La Unidad de la Iglesia: Desafío de Hoy
- Helio J. González
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La Unidad de la Iglesia: Desafío de Hoy
28 Apr 2010 21:59
Un artículo de opinión del diario El País de España, de Juan Bedoya del 24 de diciembre de 2009, titulado “Voto de Desobediencia a los Obispos”, y en el que se trata el tema de la unidad de la Iglesia, en cuanto a que políticos españoles que se declaran católicos, destacados teólogos y una gran masa de fieles ignoran doctrinas clave de la iglesia o polemizan sobre ellas, me hizo reflexionar para escribir este artículo. Esta misma situación la tenemos en los Estados Unidos, y de hecho en toda la cristiandad. Como prácticamente, todo hecho se convierte en político, y producto del avance tecnológico y de la globalización, llega de inmediato a todos los confines, cualesquiera de estos debates tiene implicaciones de carácter supranacional.
En otra parte de su artículo, Bedoya nos dice: “¿Significan estas discrepancias -ese no hacer caso a lo que predica la jerarquía del cristianismo-, que existe un cisma en la Iglesia católica actual? Cisma es, quizás, una palabra fuerte porque, además de división, discordia o desavenencia entre personas de una misma comunidad -éste es su significado académico-, la palabra, en mayúscula, alude a los cismas por antonomasia: la ruptura del cristianismo oriental y occidental en 1054, y las brutales escisiones del largo periodo comprendido entre 1378 y 1532, con Lutero como personaje principal y años de terribles guerras por el camino”.
La Unidad de la Iglesia es quizás el mayor desafío que tenemos los cristianos hoy, porque la Iglesia somos todos, y es nuestra actitud como cristianos reflejada en la sociedad la que define nuestra capacidad de transformarla, no podemos ver la Iglesia sólo como el templo en que participamos en los oficios religiosos, tenemos que verla como comunidad de vida, donde los hermanos se reúnen para compartir el pan, el Pan de Vida, que forma el centro de nuestra vida y por lo tanto de proyectar a Cristo a todos aquellos con que compartimos nuestras experiencias diarias. Hace más de 2000 años un acontecimiento que podría ser común, se convirtió en el más importante de la Historia, un bebito, nació, en un inhóspito lugar, en Belén de Judá, pues su mamá María y su papá José, habían atravesado, una buena parte de Israel, desde Nazaret hasta Belén, para inscribirse en un Censo ordenado por el emperador romano para todo el Imperio. Los cristianos, reconocemos a ese bebito, llamado Jesús, como nuestro Salvador, que nos mostró a un Dios que es Padre y es Amor, y que nos ordenó, Amar al prójimo sin distinción. Esa doctrina de Amor, se convirtió en la piedra angular de nuestra civilización occidental.
Vivimos en un mundo en que muchos otros seudo-valores, tratan de imponerse cada día y de esa manera sustituir a esa doctrina de Amor que requiere de cada uno de nosotros dar lo mejor, y por lo tanto, como somos Iglesia, debemos asumirla con total libertad y responsabilidad. Sin embargo, en muchísimas ocasiones sucede lo que Juan Bedoya nos dice en su artículo. La Iglesia es cuestionada desde afuera, y muchas veces desde adentro. En su Meditación sobre la Iglesia, el P. Segundo Galilea dice lo siguiente: “Para muchos creyentes, la Iglesia Católica (su Iglesia) es la realidad más conflictiva de su horizonte cristiano. En teoría podrá haber otras verdades de su fe más difíciles de comprender y aceptar. La Trinidad, la divinidad de Jesús, o la presencia de Dios en un pan consagrado. Pero sucede que esas verdades y otras más, no interfieren en su vida diaria, en su emotividad, o en su actitud ética e ideológica, en la forma como lo hace la Iglesia…. Sus representantes son hombres concretos cuyas palabras, actitudes, y vida, necesariamente observamos y juzgamos. Por eso puede ser conflictiva”.
Hoy por lo tanto como Iglesia, tenemos dos grandes desafíos, la unidad de todo el cristianismo, y para ello, el diálogo ecuménico, como nos lo pidió el Concilio Vaticano II, y la unidad al interior, basada en el ejemplo de cada uno de los que formamos parte de esa Comunidad Universal que llamamos Iglesia Católica y que como Madre acoge a todos sus hijos, fomentada en la fe en Jesucristo y en la dignidad de los hijos de Dios.
