actividad política.
La interpretación –auténtica- la aporta el propio Schuman:
"La democracia debe su existencia al cristianismo. Nació el día en que el hombre fue llamado a realizar en su vida temporal la dignidad de la persona humana, en su libertad individual, en el respeto de los derechos de cada cual y por la práctica del amor fraterno con respecto a todos. Nunca, antes de Cristo, estas ideas habían sido formuladas. La democracia está así unida al cristianismo doctrinalmente y cronológicamente. Tomó cuerpo con él por etapas, a través de largos titubeos, a veces al precio de errores y recaídas en la barbarie." (…) "El cristianismo ha enseñado la igualdad de naturaleza de todos los hombres, hijos de un mismo Dios, rescatados por el mismo Cristo, sin distinción de raza, de color, de clase y de profesión. Ha hecho que se reconozca la dignidad del trabajo y la obligación de todos de someterse a él. Ha reconocido la primacía de los valores interiores, los únicos que ennoblecen al hombre." (…) "Si encontramos rasgos profundos de la idea cristiana en la vida política contemporánea, el cristianismo no por ello está ni debe estar enfeudado en un régimen político, ni ser identificado con ninguna forma cualquiera de gobierno, aunque sea democrática. En este punto, igual que en otros, hay que distinguir el terreno del César y el de Dios. Estos dos poderes tienen cada uno responsabilidades propias. La Iglesia debe velar por el respeto de la ley natural y de las verdades reveladas. La tarea del hombre político responsable consiste en conciliar, en una síntesis a veces delicada pero necesaria, estos dos órdenes de consideración, el espiritual y el profano… No existe conflicto que no tenga solución entre los dos imperativos."(…)"La teocracia desconoce el principio de la separación de los dos ámbitos. Endosa a la idea religiosa responsabilidades que no son suyas. Bajo ese régimen, las divergencias de orden político corren el riesgo de degenerar en fanatismo religioso"(…) "Desde el primer momento, Cristo estuvo en el extremo opuesto del fanatismo; aceptó ser su víctima más augusta. Esto significa que la civilización cristiana no debía ser el producto de una revolución violenta e inmediata, sino una transformación progresiva, bajo la acción de los grandes principios de caridad, de sacrificio y de humildad, que están en la base de la sociedad nueva." (…) "La democracia no se improvisa; Europa ha tardado más de un milenio de cristianismo en darle forma (…)"