Las votaciones tragicómicas castristas
- Julio M. Shiling
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Las votaciones tragicómicas castristas
10 Mar 2018 21:37
Después de Friedrich Engels, quien más aportó a la realización del proyecto liberticida que ha sido el comunismo, fue Vladimir Lenin. En adición a su intento de excusar la evidencia empírica que probó falsas las predicciones de Karl Marx que sustentaban teóricamente al marxismo, su pragmatismo político lo llevó a ingeniar la clave para cohesionar una dictadura totalitaria: el concepto aplicado del centralismo democrático. Esa patraña que busca monopolizar el criterio de la cúpula dictatorial por medio de la organización del poder y la metodología de tomar las decisiones, desde su gestación, el bolchevismo urgió de un sistema electoral para avalar el absolutismo extremo que necesitarían para resguardar el dominio dictatorial.
No ha sido casualidad que todas las dictaduras comunistas sin excepción, siguieron (o siguen) dogmáticamente, un modelo electoral que contiene una gama de “comisiones” “asambleas” y “consejos” inferiores constituidas para propósitos de figuración, pautados a priori por la esfera superior del poder político. Con sus “listas” preconcebidas por el visto bueno de los que pueden decidir, organizaciones del partido comunista que simulan malamente ser una sociedad civil, a manos alzadas escogen entre candidatos precalificados por los que mandan, que luego irán trepando de asamblea en asamblea por selección de los seleccionados. Todo hasta llegar al punto climático de una carrera de legislador comunista: poder afirmar la voluntad de los que hicieron posible su ascenso.
El régimen de los Castro, dictadura marxista-leninista al fin, ha seguido el guión electoral de todas las otras tiranías comunistas. Nada original. Lo que han buscado estas votaciones perversas ha sido: (1) profundizar y sistematizar el control social; (2) tener un mecanismo de depuración ideológica y probación de fidelidad al sistema, manteniendo fluido el centralismo democrático; (3) constituir un espejismo para el mundo libre. En este último punto, la idea es relativizar la democracia y siempre el cuento romántico ateniense con su formulario mal promovido y peor interpretado de “democracia directa”, ha sido la narrativa lanzada.
Las democracias requieren estar compuestas de una serie de precondiciones cualitativas. Libertades para expresarse públicamente, para asociarse en foros públicos y poder vociferar ideas y conceptos políticos, el tener acceso a los medios de comunicación y a fuentes de información, el tener alternativas en las urnas a la hora de votar y, sobre todo, el poder criticar al gobierno en turno, a sus líderes, sus leyes, sus instituciones, todo esto sin ser castigado o reprimido y el estar protegido por el imperio de la ley que proviene de un sistema político y ético donde queda claro que los derechos naturales de sus ciudadanos están fuera de cualquier alcance convencional. Cuba comunista está galaxias de distancia de contener, ni siquiera un ápice de una de estas cualidades.
Dicen que la revolución electrónica se ha ocupado de que los circos estén en decadencia. Quién piense eso, no conoce la Cuba de los Castro y su cúpula. En la Mayor de las Antillas, cada cinco años viene un circo y se arma una mamarrachada tragicómica espectacular. Esto contiene una dosis generosa de payasos, de malabarismo y el ruido del látigo siempre presente. Una bufonada y algo triste a la vez. Es primordial que la nación cubana, dentro y fuera de la Isla, tenga claro que nada bueno puede salir de un sistema cuya legitimidad se racionaliza con semejante modelo electoral y la legalidad perversa que la valida. El único reformista bueno que pueda florecer del castrocomunismo será el que dispare el gatillo para ajusticiar, sistémicamente, a la monstruosidad que rige hoy el poder en Cuba.
Author: Julio M. Shiling
Website: patriademarti.com/
No ha sido casualidad que todas las dictaduras comunistas sin excepción, siguieron (o siguen) dogmáticamente, un modelo electoral que contiene una gama de “comisiones” “asambleas” y “consejos” inferiores constituidas para propósitos de figuración, pautados a priori por la esfera superior del poder político. Con sus “listas” preconcebidas por el visto bueno de los que pueden decidir, organizaciones del partido comunista que simulan malamente ser una sociedad civil, a manos alzadas escogen entre candidatos precalificados por los que mandan, que luego irán trepando de asamblea en asamblea por selección de los seleccionados. Todo hasta llegar al punto climático de una carrera de legislador comunista: poder afirmar la voluntad de los que hicieron posible su ascenso.
El régimen de los Castro, dictadura marxista-leninista al fin, ha seguido el guión electoral de todas las otras tiranías comunistas. Nada original. Lo que han buscado estas votaciones perversas ha sido: (1) profundizar y sistematizar el control social; (2) tener un mecanismo de depuración ideológica y probación de fidelidad al sistema, manteniendo fluido el centralismo democrático; (3) constituir un espejismo para el mundo libre. En este último punto, la idea es relativizar la democracia y siempre el cuento romántico ateniense con su formulario mal promovido y peor interpretado de “democracia directa”, ha sido la narrativa lanzada.
Las democracias requieren estar compuestas de una serie de precondiciones cualitativas. Libertades para expresarse públicamente, para asociarse en foros públicos y poder vociferar ideas y conceptos políticos, el tener acceso a los medios de comunicación y a fuentes de información, el tener alternativas en las urnas a la hora de votar y, sobre todo, el poder criticar al gobierno en turno, a sus líderes, sus leyes, sus instituciones, todo esto sin ser castigado o reprimido y el estar protegido por el imperio de la ley que proviene de un sistema político y ético donde queda claro que los derechos naturales de sus ciudadanos están fuera de cualquier alcance convencional. Cuba comunista está galaxias de distancia de contener, ni siquiera un ápice de una de estas cualidades.
Dicen que la revolución electrónica se ha ocupado de que los circos estén en decadencia. Quién piense eso, no conoce la Cuba de los Castro y su cúpula. En la Mayor de las Antillas, cada cinco años viene un circo y se arma una mamarrachada tragicómica espectacular. Esto contiene una dosis generosa de payasos, de malabarismo y el ruido del látigo siempre presente. Una bufonada y algo triste a la vez. Es primordial que la nación cubana, dentro y fuera de la Isla, tenga claro que nada bueno puede salir de un sistema cuya legitimidad se racionaliza con semejante modelo electoral y la legalidad perversa que la valida. El único reformista bueno que pueda florecer del castrocomunismo será el que dispare el gatillo para ajusticiar, sistémicamente, a la monstruosidad que rige hoy el poder en Cuba.
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