El pasado 4 de noviembre de 2009, el Papa Benedicto XVI, emitió la Constitución Apostólica “Anglicanorum Coetibus”, que en mi opinión, es un documento de importancia fundamental en el camino de la unidad de los cristianos, y que abre perspectivas de alcance incalculable, no sólo por abrirse a comunidades anglicanas que en el camino de la unidad mantendrían sus tradiciones, sino también por el hecho de reconocer la dignidad de sus obispos, sacerdotes y diáconos, conformando como especie de diócesis y parroquias, dentro de las diócesis católicas. A su vez, aceptando la condición de hombres casados a aquellos sacerdotes u obispos que así lo estuviesen.
Hoy el cristianismo está dividido en muchísimas denominaciones cristianas, desde las iglesias Ortodoxas (como la griega o la rusa), hasta la diversidad de iglesias Protestantes y Evangélicas que se han ido estableciendo a través de los siglos.
El compromiso de la Iglesia con el movimiento ecuménico, ha sido parte fundamental de la vida de la Iglesia desde que en 1964 el Concilio Ecuménico Vaticano II emitió el documento Unitatis Redintegratio. Mons. Brian Farrel, en una presentación sobre el Movimiento Ecuménico nos dice lo siguiente: “En un mundo que ha cambiado mucho durante los años que han pasado desde el concilio Vaticano II, la actitud católica con respecto al restablecimiento de la unidad está impregnada de un realismo nuevo. Hoy resulta más claro que nunca que el ecumenismo sólo se puede promover sobre una sólida base doctrinal y un riguroso diálogo entre los cristianos separados. Sobre todo, se comprende cada vez mejor que sólo se puede trabajar en favor de la unidad con una espiritualidad convincente y profunda, una espiritualidad de esperanza cristiana y valentía”. Mucho se ha logrado, pero falta mucho por lograr todavía, pero si algo es importante, es que cada cristiano, comenzando por nosotros mismos, seamos capaces de trabajar día a día por esa unidad.
“En estos últimos tiempos el Espíritu Santo ha empujado a grupos de anglicanos a pedir en varias ocasiones e insistentemente ser recibidos, incluso corporativamente, en la plena comunión católica y esta Sede Apostólica ha acogido benévolamente su petición. El sucesor de Pedro de hecho, que tiene del Señor Jesús el mandato de garantizar la unidad del episcopado y de presidir y tutelar la comunión universal de todas las Iglesias, no puede dejar de predisponer los medios para que este santo deseo pueda ser realizado”. Así comienza la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus, que en mi opinión, tiene una importancia extraordinaria, no sólo por la apertura y respeto hacia las comunidades y tradiciones anglicanas, sin romper el diálogo ecuménico entre las dos iglesias, sino que es también un documento muy visionario que Su Santidad Benedicto XVI pone en manos de la Iglesia Universal, pues de hecho, abre también la visión de unidad dentro de nuestra misma iglesia, y es en sí un desafío tremendo para el futuro de la misma. Lo veo extraordinariamente positivo. En primer lugar, son tan grandes las divisiones creadas en el seno de la Iglesia Anglicana, que un cisma en la misma, sería de nuevo un golpe mortal en la división de la Iglesia de Cristo, por lo que el Papa, se ha adelantado al mismo, aceptando el pedido de muchas comunidades anglicanas, evitando no sólo un cisma, sino que al aceptar sus tradiciones, da lugar a un crecimiento de la pluralidad en la unidad de la Iglesia; igualmente, el respeto a la condición sacerdotal dentro de nuestra Iglesia, de los sacerdotes y obispos anglicanos, a pesar de la condición de hombres casados en muchísimos de ellos, también abre un sentido aún mayor de pluralidad en esa unidad esencial de la Iglesia Universal.
No podría estar más de acuerdo con el P. Galilea cuando nos dice, que más que las verdades divinas en que creemos, es la actitud de todos los que de una manera u otra damos la cara por la Iglesia, los que somos signos de contradicción, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Es nuestra actitud la que va a definir la Unidad de la Iglesia, y su contribución a que este siglo XXI siga el camino de Jesús, o solamente el del placer, el dinero, el sexo y todo lo que huela solamente a bienestar material, apartándonos de los valores del Espíritu.
