Los cubanos y los discursos
- José Manuel Palli
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Los cubanos y los discursos
16 Feb 2016 20:57
Hace cerca de cincuenta años, de paso por Miami, a mis tíos de Coral Gables se les ocurrió llevarme a una cena del “SERTOMA Cubano” –si no me equivoco, SERTOMA eran las siglas de una entidad u organización, al estilo de los clubes de Rotarios, o de Leones, llamada Service To Mankind, .
Para mi, un cubanito exiliado en la Argentina, resultó una experiencia valiosísima, y muy edificante. Escuché una serie de discursos muy bellos y muy sentidos sobre una revolución traicionada y una Cuba añorada por todos los presentes, discursos que recargaron las pilas de mi aporteñada cubanìa.
Para colmo, al buen amigo de mi tío que por entonces presidia la organización, no se le ocurrió nada mejor que insistir en darme la palabra –debo haber tenido 14 o 15 años- y yo, como buen cubano, vi aquella insistencia como una oferta imposible de rechazar (es fácil entregarnos un micrófono, pero casi imposible arrebatárnoslo) y hablé por un buen rato, emocionado, justamente sobre esa recarga de pilas que había recibido a través de aquella cena y sus oradores. La gente –mi tía incluida- lloraba…
Mas o menos por esa misma época, estaba “pegada” una canción llamada “Land of 1000 Dances” o Tierra de las 1000 danzas, gracias a Wilson Picket que la llevó al # 1 del hit parade. Desde hace días, y a raíz de mi comparecencia en un programa de Radio Martí que trataba sobre las nuevas reformas que los departamentos del Tesoro y de Comercio hicieron en enero a los reglamentos de OFAC, me persiguen tanto el estribillo de esa canción como mi recuerdo de aquella cena en los sesenta.
Compartí el espacio en Radio Martí con una persona –no retuve el nombre- que salía al aire desde Mayabeque, en Cuba, y con quien me hubiera encantado conversar y hasta discutir, pues parecía una persona inteligente y centrada que conocía la realidad cubana como solamente quienes viven en Cuba la conocen. Pero dicha persona optó por hacer un discurso sobre una cantidad de cosas que no venían al caso (y que ya todos conocemos) al solo efecto de negar que Cuba fuera una nación soberana, calidad que le reconocen hoy prácticamente todas las demás naciones del mundo.
Esa vocación por cambiar, a través de discursos, una realidad que a muchos nos disgusta pero que tan pocos hacen algo realmente útil y efectivo por cambiar, ha convertido a los cubanos, especialmente a los de Miami, en habitantes de una “Tierra de los 1000 discursos”. Miami es hoy una suerte de Hyde Park Corner –como el de Londres- al servicio no ya del exilio cubano, sino también de otros muchos latinoamericanos con afición por la palabrería: bolivianos, argentinos, ecuatorianos, venezolanos, etc.
Y esa afición por los discursos le acaba de jugar una mala pasada a un brillante joven cubano (americano en realidad, pero amamantado, como yo, por la cubanìa), por quien siento gran simpatía, a pesar de que, a veces, sus opiniones y decisiones me asustan. Me refiero a Marco Rubio, y a su afición por “caletrearse” –como se dice en Venezuela- el discurso que define, según el, a su campaña presidencial. Discurso que, además, resume el sentir de esa cubanìa mal entendida según la cual quienes no tienen las mismas ideas que yo quieren destruir mi ideario, mi país, mis valores, mi cultura, y que se traduce en llamar “comunistas” a todos los que no piensan como uno, trátese de Obama, el Papa o el mundo todo. Y no es que Donnie Boy haya puesto de moda ese discurso, no, y haya contagiado a los otros candidatos, a nuestro senador entre ellos: los cubanos somos los autores e interpretes mas reconocidos de ese discurso…
Pero, y a fin de cuentas, ese discurso maniqueo merece ser oído como cualquier otro en una democracia. Lo que dañó –espero que no fatalmente- las aspiraciones de nuestro senador es su sobrevaloración de los discursos. Aprenderse de memoria un discurso, repetirlo cuatro veces, mecánicamente, ante las cámaras, y luego defender su actuación y la situación en la que él mismo se situó con sus “repeat” (recuerdan aquel chiste de Álvarez Guedes?) alegando que su campaña se basa, justamente, en la repetición ad nauseam de ese discurso, es suponer un impacto del mismo en la realidad que, simplemente, no existe. La realidad es otra: la gente quiere algo mas que discursos –por bueno que sea el orador- y le resta credibilidad a quienes no saben hacer otra cosa que discursos.
Es una verdadera pena, como lo es también que siga repiqueteando en mi cabeza el estribillo de la canción de Wilson Picket:
Naa, Na Na Na Naa, Na Na Na Naa, Na Na Na Na Na Na, Na Na Na Na NAAAA…
Para mi, un cubanito exiliado en la Argentina, resultó una experiencia valiosísima, y muy edificante. Escuché una serie de discursos muy bellos y muy sentidos sobre una revolución traicionada y una Cuba añorada por todos los presentes, discursos que recargaron las pilas de mi aporteñada cubanìa.
