Continúa el cuento Imperial
- Ricardo Valenzuela
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Continúa el cuento Imperial
12 Aug 2021 17:22
Desde hace ya tiempo decidí abandonar mis análisis de México y dejar de escribir notas al respecto por una simple razón. Porque estoy convencido que mi país se ha convertido, de forma permanente y eterna, en la famosa representación del burro de la noria que, por más vueltas que damos, siempre llegamos al mismo punto y el pobre burro cada día envejece y, por más garrotes que reciba, ya no dará más. Mientras tanto, los expertos discuten las diferentes alternativas para modificar las técnicas del burro y provocar que sus vueltas sean más rápidas y elegantes rogando a Dios que no fallezca.
Ante este panorama, hace unos días, rompiendo mi compromiso, de nuevo me di a escribir algo utilizando el estilo siempre popular con el cual, haciendo a un lado la miope evaluación y el patriotismo estilo películas de Tony Aguilar, me lancé a describir la presente administración de la esperanza, de la gran renovación, en forma de un cuento como los que conocimos en nuestra niñez, relatando en esa forma lo que yo he observado y ha sido analizado por quienes tienen buena puntería, lo que está sucediendo en nuestro siempre agraviado territorio nacional.
Sin citar nombres ni lugares, la historia describe a un inquieto niño que tenía el gran sueño de llegar a ser cabeza de un enorme imperio siempre explotado por las familias reales, sus aristócratas por nacimiento, sus señores feudales amantes de los monopolios, de los albures arreglados, su cordón umbilical conectado al emperador y, todos unidos y coordinados, se dedicaban a exprimir y explotar a la clase más baja representada por los millones de vasallos. Todos organizados y coordinados por un poderoso emperador que controlaba todo el gobierno imperial, al que todos debían una obediencia celestial y lo comparaban con quien afirmara; “el estado soy yo”.
Sorpresivamente recibí muchas respuestas, la mayoría positivas, sin embargo, hubo dos que especialmente captaron mi atención. La primera es un certero golpe al corazón del monstruo que ha venido devorando el imperio: “Hermoso cuento. Solo un detalle, la gentuza que describes como propietarios del imperio, nunca hubiera llegado al poder si en la sociedad no abundaran individuos de la misma calaña”. El segundo expresa su ciego desacuerdo y entrega sin condiciones al emperador cuando escribe: “Que inútil y estúpido cuento, sí que verdaderamente lo odias, pobre de ti”.
El primero devela a un ciudadano enterado y alguien que fundamenta sus ideas, sus opiniones, no basado en sentimientos sino con la solidez de los datos, hechos bien analizados y que no deberían tener discusión. Pero, va más allá de colgarle todos los pecados a los culposos tradicionales los que siempre nos ha provocado un placer ca-si erótico. Pero, en mi opinión, el segundo es el más importante porque revela a ese personaje al que hace alusión al primero cuando, con gran puntería, apunta los reflectores hacia donde verdaderamente reside este grave problema que me lleva a la famosa frase: “Todos los pueblos tienen los gobiernos que merecen”. Luego, mi mente era invadida por la sabia afirmación del gran Mark Twain: “Si la democracia fuera tan buena como lo afirman los políticos, los gobiernos democráticos ya la habrían prohibido”.
La segunda describe al clásico mexicano patriotero, el fanático, ese que siempre muestra el vigoroso caudal de su idolatría. Fiel miembro de la catedral de la superstición. En lugar de ascender al reino celestial, como los perros rastrea los objetos habituales en el confín de los templos personales para convertirlo en sus amuletos. El templo de su divino líder que, con gran cantidad de incienso, ante grandes multitudes practica en su interior una magia negra estilo Papa Doc. de Haití. Pero, el fanático, incinere lo que incinere ante a su iluminado líder, en su interior permanece ardiendo. Porque no hay manifestación de amor, de piedad, de sabiduría, capaz de apagar el fuego que consume el alma de este místico tercermundista.
