¿Acatar o no las leyes islámicas en Qatar?
- Miguel Saludes
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¿Acatar o no las leyes islámicas en Qatar?
12 Nov 2022 19:23
A pocos días de inaugurarse el Campeonato Mundial de futbol la atención sobre el escenario de los juegos se ha ido extendiendo fuera del marco competitivo hacia el delicado terreno de los asuntos sociales del país anfitrión. Desde que se produjo el voto que le otorgaba a Qatar la sede mundialista, nadie podía ser ajeno a la problemática que esta decisión traería en el futuro. No se trataba solo del cambio de fecha de un evento que tradicionalmente se ha celebrado en verano, y que ahora tendría que moverse en el calendario para evitar las extremas temperaturas estivales del lugar escogido. Había otras situaciones que evidentemente tendrían que haberse tomado en cuenta sabiendo que las mismas serían objeto de polémica. La más reciente cuestiona de manera increíble la inconveniencia que supone la pequeñez territorial donde tendrá lugar el encuentro futbolístico. Un “error” que algunas voces cargan sobre Michelle Platini.
Las crecientes campañas críticas contra Qatar destacan la situación de los derechos humanos en esa nación del Golfo Pérsico, algo que no es ajeno al resto de los vecinos de la región, ni es noticia para el mundo. Organizaciones como Freedom House han clasificado a Qatar como un país “sin libertades” Cuestiones de derechos que supuestamente son prioritarias en occidente y no se evaluaron detenidamente, o simplemente fueron pasadas por alto a la hora de decidir la sede del campeonato, ahora afloran como si se tratara de un descubrimiento. Preocupan las imposiciones que pesan sobre las mujeres, ausencia de libertad de expresión y sobre todo el estatus de ilegalidad establecido contra personas homosexuales, así como la dureza de las leyes que castigan esa condición. Uno de los temas que han sido objeto de censura apunta a las duras condiciones de trabajo a las que fueron sometidos los trabajadores, la mayoría inmigrantes, que levantaron las instalaciones del mundial. Un reclamo que puede ser justo pero que se produce cuando las labores ya han concluido.
A los pronósticos sobre quien se llevará la copa se unen predicciones anunciando situaciones conflictivas ajenas al desempeño de los equipos y las expectativas de sus hinchas. Se trata de aficionados y turistas cuyo interés se desvía fuera de las canchas de juego, poniendo sus miras en terrenos y asuntos que no tienen que ver con la competición. Agrupaciones de la comunidad LGBT, cuyos promotores llevan meses ocupando titulares para advertir sobre la situación negativa que viven los homosexuales en Qatar, avisan de posibles enfrentamientos protagonizados por activistas de esa comunidad. De hecho, ya se han producido algunas demostraciones en París y en la misma capital qatarí. En Doha el activista LGBT británico Peter Tatchell, conocido por un espectáculo similar escenificado durante la Copa Mundial en Moscú, fue detenido con una pancarta denunciando que en Qatar se detiene, encarcela y somete a las personas LGBT a terapias de conversión.
Pero las cosas no se quedan en el ámbito del activismo individual. Se ha pedido a equipos participantes que sus delegaciones incluyan en sus vestimentas la bandera arcoíris que identifica al movimiento reivindicativo homosexual y trans. Al menos ocho selecciones europeas asistentes al evento han pedido a la FIFA el permiso para que los capitanes de sus selecciones porten brazaletes con el emblema multicolor en una campaña denominada “One Love”. Algunos han buscado la manera de reflejarla en el diseño de los uniformes. Las autoridades del país sede han advertido que no solo no van a permitir la presencia de banderas relativas a un hecho que es duramente condenado por las leyes islámicas que priman en su territorio, sino que tampoco van a tolerar actitudes que atenten contra principios morales y religiosos relacionados a esa temática. “Que vean el partido. Ahí está bien. Pero que no se venga ni se insulte a toda la sociedad con esto”, dijo a la prensa el general mayor Abdulaziz Abdullah Al Ansari, encargado de supervisar los preparativos de seguridad del mundial.
La nota de singularidad llegó desde Londres donde el ministro de Exteriores de Reino Unido instó a los fans LGTBI que acudan a Qatar ser flexibles y respetuosos con la nación anfitriona, “un país con una cultura diferente”. El ministro inglés argumentó en su pedido que “las autoridades quieren asegurarse de que los aficionados al fútbol estén seguros, protegidos y se diviertan. Y saben que eso significa que van a tener que hacer algunos compromisos en términos de lo que es un país islámico con un conjunto de normas culturales muy diferente al nuestro”.
