Ciudadano Presidente
- Gerardo E. Martínez-Solanas
- Topic Author
- Offline
- Moderator
- Posts: 818
- Thanks: 76
Ciudadano Presidente
18 Dec 2011 21:34 - 15 Jun 2016 19:24
Era la época del Debate General en las postrimerías de 1995, en esa Asamblea General donde las naciones se unen en un foro público al que acuden Jefes de Estado y de Gobierno de todas las partes del mundo a ventilar sus problemas, sus quejas, sus proyectos y sus soluciones. En un ángulo del salón, a solas, se encontraba el Presidente.
Es un salón alargado de amplios ventanales que miran al Río del Este, en Nueva York, donde se reúnen "tras bastidores" los funcionarios y delegados de todas las naciones, en mesitas y sillones tras una copa o una taza de café, sin prensa ni curiosos, en ese punto cardinal de la política mundial que son las Naciones Unidas. Allí, con discreta parsimonia, el Presidente tomaba un café con leche.
Comprendí que buscaba un rato de soledad y de reflexión, pero aún así me sorprendió. No es habitual encontrarse a solas con el Presidente de un país. No tener que atisbarlo allende el torbellino del acostumbrado entourage. “Presidente Havel”, le dije, “es un alto honor saludarlo”.
Me respondió con cordialidad en su pulcro inglés y me invitó a sentarme. Otra sorpresa, porque se trataba de alguien casi desconocido para él. Hablamos brevemente de su gestión en ese Debate General que acerca a los líderes de mundo a las mesas de negociación y a los niveles de la tolerancia y la reconciliación. Aproveché entonces para hablarle ávidamente de mis ideas sobre la democracia participativa y me escuchó con cortés atención. Pronto se acercaron otros a solicitarlo y me disculpé discretamente para retirarme a mis quehaceres cotidianos con una renovada fe en la democracia y en el futuro de los pueblos.
Mientras me alejaba recordé otro episodio muchos años antes, cuando visitaba Santiago de Chile en representación del Directorio Revolucionario Estudiantil (de Cuba) y transitaba con Nelson Amaro, a la sazón su delegado en Chile, por una de las calles que desembocan en el Palacio de la Moneda, como se conoce al palacio presidencial de Santiago. De súbito, apareció frente a nosotros un grupo de cinco hombres elegantemente trajeados que compartían una animada conversación. Cuando nos cruzábamos, Nelson se dirigió resueltamente a uno de ellos y le dijo: “Buenos días, Sr. Presidente, permítame hacerle llegar un saludo del pueblo cubano”. Hicieron un alto y explicamos brevemente nuestra gestión. Se despidió dándonos la mano. Corría el año 1963. Se trataba del Presidente Alessandri, quien se dirigía a pie a su trabajo desde el apartamento cercano donde vivía.
Otra figura egregia del siglo que acaba de transcurrir fue Mahatma Gandhi. No puedo dar testimonio personal, pero es bien sabido que aun en el cenit de su fama era persona asequible a todos sus seguidores y hombre dispuesto al intercambio directo de opiniones con sus conciudadanos. Acostumbraba a mezclarse con el pueblo para compartir con la gente ideas y aspiraciones.
Tres figuras señeras de la democracia que han demostrado a la humanidad que un dirigente no tiene que distanciarse de su pueblo ni acudir a la violencia o fomentar la discordia para defender sus principios. Gandhi proclamaba que: “El adversario debe ser liberado del error mediante la paciencia y la simpatía. Liberado y no aplastado; convertido pero no aniquilado”. Como Ghandi, el Presidente Havel demostró a lo largo de toda su vida ser un hombre persistente y tenaz en la promoción de sus ideales y en la defensa de la democracia. Estaba convencido de que “incluso un acto puramente moral que se realice sin esperanza alguna de obtener un efecto político inmediato y visible, puede lograr en forma gradual e indirecta, con el paso del tiempo, considerables consecuencias políticas”.
Así fue como Václav Havel, un oscuro dramaturgo caído en desgracia durante el régimen comunista por sus ideas independientes, marginado y condenado al ostracismo como consecuencia de su participación y protagonismo tras la publicación en 1977 por parte de un grupo de disidentes de la Carta contra la supresión de los derechos humanos en Checoslovaquia, persistió durante doce años más en su posición inquebrantable hasta participar, todavía como oscuro personaje secundario de la disidencia, en los sucesos de 1989 que culminaron en la transición democrática de ese país.
