«Hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive “para” la política o se vive “de” la política. La oposición no es en absoluto excluyente. Por el contrario, generalmente se hacen las dos cosas, al menos idealmente; y, en la mayoría de los casos, también materialmente. Quien vive “para” la política hace “de ello su vida” en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del poder que posee, o alimenta su equilibrio y su tranquilidad con la conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de “algo”» (Max Weber, 1919). A pesar de no ser excluyentes ambas posiciones, se diferencian enormemente en cuanto a la finalidad que motiva la profesión en cada caso, marcada por un elemento “mucho más grosero”, como le llama Weber, haciendo referencia al factor económico. Aquí hace la distinción entre buscar en la política la fuente de ingresos que permita realizar los proyectos personales, y el hecho de encontrar en ella una canalización de las pasiones de servicio, vocación para articular redes de interacción, poder de convocatoria, liderazgo explícito, capacidad de gestión de equipos, de movilización para la acción política que, como se espera a veces utópicamente, coloque siempre a la persona humana en el centro de las interacciones como sujeto y fin de toda acción social.
Y en el planteamiento de esa “profesionalización” de la política no resulta extraño hablar de los partidos políticos como formas de organizar a los representantes en torno a unos fines específicos que, en ocasiones, a “consecuencia de la burocratización general y la creciente apetencia de ellos (los políticos) como un modo específico de asegurarse el porvenir,… son vistos por sus seguidores como un medio para lograr el fin de procurarse un cargo”. Esto conlleva a una transformación de la política, concebida idealmente como el arte de lograr lo imposible, en una “empresa” que trata las gestiones y el servicio público como productos o mercancías, que deben ser pagados, sin el necesario componente de espiritualidad por lo que se hace, y por tratarse del servicio a los conciudadanos, a la polis, y a la nación en sentido amplio.
Describiendo otras características que ayudan a valorar ambas posiciones, la del político profesional y la del político que pondera la vocación ante las tentativas del poder, se habla, desde la aparición de los sistemas democráticos en el mundo, de un fenómeno asociado o interrelacionado, o conducente a otro de carácter negativo, que se convierte en una deformación de la propia democracia. Se trata de la demagogia que acompaña a los políticos que, mediante discursos populistas, pretenden movilizar a las masas para lograr una acción colectiva, ya sea en forma de protesta o movilización social. Este problema tiene continuidad más allá de la figura de los políticos, en todos aquellos que se hacen eco de las estrategias discursivas y propagandizan una idea de la cual no están convencidos, por el mero hecho de ganar audiencias, romper los silencios, tener las primicias informativas o las coberturas especiales que mejorarán las estadísticas en cuanto a ingresos o reconocimientos. Me refiero, obviamente, a los medios de comunicación social, a la figura de los periodistas especializados en temas políticos, y a aquellos políticos que hacen de la industria de los medios una fuente de popularidad, una vía de satisfacción de egos, una plataforma de lanzamiento de campañas electorales y un método de sensibilización para lograr la aceptación con los programas desarrollados.