La situación creada en el seno de la Iglesia, con los casos de sacerdotes que han abusado sexualmente de menores en diversos países, ha tenido un último episodio en los casos de Irlanda y Alemania. Afrontar la actual crisis con “honradez y valentía” es lo que ha pedido Benedicto XVI en la reunión que ha mantenido con los obispos irlandeses el 15 y 16 de febrero para examinar los casos de abusos sexuales cometidos por algunos sacerdotes y religiosos. Según el comunicado emitido por la Oficina de Información de la Santa Sede, tras una breve introducción del Papa, cada uno de los 24 obispos ofreció sus propias observaciones y sugerencias. Junto con representantes de la Curia Romana, examinaron “el fracaso de las autoridades de la Iglesia durante muchos años para afrontar eficazmente los casos de abusos sexuales de jóvenes por parte de algunos clérigos y religiosos irlandeses”. Todos los presentes han reconocido que “esa grave crisis ha desembocado en el desmoronamiento de la confianza en la jerarquía eclesiástica y ha perjudicado su testimonio del Evangelio y sus enseñanzas morales.” 3)
Benedicto XVI observó que “el abuso sexual de niños y jóvenes no es sólo un crimen atroz, sino también un pecado grave que ofende a Dios y hiere a la dignidad de la persona humana, creada a su imagen”. 3)
La realidad es que este grupo minoritario, al practicar el abuso de menores, ha tenido un impacto catastrófico para la imagen de la Iglesia, por lo que el pronunciamiento del Papa, calificándolo de crimen atroz, es también de una importancia trascendental, respecto a como la Iglesia va a afrontar estos hechos abominables. Hoy, como desde el comienzo histórico de la Iglesia, miles de sacerdotes y religiosos realizan su misión evangelizadora con honor, y que decir de los misioneros que entregan por completo sus vidas, al servicio del Evangelio, llevando la palabra de Dios, y promoviendo comunidades y pueblos enteros en África, Asia, América Latina.
Hoy todos debemos sentir con la Iglesia la necesidad de unidad al interior, viviendo al calor del mandato Evangélico, como al exterior, promoviendo la unidad, con el resto de los cristianos. Termino con las palabras del P. Galilea en su Meditación: “Sentir con la Iglesia es exigencia esencial del cristianismo. Sentir con la Iglesia no es el conformismo, ni el servilismo, ni la diplomacia. Sentir con la Iglesia no es multiplicar las adhesiones exteriores a sus representantes, o citar formalmente sus documentos oficiales. Sentir con la Iglesia es dejarse penetrar confiadamente por la verdad que la irradia, por sus criterios y orientaciones de Madre y Maestra de la fe. Participar de su vida como algo connatural a nuestro cristianismo”.
“Sentir con la Iglesia es considerar su causa como nuestra causa, sus éxitos y alegrías como los nuestros, ser solidarios con sus fracasos y con su cruz. Sentirnos responsables de sus debilidades y miserias, que son las propias nuestras, sin desembarazarnos de ellas con el fácil expediente de que los culpables son “la jerarquía”… Sentir con la Iglesia es vivir con la convicción de que si yo soy mejor, la Iglesia es mejor, si yo quiero que la iglesia sea pobre, debo comenzar por vivir la pobreza, si quiero que la Iglesia se renueve, tengo que comenzar por renovarme yo”. Así lo sintió Santa Catalina de Siena en su época, así lo sintió también la Madre Teresa en nuestros días.
Bibliografía:
1) El Movimiento Ecuménico. (Presentación de Mons. Brian Farrell)
2) Voto de desobediencia a los obispos. Juan Bedoya, El País de España, 24-Dic-09.
3) Aceprensa, 17-Feb-2010. El Papa pide a los obispos irlandeses honradez y valentía contra los abusos.
4) Meditación sobre la Iglesia. P. Segundo Galilea (Aspectos Críticos de la Espiritualidad Actual). Colección Iglesia Nueva, 1975.
5) Constitución Apostólica “Anglicanorum Coetibus”. Su Santidad Benedicto XVI, noviembre de 2009.
En otra parte de su artículo, Bedoya nos dice: “¿Significan estas discrepancias -ese no hacer caso a lo que predica la jerarquía del cristianismo-, que existe un cisma en la Iglesia católica actual? Cisma es, quizás, una palabra fuerte porque, además de división, discordia o desavenencia entre personas de una misma comunidad -éste es su significado académico-, la palabra, en mayúscula, alude a los cismas por antonomasia: la ruptura del cristianismo oriental y occidental en 1054, y las brutales escisiones del largo periodo comprendido entre 1378 y 1532, con Lutero como personaje principal y años de terribles guerras por el camino”.
