Montaner y el Vaticano Inc.
- Alberto Müller
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Montaner y el Vaticano Inc.
09 Apr 2012 13:22
Ocurre con frecuencia que cuando el Pontífice de la Iglesia Católica visita países o hace declaraciones morales o de corte social que impactan a millones de creyentes y no creyentes, surja más de un supuesto experto vaticanista a increparlo, enmendarlo o aconsejarlo.
Me sorprende que Carlos Alberto Montaner, al cual respeto con hondura y con el cual comparto dolores y sueños de Patria libre y de un mundo mejor, haya caído en la tentación mediática de convertirse en otro vaticanista de ocasión.
‘Vaticano Inc, (con perdón)’ -así titula la nota Carlos Alberto- es un análisis demasiado apresurado y por momentos errático para resumir los DOS MIL AÑOS de una Iglesia Católica que ha cometido, como era de esperar múltiples errores humanos en su largo camino, pero que carga con un mensaje apostólico de amor, de salvación, de perdón humano, de justicia social, de liberación y de obras humanitarias en beneficio de los más pobres en todos los rincones del mundo, que hasta los más acérrimos adversarios del catolicismo no ignoran.
Comparto con Carlos Alberto que en Cuba y en México hubo personas defraudadas porque el Papa no se haya reunido con las víctimas de ciertos atropellos conocidos, pero nadie puede dudar y esto debería decirlo Montaner por respeto con lo acontecido, que en sus homilías en ambos países, el Santo Padre tuvo el coraje de defender públicamente a los desheredados, a los pobres, a los presos, a los exiliados, a los inmigrantes, a los niños, a la libertad, a la verdad, a la familia y no dudo en señalar los males del narcotráfico, la violencia y el fanatismo político que suprime la libertad y no permite la opinión ajena.
Me parece injusto con el pueblo de Dios, que Montaner afirme que los servicios que brinda la Iglesia Católica a los pobres y a los desheredados, se realicen por una razón de convivencia.
Los servicios de la Iglesia Católica, desde los confines del continente africano hasta Haití, pasando por Argelia y los rincones más pobres del planeta, incluyendo Cuba, representan una visión liberadora de amor verdadero con el ser humano y con toda la comunidad de enfermos, necesitados y marginados del mundo.
Carlos Alberto cae en un bache histórico como vaticanista novato, cuando hace una alusión crítica a la oración del Credo, promulgado en el Concilio de Nicea (año 325) y modificado en el Concilio de Constantinopla (año 381) y cuya principal finalidad fue fundamentar y enmarcar las creencias religiosas ante el bautismo. Nunca el credo tuvo la misión de proclamar la justicia humana del reino de Dios.
Sin embargo, pasa por alto Montaner que la oración principal del cristianismo por naturaleza teológica, no es el Credo, sino el Padre Nuestro, que tiene como antecedente abarcador el maravilloso y visionario Sermón de la Montaña, que según el evangelista Mateo y el apóstol Pablo, unido a otros teólogos e historiadores consagrados, lo consideran la piedra angular para entender el mesianismo y la justicia del reino de Dios que Jesús se encargó de proclamar.
Le recomendaría a Carlos Alberto que se leyera ‘Jesús de Nazaret’ de Benedicto XVI, para que pueda valorar en todo su sentido moral, no solamente el valor de la justicia implícito en las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña y de la Iglesia Católica, sino el significado teológico del Padre Nuestro, porque en ese ‘nosotros’ dirigido al Dios misericordioso que está en el Cielo, está la inclusión salvífica del pecador creyente y del no creyente.
Después Montaner se entretiene en explicar que el Vaticano es una empresa incorporada más, con un ejecutivo de Cardenales y otros Administradores que sirven a mil millones de feligreses en todo el mundo y cuyo gerente general es el Papa, con la ayuda de 740 mil abnegadas monjas, cuyo objetivo principal es ‘salvar almas, en competencia con otras compañías que ofrecen servicios parecidos’.
Así de simple Carlos Alberto define a la Iglesia Católica, sin detenerse en la gigantesca obra humana de la institución y sin tomar en cuenta la importancia histórica y la bondad humana de la Virgen María en la encarnación amorosa de Jesús, por sólo mencionar dos coordenadas salvíficas de la Iglesia Católica.
Me parece -con el mayor respeto y afecto que profeso a Montaner- un poco atrevida esta comparación del Vaticano como una empresa incorporada. El Vaticano definitivamente es algo más.
Solamente en Estados Unidos, la Iglesia Católica gasta más de 10 mil millones de dólares anuales en educar a 2.6 millones de estudiantes norteamericanos, y uno de cada cinco estadounidense atendido en hospitales, acude a un Hospital Católico.
Otro bache histórico de Montaner es cuando analiza como negativo el Pacto de Letrán de Pío XI con el Rey Victor Manuel III y su primer ministro Benito Mussolini, que finalmente dio soberanía al territorio Vaticano y que para muchos historiadores resolvió satisfactoriamente los sensibles problemas territoriales entre el Estado italiano y la Iglesia Católica durante la reunificación italiana.
