Decía el escritor Eliseo Alberto Diego, Lichi, que
"la historia es una gata que siempre cae de pie". Habría que advertirle a la Federación Cubana de Béisbol sobre esa capacidad para erguirse que tiene el pasado, esa manera de sortear el silencio y la manipulación.
La entidad oficialista ha protestado por los sucesos ocurrido en el partido de este lunes del preolímpico de béisbol entre los equipos de Cuba y Venezuela. En una exaltada nota cataloga de
"inaceptable que personajes contrarios al espíritu propio de un evento deportivo atenten contra la concentración del equipo".
La rabieta viene dada por los carteles con la frase "
Patria y Vida", "Free Cuba" y críticas a Miguel Díaz-Canel que se vieron en las gradas del estadio de West Palm Beach durante la transmisión del partido y que la televisión oficial no pudo evitar que se colaran en el canal Tele Rebelde. Pero resulta que lo ocurrido ayer se inserta en una tradición cívica de protestas en terrenos de pelota que el propio régimen ha ensalzado cuando ocurrieron en la Cuba republicana.
Un 4 de diciembre de 1955, un grupo de jóvenes se lanzaron al terreno del estadio del Cerro, mientras se disputaba un partido entre los equipos de Habana y Almendares. Llevaban una tela con reclamos contra la dictadura de Fulgencio Batista, el momento fue captado por las cámaras de la televisión que transmitía el partido y las imágenes llegaron a la pantalla de miles de espectadores en toda la Isla.
Para el discurso oficial cubano, aquella acción estaba más que justificada y la rememoran a cada rato como una hazaña revolucionaria, pero en lo ocurrido este lunes reprocha a los guardias del estadio en Florida por no haber actuado
"como establecen los protocolos de seguridad"...
Nada, que la historia es una felina de mirada penetrante que da una voltereta en el aire para terminar aterrizando con sus uñas sobre la susceptible piel de los que quieren esconderla y tergiversarla.