La Unidad de la Iglesia es quizás el mayor desafío que tenemos los cristianos hoy, porque la Iglesia somos todos, y es nuestra actitud como cristianos reflejada en la sociedad la que define nuestra capacidad de transformarla, no podemos ver la Iglesia sólo como el templo en que participamos en los oficios religiosos, tenemos que verla como comunidad de vida, donde los hermanos se reúnen para compartir el pan, el Pan de Vida, que forma el centro de nuestra vida y por lo tanto de proyectar a Cristo a todos aquellos con que compartimos nuestras experiencias diarias. Hace más de 2000 años un acontecimiento que podría ser común, se convirtió en el más importante de la Historia, un bebito, nació, en un inhóspito lugar, en Belén de Judá, pues su mamá María y su papá José, habían atravesado, una buena parte de Israel, desde Nazaret hasta Belén, para inscribirse en un Censo ordenado por el emperador romano para todo el Imperio. Los cristianos, reconocemos a ese bebito, llamado Jesús, como nuestro Salvador, que nos mostró a un Dios que es Padre y es Amor, y que nos ordenó, Amar al prójimo sin distinción. Esa doctrina de Amor, se convirtió en la piedra angular de nuestra civilización occidental.
Vivimos en un mundo en que muchos otros seudo-valores, tratan de imponerse cada día y de esa manera sustituir a esa doctrina de Amor que requiere de cada uno de nosotros dar lo mejor, y por lo tanto, como somos Iglesia, debemos asumirla con total libertad y responsabilidad. Sin embargo, en muchísimas ocasiones sucede lo que Juan Bedoya nos dice en su artículo. La Iglesia es cuestionada desde afuera, y muchas veces desde adentro. En su Meditación sobre la Iglesia, el P. Segundo Galilea dice lo siguiente: “Para muchos creyentes, la Iglesia Católica (su Iglesia) es la realidad más conflictiva de su horizonte cristiano. En teoría podrá haber otras verdades de su fe más difíciles de comprender y aceptar. La Trinidad, la divinidad de Jesús, o la presencia de Dios en un pan consagrado. Pero sucede que esas verdades y otras más, no interfieren en su vida diaria, en su emotividad, o en su actitud ética e ideológica, en la forma como lo hace la Iglesia…. Sus representantes son hombres concretos cuyas palabras, actitudes, y vida, necesariamente observamos y juzgamos. Por eso puede ser conflictiva”.
Hoy por lo tanto como Iglesia, tenemos dos grandes desafíos, la unidad de todo el cristianismo, y para ello, el diálogo ecuménico, como nos lo pidió el Concilio Vaticano II, y la unidad al interior, basada en el ejemplo de cada uno de los que formamos parte de esa Comunidad Universal que llamamos Iglesia Católica y que como Madre acoge a todos sus hijos, fomentada en la fe en Jesucristo y en la dignidad de los hijos de Dios.
El pasado 4 de noviembre de 2009, el Papa Benedicto XVI, emitió la Constitución Apostólica “Anglicanorum Coetibus”, que en mi opinión, es un documento de importancia fundamental en el camino de la unidad de los cristianos, y que abre perspectivas de alcance incalculable, no sólo por abrirse a comunidades anglicanas que en el camino de la unidad mantendrían sus tradiciones, sino también por el hecho de reconocer la dignidad de sus obispos, sacerdotes y diáconos, conformando como especie de diócesis y parroquias, dentro de las diócesis católicas. A su vez, aceptando la condición de hombres casados a aquellos sacerdotes u obispos que así lo estuviesen.
Hoy el cristianismo está dividido en muchísimas denominaciones cristianas, desde las iglesias Ortodoxas (como la griega o la rusa), hasta la diversidad de iglesias Protestantes y Evangélicas que se han ido estableciendo a través de los siglos.