Pero no sigo con el historicismo anticatólico de la nota, porque todo es un poco más de lo mismo. Claro que la Iglesia Católica ha cometido errores durante su historia y es bueno que se señalen, ya que toda institución humana los comete.
Sin embargo, cuando estos señalamientos omiten la faceta salvífica y pastoral de la Iglesia Católica, entonces tienden a perder credibilidad y balance, como le pasa a esta nota que comentamos.
Según Carlos Alberto los veinte siglos de existencia de la Iglesia Católica se explican por ‘incómodas concesiones para sobrevivir’, en lugar de por los signos de solidaridad humana con los más pobres, con los enfermos y con los pecadores, como divulgara Jesús en su doctrina mesiánica y salvífica.
De todas formas, una de las facetas más admirables de la Iglesia Católica y de la cristología contemporánea, que enmarcan con singular genialidad pensadores y teólogos como Jacques Maritain, Teilhard de Chardin y Benedicto XVI, es que todos, creyentes como no creyentes, tienen su puesto en la historia de la salvación por la Gracia de Dios.
Me tranquiliza pensar que amigos como Carlos Alberto y hasta adversarios connotados, puedan salvar sus almas por la misericordia de Dios. Demasiado inteligente y buena persona Montaner, para no compartir con él en el otro tiempo histortico infinito y eterno que llegará.
Esto me alegra sobremanera.
Me sorprende que Carlos Alberto Montaner, al cual respeto con hondura y con el cual comparto dolores y sueños de Patria libre y de un mundo mejor, haya caído en la tentación mediática de convertirse en otro vaticanista de ocasión.
‘Vaticano Inc, (con perdón)’ -así titula la nota Carlos Alberto- es un análisis demasiado apresurado y por momentos errático para resumir los DOS MIL AÑOS de una Iglesia Católica que ha cometido, como era de esperar múltiples errores humanos en su largo camino, pero que carga con un mensaje apostólico de amor, de salvación, de perdón humano, de justicia social, de liberación y de obras humanitarias en beneficio de los más pobres en todos los rincones del mundo, que hasta los más acérrimos adversarios del catolicismo no ignoran.
Comparto con Carlos Alberto que en Cuba y en México hubo personas defraudadas porque el Papa no se haya reunido con las víctimas de ciertos atropellos conocidos, pero nadie puede dudar y esto debería decirlo Montaner por respeto con lo acontecido, que en sus homilías en ambos países, el Santo Padre tuvo el coraje de defender públicamente a los desheredados, a los pobres, a los presos, a los exiliados, a los inmigrantes, a los niños, a la libertad, a la verdad, a la familia y no dudo en señalar los males del narcotráfico, la violencia y el fanatismo político que suprime la libertad y no permite la opinión ajena.
Me parece injusto con el pueblo de Dios, que Montaner afirme que los servicios que brinda la Iglesia Católica a los pobres y a los desheredados, se realicen por una razón de convivencia.
Los servicios de la Iglesia Católica, desde los confines del continente africano hasta Haití, pasando por Argelia y los rincones más pobres del planeta, incluyendo Cuba, representan una visión liberadora de amor verdadero con el ser humano y con toda la comunidad de enfermos, necesitados y marginados del mundo.
Carlos Alberto cae en un bache histórico como vaticanista novato, cuando hace una alusión crítica a la oración del Credo, promulgado en el Concilio de Nicea (año 325) y modificado en el Concilio de Constantinopla (año 381) y cuya principal finalidad fue fundamentar y enmarcar las creencias religiosas ante el bautismo. Nunca el credo tuvo la misión de proclamar la justicia humana del reino de Dios.
Sin embargo, pasa por alto Montaner que la oración principal del cristianismo por naturaleza teológica, no es el Credo, sino el Padre Nuestro, que tiene como antecedente abarcador el maravilloso y visionario Sermón de la Montaña, que según el evangelista Mateo y el apóstol Pablo, unido a otros teólogos e historiadores consagrados, lo consideran la piedra angular para entender el mesianismo y la justicia del reino de Dios que Jesús se encargó de proclamar.
Le recomendaría a Carlos Alberto que se leyera ‘Jesús de Nazaret’ de Benedicto XVI, para que pueda valorar en todo su sentido moral, no solamente el valor de la justicia implícito en las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña y de la Iglesia Católica, sino el significado teológico del Padre Nuestro, porque en ese ‘nosotros’ dirigido al Dios misericordioso que está en el Cielo, está la inclusión salvífica del pecador creyente y del no creyente.
Después Montaner se entretiene en explicar que el Vaticano es una empresa incorporada más, con un ejecutivo de Cardenales y otros Administradores que sirven a mil millones de feligreses en todo el mundo y cuyo gerente general es el Papa, con la ayuda de 740 mil abnegadas monjas, cuyo objetivo principal es ‘salvar almas, en competencia con otras compañías que ofrecen servicios parecidos’.
Así de simple Carlos Alberto define a la Iglesia Católica, sin detenerse en la gigantesca obra humana de la institución y sin tomar en cuenta la importancia histórica y la bondad humana de la Virgen María en la encarnación amorosa de Jesús, por sólo mencionar dos coordenadas salvíficas de la Iglesia Católica.
