Raúl Castro ha mostrado su real rostro de tirano, luego de la fanfarria fúnebre de Fidel Castro.
Enterrado el muerto, se puso a gobernar como el siempre había querido, en forma brutal, aplastando a todo el que esté por delante.
Ordenó que las fiestas de final de año sean suprimidas, en decreto no escrito pero igual de válido, como si fuera proclama oficial.
Las pompas fúnebres, donde el pueblo cubano tuvo que soportar nueve días de luto se prolongan ahora por todo lo que resta del 2016 y la alegría de las fiestas, que se aguardan durante todo año, queda marginada por un luto obligatorio.
El duelo debe cumplirse so pena de cárcel para quienes toquen música, rian o expresen de alguna forma que están vivos, en el trágico país de las maravillas.
Los arrestos y golpes a los miembros de la oposición se han multiplicado con aún mayor ferocidad y la Seguridad del Estado redobla los actos represivos contra los grupos disidentes en La Habana y provincias, inmovilizando, entre ellos, a las Damas de Blanco y prohibiéndoles acudir a las iglesias durante toda la semana, sin que el Vaticano se pronuncie contra ésta y otras prohibiciones religiosas cometidas contra los fieles católicos en la Isla
Mientras tanto, un manto gris ha caído sobre el pueblo cubano, que mira con incertidumbre hacia el futuro.
El endurecimiento del gobierno de La Habana puede originarse en el temor de Raúl Castro y miembros de la Cúpula gobernante ante las acciones que emprenderá el nuevo Presidente de los Estados Unidos.
El dictador de Cuba y su camarilla saben que no estarán jugando una pieza fácil en el ajedrez político con Donald Trump. La nueva administración en el país del Norte los inquieta y los hace endurecer aún más la tiranía.
Es la táctica castrista de hincar los dientes en su propio pueblo para mostrar desafiante y pendenciera que no está dispuesta a cambiar, venga lo que venga y aunque desaparezcan los privilegios que ganó sin dar nada a cambio con Barack Obama.