El compromiso de la Iglesia con el movimiento ecuménico, ha sido parte fundamental de la vida de la Iglesia desde que en 1964 el Concilio Ecuménico Vaticano II emitió el documento Unitatis Redintegratio. Mons. Brian Farrel, en una presentación sobre el Movimiento Ecuménico nos dice lo siguiente: “En un mundo que ha cambiado mucho durante los años que han pasado desde el concilio Vaticano II, la actitud católica con respecto al restablecimiento de la unidad está impregnada de un realismo nuevo. Hoy resulta más claro que nunca que el ecumenismo sólo se puede promover sobre una sólida base doctrinal y un riguroso diálogo entre los cristianos separados. Sobre todo, se comprende cada vez mejor que sólo se puede trabajar en favor de la unidad con una espiritualidad convincente y profunda, una espiritualidad de esperanza cristiana y valentía”. Mucho se ha logrado, pero falta mucho por lograr todavía, pero si algo es importante, es que cada cristiano, comenzando por nosotros mismos, seamos capaces de trabajar día a día por esa unidad.
“En estos últimos tiempos el Espíritu Santo ha empujado a grupos de anglicanos a pedir en varias ocasiones e insistentemente ser recibidos, incluso corporativamente, en la plena comunión católica y esta Sede Apostólica ha acogido benévolamente su petición. El sucesor de Pedro de hecho, que tiene del Señor Jesús el mandato de garantizar la unidad del episcopado y de presidir y tutelar la comunión universal de todas las Iglesias, no puede dejar de predisponer los medios para que este santo deseo pueda ser realizado”. Así comienza la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus, que en mi opinión, tiene una importancia extraordinaria, no sólo por la apertura y respeto hacia las comunidades y tradiciones anglicanas, sin romper el diálogo ecuménico entre las dos iglesias, sino que es también un documento muy visionario que Su Santidad Benedicto XVI pone en manos de la Iglesia Universal, pues de hecho, abre también la visión de unidad dentro de nuestra misma iglesia, y es en sí un desafío tremendo para el futuro de la misma. Lo veo extraordinariamente positivo. En primer lugar, son tan grandes las divisiones creadas en el seno de la Iglesia Anglicana, que un cisma en la misma, sería de nuevo un golpe mortal en la división de la Iglesia de Cristo, por lo que el Papa, se ha adelantado al mismo, aceptando el pedido de muchas comunidades anglicanas, evitando no sólo un cisma, sino que al aceptar sus tradiciones, da lugar a un crecimiento de la pluralidad en la unidad de la Iglesia; igualmente, el respeto a la condición sacerdotal dentro de nuestra Iglesia, de los sacerdotes y obispos anglicanos, a pesar de la condición de hombres casados en muchísimos de ellos, también abre un sentido aún mayor de pluralidad en esa unidad esencial de la Iglesia Universal.
No podría estar más de acuerdo con el P. Galilea cuando nos dice, que más que las verdades divinas en que creemos, es la actitud de todos los que de una manera u otra damos la cara por la Iglesia, los que somos signos de contradicción, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Es nuestra actitud la que va a definir la Unidad de la Iglesia, y su contribución a que este siglo XXI siga el camino de Jesús, o solamente el del placer, el dinero, el sexo y todo lo que huela solamente a bienestar material, apartándonos de los valores del Espíritu.
La situación creada en el seno de la Iglesia, con los casos de sacerdotes que han abusado sexualmente de menores en diversos países, ha tenido un último episodio en los casos de Irlanda y Alemania. Afrontar la actual crisis con “honradez y valentía” es lo que ha pedido Benedicto XVI en la reunión que ha mantenido con los obispos irlandeses el 15 y 16 de febrero para examinar los casos de abusos sexuales cometidos por algunos sacerdotes y religiosos. Según el comunicado emitido por la Oficina de Información de la Santa Sede, tras una breve introducción del Papa, cada uno de los 24 obispos ofreció sus propias observaciones y sugerencias. Junto con representantes de la Curia Romana, examinaron “el fracaso de las autoridades de la Iglesia durante muchos años para afrontar eficazmente los casos de abusos sexuales de jóvenes por parte de algunos clérigos y religiosos irlandeses”. Todos los presentes han reconocido que “esa grave crisis ha desembocado en el desmoronamiento de la confianza en la jerarquía eclesiástica y ha perjudicado su testimonio del Evangelio y sus enseñanzas morales.” 3)
Benedicto XVI observó que “el abuso sexual de niños y jóvenes no es sólo un crimen atroz, sino también un pecado grave que ofende a Dios y hiere a la dignidad de la persona humana, creada a su imagen”. 3)
La realidad es que este grupo minoritario, al practicar el abuso de menores, ha tenido un impacto catastrófico para la imagen de la Iglesia, por lo que el pronunciamiento del Papa, calificándolo de crimen atroz, es también de una importancia trascendental, respecto a como la Iglesia va a afrontar estos hechos abominables. Hoy, como desde el comienzo histórico de la Iglesia, miles de sacerdotes y religiosos realizan su misión evangelizadora con honor, y que decir de los misioneros que entregan por completo sus vidas, al servicio del Evangelio, llevando la palabra de Dios, y promoviendo comunidades y pueblos enteros en África, Asia, América Latina.