Ese era el Presidente Havel de comienzos de este milenio, reelegido por tercera vez pese al derrumbe del Premier Klaus a consecuencias de un escándalo político. Era el mismo Havel quien, siguiendo los pasos de Gandhi con la partición de la India, facilitó democráticamente la secesión de Eslovaquia en una transición incruenta que culminó en enero de 1993. Era el Havel sencillo que toma a solas un café con leche e invita a su mesa a un funcionario de segundo nivel mientras conduce por la senda de la reconstrucción al pueblo checo, lo integra a la Europa unida y le enseña la senda de la democracia genuina. Era el mismo Havel que, contra todas las presiones y objeciones políticas toma en sus manos en 2001 la condena del régimen cubano, violatorio de los derechos humanos, cuando el maquiavelismo de la política internacional castrista parecía sumir en el fracaso ese esfuerzo solidario de la comunidad internacional. Era el Presidente democrático que ha dado el ejemplo a sus homólogos iberoamericanos para pasarles en 2006 la antorcha en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, cuando se examinó el caso de Cuba en Ginebra. Pero muchos de esos mandatarios hermanos no supieron demostrar la misma integridad y coraje en tan insigne encomienda a favor del pueblo cubano.
He aquí un líder natural y ejemplar. Un ciudadano más de la democracia. ¡Descanse en Paz Václav Havel! El mundo agradecido no lo olvidará.
[ Más sobre el Presidente Havel ]
Es un salón alargado de amplios ventanales que miran al Río del Este, en Nueva York, donde se reúnen "tras bastidores" los funcionarios y delegados de todas las naciones, en mesitas y sillones tras una copa o una taza de café, sin prensa ni curiosos, en ese punto cardinal de la política mundial que son las Naciones Unidas. Allí, con discreta parsimonia, el Presidente tomaba un café con leche.
Comprendí que buscaba un rato de soledad y de reflexión, pero aún así me sorprendió. No es habitual encontrarse a solas con el Presidente de un país. No tener que atisbarlo allende el torbellino del acostumbrado entourage. “Presidente Havel”, le dije, “es un alto honor saludarlo”.
Me respondió con cordialidad en su pulcro inglés y me invitó a sentarme. Otra sorpresa, porque se trataba de alguien casi desconocido para él. Hablamos brevemente de su gestión en ese Debate General que acerca a los líderes de mundo a las mesas de negociación y a los niveles de la tolerancia y la reconciliación. Aproveché entonces para hablarle ávidamente de mis ideas sobre la democracia participativa y me escuchó con cortés atención. Pronto se acercaron otros a solicitarlo y me disculpé discretamente para retirarme a mis quehaceres cotidianos con una renovada fe en la democracia y en el futuro de los pueblos.
Mientras me alejaba recordé otro episodio muchos años antes, cuando visitaba Santiago de Chile en representación del Directorio Revolucionario Estudiantil (de Cuba) y transitaba con Nelson Amaro, a la sazón su delegado en Chile, por una de las calles que desembocan en el Palacio de la Moneda, como se conoce al palacio presidencial de Santiago. De súbito, apareció frente a nosotros un grupo de cinco hombres elegantemente trajeados que compartían una animada conversación. Cuando nos cruzábamos, Nelson se dirigió resueltamente a uno de ellos y le dijo: “Buenos días, Sr. Presidente, permítame hacerle llegar un saludo del pueblo cubano”. Hicieron un alto y explicamos brevemente nuestra gestión. Se despidió dándonos la mano. Corría el año 1963. Se trataba del Presidente Alessandri, quien se dirigía a pie a su trabajo desde el apartamento cercano donde vivía.
Otra figura egregia del siglo que acaba de transcurrir fue Mahatma Gandhi. No puedo dar testimonio personal, pero es bien sabido que aun en el cenit de su fama era persona asequible a todos sus seguidores y hombre dispuesto al intercambio directo de opiniones con sus conciudadanos. Acostumbraba a mezclarse con el pueblo para compartir con la gente ideas y aspiraciones.