Para colmo, al buen amigo de mi tío que por entonces presidia la organización, no se le ocurrió nada mejor que insistir en darme la palabra –debo haber tenido 14 o 15 años- y yo, como buen cubano, vi aquella insistencia como una oferta imposible de rechazar (es fácil entregarnos un micrófono, pero casi imposible arrebatárnoslo) y hablé por un buen rato, emocionado, justamente sobre esa recarga de pilas que había recibido a través de aquella cena y sus oradores. La gente –mi tía incluida- lloraba…
Mas o menos por esa misma época, estaba “pegada” una canción llamada “Land of 1000 Dances” o Tierra de las 1000 danzas, gracias a Wilson Picket que la llevó al # 1 del hit parade. Desde hace días, y a raíz de mi comparecencia en un programa de Radio Martí que trataba sobre las nuevas reformas que los departamentos del Tesoro y de Comercio hicieron en enero a los reglamentos de OFAC, me persiguen tanto el estribillo de esa canción como mi recuerdo de aquella cena en los sesenta.
Compartí el espacio en Radio Martí con una persona –no retuve el nombre- que salía al aire desde Mayabeque, en Cuba, y con quien me hubiera encantado conversar y hasta discutir, pues parecía una persona inteligente y centrada que conocía la realidad cubana como solamente quienes viven en Cuba la conocen. Pero dicha persona optó por hacer un discurso sobre una cantidad de cosas que no venían al caso (y que ya todos conocemos) al solo efecto de negar que Cuba fuera una nación soberana, calidad que le reconocen hoy prácticamente todas las demás naciones del mundo.
Esa vocación por cambiar, a través de discursos, una realidad que a muchos nos disgusta pero que tan pocos hacen algo realmente útil y efectivo por cambiar, ha convertido a los cubanos, especialmente a los de Miami, en habitantes de una “Tierra de los 1000 discursos”. Miami es hoy una suerte de Hyde Park Corner –como el de Londres- al servicio no ya del exilio cubano, sino también de otros muchos latinoamericanos con afición por la palabrería: bolivianos, argentinos, ecuatorianos, venezolanos, etc.
Y esa afición por los discursos le acaba de jugar una mala pasada a un brillante joven cubano (americano en realidad, pero amamantado, como yo, por la cubanìa), por quien siento gran simpatía, a pesar de que, a veces, sus opiniones y decisiones me asustan. Me refiero a Marco Rubio, y a su afición por “caletrearse” –como se dice en Venezuela- el discurso que define, según el, a su campaña presidencial. Discurso que, además, resume el sentir de esa cubanìa mal entendida según la cual quienes no tienen las mismas ideas que yo quieren destruir mi ideario, mi país, mis valores, mi cultura, y que se traduce en llamar “comunistas” a todos los que no piensan como uno, trátese de Obama, el Papa o el mundo todo. Y no es que Donnie Boy haya puesto de moda ese discurso, no, y haya contagiado a los otros candidatos, a nuestro senador entre ellos: los cubanos somos los autores e interpretes mas reconocidos de ese discurso…
Pero, y a fin de cuentas, ese discurso maniqueo merece ser oído como cualquier otro en una democracia. Lo que dañó –espero que no fatalmente- las aspiraciones de nuestro senador es su sobrevaloración de los discursos. Aprenderse de memoria un discurso, repetirlo cuatro veces, mecánicamente, ante las cámaras, y luego defender su actuación y la situación en la que él mismo se situó con sus “repeat” (recuerdan aquel chiste de Álvarez Guedes?) alegando que su campaña se basa, justamente, en la repetición ad nauseam de ese discurso, es suponer un impacto del mismo en la realidad que, simplemente, no existe. La realidad es otra: la gente quiere algo mas que discursos –por bueno que sea el orador- y le resta credibilidad a quienes no saben hacer otra cosa que discursos.
Es una verdadera pena, como lo es también que siga repiqueteando en mi cabeza el estribillo de la canción de Wilson Picket:
Naa, Na Na Na Naa, Na Na Na Naa, Na Na Na Na Na Na, Na Na Na Na NAAAA…
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- Gerardo E. Martínez-Solanas
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Re: Los cubanos y los discursos
17 Feb 2016 00:35 - 17 Feb 2016 00:37
Tiene mucha razón Pallí en su impresión sobre "esa afición por los discursos" que aqueja a la mayoría de los cubanos. Es como una marca indeleble de esta idiosincracia caribeña. Suele molestarme muchísimo cuando acudo a charlas y conferencias en las que ofrecen al público la oportunidad de hacer preguntas, tener que soportar a tantos cubanos que dan la nota convirtiendo la esperada "pregunta" en toda una charla marginal para opinar o discrepar, faltando el respeto al resto de los presentes que hemos acudido para escuchar al conferencista y no al publico impertinente, o al conferencista que aspira a un ágil intercambio de ideas con los presentes y se ve convertido en espectador.