Y, como escribiera Monroy. Tienen su quijote teatral. Aquel enamorado de las causas justas siempre y cuando lo pueda mostrar ante las multitudes. No defienden a su Dulcinea a no ser que la ofensa sea en la plaza pública. Las causas justas, pero si las cubre la negra noche, no provocan sus explosiones teatrales compasivas y sigilosa-mente se retiran. Pero, si alguien falta al honor de una dama en medio de la plaza del pueblo, alza el timbre de su voz pregonando la infamia de forma escandalosa. Reclamará la infamia de la misma forma que un gran caballero pastoral. Para que todos vean y sepan de la caballerosidad de su alma, siendo que solo es un resentido social que cabalga en el raquitismo moral del clásico machismo mexicano.
Porque a sus apóstoles sociales los recluta en las peluquerías. Allí encuentran el sustituto de las academias, de las verdaderas universidades, de las bibliotecas. Todo lo que necesita saber no lo encuentra nadie ni en la biblioteca de Alejandría en sus mejores tiempos. Esa sabiduría infinita que solo encontraban con el peluquero. Criticaban los gobiernos en las mesas de café donde expulsaban su llanto desatendido. Sus elocuentes palabras ponían en juego el engranaje de su resentimiento, su ira interior y sus complejos. Todos fracasaban, todos roban, hasta la llegada de su Mesías social y espiritual enamorado de las multitudes saturadas de conflictos.
Espontáneamente ofreció su lista de soluciones estilo Bastiat; capital para todos los proyectos, diversión para los aburridos, consuelo para los tristes, trabajo para todas las manos, muerte para los fifís, leche para los niños, vino para los ancianos.
Entonces, este señor fanático estoy seguro qué, si yo le pudiera preguntar ¿y el producto interno bruto? Respondería “¿Qué es eso?” Y ¿Qué del endeudamiento récord? Respuesta; “el que venga atrás que arree”. Y ¿que si aparece la Estanflación? Res-puesta. “Ah chingado ¿con que se come eso?”. El déficit de la balanza comercial y de capitales ¿no crees que será una gran presión para el peso? Respuesta. “Nosotros tenemos otros datos”. Y ¿la pobreza que está aumentando a niveles récord? Res-puesta. “A mí no me preguntes, pues ese es asunto que manejan otras gentes”. ¿Y la explosión del narcotráfico y la violencia? Respuesta. “Eso ya lo está resolviendo su alteza serenísima, el emperador, con la política de combatirlos con flores, abrazos y no con balazos como lo hizo Calderón.”
Así pareciera ser que la política del emperador Andrew I es muy sencilla; “échenle cinco al piano y que sigua el vacilón.”
Ante este panorama, hace unos días, rompiendo mi compromiso, de nuevo me di a escribir algo utilizando el estilo siempre popular con el cual, haciendo a un lado la miope evaluación y el patriotismo estilo películas de Tony Aguilar, me lancé a describir la presente administración de la esperanza, de la gran renovación, en forma de un cuento como los que conocimos en nuestra niñez, relatando en esa forma lo que yo he observado y ha sido analizado por quienes tienen buena puntería, lo que está sucediendo en nuestro siempre agraviado territorio nacional.
Sin citar nombres ni lugares, la historia describe a un inquieto niño que tenía el gran sueño de llegar a ser cabeza de un enorme imperio siempre explotado por las familias reales, sus aristócratas por nacimiento, sus señores feudales amantes de los monopolios, de los albures arreglados, su cordón umbilical conectado al emperador y, todos unidos y coordinados, se dedicaban a exprimir y explotar a la clase más baja representada por los millones de vasallos. Todos organizados y coordinados por un poderoso emperador que controlaba todo el gobierno imperial, al que todos debían una obediencia celestial y lo comparaban con quien afirmara; “el estado soy yo”.
Sorpresivamente recibí muchas respuestas, la mayoría positivas, sin embargo, hubo dos que especialmente captaron mi atención. La primera es un certero golpe al corazón del monstruo que ha venido devorando el imperio: “Hermoso cuento. Solo un detalle, la gentuza que describes como propietarios del imperio, nunca hubiera llegado al poder si en la sociedad no abundaran individuos de la misma calaña”. El segundo expresa su ciego desacuerdo y entrega sin condiciones al emperador cuando escribe: “Que inútil y estúpido cuento, sí que verdaderamente lo odias, pobre de ti”.