Tres figuras señeras de la democracia que han demostrado a la humanidad que un dirigente no tiene que distanciarse de su pueblo ni acudir a la violencia o fomentar la discordia para defender sus principios. Gandhi proclamaba que: “El adversario debe ser liberado del error mediante la paciencia y la simpatía. Liberado y no aplastado; convertido pero no aniquilado”. Como Ghandi, el Presidente Havel demostró a lo largo de toda su vida ser un hombre persistente y tenaz en la promoción de sus ideales y en la defensa de la democracia. Estaba convencido de que “incluso un acto puramente moral que se realice sin esperanza alguna de obtener un efecto político inmediato y visible, puede lograr en forma gradual e indirecta, con el paso del tiempo, considerables consecuencias políticas”.
Así fue como Václav Havel, un oscuro dramaturgo caído en desgracia durante el régimen comunista por sus ideas independientes, marginado y condenado al ostracismo como consecuencia de su participación y protagonismo tras la publicación en 1977 por parte de un grupo de disidentes de la Carta contra la supresión de los derechos humanos en Checoslovaquia, persistió durante doce años más en su posición inquebrantable hasta participar, todavía como oscuro personaje secundario de la disidencia, en los sucesos de 1989 que culminaron en la transición democrática de ese país.
Ese era el Presidente Havel de comienzos de este milenio, reelegido por tercera vez pese al derrumbe del Premier Klaus a consecuencias de un escándalo político. Era el mismo Havel quien, siguiendo los pasos de Gandhi con la partición de la India, facilitó democráticamente la secesión de Eslovaquia en una transición incruenta que culminó en enero de 1993. Era el Havel sencillo que toma a solas un café con leche e invita a su mesa a un funcionario de segundo nivel mientras conduce por la senda de la reconstrucción al pueblo checo, lo integra a la Europa unida y le enseña la senda de la democracia genuina. Era el mismo Havel que, contra todas las presiones y objeciones políticas toma en sus manos en 2001 la condena del régimen cubano, violatorio de los derechos humanos, cuando el maquiavelismo de la política internacional castrista parecía sumir en el fracaso ese esfuerzo solidario de la comunidad internacional. Era el Presidente democrático que ha dado el ejemplo a sus homólogos iberoamericanos para pasarles en 2006 la antorcha en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, cuando se examinó el caso de Cuba en Ginebra. Pero muchos de esos mandatarios hermanos no supieron demostrar la misma integridad y coraje en tan insigne encomienda a favor del pueblo cubano.
He aquí un líder natural y ejemplar. Un ciudadano más de la democracia. ¡Descanse en Paz Václav Havel! El mundo agradecido no lo olvidará.
[ Más sobre el Presidente Havel ]
Last edit: 15 Jun 2016 19:24 by Gerardo E. Martínez-Solanas.
Reply to Gerardo E. Martínez-Solanas
- Carlos Alberto Montaner
- Offline
- Senior Member
- Posts: 73
- Thanks: 2
Re: Ciudadano Presidente
15 Jun 2016 19:26
Fue como un cuento. En diciembre de 1989, súbitamente, Vaclav Havel se convirtió en presidente de Checoslovaquia. En pocas semanas, el escritor checo pasó desde de la más absoluta indefensión a la cúspide del poder. Todavía a mediados de noviembre la policía política continuaba aporreando a los disidentes y el Partido Comunista mantenía las riendas del control social.
En la tercera semana de noviembre comenzó la asombrosa Revolución de Terciopelo. Las calles y las plazas se llenaron de miles de personas que, finalmente, se atrevieron a manifestar lo que creían del sistema comunista, pero no se aventuraban a decir: era un tormento horrible que debía terminar cuanto antes. Comenzaron las huelgas. El régimen se desplomó. El comunismo teórico era un disparate. El comunismo real, consecuentemente, se había tornado en una creciente pesadilla. Havel le llamaba “Absurdistán”.
