Tres sacerdotes católicos de las diócesis de Cienfuegos, Camagüey y Holguín le enviaron una carta a Raúl Castro el pasado 24 de enero con ocasión del XX aniversario de la visita de San Juan Pablo II a Santiago de Cuba. Allí el Arzobispo Meurice pronunció una brillante alocución sobre el estado del país.
Tanto aquel discurso arzobispal como la presente carta de los sacerdotes pueden calificarse de excelentes. Sin embargo, esos pronunciamientos hacen poco impacto en las autoridades, pues falta voluntad de cambio y sobra apego al poder. Queda la esperanza de que haya mejoras sustanciales cuando llegue el relevo generacional.
Lo que Mons. Meurice entonces y los tres presbíteros ahora le han dicho a los Castro son cosas que en privado también se las han dicho los obispos y los últimos tres Papas. Incluso presidentes y primeros ministros de numerosos países, incluyendo China y Vietnam, les han sugerido cambios importantes al menos en el campo económico.
A veces el régimen afloja un poco los controles y liberaliza algo la economía, abriéndola al sector privado, pero luego pone trabas cuando los cuentapropistas prosperan. Mientras la prosperidad se mire como antisocialista, la economía no despegará, pues el lucro incentiva el trabajo.
En cuanto a la actitud de la jerarquía católica, se recomienda leer el reciente libro del Arzobispo emérito de La Habana, Cardenal Ortega. Se titula Encuentro, diálogo y acuerdo. El purpurado explica bien que la Iglesia ha logrado nuevos espacios para ejercer con más libertad su misión de evangelizar y santificar gracias a que prefirió mantener el diálogo con el gobierno en vez de atrincherarse en un aislamiento inexpugnable. Poco a poco la Iglesia ha ido recuperando propiedades confiscadas y ha ido saliendo del templo no sólo en procesiones, sino en acceso limitado a la radio en ocasiones especiales. Ahora incursiona tímidamente en el campo de la educación con unas salas de tareas que funcionan en locales parroquiales.
Al comienzo de la Revolución hubo enérgicas cartas pastorales de los obispos, en especial de Mons. Pérez Serante, condenando el comunismo ateo. El régimen dejó claro que no habría mártires como sucedió a fines de la tercera década del pasado siglo en España, pero de un golpe expulsó a 136 sacerdotes en el barco Covadonga, año 1961. Entre los deportados se encontraba el obispo Boza Masvidal. Por mucho tiempo resultó difícil que el gobierno admitiese el ingreso de nuevos sacerdotes y religiosos.
La jerarquía católica no puede lanzar consignas incendiarias sin correr el riesgo de que haya expulsiones masivas de clero que dejen al rebaño sin pastores. También en países de mayoría islámica la Iglesia procede con cautela a la hora de denunciar abusos, pues el precio sería la expulsión de clérigos y hasta la muerte.
En cuanto a los tres sacerdotes contestatarios, observemos que sus obispos no los han censurado y que el gobierno no los ha encarcelado. Eso es señal de una cierta evolución en la dirección correcta. El futuro le sonreirá a Cuba. Vendrán tiempos mejores.
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