Chernóbil: Seguridad y Verdad
- Yoandy Izquierdo
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Chernóbil: Seguridad y Verdad
24 Aug 2019 17:57
Hace un tiempo concluyó la serie Chernóbil de la casa productora HBO. Gracias a las bondades del “paquete” cubano, que permite estar en sintonía, casi en tiempo real, con la actualidad mundial en temas de materiales audiovisuales, quienes lo desearon pudieron ver la saga de cinco capítulos que recrea los tristes sucesos de abril de 1986.
Lejos de una crítica especializada me gustaría hacer unos breves comentarios, como espectador que intenta sacar la moraleja de una serie producida en este siglo, para abordar un problema del siglo pasado, pero de alcance mundial y de vigencia en algunos países seguidores del modelo ruso en cuanto a gestión de la política o de asuntos de otra índole con connotaciones políticas. En esencia, quisiera referirme no al hecho en sí, que ha sido considerado por sus efectos un desatre mundial mayor que el ocasionado por las bombas de Hiroshima y Nagasaki en 1945, sino a la metodología seguida para enfrentar, comunicar, hacer justicia y dar seguimiento al problema; ya sea por parte de los científicos y la comunidad científica internacional, los funcionarios de los ministerios encargados, y la Seguridad del Estado rusa.
Como todo accidente (y no es necesario llegar al capítulo 5 y final de la serie para darse cuenta) la causa principal fue una negligencia humana.
No hace falta ser un espectador avesado para encontrar múltiples elementos comunes en la serie. No se trata solo de imágenes que muestran objetos que alguna vez tuvimos o nos resultan familiares, como un antiguo reloj, un ventilador órbita o los repetidos edificios de concreto; sino también, y más importante, un modus operandi de la situación y un lenguaje venido desde las estructuras del gobierno, que no pueden negar la influencia del bloque de la URSS en la mayor de las Antillas.
Sobre las tres actitudes que me gustaría reflexionar:
1. La comunidad científica internacional: ante el suceso, primero de su tipo, el gremio científico se enfrenta al reto más importante de los últimos tiempos. Descifrar las causas y, sobretodo, orientar cómo enfrentar los daños, se convierte en el problema fundamental que constituye el hilo principal de la serie. Se presentan unos científicos comprometidos con la verdad, con la capacidad para comunicar certeramente sobre algo nunca antes visto, con el conocimiento óptimo para, aún conociendo los riesgos, indicar qué acción se debe hacer en cada momento. Tal pareciera que la responsabilidad última recayera en este grupo de personas cuyo objeto de investigación han sido los reactores nucleares; pero que no llevan sobre sus hombros el costo de decisiones de Estado, intereses de algunos funcionarios y decisiones unipersonales que buscan anotarse méritos en pos de un ascenso o reconocimiento público.
La incesante búsqueda de respuestas a las interrogantes que van surgiendo, la valentía de no pactar con el KGB y presentar en un juicio amañado la verdad por encima de todas las mentiras de Estado, justifican la importante misión que indicaba que “alguien tenía que empezar a decir la verdad al mundo”.
Asumir los riesgos que significó liderar la investigación fue una actitud de hombres grandes, y refleja lo que debería ser la esencia de toda actividad científica: el compromiso con la verdad y el progreso humano.
2. Los funcionarios del Estado: la figura protagónica la desempeña el Vicepresidente del Consejo de Ministros y jefe de la Oficina de Combustibles y Energía, quien puede ser considerado más que un político de carrera, un político de vocación. Se unió a la comunidad científica en la búsqueda de soluciones acertadas a la catástrofe, dispuso los recursos e hizo las gestiones que consideró más oportunas en cada momento; con su influencia pudo servir de punto de contacto entre la verdad científica, aunque esta se quisiera ocultar, y la más alta dirección del país. Su actuación en el juicio demostró que el poder corrompe a quien se deja arrastrar por el ambiente, y este “único hombre bueno” apostó por la justicia y la verdad, y por un futuro donde no se cometieran errores del mismo tipo.
