Humanitarios con Guillotina
- José Azel
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Humanitarios con Guillotina
19 Dec 2011 19:01
Al estudiar las transiciones gubernamentales, particularmente las que han tenido lugar en Europa central y oriental tras el colapso de la Unión Soviética, una polémica sobre la secuencia de las reformas se enfoca como un dilema de causalidad similar al que surge de la pregunta “¿qué fue primero, la gallina o el huevo?”: ¿Qué cambios deben realizarse primero, los políticos o los económicos? Dado que, en la mayoría de los países, la prosperidad económica va mano a mano con las libertades personales, algunos postulan que las reformas económicas dan lugar al advenimiento de las libertades políticas.
José Luis Leal espera la llegada de clientes a su
recién abierta cafetería 'El Viejo y el Mar,
situada en la planta baja de un edificio de apartamentos
frente al Malecón habanero. Foto: Javier Galeano / AP
No obstante, el hecho de que dos acontecimientos se observen juntos con frecuencia no significa que uno sea causante del otro. Para ilustrar este error de razonamiento, filósofos suelen ofrecer un ejemplo cotidiano: apretamos el botón para llamar el ascensor, esperamos impacientemente, y luego lo volvemos a apretar. El ascensor llega y, equivocadamente, deducimos que lo que provocó la llegada del mismo fue haber apretado el botón por segunda vez. En la lógica, el precepto de que la correlación no implica causalidad se conoce como la falacia cum hoc ergo propter hoc (con esto, por tanto, debido a esto).
El error puede demostrarse fácilmente al analizar las experiencias de China y Vietnam. China comenzó profundas reformas económicas basadas en el mercado en 1978, y Vietnam las inició poco después. Hoy, ambos países son considerablemente más ricos, pero al cabo de tres décadas de progreso económico, no han implementado reformas políticas de ningún tipo. China y Vietnam siguen siendo estados totalitarios clasificados como “no libres” en el informe anual que realiza la organización Freedom House.
Lo que las experiencias de China y Vietnam demuestran es la virtud de las reformas del mercado libre y el capitalismo como motores del progreso económico. Las experiencias de estos países no pueden ofrecerse lógicamente como vía para potenciar a los ciudadanos hacia las libertades personales. Nótese, por ejemplo, que la nueva y acaudalada clase empresarial de China trata cada vez más de vivir en el extranjero, a fin de poder disfrutar de una libertad tan esencial como poder tener un segundo hijo.
Esta sería una discusión pedante, si no fuera que la falacia de razonamiento induce a muchos, motivados por altos ideales, a abrazar políticas coercitivas sobre bases humanitarias. En su clásica obra El dios de la máquina (1943), Isabel Paterson cataloga este síndrome como el del “humanitario con la guillotina”.
En el debate sobre la política hacia Cuba, los humanitarios con guillotina justifican como significativos los mínimos cambios coercitivos que realiza ese régimen totalitario. Por ejemplo, recientemente, el gobierno cubano anunció que el número de actividades cuentapropistas autorizadas se incrementaría de 178 a 181. Ahora, además de poder cuidar niños y lustrar zapatos, los cubanos podrán instalar losas y convertirse en planificadores de fiestas. Los humanitarios aplauden esta humillante asignación de subsistencia.
La más reciente reforma capta los titulares como “Cuba autorizará la compra y venta de propiedades”. La realidad es mucho más perniciosa. Las ventas solo se harán en efectivo, ya que no existe sistema alguno de banca hipotecaria. Los cubanos carecen de capital para tales transacciones y, por tanto, es probable que estas sean financiadas con remesas de los cubanos de la diáspora: transferencias de moneda fuerte que fortalecerán al régimen.
En principio, los humanitarios, así como todos los amantes de las libertades, estarían de acuerdo en que las políticas que tienden a prolongar la existencia de los regímenes totalitarios no deben ser respaldadas. En la práctica, engañados por la falacia de que cambios económicos llevan a cambios políticos terminan apoyando esos cambios. Al hacerlo, dejan caer la hoja de la guillotina que decapita la esperanza de obtener libertades políticas.
La vida conlleva una gran carga de angustia y dolor, y el deseo de hacerle bien al prójimo puede inducirnos a aceptar cambios sin libertades políticas e implementados por compulsión. Sin embargo, el alivio de esta angustia existencial estriba, no solo en mejorar el bienestar material, sino también en obtener las libertades personales que dan significado a la existencia humana. Dentro del ámbito político, estas libertades se expresan en debate abierto y mediante elecciones libres, justas y frecuentes que permitan a los ciudadanos cambiar sus líderes. Estas son condiciones inexistentes en China, Vietnam y Cuba.
