Traten de arrancar una maleza. Lo podrán hacer, pero con dificultad y si no la sacan entera, con toda las raíces, crecerá de nuevo con más fuerza.
Lo mismo sucede con las dictaduras, una vez enrarizadas, no habrá fuerza humana que las saque del lugar.
Basta ver Cuba, Venezuela, y Nicaragua, con los dictadores atornillados hasta que la muerte los separe del sillón donde han posado sus asentaderas.
Fidel Castro tuvo que dejar el poder a su hermano Raúl, por una enfermedad que vio incurable.
No sucedió lo mismo con Hugo Chávez, que solo dejó el mandato cuando murió en La Habana en la madrugada del 28 de diciembre de 2012.
En Nicaragua, Daniel Ortega y su mujer, se aferran a la presidencia, sin importarles los más de 300 muertos que dieron sus vidas por desarraigarlos del poder.
El castrismo tiene raíces que ha hecho firmes en la Isla, al no permitir la menor disidencia. Los opositores han sido fusilados, encarcelados u obligados a ir al exilio. Los militares han usufructuado de los negocios cubanos.
Una copia de esa estrategia ha sido aplicada en Venezuela desde el momento mismo en que Hugo Chávez llegó a la presidencia, por medio de elecciones libres, en 1998.
Chávez gobernó por 14 años, siendo reemplazado a su muerte -también mediante los votos- por Nicolás Maduro, quien ha seguido apropiándose de las riquezas del país y ha aplicado una política económica altamente errada, a la otrora rica nación bolivariana.
La maleza y los dictadores se arraigan y prenden en terrenos propicios y no hay herbicida que los acabe si hay todavía un resquicio de fuerza que los mantenga aferrados al lugar.