3. La Seguridad del Estado: sin duda la actitud más polémica de principio a fin. Mantener bajo secreto de Estado la situación, intentar dar una lección de heroísmo a Occidente y “mentir, el arte de gobernar”, según el jefe del KGB, condujeron a un espiral de mentiras que contraían, cada vez, mayores deudas con la verdad. La orden de “primero el juicio y después tendremos nuestra verdad” revela la esencia de todo el suceso. No contaban con el desafío de un científico que decidió evitar la muerte de miles de personas en futuros experimentos nucleares. Creían al científico uno de los suyos, y al comprobar en el juicio que no era así, le aseguran no matarle porque “sería vergonzoso”. Se trataba de un personaje público que todo el mundo había visto, pero que había emitido un testamento en el escenario de “la justicia según la meta general del Partido Comunista” desfavorable para el Estado. Por tanto, sus declaraciones no serían tenidas en cuenta, ni serían entregadas a la prensa, como si nunca hubieran existido. Reconocer el problema implicaba admitir que se había mentido. Y así entonces el número soviético de víctimas oficiales reportadas, que no ha sido cambiado desde 1987, es de 31; mientras que las estimaciones realizadas indican desde 4000 hasta 93000 muertes.
Sin duda la serie evoca dolor, acerca a la pantalla los terribles escenarios de un pasado que revive no solo en las víctimas del accidente, en los daños genéticos de las poblaciones y su descendencia, sino en un estilo de liderazgo que algunos reconocemos, también con profundo dolor, sobre todo porque no es reformable ni siquiera ante situaciones tan horrendas.
Cuando por estos días, a raíz de la repercusión de la serie, se le ha dado cobertura en la televisión nacional cubana, y hasta en galerías de arte, a la temática de los sucesos de Chernóbil, me parece oportuno recordar los fragmentos finales de la serie: “Ser científico es ser ingenuo. Estamos tan centrados en nuestra búsqueda de la verdad que no nos damos cuenta de lo poco que desean que la descubramos”. Sin embargo, no solo reflejan el pensamiento de aquel científico, sino que deben ser el sustrato de toda práctica social porque la verdad “está siempre ahí, la veamos o no, queramos verla o no. A la verdad le da igual lo que queramos o necesitemos. Le dan igual nuestros gobiernos, ideologías o religiones. Y ahí yace esperando siempre”.
Lejos de una crítica especializada me gustaría hacer unos breves comentarios, como espectador que intenta sacar la moraleja de una serie producida en este siglo, para abordar un problema del siglo pasado, pero de alcance mundial y de vigencia en algunos países seguidores del modelo ruso en cuanto a gestión de la política o de asuntos de otra índole con connotaciones políticas. En esencia, quisiera referirme no al hecho en sí, que ha sido considerado por sus efectos un desatre mundial mayor que el ocasionado por las bombas de Hiroshima y Nagasaki en 1945, sino a la metodología seguida para enfrentar, comunicar, hacer justicia y dar seguimiento al problema; ya sea por parte de los científicos y la comunidad científica internacional, los funcionarios de los ministerios encargados, y la Seguridad del Estado rusa.
Como todo accidente (y no es necesario llegar al capítulo 5 y final de la serie para darse cuenta) la causa principal fue una negligencia humana.
No hace falta ser un espectador avesado para encontrar múltiples elementos comunes en la serie. No se trata solo de imágenes que muestran objetos que alguna vez tuvimos o nos resultan familiares, como un antiguo reloj, un ventilador órbita o los repetidos edificios de concreto; sino también, y más importante, un modus operandi de la situación y un lenguaje venido desde las estructuras del gobierno, que no pueden negar la influencia del bloque de la URSS en la mayor de las Antillas.