Me parece -con el mayor respeto y afecto que profeso a Montaner- un poco atrevida esta comparación del Vaticano como una empresa incorporada. El Vaticano definitivamente es algo más.
Solamente en Estados Unidos, la Iglesia Católica gasta más de 10 mil millones de dólares anuales en educar a 2.6 millones de estudiantes norteamericanos, y uno de cada cinco estadounidense atendido en hospitales, acude a un Hospital Católico.
Otro bache histórico de Montaner es cuando analiza como negativo el Pacto de Letrán de Pío XI con el Rey Victor Manuel III y su primer ministro Benito Mussolini, que finalmente dio soberanía al territorio Vaticano y que para muchos historiadores resolvió satisfactoriamente los sensibles problemas territoriales entre el Estado italiano y la Iglesia Católica durante la reunificación italiana.
Pero no sigo con el historicismo anticatólico de la nota, porque todo es un poco más de lo mismo. Claro que la Iglesia Católica ha cometido errores durante su historia y es bueno que se señalen, ya que toda institución humana los comete.
Sin embargo, cuando estos señalamientos omiten la faceta salvífica y pastoral de la Iglesia Católica, entonces tienden a perder credibilidad y balance, como le pasa a esta nota que comentamos.
Según Carlos Alberto los veinte siglos de existencia de la Iglesia Católica se explican por ‘incómodas concesiones para sobrevivir’, en lugar de por los signos de solidaridad humana con los más pobres, con los enfermos y con los pecadores, como divulgara Jesús en su doctrina mesiánica y salvífica.
De todas formas, una de las facetas más admirables de la Iglesia Católica y de la cristología contemporánea, que enmarcan con singular genialidad pensadores y teólogos como Jacques Maritain, Teilhard de Chardin y Benedicto XVI, es que todos, creyentes como no creyentes, tienen su puesto en la historia de la salvación por la Gracia de Dios.
Me tranquiliza pensar que amigos como Carlos Alberto y hasta adversarios connotados, puedan salvar sus almas por la misericordia de Dios. Demasiado inteligente y buena persona Montaner, para no compartir con él en el otro tiempo histortico infinito y eterno que llegará.
Esto me alegra sobremanera.
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- Gerardo E. Martínez-Solanas
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Re: Re:Montaner y el Vaticano Inc.
09 Apr 2012 19:00
Me complace mucho que Alberto haya redactado una respuesta tan coherente y racional al lamentable escrito publicado por Carlos Alberto Montaner en
El Nuevo Herald del Domingo de Resurrección
. Carlos Alberto suele publicar en este FORO, pero esta vez no lo ha hecho.
Me complace porque la reacción inicial de indignación por la falta de respeto a los católicos que representa ese artículo estaba dando paso a la actitud de ignorarlo como algo que no valía la pena discutir. Pero Alberto nos demuestra que SÍ vale la pena, porque guardar silencio puede significar una aceptación pasiva de los argumentos de Carlos Alberto y, sobre todo, de la falta de respeto que encierran sus opiniones y la ocasión escogida para presentarlas.
Aparte de las inexactitudes históricas que Alberto señala con precisión, y del sarcasmo del título del artículo original, "Vaticano Inc. (con perdón)", Carlos Alberto tiene todo el derecho del mundo a expresar su opinión, por equivocada que esté, en este mundo libre. Pero su inteligencia y su capacidad intelectual debía haberle sugerido que la elección del Domingo de Resurrección para denostar a la Iglesia Católica es lamentable. Sobre todo, porque TODOS LOS CREYENTES son miembros y parte activa y militante de esa Iglesia. La Iglesia no es el Papa y sus Cardenales y Obispos, sino todos los cientos de millones de católicos en todo el mundo.
Aunque la Iglesia no sea una institución democrática, sus miembros votan con su bolsillo y con su colaboración de tiempo y esfuerzos a las obras de la institución, que son muchísimas. Cuando la jerarquía se desvía de su misión evangelizadora y de los mandatos de Su Fundador, sus miembros ejercen una considerable influencia en todos sus niveles. En otras palabras, esa jerarquía depende de la generosidad en tiempo, esfuerzos y dinero de todos y cada uno de sus miembros, los cuales ciertamente no se consideran miembros de una empresa corporativa que friamente funciona para generar utilidades. Las utilidades que busca son espirituales, mediante la compasión, la tolerancia, la caridad y la confraternidad humanas.
Como en todas las profesiones, quienes eligen la carrera sacerdotal son seres humanos llenos de errores, defectos y deficiencias. Algunos cometen graves faltas. Pero apostaría a que el porcentaje de seres abnegados que dedican sus vidas al servicio de los demás es mucho más alto entre ellos que entre los médicos, los abogados, los políticos, etc., etc., etc.
Aplaudo la nota de caridad cristiana con la que Alberto cierra su artículo con broche de oro.