Curiosamente por estos días se ha verificado un hecho que pone en evidencia la hipocresía de las sociedades occidentales y el doble rasero que emplean para medir las mismas situaciones en diferentes lugares y la magnitud de su reacción ante ellas. A raíz de la muerte de una joven detenida por los guardianes de la moral del estado teocrático iraní, se desató una ola de manifestaciones que centró la atención internacional por parte de gobiernos, medios, personalidades y organizaciones. Las movilizaciones internas contra las reglas y disposiciones restrictivas impuestas por el gobierno de los ayatolas resultaron parecidas a aquellas que de manera “espontanea” surgieron en varios países árabes en 2011 y que se conocieron como Primavera Árabe. La mayoría no pudo prosperar y trajeron males mayores, como el peligro que significó la amenaza del Estado Islámico en Siria e Irak o la desastrosa sustitución de la dictadura de Gadafi por el desgobierno que ha llevado a Libia a convertirse en una nación fuera de control bajo el dominio de bandas tribales. En esos lugares los derechos y libertades penan por las mismas y hasta peores condiciones que las que ya se reportaban antes de los conflictos e intervenciones foráneas. De esto muy poco se dice. Mientras se multiplican escritos, denuncias y campañas sobre cómo viven los mujeres en Irán y en Qatar, lo cual es innegable, el discurso critico asume el papel del velo que se impone a las féminas en números países islámicos, incluyendo Europa, donde en los barrios de alguna de sus urbes más importantes rigen las leyes de la Sharía. En esos sitios existen policías de la moral que actúan con el mismo celo que lo hacen sus homólogos en lugares donde esa legislación es reglamento obligado. De las anécdotas destacadas por un amigo sobre una estancia en Berlín está la experiencia que vivió al adentrase en una zona ocupada completamente por migrantes musulmanes. Además de notar la ausencia del idioma alemán, se percató de la presencia de dos hombres uniformados que portaban unas varas de madera. Le explicaron que se trataba de guardianes que velaban por el cumplimiento de las normas religiosas en la barriada, tanto por los que allí viven como por los intrusos que la frecuentan. Situaciones similares han sido expuestas en medios de prensa europeos denunciando una realidad que en los círculos occidentales no pocos omiten. Ocurre en Copenhague, en el Saint Denis parisino, en suburbios londinenses, en el sueco Rosengard, donde la policía no se atrevía a entrar y menos a pedir identificación, en el célebre Molenbeek de Bruselas o en la española Lérida, donde el imán de esa ciudad llegó a crear una policía islámica y anuncio sus pretensiones de extenderla a otras localidades cercanas.
El furor de denuncias sobre las condiciones de vida extremas impuestas por el dictamen riguroso de normas religiosas, protestas solidarias exigiendo el fin de esas imposiciones, declaraciones exigiendo el cese de las violaciones, gestos de apoyo cortándose mechones de cabello en programas de televisión y en las redes, no ocurren con la misma intensidad para todos los sitios que merecerían igual grado de indignación y reclamos. En definitiva, las situaciones no son diferentes ni mejores en Arabia Saudita, donde los delitos por los que las mujeres pueden ser condenadas son los mismos que los contemplados en las leyes de Irán o Qatar. En el reino saudita las condenas a mujeres, disidentes y homosexuales se cumplen con el mismo rigor y bajo regulaciones similares. A veces incluso con más dureza. Un ejemplo es el de Salma al-Shebab, condenada a 34 años de cárcel por tuitear y compartir mensajes de activistas que defienden derechos de la mujer.
Y mientras las cosas parecen haber tornado a la normalidad en Irán y apenas ya se habla de la vida bajo el gobierno talibán afgano, ahora le toca el turno a Doha. Además de los encuentros que escenificarán los equipos que disputan la supremacía de este mundial, se levanta la expectativa de los “choques” vaticinados en las afueras de los terrenos de juego, que seguramente rendirán tanta o más atención mediática que los mismos partidos donde se disputa el título mundial. Conscientes de ello los presuntos activistas y defensores de derechos y libertades se disponen a ocupar titulares con sus acciones en la cita. Declaraciones del emir de Qatar al respecto evidencian que las autoridades del país organizador del evento olfatean que algo más se esconde detrás de esta cruzada sobre derechos: “Inicialmente lidiamos con esta cuestión de buena fe e incluso consideramos que algo de criticismo era positivo y útil, ayudándonos a desarrollar aspectos que necesitaban ser desarrollados. Pero pronto quedó claro para nosotros que la campaña continúa, se expande e incluye fabricaciones y dobles raseros, hasta alcanzar tal cantidad de ferocidad que me hace preguntarme, desafortunadamente, sobre las razones y los motivos reales detrás de esta campaña”.
