Reply: La Historia, la Memoria, la Justicia y la Reconciliación

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Topic History of: La Historia, la Memoria, la Justicia y la Reconciliación

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El análisis de Dagoberto es muy aleccionador y no tiene desperdicio. Sólo intervengo para añadir algunas ideas pertinentes que puedan servir para apuntalar el certero análisis que él nos ofrece aquí.

El conocimiento de la historia es indispensable para poder analizar y comprender los por qués de muchas creencias y tradiciones y la evolución que ha llevado a la humanidad a edificar la civilización judeocristiana que sirve de modelo al mundo actual, además de la necesidad de comprender el "cómo" las circunstancias han evolucionado hasta desembocar en los hechos que contemplamos y experimentamos hoy día.

J. Sheed señala en su notable obra titulada “Teología y Sensatez” la importancia que tiene la historia para sustentar los porqués de la fe cristiana y los cómos del desarrollo de la tradición, subrayando que: “Para conocer la Iglesia de Cristo no es suficiente analizar las frases en las que nuestro Señor manifiesta sus designios respecto a ella. Debemos estudiarla tal como es en la actualidad, según nos muestra la historia”.

La historia no admite especulación pero permite el análisis objetivo orientado a la comprensión de los hechos de conformidad con el contexto de la época en que sucedieron.

En un artículo publicado en el número de diciembre de 2017 en la Revista Convivencia señalo que:

El historiador debe circunscribirse, como dijo Cicerón, a: «No atreverse a decir algo falso y no atreverse a no decir algo verdadero». Una frase que repitió León XIII ante la triste realidad de que la historia está llena de mentiras, en particular cuando se empantana en la especulación que implica juicios de valor sobre las religiones, sus creencias y doctrinas, pero también cuando el historiador pierde de vista su objetividad acuciado por el nacionalismo, el patriotismo o guiado por sus convicciones ideológicas.

Y concluyo afirmando que:
La paz y la armonía en este mundo en que vivimos depende en gran medida de que nos comprendamos mejor, y la historia escrita con objetividad y respeto es un formidable instrumento para lograrlo.
Dagoberto hace hincapié en el pensamiento de San Agustín; y su pertinencia viene muy al caso si respondemos al famoso lema agustiniano: "Tolle lege". "Toma y lee", que es también el lema de muchas universidades católicas, exhortando a buscar y conocer el abundante material histórico y bíblico que ha sentado los cimientos de esta civilización judeocristiana.

Hacia este Norte apunta la brújula de la Cuba de hoy para que se reintegre al mundo civilizado. Dagoberto y sus valiosos colaboradores iluminan la senda desde el Centro Cultural Convivencia, en la Provincia de Pinar del Río, con la orden redentora de "Toma y lee" a todos los cubanos que buscan la verdad de los hechos actuales y de la historia que ha desembocado en ellos.

San Agustín, Obispo de Hipona e insigne Doctor de la Iglesia (354-430 d.C.), que realizó una de las síntesis del pensamiento clásico griego al cristianismo fue, según Antonio Livi, uno de los más grandes genios de la humanidad y ciertamente el más grande pensador cristiano del primer milenio de nuestra era.

El también llamado “Doctor de la Gracia” tiene una sentencia que me ha servido para esta breve reflexión sobre la historia, la memoria, la justicia y la reconciliación en Cuba.

Dice el sabio del siglo IV d.C.: “Ni siquiera el Omnipotente Dios único puede hacer que lo que fue no haya sido”.

Por eso la historia es irrevocable, nadie puede escapar de lo ya sucedido. Solo el momento presente es un acto de libertad y puede ser cambiado. El pasado cae sobre nosotros con toda la contundencia de lo irrevocable y el futuro con toda la incertidumbre de lo inédito. Solo somos responsables de lo que hacemos aquí y ahora. Pero… al pasar cada segundo de nuestras vidas ese instante pasa a ser historia y no puede ser cambiado ni “por el Omnipotente Dios”.

Por eso, en muchas ocasiones, la memoria que se intenta escribir y es presentada como historia depende en gran medida de la subjetividad de quien la recuerda y escribe. Por eso lo históricamente inalterable sufre los desmanes del vencedor, del resentido, del culpable o de las víctimas de lo ocurrido. El vencedor la manipula para aplastar al vencido. El resentido lee la historia con sentido de culpabilidad y las víctimas que la han sufrido, como la peor injusticia.

Por eso, una cosa son los “hechos sucedidos” y otra cosa la “interpretación de esos hechos”. Es por ello que es mejor que haya varios historiadores y muchas lecturas de una misma historia. Es la única forma de redimirse de las interpretaciones parcializadas, maniqueas o usadas para aplastar lo que fue, lo que es y lo que será antes que sea.

Por eso, según el filósofo valenciano Gabriel Albiac, Premio Nacional de Literatura en España 1988, quien se considera a sí mismo un marxista heterodoxo, dice: “Todos lo sabemos: lo ya sido es irrevocable. Y todos tratamos de ocultárnoslo, porque lo irrevocable pone en nuestras conciencias una angustia de la cual no hay huida. La de ser responsables eternos de lo hecho. Y todos disponemos de una coartada para fingirle al pasado retorno y cura: la memoria. Sobre la memoria cristalizan todos nuestros deseos y cada una de nuestras frustraciones. Por eso, la memoria no dice verdad alguna del pasado que imagina; lo construye a la medida de lo que su usuario anhela.” (ABC, 18 de septiembre de 2017).

En Cuba hemos vivido esa angustia existencial por la historia vivida y manipulada. Hubo héroes y mártires que fueron expulsados del Panteón Nacional y vueltos a recuperar según los aires y conveniencias. La historia comienza y recomienza a partir de las últimas seis décadas y todo lo pasado es satanizado en un deslinde maniqueísta. Los más tremendistas llegan a asegurar que es tal la huella y el daño antropológico sufrido por este artificio de la historia y la memoria, que no habrá remedio y

Cuba sufrirá ese estropicio por largos años.

Mi formación cristiana, siguiendo la misma línea de san Agustín, me permite pensar que si es verdad que ni Dios puede cambiar la historia, la memoria puede ser sanada y las personas dañadas pueden ser redimidas si están dispuestas a vivir un proceso de reconciliación consigo mismas, con la historia que les ha tocado vivir y con los demás protagonistas y víctimas de esa historia. No se puede huir de la angustia que produce la memoria del error, pero se puede superar esa angustia con el reconocimiento de la verdad, el perdón, la magnanimidad y la reconciliación con lo que hemos sido y con los demás, con nuestra propia historia persona y nacional.

Cuba necesita urgentemente una educación que sane el maniqueísmo de la historia, el omnipresente sentido de culpabilidad, la cultura defensiva y excluyente del diferente y del que piensa y cree distinto de nosotros considerándolo como un “enemigo”. Cuba necesita educación emocional para el perdón y la reconciliación. Perdón para nosotros mismos y para los demás. Reconciliación con nosotros mismos y con los demás… y viviremos en paz porque ese camino nos conduce libre y responsablemente al perdón y la reconciliación con Dios y con nuestra historia, que entonces se convertirá de una historia de iniquidades y remordimientos en una historia de magnanimidad, reconciliación y amor.

Esta es, quizá, la esencia de la evangelización de las culturas y el aporte más redentor y sanador que podemos ofrecer al sufrido y noble pueblo cubano.

¡Hagámoslo!

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