Me complace porque la reacción inicial de indignación por la falta de respeto a los católicos que representa ese artículo estaba dando paso a la actitud de ignorarlo como algo que no valía la pena discutir. Pero Alberto nos demuestra que SÍ vale la pena, porque guardar silencio puede significar una aceptación pasiva de los argumentos de Carlos Alberto y, sobre todo, de la falta de respeto que encierran sus opiniones y la ocasión escogida para presentarlas.
Aparte de las inexactitudes históricas que Alberto señala con precisión, y del sarcasmo del título del artículo original, "Vaticano Inc. (con perdón)", Carlos Alberto tiene todo el derecho del mundo a expresar su opinión, por equivocada que esté, en este mundo libre. Pero su inteligencia y su capacidad intelectual debía haberle sugerido que la elección del Domingo de Resurrección para denostar a la Iglesia Católica es lamentable. Sobre todo, porque TODOS LOS CREYENTES son miembros y parte activa y militante de esa Iglesia. La Iglesia no es el Papa y sus Cardenales y Obispos, sino todos los cientos de millones de católicos en todo el mundo.
Aunque la Iglesia no sea una institución democrática, sus miembros votan con su bolsillo y con su colaboración de tiempo y esfuerzos a las obras de la institución, que son muchísimas. Cuando la jerarquía se desvía de su misión evangelizadora y de los mandatos de Su Fundador, sus miembros ejercen una considerable influencia en todos sus niveles. En otras palabras, esa jerarquía depende de la generosidad en tiempo, esfuerzos y dinero de todos y cada uno de sus miembros, los cuales ciertamente no se consideran miembros de una empresa corporativa que friamente funciona para generar utilidades. Las utilidades que busca son espirituales, mediante la compasión, la tolerancia, la caridad y la confraternidad humanas.
Como en todas las profesiones, quienes eligen la carrera sacerdotal son seres humanos llenos de errores, defectos y deficiencias. Algunos cometen graves faltas. Pero apostaría a que el porcentaje de seres abnegados que dedican sus vidas al servicio de los demás es mucho más alto entre ellos que entre los médicos, los abogados, los políticos, etc., etc., etc.
Aplaudo la nota de caridad cristiana con la que Alberto cierra su artículo con broche de oro.
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- Carlos Alberto Montaner
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Re: Re:Montaner y el Vaticano Inc.
11 Apr 2012 00:35
Escribí un breve artículo,
Vaticano Inc. (Con perdón)
<<pulse aquí para leerlo, y he recibido algunas críticas negativas de viejos y queridos amigos. Una de ellas la redactó Alberto Muller. Voy a responderle por párrafos. Dice Alberto:
Curiosa observación. ¿Para hablar de México hay que ser un mexicanista? ¿No tienen derecho los papas alemanes a hablar de Cuba porque no son cubanólogos? No me parecería justo. Pero, por la otra punta, ¿por qué, si el papa, un alemán, y el nuncio, un italiano, hablan de Cuba y juzgan la actuación de los cubanos, no puedo yo hablar del papa y del Vaticano?
No pongo en duda absolutamente nada de esto. Lo matizaría agregando que el aporte cultural e histórico del cristianismo, pese a las barbaridades cometidas por la Iglesia Católica, es mucho más positivo que negativo. No hay nada, pues, en mi breve artículo que contradiga la esencia de cuanto afirma Alberto. No soy anticatólico ni anticlerical.
Todo eso está muy bien, y la semana anterior había escrito una columna favorable al papa que hasta la publicaron en Roma en italiano, pero el punto de partida de este otro artículo era que había personas disgustadas con el Santo Padre, como las Damas de Blanco, porque no había encontrado un minuto para consolarlas. ¿Dónde está el agravio en esa observación?
Francamente, no entiendo el disgusto. Desde sus inicios, y de manera creciente, el cristianismo, para su gloria, fue una enorme empresa dedicada a diversas variantes del asistencialismo, comenzando por enterrar a los muertos y consolar a los dolientes, hasta, posteriormente, consagrarse a la enseñanza y al auxilio a los pobres, lo que, en su momento, los hizo tan populares que hasta algunos obispos se transformaron en tribunos de la plebe (Christopher Dawson).
Tampoco es falso o inexacto que el cristianismo predica una fórmula de convivencia que, de acuerdo con las creencias del grupo, conduce a la salvación eterna del alma, presumiblemente en el cielo. Para los católicos, ¿no es verdad que quien vive de acuerdo con la doctrina de amor y perdón atribuida a Jesús por los evangelistas se salvará e irá al cielo? ¿Dónde está la ofensa?
En rigor, ni siquiera soy un vaticanista novato, (no paso de ser un amateur, esto es, alguien que ama el asunto) pero cualquier persona interesada en la historia de las religiones, como es mi caso, sabe que existió un Credo primitivo en el siglo II, basado en las epístolas de San Pablo, hasta que fue sustituido con algunas variantes por el texto promulgado en Nicea en el siglo IV. ¿Cómo cree Alberto que transcurrieron los tres siglos que van desde la muerte de Jesús hasta 325? ¿A partir de qué supone Alberto que los teólogos reunidos en Nicea fijaron un texto que reunía las creencias del grupo?