Así las cosas, queda esperar que se corran las cortinas del Mundial, ruede el balón y que gane el mejor.
A pocos días de inaugurarse el Campeonato Mundial de futbol la atención sobre el escenario de los juegos se ha ido extendiendo fuera del marco competitivo hacia el delicado terreno de los asuntos sociales del país anfitrión. Desde que se produjo el voto que le otorgaba a Qatar la sede mundialista, nadie podía ser ajeno a la problemática que esta decisión traería en el futuro. No se trataba solo del cambio de fecha de un evento que tradicionalmente se ha celebrado en verano, y que ahora tendría que moverse en el calendario para evitar las extremas temperaturas estivales del lugar escogido. Había otras situaciones que evidentemente tendrían que haberse tomado en cuenta sabiendo que las mismas serían objeto de polémica. La más reciente cuestiona de manera increíble la inconveniencia que supone la pequeñez territorial donde tendrá lugar el encuentro futbolístico. Un “error” que algunas voces cargan sobre Michelle Platini.
Las crecientes campañas críticas contra Qatar destacan la situación de los derechos humanos en esa nación del Golfo Pérsico, algo que no es ajeno al resto de los vecinos de la región, ni es noticia para el mundo. Organizaciones como Freedom House han clasificado a Qatar como un país “sin libertades” Cuestiones de derechos que supuestamente son prioritarias en occidente y no se evaluaron detenidamente, o simplemente fueron pasadas por alto a la hora de decidir la sede del campeonato, ahora afloran como si se tratara de un descubrimiento. Preocupan las imposiciones que pesan sobre las mujeres, ausencia de libertad de expresión y sobre todo el estatus de ilegalidad establecido contra personas homosexuales, así como la dureza de las leyes que castigan esa condición. Uno de los temas que han sido objeto de censura apunta a las duras condiciones de trabajo a las que fueron sometidos los trabajadores, la mayoría inmigrantes, que levantaron las instalaciones del mundial. Un reclamo que puede ser justo pero que se produce cuando las labores ya han concluido.
A los pronósticos sobre quien se llevará la copa se unen predicciones anunciando situaciones conflictivas ajenas al desempeño de los equipos y las expectativas de sus hinchas. Se trata de aficionados y turistas cuyo interés se desvía fuera de las canchas de juego, poniendo sus miras en terrenos y asuntos que no tienen que ver con la competición. Agrupaciones de la comunidad LGBT, cuyos promotores llevan meses ocupando titulares para advertir sobre la situación negativa que viven los homosexuales en Qatar, avisan de posibles enfrentamientos protagonizados por activistas de esa comunidad. De hecho, ya se han producido algunas demostraciones en París y en la misma capital qatarí. En Doha el activista LGBT británico Peter Tatchell, conocido por un espectáculo similar escenificado durante la Copa Mundial en Moscú, fue detenido con una pancarta denunciando que en Qatar se detiene, encarcela y somete a las personas LGBT a terapias de conversión.
Pero las cosas no se quedan en el ámbito del activismo individual. Se ha pedido a equipos participantes que sus delegaciones incluyan en sus vestimentas la bandera arcoíris que identifica al movimiento reivindicativo homosexual y trans. Al menos ocho selecciones europeas asistentes al evento han pedido a la FIFA el permiso para que los capitanes de sus selecciones porten brazaletes con el emblema multicolor en una campaña denominada “One Love”. Algunos han buscado la manera de reflejarla en el diseño de los uniformes. Las autoridades del país sede han advertido que no solo no van a permitir la presencia de banderas relativas a un hecho que es duramente condenado por las leyes islámicas que priman en su territorio, sino que tampoco van a tolerar actitudes que atenten contra principios morales y religiosos relacionados a esa temática. “Que vean el partido. Ahí está bien. Pero que no se venga ni se insulte a toda la sociedad con esto”, dijo a la prensa el general mayor Abdulaziz Abdullah Al Ansari, encargado de supervisar los preparativos de seguridad del mundial.
La nota de singularidad llegó desde Londres donde el ministro de Exteriores de Reino Unido instó a los fans LGTBI que acudan a Qatar ser flexibles y respetuosos con la nación anfitriona, “un país con una cultura diferente”. El ministro inglés argumentó en su pedido que “las autoridades quieren asegurarse de que los aficionados al fútbol estén seguros, protegidos y se diviertan. Y saben que eso significa que van a tener que hacer algunos compromisos en términos de lo que es un país islámico con un conjunto de normas culturales muy diferente al nuestro”.