Tanto un buen gobierno como nuestra búsqueda de la felicidad requieren pluralismo político, y ciudadanos potenciados para cambiar sus líderes, tal como lo expresa claramente el viejo refrán: “Los políticos y los pañales deben cambiarse con frecuencia, y por la misma razón”.
[Investigador del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami, y autor del libro Mañana in Cuba.]
José Luis Leal espera la llegada de clientes a su
recién abierta cafetería 'El Viejo y el Mar,
situada en la planta baja de un edificio de apartamentos
frente al Malecón habanero. Foto: Javier Galeano / AP
El error puede demostrarse fácilmente al analizar las experiencias de China y Vietnam. China comenzó profundas reformas económicas basadas en el mercado en 1978, y Vietnam las inició poco después. Hoy, ambos países son considerablemente más ricos, pero al cabo de tres décadas de progreso económico, no han implementado reformas políticas de ningún tipo. China y Vietnam siguen siendo estados totalitarios clasificados como “no libres” en el informe anual que realiza la organización Freedom House.
Lo que las experiencias de China y Vietnam demuestran es la virtud de las reformas del mercado libre y el capitalismo como motores del progreso económico. Las experiencias de estos países no pueden ofrecerse lógicamente como vía para potenciar a los ciudadanos hacia las libertades personales. Nótese, por ejemplo, que la nueva y acaudalada clase empresarial de China trata cada vez más de vivir en el extranjero, a fin de poder disfrutar de una libertad tan esencial como poder tener un segundo hijo.
Esta sería una discusión pedante, si no fuera que la falacia de razonamiento induce a muchos, motivados por altos ideales, a abrazar políticas coercitivas sobre bases humanitarias. En su clásica obra El dios de la máquina (1943), Isabel Paterson cataloga este síndrome como el del “humanitario con la guillotina”.
En el debate sobre la política hacia Cuba, los humanitarios con guillotina justifican como significativos los mínimos cambios coercitivos que realiza ese régimen totalitario. Por ejemplo, recientemente, el gobierno cubano anunció que el número de actividades cuentapropistas autorizadas se incrementaría de 178 a 181. Ahora, además de poder cuidar niños y lustrar zapatos, los cubanos podrán instalar losas y convertirse en planificadores de fiestas. Los humanitarios aplauden esta humillante asignación de subsistencia.
La más reciente reforma capta los titulares como “Cuba autorizará la compra y venta de propiedades”. La realidad es mucho más perniciosa. Las ventas solo se harán en efectivo, ya que no existe sistema alguno de banca hipotecaria. Los cubanos carecen de capital para tales transacciones y, por tanto, es probable que estas sean financiadas con remesas de los cubanos de la diáspora: transferencias de moneda fuerte que fortalecerán al régimen.
En principio, los humanitarios, así como todos los amantes de las libertades, estarían de acuerdo en que las políticas que tienden a prolongar la existencia de los regímenes totalitarios no deben ser respaldadas. En la práctica, engañados por la falacia de que cambios económicos llevan a cambios políticos terminan apoyando esos cambios. Al hacerlo, dejan caer la hoja de la guillotina que decapita la esperanza de obtener libertades políticas.
La vida conlleva una gran carga de angustia y dolor, y el deseo de hacerle bien al prójimo puede inducirnos a aceptar cambios sin libertades políticas e implementados por compulsión. Sin embargo, el alivio de esta angustia existencial estriba, no solo en mejorar el bienestar material, sino también en obtener las libertades personales que dan significado a la existencia humana. Dentro del ámbito político, estas libertades se expresan en debate abierto y mediante elecciones libres, justas y frecuentes que permitan a los ciudadanos cambiar sus líderes. Estas son condiciones inexistentes en China, Vietnam y Cuba.
Tanto un buen gobierno como nuestra búsqueda de la felicidad requieren pluralismo político, y ciudadanos potenciados para cambiar sus líderes, tal como lo expresa claramente el viejo refrán: “Los políticos y los pañales deben cambiarse con frecuencia, y por la misma razón”.
[Investigador del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami, y autor del libro Mañana in Cuba.]
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