No tengo idea de dónde saca Alberto que la oración principal del cristianismo es el Padre Nuestro y no el Credo, texto que codifica las creencias que convierten en católica a una persona, cuando el Padre Nuestro parece ser una adaptación libre de una oración hebrea, Abinu Malkena, algo perfectamente razonable tratándose de una religión derivada del judaísmo que comenzó a predicarse y discutirse en las sinagogas.
Con mucho gusto leeré esa obra, porque no creo en prohibir libros, y me interesan los puntos de vista de todos, especialmente de quienes no piensan lo mismo que yo, pero me temo que seré immune a la parte teológica. Como agnóstico, no tengo la menor idea sobre la existencia de Dios o de una vida más allá de la muerte. No se me ocurre negar esas posibilidades (ojalá se confirmaran), pero tampoco me es dable suscribirlas porque carezco del don de la fe. Creo, sin embargo, que si Dios existiera con las características que con tan sorprendente certeza le atribuyen los católicos, cualquier cosa sería posible.
¿Cuál es el problema? La Iglesia Católica, además de creencias, tiene una estructura y unas reglas. Es fondo y forma. Esa estructura y esas reglas, como se trata de una institución romana, tienen la impronta del mundillo pagano donde surgió. Se divide en diócesis y provincias porque así se organizaba Roma. Su jefe es el Sumo Pontífice –el que tira puentes entre Dios y los hombres--, porque así se denominaban los máximos sacerdotes en los ritos paganos. Y resulta que esa estructura está bastante cerca de las empresas multinacionales actuales porque es tremendamente simple y funcional.
Nada de eso se pone en duda en mi texto. No se me ocurriría examinar esos temas, absolutamente ajenos y lejanos. Quienes tienen una visión diferente de María o de Jesús –en lo que no entro-- son otros cristianos protestantes, y seis de cada siete personas de cuantas pueblan el planeta que, sencillamente, no son cristianas. En todo caso, aunque resulte poco frecuente analizar a la Iglesia como una empresa, es perfectamente válido hacerlo. Al fin y al cabo, es una organización que tiene ingresos y gastos, y que lucha por aumentar su cuota de mercado y su presupuesto de operación. También tiene empleados, es decir, personas que devengan salarios y reciben beneficios de la institución. ¿No es perfectamente válido analizar a la Cruz Roja como una empresa de servicios sin fines de lucro? En nuestros días, ¿no tienen que rendir declaraciones de impuestos los religiosos, aunque cuenten con algunas exenciones? Desde la perspectiva económica, incluido el aspecto fiscal, la Iglesia Católica (y todas las Iglesias) no son otra cosa que empresas de servicios.
Eso me parece muy bien. Lo aplaudo. Es un buen servicio. Como me parece bien que recogiera los saberes del mundo antiguo y creara las primeras universidades en Occidente. Como me parece excelente que alentara en Oxford, en la Edad Media, el surgimiento de la primera manifestación de la Ilustración.
Esa es una interpretación sesgada de lo que dije. En esencia, escribí algo bastante obvio: que una Iglesia tan vieja, amplia y poderosa, una multinacional italiana (de los 265 papas 212 han sido italianos), constantemente tuvo y tiene que hacer concesiones contrarias al código ético que predica. Puse tres ejemplos, pero puedo poner tres mil. A cada uno de ellos Alberto puede alegar que los hombres se equivocan, pero esa respuesta es demasiado elemental para satisfacer un análisis de cierto calado que incluya la pregunta clave: ¿por qué se equivocan? Basta tomar la historia de los concordatos para comprender la enorme cantidad de concesiones que ha hecho la Iglesia para mantener o ampliar sus poderes terrenales. Estoy seguro de que Alberto coincide conmigo en que Concordatos como los sostenidos por el Vaticano con el Tercer Reich de Hitler o con la República Dominicana de Trujillo (que establece que “el Vaticano es una sociedad perfecta”) no son acciones de las que la Iglesia puede estar orgullosa. Como Alberto conoce la historia de la Iglesia Católica, y como trajo a colación el Tratado de Letrán, seguramente no ignora que la reclamación de un territorio soberano en Italia –el Vaticano—está fundada sobre un remoto fraude monumental: la supuesta Donación de Constantino (que nunca existió) del territorio de Roma a la Iglesia Católica.
Alberto, como buen periodista, sabe que los artículos de opinión no deben exceder las 750 palabras. La Iglesia Católica no necesita que yo la defienda. La defiende la historia de Occidente, que no puede entenderse sin ponderar el papel que ha jugado. Lo que le conviene a la Iglesia, en cambio, es que se examine con ojo crítico sus acciones para mejorar humildemente aquello que pueda mejorarse, si es que encuentra algo valioso en los comentarios de quienes se ocupan ocasionalmente de sus cosas. Lo que la perjudica es que los católicos, laicos o religiosos, se sientan agredidos cuando se señalan errores u horrores cometidos por la institución.