Hoy todos debemos sentir con la Iglesia la necesidad de unidad al interior, viviendo al calor del mandato Evangélico, como al exterior, promoviendo la unidad, con el resto de los cristianos. Termino con las palabras del P. Galilea en su Meditación: “Sentir con la Iglesia es exigencia esencial del cristianismo. Sentir con la Iglesia no es el conformismo, ni el servilismo, ni la diplomacia. Sentir con la Iglesia no es multiplicar las adhesiones exteriores a sus representantes, o citar formalmente sus documentos oficiales. Sentir con la Iglesia es dejarse penetrar confiadamente por la verdad que la irradia, por sus criterios y orientaciones de Madre y Maestra de la fe. Participar de su vida como algo connatural a nuestro cristianismo”.
“Sentir con la Iglesia es considerar su causa como nuestra causa, sus éxitos y alegrías como los nuestros, ser solidarios con sus fracasos y con su cruz. Sentirnos responsables de sus debilidades y miserias, que son las propias nuestras, sin desembarazarnos de ellas con el fácil expediente de que los culpables son “la jerarquía”… Sentir con la Iglesia es vivir con la convicción de que si yo soy mejor, la Iglesia es mejor, si yo quiero que la iglesia sea pobre, debo comenzar por vivir la pobreza, si quiero que la Iglesia se renueve, tengo que comenzar por renovarme yo”. Así lo sintió Santa Catalina de Siena en su época, así lo sintió también la Madre Teresa en nuestros días.
Bibliografía:
1) El Movimiento Ecuménico. (Presentación de Mons. Brian Farrell)
2) Voto de desobediencia a los obispos. Juan Bedoya, El País de España, 24-Dic-09.
3) Aceprensa, 17-Feb-2010. El Papa pide a los obispos irlandeses honradez y valentía contra los abusos.
4) Meditación sobre la Iglesia. P. Segundo Galilea (Aspectos Críticos de la Espiritualidad Actual). Colección Iglesia Nueva, 1975.
5) Constitución Apostólica “Anglicanorum Coetibus”. Su Santidad Benedicto XVI, noviembre de 2009.
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Re: Re:La Unidad de la Iglesia: Desafío de Hoy
29 Apr 2010 23:20
Este excelente análisis redefine en algunos de sus segmentos el debate que se está produciendo en la prensa y otros medios sobre los errores de "la Iglesia". Es notable que el mundo mediático haga tanto énfasis en la responsabilidad de "la Iglesia" o su culpa por hechos y acciones denigrantes y repugnantes cometidos por algunos de sus miembros.
Esta confusión deriva de que utilizamos por error la palabra “iglesia” para referirnos al “templo”, pero éste es el recinto donde se reúnen los fieles que forman parte del “cuerpo de la Iglesia”. Cuando se la acusa de los graves errores que han cometido y cometen algunos de sus miembros, se responsabiliza erróneamente a "la Iglesia" en lugar de enfocar la culpa en determinados estratos y sectores de la jerarquía eclesiástica que la dirige.
La palabra “Iglesia” [“ekklèsia”, que deriva del griego “ek-kalein” = “llamar fuera”] significa “convocación”. Designa las asambleas del pueblo con un propósito religioso y fue utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se refiere a la Asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo.
Dándose a sí misma el nombre de “Iglesia”, la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella Asamblea, en la que Dios “convoca” a su Pueblo desde todos los confines de la Tierra. El término “Kiriaké”, del que se derivan las palabras “Church” en inglés y “Kirche” en alemán, significa “la que pertenece al Señor”.
En lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo la asamblea litúrgica sino toda la comunidad universal de los creyentes. En otras palabras, que "la Iglesia" es el conjunto de los seguidores de las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
La campaña contra "la Iglesia" es tan equivocada como la que podría hacerse contra el Colegio de Abogados (o el Bar Association en EEUU) porque algunos de sus miembros andan en malos manejos y engañan a sus clientes, o contra una Asociación de Médicos porque algunos de sus afiliados son pederastas.