Curiosamente por estos días se ha verificado un hecho que pone en evidencia la hipocresía de las sociedades occidentales y el doble rasero que emplean para medir las mismas situaciones en diferentes lugares y la magnitud de su reacción ante ellas. A raíz de la muerte de una joven detenida por los guardianes de la moral del estado teocrático iraní, se desató una ola de manifestaciones que centró la atención internacional por parte de gobiernos, medios, personalidades y organizaciones. Las movilizaciones internas contra las reglas y disposiciones restrictivas impuestas por el gobierno de los ayatolas resultaron parecidas a aquellas que de manera “espontanea” surgieron en varios países árabes en 2011 y que se conocieron como Primavera Árabe. La mayoría no pudo prosperar y trajeron males mayores, como el peligro que significó la amenaza del Estado Islámico en Siria e Irak o la desastrosa sustitución de la dictadura de Gadafi por el desgobierno que ha llevado a Libia a convertirse en una nación fuera de control bajo el dominio de bandas tribales. En esos lugares los derechos y libertades penan por las mismas y hasta peores condiciones que las que ya se reportaban antes de los conflictos e intervenciones foráneas. De esto muy poco se dice. Mientras se multiplican escritos, denuncias y campañas sobre cómo viven los mujeres en Irán y en Qatar, lo cual es innegable, el discurso critico asume el papel del velo que se impone a las féminas en números países islámicos, incluyendo Europa, donde en los barrios de alguna de sus urbes más importantes rigen las leyes de la Sharía. En esos sitios existen policías de la moral que actúan con el mismo celo que lo hacen sus homólogos en lugares donde esa legislación es reglamento obligado. De las anécdotas destacadas por un amigo sobre una estancia en Berlín está la experiencia que vivió al adentrase en una zona ocupada completamente por migrantes musulmanes. Además de notar la ausencia del idioma alemán, se percató de la presencia de dos hombres uniformados que portaban unas varas de madera. Le explicaron que se trataba de guardianes que velaban por el cumplimiento de las normas religiosas en la barriada, tanto por los que allí viven como por los intrusos que la frecuentan. Situaciones similares han sido expuestas en medios de prensa europeos denunciando una realidad que en los círculos occidentales no pocos omiten. Ocurre en Copenhague, en el Saint Denis parisino, en suburbios londinenses, en el sueco Rosengard, donde la policía no se atrevía a entrar y menos a pedir identificación, en el célebre Molenbeek de Bruselas o en la española Lérida, donde el imán de esa ciudad llegó a crear una policía islámica y anuncio sus pretensiones de extenderla a otras localidades cercanas.
El furor de denuncias sobre las condiciones de vida extremas impuestas por el dictamen riguroso de normas religiosas, protestas solidarias exigiendo el fin de esas imposiciones, declaraciones exigiendo el cese de las violaciones, gestos de apoyo cortándose mechones de cabello en programas de televisión y en las redes, no ocurren con la misma intensidad para todos los sitios que merecerían igual grado de indignación y reclamos. En definitiva, las situaciones no son diferentes ni mejores en Arabia Saudita, donde los delitos por los que las mujeres pueden ser condenadas son los mismos que los contemplados en las leyes de Irán o Qatar. En el reino saudita las condenas a mujeres, disidentes y homosexuales se cumplen con el mismo rigor y bajo regulaciones similares. A veces incluso con más dureza. Un ejemplo es el de Salma al-Shebab, condenada a 34 años de cárcel por tuitear y compartir mensajes de activistas que defienden derechos de la mujer.
Y mientras las cosas parecen haber tornado a la normalidad en Irán y apenas ya se habla de la vida bajo el gobierno talibán afgano, ahora le toca el turno a Doha. Además de los encuentros que escenificarán los equipos que disputan la supremacía de este mundial, se levanta la expectativa de los “choques” vaticinados en las afueras de los terrenos de juego, que seguramente rendirán tanta o más atención mediática que los mismos partidos donde se disputa el título mundial. Conscientes de ello los presuntos activistas y defensores de derechos y libertades se disponen a ocupar titulares con sus acciones en la cita. Declaraciones del emir de Qatar al respecto evidencian que las autoridades del país organizador del evento olfatean que algo más se esconde detrás de esta cruzada sobre derechos: “Inicialmente lidiamos con esta cuestión de buena fe e incluso consideramos que algo de criticismo era positivo y útil, ayudándonos a desarrollar aspectos que necesitaban ser desarrollados. Pero pronto quedó claro para nosotros que la campaña continúa, se expande e incluye fabricaciones y dobles raseros, hasta alcanzar tal cantidad de ferocidad que me hace preguntarme, desafortunadamente, sobre las razones y los motivos reales detrás de esta campaña”.
Así las cosas, queda esperar que se corran las cortinas del Mundial, ruede el balón y que gane el mejor.
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