Es cuestión de matices. Alberto piensa que la supervivencia de la Iglesia Católica se explica mejor por su magnífica historia asistencialista que por su capacidad de adaptación a la realidad, lo que en muchas oportunidades la ha llevado a concesiones y actuaciones poco recomendables. Tal vez sea una combinación de ambos factores. No lo descarto. Tampoco lo sé a ciencia cierta porque se trata de un tema abierto y sujeto a opiniones subjetivas.
Eso me complace escucharlo, pero me lleva a hacer una confesión final: cuando, de adolescente, leí al padre Teilhard de Chardin (El fenómeno humano) y me pareció encontrar una forma creíble de aunar la fe y la razón (el Punto Omega), no tardé en descubrir que la Iglesia Católica había prohibido sus libros. Eso acabó de liquidar mi fe en la institución desde el punto de vista intelectual.
Esto me alegra sobremanera.
Ocurre con frecuencia que cuando el Pontífice de la Iglesia Católica visita países o hace declaraciones morales o de corte social que impactan a millones de creyentes y no creyentes, surja más de un supuesto experto vaticanista a increparlo, enmendarlo o aconsejarlo.
Curiosa observación. ¿Para hablar de México hay que ser un mexicanista? ¿No tienen derecho los papas alemanes a hablar de Cuba porque no son cubanólogos? No me parecería justo. Pero, por la otra punta, ¿por qué, si el papa, un alemán, y el nuncio, un italiano, hablan de Cuba y juzgan la actuación de los cubanos, no puedo yo hablar del papa y del Vaticano?
‘Vaticano Inc, (con perdón)’ -así titula la nota Carlos Alberto- es un análisis demasiado apresurado y por momentos errático para resumir los DOS MIL AÑOS de una Iglesia Católica que ha cometido, como era de esperar múltiples errores humanos en su largo camino, pero que carga con un mensaje apostólico de amor, de salvación, de perdón humano, de justicia social, de liberación y de obras humanitarias en beneficio de los más pobres en todos los rincones del mundo, que hasta los más acérrimos adversarios del catolicismo no ignoran.
No pongo en duda absolutamente nada de esto. Lo matizaría agregando que el aporte cultural e histórico del cristianismo, pese a las barbaridades cometidas por la Iglesia Católica, es mucho más positivo que negativo. No hay nada, pues, en mi breve artículo que contradiga la esencia de cuanto afirma Alberto. No soy anticatólico ni anticlerical.
Comparto con Carlos Alberto que en Cuba y en México hubo personas defraudadas porque el Papa no se haya reunido con las víctimas de ciertos atropellos conocidos, pero nadie puede dudar y esto debería decirlo Montaner por respeto con lo acontecido, que en sus homilías en ambos países, el Santo Padre tuvo el coraje de defender públicamente a los desheredados, a los pobres, a los presos, a los exiliados, a los inmigrantes, a los niños, a la libertad, a la verdad, a la familia y no dudo en señalar los males del narcotráfico, la violencia y el fanatismo político que suprime la libertad y no permite la opinión ajena.
Todo eso está muy bien, y la semana anterior había escrito una columna favorable al papa que hasta la publicaron en Roma en italiano, pero el punto de partida de este otro artículo era que había personas disgustadas con el Santo Padre, como las Damas de Blanco, porque no había encontrado un minuto para consolarlas. ¿Dónde está el agravio en esa observación?
Me parece injusto con el pueblo de Dios, que Montaner afirme que los servicios que brinda la Iglesia Católica a los pobres y a los desheredados, se realicen por una razón de convivencia. Los servicios de la Iglesia Católica, desde los confines del continente africano hasta Haití, pasando por Argelia y los rincones más pobres del planeta, incluyendo Cuba, representan una visión liberadora de amor verdadero con el ser humano y con toda la comunidad de enfermos, necesitados y marginados del mundo.
Francamente, no entiendo el disgusto. Desde sus inicios, y de manera creciente, el cristianismo, para su gloria, fue una enorme empresa dedicada a diversas variantes del asistencialismo, comenzando por enterrar a los muertos y consolar a los dolientes, hasta, posteriormente, consagrarse a la enseñanza y al auxilio a los pobres, lo que, en su momento, los hizo tan populares que hasta algunos obispos se transformaron en tribunos de la plebe (Christopher Dawson).
Tampoco es falso o inexacto que el cristianismo predica una fórmula de convivencia que, de acuerdo con las creencias del grupo, conduce a la salvación eterna del alma, presumiblemente en el cielo. Para los católicos, ¿no es verdad que quien vive de acuerdo con la doctrina de amor y perdón atribuida a Jesús por los evangelistas se salvará e irá al cielo? ¿Dónde está la ofensa?
Carlos Alberto cae en un bache histórico como vaticanista novato, cuando hace una alusión crítica a la oración del Credo, promulgado en el Concilio de Nicea (año 325) y modificado en el Concilio de Constantinopla (año 381) y cuya principal finalidad fue fundamentar y enmarcar las creencias religiosas ante el bautismo. Nunca el Credo tuvo la misión de proclamar la justicia humana del reino de Dios.