Sobre las tres actitudes que me gustaría reflexionar:
1. La comunidad científica internacional: ante el suceso, primero de su tipo, el gremio científico se enfrenta al reto más importante de los últimos tiempos. Descifrar las causas y, sobretodo, orientar cómo enfrentar los daños, se convierte en el problema fundamental que constituye el hilo principal de la serie. Se presentan unos científicos comprometidos con la verdad, con la capacidad para comunicar certeramente sobre algo nunca antes visto, con el conocimiento óptimo para, aún conociendo los riesgos, indicar qué acción se debe hacer en cada momento. Tal pareciera que la responsabilidad última recayera en este grupo de personas cuyo objeto de investigación han sido los reactores nucleares; pero que no llevan sobre sus hombros el costo de decisiones de Estado, intereses de algunos funcionarios y decisiones unipersonales que buscan anotarse méritos en pos de un ascenso o reconocimiento público.
La incesante búsqueda de respuestas a las interrogantes que van surgiendo, la valentía de no pactar con el KGB y presentar en un juicio amañado la verdad por encima de todas las mentiras de Estado, justifican la importante misión que indicaba que “alguien tenía que empezar a decir la verdad al mundo”.
Asumir los riesgos que significó liderar la investigación fue una actitud de hombres grandes, y refleja lo que debería ser la esencia de toda actividad científica: el compromiso con la verdad y el progreso humano.
2. Los funcionarios del Estado: la figura protagónica la desempeña el Vicepresidente del Consejo de Ministros y jefe de la Oficina de Combustibles y Energía, quien puede ser considerado más que un político de carrera, un político de vocación. Se unió a la comunidad científica en la búsqueda de soluciones acertadas a la catástrofe, dispuso los recursos e hizo las gestiones que consideró más oportunas en cada momento; con su influencia pudo servir de punto de contacto entre la verdad científica, aunque esta se quisiera ocultar, y la más alta dirección del país. Su actuación en el juicio demostró que el poder corrompe a quien se deja arrastrar por el ambiente, y este “único hombre bueno” apostó por la justicia y la verdad, y por un futuro donde no se cometieran errores del mismo tipo.
3. La Seguridad del Estado: sin duda la actitud más polémica de principio a fin. Mantener bajo secreto de Estado la situación, intentar dar una lección de heroísmo a Occidente y “mentir, el arte de gobernar”, según el jefe del KGB, condujeron a un espiral de mentiras que contraían, cada vez, mayores deudas con la verdad. La orden de “primero el juicio y después tendremos nuestra verdad” revela la esencia de todo el suceso. No contaban con el desafío de un científico que decidió evitar la muerte de miles de personas en futuros experimentos nucleares. Creían al científico uno de los suyos, y al comprobar en el juicio que no era así, le aseguran no matarle porque “sería vergonzoso”. Se trataba de un personaje público que todo el mundo había visto, pero que había emitido un testamento en el escenario de “la justicia según la meta general del Partido Comunista” desfavorable para el Estado. Por tanto, sus declaraciones no serían tenidas en cuenta, ni serían entregadas a la prensa, como si nunca hubieran existido. Reconocer el problema implicaba admitir que se había mentido. Y así entonces el número soviético de víctimas oficiales reportadas, que no ha sido cambiado desde 1987, es de 31; mientras que las estimaciones realizadas indican desde 4000 hasta 93000 muertes.
Sin duda la serie evoca dolor, acerca a la pantalla los terribles escenarios de un pasado que revive no solo en las víctimas del accidente, en los daños genéticos de las poblaciones y su descendencia, sino en un estilo de liderazgo que algunos reconocemos, también con profundo dolor, sobre todo porque no es reformable ni siquiera ante situaciones tan horrendas.
Cuando por estos días, a raíz de la repercusión de la serie, se le ha dado cobertura en la televisión nacional cubana, y hasta en galerías de arte, a la temática de los sucesos de Chernóbil, me parece oportuno recordar los fragmentos finales de la serie: “Ser científico es ser ingenuo. Estamos tan centrados en nuestra búsqueda de la verdad que no nos damos cuenta de lo poco que desean que la descubramos”. Sin embargo, no solo reflejan el pensamiento de aquel científico, sino que deben ser el sustrato de toda práctica social porque la verdad “está siempre ahí, la veamos o no, queramos verla o no. A la verdad le da igual lo que queramos o necesitemos. Le dan igual nuestros gobiernos, ideologías o religiones. Y ahí yace esperando siempre”.
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