Hubo algo sorprendente en el vertiginoso fin del comunismo checoslovaco. En febrero, los eslovenos –entonces una república adscrita a la federación yugoslava— crean un partido de oposición. Polonia, de la mano de Lech Walesa y con el impulso masivo del sindicato Solidaridad, había comenzado a derrotar la dictadura en las elecciones de junio. Los tres países bálticos, en agosto, pidieron la independencia de la URSS. En octubre, los comunistas húngaros habían cambiado de nombre y aceptaban el pluripartidismo. A principios de noviembre los alemanes derribaban el Muro de Berlín. El 25 de diciembre los rumanos fusilaron al dictador Nicolás Ceaucescu y a su pérfida mujer, la inefable Elena, para poder dar inicio a los cambios. Un mes antes lo habían elegido por unanimidad como líder del Partido Comunista.
Los checos, en cambio, parecían rezagados. De pronto, la libertad llegó como un relámpago. El 29 de diciembre Havel era elegido presidente por un Parlamento que no veía otra salida a la crisis. Su figura se había agigantado al frente del Foro Cívico, una organización que agrupaba, esencialmente, a escritores y artistas disidentes. Era el primer país que rompía sin ambages la cadena moscovita e iniciaba el entierro de las supersticiones marxistas. Seis meses más tarde la inmensa mayoría de la sociedad le concedía sus votos a Havel.
Y aquí vino lo bueno. Los agoreros pensaban que un escritor poco conocido, sin experiencia política, y mucho menos burocrática, amante del jazz y del rock, bohemio y tímido, que había pasado casi toda su vida adulta preso o perseguido, sería incapaz de gobernar a un país que mudaba de sistema y se enfrentaba a la inmensa tarea de corregir las arbitrariedades, errores, abusos y estupideces cometidos durante algo más de cuarenta años de dictadura comunista.
Es verdad que no fue fácil y en el trayecto, al poco tiempo, checos y eslovacos se divorciaron por mutuo consentimiento (algo que hoy parece mucho menos traumático que entonces), pero, en general, el escritor inexperto resultó ser un gran estadista. ¿Cómo sucedió ese fenómeno? Ocurrió algo primordial: Havel no conocía de leyes, pero había conocido la injusticia. No sabía economía, pero sí experimentó la escasez y la falta de oportunidades. No tenía experiencia gerencial, pero estaba dotado de sentido común, sabía delegar y escogía bien a sus colaboradores. Era, además, una persona inteligente.
Havel tenía un objetivo: devolverles a sus compatriotas el control de sus vidas. La libertad era eso: la posibilidad de tomar decisiones sin coerción ni miedo. Los checos, que una vez formaron parte del imperio austrohúngaro, habían visto cómo los austriacos libres se habían convertido en ciudadanos prósperos de una nación pacífica. Y habían comprobado que la Alemania libre era mil veces más feliz y rica que la Alemania comunista. La regla de oro era obvia: había que tomar decisiones y crear instituciones que fortalecieran la libertad individual. Havel gobernaría desde los valores y los principios.
El pragmatismo casi siempre es el disfraz de los oportunistas y los inescrupulosos. El título de una de sus últimas obras resumía su concepción de la política: El arte de lo imposible.
Por eso Havel me honró con su trato solidario. Cuando era presidente me recibió en Praga, en el Castillo, públicamente, con toda la alharaca posible, para subrayar su respaldo a los demócratas cubanos y su repudio a la dictadura de Castro. Creía que los ex satélites europeos tenían una obligación moral con las víctimas de la última tiranía marxista-leninista de Occidente. Los pueblos habían sido hermanos en el infortunio y debían salvarse juntos. Cuando dejó de ser presidente organizó un Comité Internacional por la libertad de Cuba y una tarde me convocó a Praga para que presentáramos juntos un libro del gran poeta cubano Raúl Rivero, entonces preso en la Isla. Lo hicimos en un café, como cuando él luchaba contra la dictadura checa. Ya estaba enfermo, pero los ojos le brillaban con fiereza.
Era el fuego de la libertad.
En la tercera semana de noviembre comenzó la asombrosa Revolución de Terciopelo. Las calles y las plazas se llenaron de miles de personas que, finalmente, se atrevieron a manifestar lo que creían del sistema comunista, pero no se aventuraban a decir: era un tormento horrible que debía terminar cuanto antes. Comenzaron las huelgas. El régimen se desplomó. El comunismo teórico era un disparate. El comunismo real, consecuentemente, se había tornado en una creciente pesadilla. Havel le llamaba “Absurdistán”.