En rigor, ni siquiera soy un vaticanista novato, (no paso de ser un amateur, esto es, alguien que ama el asunto) pero cualquier persona interesada en la historia de las religiones, como es mi caso, sabe que existió un Credo primitivo en el siglo II, basado en las epístolas de San Pablo, hasta que fue sustituido con algunas variantes por el texto promulgado en Nicea en el siglo IV. ¿Cómo cree Alberto que transcurrieron los tres siglos que van desde la muerte de Jesús hasta 325? ¿A partir de qué supone Alberto que los teólogos reunidos en Nicea fijaron un texto que reunía las creencias del grupo?
Sin embargo, pasa por alto Montaner que la oración principal del cristianismo por naturaleza teológica, no es el Credo, sino el Padre Nuestro, que tiene como antecedente abarcador el maravilloso y visionario Sermón de la Montaña, que según el evangelista Mateo y el apóstol Pablo, unido a otros teólogos e historiadores consagrados, lo consideran la piedra angular para entender el mesianismo y la justicia del reino de Dios que Jesús se encargó de proclamar.
No tengo idea de dónde saca Alberto que la oración principal del cristianismo es el Padre Nuestro y no el Credo, texto que codifica las creencias que convierten en católica a una persona, cuando el Padre Nuestro parece ser una adaptación libre de una oración hebrea, Abinu Malkena, algo perfectamente razonable tratándose de una religión derivada del judaísmo que comenzó a predicarse y discutirse en las sinagogas.
Le recomendaría a Carlos Alberto que se leyera ‘Jesús de Nazaret’ de Benedicto XVI, para que pueda valorar en todo su sentido moral, no solamente el valor de la justicia implícito en las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña y de la Iglesia Católica, sino el significado teológico del Padre Nuestro, porque en ese ‘nosotros’ dirigido al Dios misericordioso que está en el Cielo, está la inclusión salvífica tanto del pecador creyente, como del no creyente.
Con mucho gusto leeré esa obra, porque no creo en prohibir libros, y me interesan los puntos de vista de todos, especialmente de quienes no piensan lo mismo que yo, pero me temo que seré immune a la parte teológica. Como agnóstico, no tengo la menor idea sobre la existencia de Dios o de una vida más allá de la muerte. No se me ocurre negar esas posibilidades (ojalá se confirmaran), pero tampoco me es dable suscribirlas porque carezco del don de la fe. Creo, sin embargo, que si Dios existiera con las características que con tan sorprendente certeza le atribuyen los católicos, cualquier cosa sería posible.
Después Montaner se entretiene en explicar que el Vaticano es una empresa incorporada, con un ejecutivo de Cardenales y otros Administradores que sirven a mil millones de feligreses en todo el mundo y cuyo gerente general es el Papa, con la ayuda de 740 mil abnegadas monjas, cuyo objetivo principal es ‘salvar almas, en competencia con otras compañías que ofrecen servicios parecidos’.
¿Cuál es el problema? La Iglesia Católica, además de creencias, tiene una estructura y unas reglas. Es fondo y forma. Esa estructura y esas reglas, como se trata de una institución romana, tienen la impronta del mundillo pagano donde surgió. Se divide en diócesis y provincias porque así se organizaba Roma. Su jefe es el Sumo Pontífice –el que tira puentes entre Dios y los hombres--, porque así se denominaban los máximos sacerdotes en los ritos paganos. Y resulta que esa estructura está bastante cerca de las empresas multinacionales actuales porque es tremendamente simple y funcional.
Así de simple Carlos Alberto define a la Iglesia Católica, sin detenerse en la gigantesca obra humana de la institución y sin tomar en cuenta la importancia histórica y la bondad humana de la Virgen María en la encarnación amorosa de Jesús, por sólo mencionar dos coordenadas salvíficas de la Iglesia Católica.
Me parece -con el mayor respeto y afecto que profeso a Montaner- un poco atrevida esta comparación del Vaticano como una empresa incorporada. El Vaticano definitivamente es algo más.
Nada de eso se pone en duda en mi texto. No se me ocurriría examinar esos temas, absolutamente ajenos y lejanos. Quienes tienen una visión diferente de María o de Jesús –en lo que no entro-- son otros cristianos protestantes, y seis de cada siete personas de cuantas pueblan el planeta que, sencillamente, no son cristianas. En todo caso, aunque resulte poco frecuente analizar a la Iglesia como una empresa, es perfectamente válido hacerlo. Al fin y al cabo, es una organización que tiene ingresos y gastos, y que lucha por aumentar su cuota de mercado y su presupuesto de operación. También tiene empleados, es decir, personas que devengan salarios y reciben beneficios de la institución. ¿No es perfectamente válido analizar a la Cruz Roja como una empresa de servicios sin fines de lucro? En nuestros días, ¿no tienen que rendir declaraciones de impuestos los religiosos, aunque cuenten con algunas exenciones? Desde la perspectiva económica, incluido el aspecto fiscal, la Iglesia Católica (y todas las Iglesias) no son otra cosa que empresas de servicios.
