Las "sobras" en nuestros desayunos, almuerzos y comidas son algo común y característico de nuestra cultura: "¡Mejor que sobre que no falte!". Esas "sobras" suelen ser abundantes no sólo en restaurantes y cafeterías sino también en nuestros hogares.
En los países más pobres de los denominados "tercer" y "cuarto" mundo no existen tales "sobras", pero cuando las hay son muy preciadas.
Los misioneros franciscanos, por ejemplo, aprovechan cada trozo o residuo de comida que se puede usar para convertirlo en "sopa" en sus comedores populares de todo el mundo. Las personas en muchas aldeas africanas extremadamente pobres esperan en fila en los centros franciscanos para recibir suficiente harina, azúcar y aceite para una semana. No siempre alcanza para todos.
Los habitantes de esos poblados caminan a veces muchos kilómetros para llegar a la clínica más cercana, establecida por misioneros o instituciones caritativas, y encontrar a algún médico o enfermero que pueda darle las medicinas que necesitan, si es que las hay.
Es irónico que en tantos hogares se cocine en abundancia "para que sobre" y tirar después los desperdicios, mientras que en tantos otros dependen a veces de las "sobras" para subsistir.
Las caridades y misioneros cristianos, tanto católicos como protestantes de diversas denominaciones, mantienen una extraordinaria actividad humanitaria en decenas de miles de lugares en todo el mundo. No sólo para regalar el pescado sino en muchos lugares para enseñar a pescar, es decir, organizando cooperativas, adiestrando en métodos modernos de cultivos, capacitando en tecnología y mecánica, educando en oficios productivos, etc.
Por sólo poner un ejemplo entre esas decenas de miles, en un lugar azotado por la guerra y la represión y tan hostil a los cristianos como es la Siria de hoy, los frailes franciscanos distribuyen comida a más de 4 mil familias y regalan otros artículos de necesidad y medicinas a cerca de 700 familias más.
Otro enaltecedor ejemplo más lo tenemos en el poblado de Cholutecas, en Honduras, un lugar aquejado de extrema miseria, donde el padre Alejandro fundó hace años una misión que ha crecido hasta establecer todo un parque industrial que ha servido para estabilizar el nivel de vida de la población a un grado adecuado de dignidad y de autosuficiencia.
A nivel local, las comunidades e iglesias cristianas suelen tener movimientos apostólicos dedicados a hacer obras de caridad, tales como comedores populares, consejos sobre asuntos legales, asistencia monetaria o de medicinas, becas, etc., etc.
No importa cuál es la afiliación religiosa de quienes leen esto, ni siquiera si es ateo o agnóstico; lo que importa es reconocer nuestra obligación como seres humanos de ser solidarios con los más necesitados y escoger a alguna de esas misiones y caridades para brindarles un muy generoso donativo periódico. Si nos sobra en la mesa es porque nos sobra en el bolsillo. Lo que nos sobra, a otros les falta. Es un compromiso que debemos contraer. ¡Es una obligación humana!