No obstante, determinados sectores de la jerarquía eclesiástica, cuyos dignatarios y prelados tienen la obligación y el deber de ser guías espirituales, dirigentes y administradores de las actividades de "la Iglesia", deben responder ante la justicia por su responsabilidad en los casos en que hayan encubierto delitos de los que son conocedores y hayan puesto en peligro a los demás miembros de la Iglesia que depositaban su confianza en esos delincuentes. No obstante, estas son responsabilidades y culpas individuales que no afectan al cuerpo de la Iglesia como institución ni como filosofía o religión.
En cuanto a la Iglesia como comunidad universal de creyentes seguidores de Cristo, su principal preocupación debe centrarse en las víctimas de esos delincuentes que arrastrarán consigo esas denostables experiencias de por vida. Sobre todo cuando las víctimas de abuso han sido niños.
Seamos o no cristianos o creyentes, todos reconocemos a Jesús como una figura histórica y trascendental. Por lo tanto, son tan importantes las graves palabras que pronunció sobre esto: «si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan, pero ¡ay de aquel que los causa! Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de pecado, córtalos y arrójalos lejos de ti, porque más te vale entrar en la Vida manco o lisiado, que ser arrojado con tus dos manos o tus dos pies en el fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo y tíralo lejos, porque más te vale entrar con un solo ojo en la Vida, que ser arrojado con tus dos ojos en la Gehena del fuego. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial.» (Mateo 18:6-10)
Esta confusión deriva de que utilizamos por error la palabra “iglesia” para referirnos al “templo”, pero éste es el recinto donde se reúnen los fieles que forman parte del “cuerpo de la Iglesia”. Cuando se la acusa de los graves errores que han cometido y cometen algunos de sus miembros, se responsabiliza erróneamente a "la Iglesia" en lugar de enfocar la culpa en determinados estratos y sectores de la jerarquía eclesiástica que la dirige.
La palabra “Iglesia” [“ekklèsia”, que deriva del griego “ek-kalein” = “llamar fuera”] significa “convocación”. Designa las asambleas del pueblo con un propósito religioso y fue utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se refiere a la Asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo.
Dándose a sí misma el nombre de “Iglesia”, la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella Asamblea, en la que Dios “convoca” a su Pueblo desde todos los confines de la Tierra. El término “Kiriaké”, del que se derivan las palabras “Church” en inglés y “Kirche” en alemán, significa “la que pertenece al Señor”.
En lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo la asamblea litúrgica sino toda la comunidad universal de los creyentes. En otras palabras, que "la Iglesia" es el conjunto de los seguidores de las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
La campaña contra "la Iglesia" es tan equivocada como la que podría hacerse contra el Colegio de Abogados (o el Bar Association en EEUU) porque algunos de sus miembros andan en malos manejos y engañan a sus clientes, o contra una Asociación de Médicos porque algunos de sus afiliados son pederastas.
No obstante, determinados sectores de la jerarquía eclesiástica, cuyos dignatarios y prelados tienen la obligación y el deber de ser guías espirituales, dirigentes y administradores de las actividades de "la Iglesia", deben responder ante la justicia por su responsabilidad en los casos en que hayan encubierto delitos de los que son conocedores y hayan puesto en peligro a los demás miembros de la Iglesia que depositaban su confianza en esos delincuentes. No obstante, estas son responsabilidades y culpas individuales que no afectan al cuerpo de la Iglesia como institución ni como filosofía o religión.
En cuanto a la Iglesia como comunidad universal de creyentes seguidores de Cristo, su principal preocupación debe centrarse en las víctimas de esos delincuentes que arrastrarán consigo esas denostables experiencias de por vida. Sobre todo cuando las víctimas de abuso han sido niños.
Seamos o no cristianos o creyentes, todos reconocemos a Jesús como una figura histórica y trascendental. Por lo tanto, son tan importantes las graves palabras que pronunció sobre esto: «si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan, pero ¡ay de aquel que los causa! Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de pecado, córtalos y arrójalos lejos de ti, porque más te vale entrar en la Vida manco o lisiado, que ser arrojado con tus dos manos o tus dos pies en el fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo y tíralo lejos, porque más te vale entrar con un solo ojo en la Vida, que ser arrojado con tus dos ojos en la Gehena del fuego. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial.» (Mateo 18:6-10)
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