Fue precisamente un cubano, Fidel Castro, el que puso de moda discursos monumentales e interminables que se extendían abrumadoramente durante horas. Hasta el punto en que rompió todas las marcas (y con mucho) en Naciones Unidas. Ningún otro Jefe de Estado ni diplomático se ha acercado siquiera un poco a su maratónica oratoria. Y hay muchos más, incluso conferencistas serios, que son invitados a hablar por 20 minutos, pero se extienden y extienden con la intención de tomarse 40 o, si los dejan, una hora o más, y se ofenden cuando el moderador les hace señas para que termine. A Fidel Castro, por supuesto, nadie pudo nunca atreverse a hacerle señas para que terminara.
Marco Rubio no es de estos. Sus discursos son precisos y concisos (en comparación) y como casi todos los oradores, es muy probable que los ensaye. En el incidente que menciona Pallí, no creo que se tratara de que sólo supiera repetir lo que se había aprendido de memoria, sino que quiso reiterar y machacar en una idea concreta y el tiro le salió por la culata. Digo esto porque en las entrevistas que le hacen, que no puede aprender de memoria de antemano, nos tiene acostumbrados a ser muy preciso en sus respuestas, ya sea que nos gusten o no. No son respuestas aprendidas, es sencillamente su modo de pensar y su forma de resolver los problemas de la nación.
En lo que sí discrepo de Pallí es en su afirmación de que Cuba es una nación soberana. Cuba es, efectivamente, un Estado soberano, pero la nación cubana no lo es. El Estado es soberano simplemente cuando actúa en forma independiente de otros Estados. Pero el Estado soberano debe estar compuesto por un pueblo soberano, para que esa soberanía sea legítima. Es el pueblo el que conforma la nación y sólo es soberano cuando cuenta con mecanismos que le permitan forjar su propio destino. Lamentablemente, el pueblo cubano está muy lejos de ejercer su derecho soberano a la libre determinación. No conforma una nación soberana.
Fue precisamente un cubano, Fidel Castro, el que puso de moda discursos monumentales e interminables que se extendían abrumadoramente durante horas. Hasta el punto en que rompió todas las marcas (y con mucho) en Naciones Unidas. Ningún otro Jefe de Estado ni diplomático se ha acercado siquiera un poco a su maratónica oratoria. Y hay muchos más, incluso conferencistas serios, que son invitados a hablar por 20 minutos, pero se extienden y extienden con la intención de tomarse 40 o, si los dejan, una hora o más, y se ofenden cuando el moderador les hace señas para que termine. A Fidel Castro, por supuesto, nadie pudo nunca atreverse a hacerle señas para que terminara.
Marco Rubio no es de estos. Sus discursos son precisos y concisos (en comparación) y como casi todos los oradores, es muy probable que los ensaye. En el incidente que menciona Pallí, no creo que se tratara de que sólo supiera repetir lo que se había aprendido de memoria, sino que quiso reiterar y machacar en una idea concreta y el tiro le salió por la culata. Digo esto porque en las entrevistas que le hacen, que no puede aprender de memoria de antemano, nos tiene acostumbrados a ser muy preciso en sus respuestas, ya sea que nos gusten o no. No son respuestas aprendidas, es sencillamente su modo de pensar y su forma de resolver los problemas de la nación.
En lo que sí discrepo de Pallí es en su afirmación de que Cuba es una nación soberana. Cuba es, efectivamente, un Estado soberano, pero la nación cubana no lo es. El Estado es soberano simplemente cuando actúa en forma independiente de otros Estados. Pero el Estado soberano debe estar compuesto por un pueblo soberano, para que esa soberanía sea legítima. Es el pueblo el que conforma la nación y sólo es soberano cuando cuenta con mecanismos que le permitan forjar su propio destino. Lamentablemente, el pueblo cubano está muy lejos de ejercer su derecho soberano a la libre determinación. No conforma una nación soberana.
Last edit: 17 Feb 2016 00:37 by Gerardo E. Martínez-Solanas.
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- José Manuel Palli
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Re: Los cubanos y los discursos
22 Feb 2016 23:33 - 22 Feb 2016 23:35
Gracias Gerardo por tu comentario!
Pero no puede ser que Gerardo sea el único interesado en un tema que nos toca a todos tan de cerca...
Abierto el debate ahora en ENH: www.elnuevoherald.com/opinion-...article61784147.html
Pero no puede ser que Gerardo sea el único interesado en un tema que nos toca a todos tan de cerca...
Abierto el debate ahora en ENH: www.elnuevoherald.com/opinion-...article61784147.html
Last edit: 22 Feb 2016 23:35 by José Manuel Palli.
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