Hubo algo sorprendente en el vertiginoso fin del comunismo checoslovaco. En febrero, los eslovenos –entonces una república adscrita a la federación yugoslava— crean un partido de oposición. Polonia, de la mano de Lech Walesa y con el impulso masivo del sindicato Solidaridad, había comenzado a derrotar la dictadura en las elecciones de junio. Los tres países bálticos, en agosto, pidieron la independencia de la URSS. En octubre, los comunistas húngaros habían cambiado de nombre y aceptaban el pluripartidismo. A principios de noviembre los alemanes derribaban el Muro de Berlín. El 25 de diciembre los rumanos fusilaron al dictador Nicolás Ceaucescu y a su pérfida mujer, la inefable Elena, para poder dar inicio a los cambios. Un mes antes lo habían elegido por unanimidad como líder del Partido Comunista.
Los checos, en cambio, parecían rezagados. De pronto, la libertad llegó como un relámpago. El 29 de diciembre Havel era elegido presidente por un Parlamento que no veía otra salida a la crisis. Su figura se había agigantado al frente del Foro Cívico, una organización que agrupaba, esencialmente, a escritores y artistas disidentes. Era el primer país que rompía sin ambages la cadena moscovita e iniciaba el entierro de las supersticiones marxistas. Seis meses más tarde la inmensa mayoría de la sociedad le concedía sus votos a Havel.
Y aquí vino lo bueno. Los agoreros pensaban que un escritor poco conocido, sin experiencia política, y mucho menos burocrática, amante del jazz y del rock, bohemio y tímido, que había pasado casi toda su vida adulta preso o perseguido, sería incapaz de gobernar a un país que mudaba de sistema y se enfrentaba a la inmensa tarea de corregir las arbitrariedades, errores, abusos y estupideces cometidos durante algo más de cuarenta años de dictadura comunista.
Es verdad que no fue fácil y en el trayecto, al poco tiempo, checos y eslovacos se divorciaron por mutuo consentimiento (algo que hoy parece mucho menos traumático que entonces), pero, en general, el escritor inexperto resultó ser un gran estadista. ¿Cómo sucedió ese fenómeno? Ocurrió algo primordial: Havel no conocía de leyes, pero había conocido la injusticia. No sabía economía, pero sí experimentó la escasez y la falta de oportunidades. No tenía experiencia gerencial, pero estaba dotado de sentido común, sabía delegar y escogía bien a sus colaboradores. Era, además, una persona inteligente.
Havel tenía un objetivo: devolverles a sus compatriotas el control de sus vidas. La libertad era eso: la posibilidad de tomar decisiones sin coerción ni miedo. Los checos, que una vez formaron parte del imperio austrohúngaro, habían visto cómo los austriacos libres se habían convertido en ciudadanos prósperos de una nación pacífica. Y habían comprobado que la Alemania libre era mil veces más feliz y rica que la Alemania comunista. La regla de oro era obvia: había que tomar decisiones y crear instituciones que fortalecieran la libertad individual. Havel gobernaría desde los valores y los principios.
El pragmatismo casi siempre es el disfraz de los oportunistas y los inescrupulosos. El título de una de sus últimas obras resumía su concepción de la política: El arte de lo imposible.
Por eso Havel me honró con su trato solidario. Cuando era presidente me recibió en Praga, en el Castillo, públicamente, con toda la alharaca posible, para subrayar su respaldo a los demócratas cubanos y su repudio a la dictadura de Castro. Creía que los ex satélites europeos tenían una obligación moral con las víctimas de la última tiranía marxista-leninista de Occidente. Los pueblos habían sido hermanos en el infortunio y debían salvarse juntos. Cuando dejó de ser presidente organizó un Comité Internacional por la libertad de Cuba y una tarde me convocó a Praga para que presentáramos juntos un libro del gran poeta cubano Raúl Rivero, entonces preso en la Isla. Lo hicimos en un café, como cuando él luchaba contra la dictadura checa. Ya estaba enfermo, pero los ojos le brillaban con fiereza.
Era el fuego de la libertad.
Reply to Carlos Alberto Montaner
Moderators: Miguel Saludes, Abelardo Pérez García, Oílda del Castillo, Ricardo Puerta, Antonio Llaca, Efraín Infante, Pedro S. Campos, Héctor Caraballo
Time to create page: 0.406 seconds