Solamente en Estados Unidos, la Iglesia Católica gasta más de 10 mil millones de dólares anuales en educar a 2.6 millones de estudiantes norteamericanos, y uno de cada cinco estadounidense atendido en hospitales, acude a un Hospital Católico.
Eso me parece muy bien. Lo aplaudo. Es un buen servicio. Como me parece bien que recogiera los saberes del mundo antiguo y creara las primeras universidades en Occidente. Como me parece excelente que alentara en Oxford, en la Edad Media, el surgimiento de la primera manifestación de la Ilustración.
Otro bache histórico de Montaner es cuando analiza como negativo el Pacto de Letrán de Pío XI con el Rey Victor Manuel III y su primer ministro Benito Mussolini, que finalmente dio soberanía al territorio Vaticano y que para muchos historiadores resolvió satisfactoriamente los sensibles problemas territoriales entre el Estado italiano y la Iglesia Católica durante la reunificación italiana.
Esa es una interpretación sesgada de lo que dije. En esencia, escribí algo bastante obvio: que una Iglesia tan vieja, amplia y poderosa, una multinacional italiana (de los 265 papas 212 han sido italianos), constantemente tuvo y tiene que hacer concesiones contrarias al código ético que predica. Puse tres ejemplos, pero puedo poner tres mil. A cada uno de ellos Alberto puede alegar que los hombres se equivocan, pero esa respuesta es demasiado elemental para satisfacer un análisis de cierto calado que incluya la pregunta clave: ¿por qué se equivocan? Basta tomar la historia de los concordatos para comprender la enorme cantidad de concesiones que ha hecho la Iglesia para mantener o ampliar sus poderes terrenales. Estoy seguro de que Alberto coincide conmigo en que Concordatos como los sostenidos por el Vaticano con el Tercer Reich de Hitler o con la República Dominicana de Trujillo (que establece que “el Vaticano es una sociedad perfecta”) no son acciones de las que la Iglesia puede estar orgullosa. Como Alberto conoce la historia de la Iglesia Católica, y como trajo a colación el Tratado de Letrán, seguramente no ignora que la reclamación de un territorio soberano en Italia –el Vaticano—está fundada sobre un remoto fraude monumental: la supuesta Donación de Constantino (que nunca existió) del territorio de Roma a la Iglesia Católica.
Pero no sigo con el historicismo anticatólico de la nota, porque todo es un poco más de lo mismo. Claro que la Iglesia Católica ha cometido errores durante su historia y es bueno que se señalen, ya que toda institución humana los comete.
Sin embargo, cuando estos señalamientos omiten la faceta salvífica y pastoral de la Iglesia Católica, entonces tienden a perder credibilidad y balance, como le pasa a esta nota que comentamos.
Alberto, como buen periodista, sabe que los artículos de opinión no deben exceder las 750 palabras. La Iglesia Católica no necesita que yo la defienda. La defiende la historia de Occidente, que no puede entenderse sin ponderar el papel que ha jugado. Lo que le conviene a la Iglesia, en cambio, es que se examine con ojo crítico sus acciones para mejorar humildemente aquello que pueda mejorarse, si es que encuentra algo valioso en los comentarios de quienes se ocupan ocasionalmente de sus cosas. Lo que la perjudica es que los católicos, laicos o religiosos, se sientan agredidos cuando se señalan errores u horrores cometidos por la institución.
Según Carlos Alberto los veinte siglos de existencia de la Iglesia Católica se explican por ‘incómodas concesiones para sobrevivir’, en lugar de por los signos de solidaridad humana con los más pobres, con los enfermos y con los pecadores, como divulgara Jesús en su doctrina mesiánica y salvífica.
Es cuestión de matices. Alberto piensa que la supervivencia de la Iglesia Católica se explica mejor por su magnífica historia asistencialista que por su capacidad de adaptación a la realidad, lo que en muchas oportunidades la ha llevado a concesiones y actuaciones poco recomendables. Tal vez sea una combinación de ambos factores. No lo descarto. Tampoco lo sé a ciencia cierta porque se trata de un tema abierto y sujeto a opiniones subjetivas.
De todas formas, una de las facetas más admirables de la Iglesia Católica y de la cristología contemporánea, que enmarcan con singular genialidad pensadores y teólogos como Jacques Maritain, Teilhard de Chardin y Benedicto XVI, es que todos, creyentes como no creyentes, tienen su puesto en la historia de la salvación por la Gracia de Dios.
Eso me complace escucharlo, pero me lleva a hacer una confesión final: cuando, de adolescente, leí al padre Teilhard de Chardin (El fenómeno humano) y me pareció encontrar una forma creíble de aunar la fe y la razón (el Punto Omega), no tardé en descubrir que la Iglesia Católica había prohibido sus libros. Eso acabó de liquidar mi fe en la institución desde el punto de vista intelectual.
Me tranquiliza pensar que amigos como Carlos Alberto y hasta adversarios connotados, puedan salvar sus almas por la misericordia de Dios. Demasiado inteligente y buena persona Montaner, para no compartir con él en el otro tiempo histórico infinito y eterno que llegará.
Esto me alegra sobremanera.
Reply to Carlos Alberto Montaner
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