El primero devela a un ciudadano enterado y alguien que fundamenta sus ideas, sus opiniones, no basado en sentimientos sino con la solidez de los datos, hechos bien analizados y que no deberían tener discusión. Pero, va más allá de colgarle todos los pecados a los culposos tradicionales los que siempre nos ha provocado un placer ca-si erótico. Pero, en mi opinión, el segundo es el más importante porque revela a ese personaje al que hace alusión al primero cuando, con gran puntería, apunta los reflectores hacia donde verdaderamente reside este grave problema que me lleva a la famosa frase: “Todos los pueblos tienen los gobiernos que merecen”. Luego, mi mente era invadida por la sabia afirmación del gran Mark Twain: “Si la democracia fuera tan buena como lo afirman los políticos, los gobiernos democráticos ya la habrían prohibido”.
La segunda describe al clásico mexicano patriotero, el fanático, ese que siempre muestra el vigoroso caudal de su idolatría. Fiel miembro de la catedral de la superstición. En lugar de ascender al reino celestial, como los perros rastrea los objetos habituales en el confín de los templos personales para convertirlo en sus amuletos. El templo de su divino líder que, con gran cantidad de incienso, ante grandes multitudes practica en su interior una magia negra estilo Papa Doc. de Haití. Pero, el fanático, incinere lo que incinere ante a su iluminado líder, en su interior permanece ardiendo. Porque no hay manifestación de amor, de piedad, de sabiduría, capaz de apagar el fuego que consume el alma de este místico tercermundista.
Y, como escribiera Monroy. Tienen su quijote teatral. Aquel enamorado de las causas justas siempre y cuando lo pueda mostrar ante las multitudes. No defienden a su Dulcinea a no ser que la ofensa sea en la plaza pública. Las causas justas, pero si las cubre la negra noche, no provocan sus explosiones teatrales compasivas y sigilosa-mente se retiran. Pero, si alguien falta al honor de una dama en medio de la plaza del pueblo, alza el timbre de su voz pregonando la infamia de forma escandalosa. Reclamará la infamia de la misma forma que un gran caballero pastoral. Para que todos vean y sepan de la caballerosidad de su alma, siendo que solo es un resentido social que cabalga en el raquitismo moral del clásico machismo mexicano.
Porque a sus apóstoles sociales los recluta en las peluquerías. Allí encuentran el sustituto de las academias, de las verdaderas universidades, de las bibliotecas. Todo lo que necesita saber no lo encuentra nadie ni en la biblioteca de Alejandría en sus mejores tiempos. Esa sabiduría infinita que solo encontraban con el peluquero. Criticaban los gobiernos en las mesas de café donde expulsaban su llanto desatendido. Sus elocuentes palabras ponían en juego el engranaje de su resentimiento, su ira interior y sus complejos. Todos fracasaban, todos roban, hasta la llegada de su Mesías social y espiritual enamorado de las multitudes saturadas de conflictos.
Espontáneamente ofreció su lista de soluciones estilo Bastiat; capital para todos los proyectos, diversión para los aburridos, consuelo para los tristes, trabajo para todas las manos, muerte para los fifís, leche para los niños, vino para los ancianos.
Entonces, este señor fanático estoy seguro qué, si yo le pudiera preguntar ¿y el producto interno bruto? Respondería “¿Qué es eso?” Y ¿Qué del endeudamiento récord? Respuesta; “el que venga atrás que arree”. Y ¿que si aparece la Estanflación? Res-puesta. “Ah chingado ¿con que se come eso?”. El déficit de la balanza comercial y de capitales ¿no crees que será una gran presión para el peso? Respuesta. “Nosotros tenemos otros datos”. Y ¿la pobreza que está aumentando a niveles récord? Res-puesta. “A mí no me preguntes, pues ese es asunto que manejan otras gentes”. ¿Y la explosión del narcotráfico y la violencia? Respuesta. “Eso ya lo está resolviendo su alteza serenísima, el emperador, con la política de combatirlos con flores, abrazos y no con balazos como lo hizo Calderón.”
Así pareciera ser que la política del emperador Andrew I es muy sencilla; “échenle cinco al piano y que sigua el vacilón.”
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