Las grandes miserias que el corona virus destapa
- Amado Lorenzo
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Las grandes miserias que el corona virus destapa
16 Apr 2020 07:32 - 16 Apr 2020 09:59
Publicamos por su interés, dos artículos de Pedro González Martin, periodista que trabajó desde 1967 en RTVE, como corresponsal en París y Ginebra, Director Adjunto de Telediarios y Director de Relaciones Internacionales.
Pedro nos ha autorizado a publicar sus artículos en nuestra web, indicando la referencia de su publicación original, que es la siguiente, para el primero:
atalayar.com/blog/las-grandes-...-coronavirus-destapa
y en versión pdf en gregesm.esy.es/p-gonzalez-art.pdf
gresgem.esy.es/imagen-2-grandes.jpg
¿Qué conclusiones podemos obtener de estos artículos, que sean aplicables a la situación del Reino de España?
Blanca Nevado
gresgem.esy.es/pedro.jpg
Las grandes miserias que el coronavirus destapa
Pedro González Martin
gresgem.esy.es/pedro.jpg
Conectar todas las noches, hora española, con las grandes cadenas de televisión norteamericanas tiene la ventaja de conocer en tiempo real las contradicciones con las que el presidente Donald Trump ha afrontado la pandemia. También, contemplar el gran esfuerzo de gobernadores como el del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, y, por supuesto, el de los que combaten en primera línea de riesgo el desaforado avance del coronavirus. No obstante, lo que más me llama personalmente la atención es un aspecto al que dichos medios dedican ahora una mayor atención: las enormes desigualdades que se manifiestan con esta tragedia.
Afroamericanos y latinos son las mayores víctimas de la pandemia. No es ya ningún secreto que la sanidad pública de Estados Unidos está muy infradotada, y que a ella solo terminan accediendo los que no pueden pagarse las astronómicas facturas de un tratamiento médico privado. El resultado es que apenas un mes después de que Trump respaldara la adopción de medidas drásticas, la población negra se infecta tres veces más que la blanca y multiplica por seis los fallecidos. Son cifras de un balance publicado por The Washington Post, que cita expresamente casos como los de los estados de Luisiana y Wisconsin, así como de grandes urbes, tales como Chicago o Detroit para cifrar en un arco del 65-73% los muertos afroamericanos cuando su población oscila en torno al 18-30% en esos territorios.
Los latinos o hispanos son, a su vez, los segundos más castigados, especialmente en Nueva York, que ya ostenta el record mundial de víctimas mortales en relación con su población de veinte millones de almas. El 29% de ella son hispanos, pero con un 34% de fallecidos.
Afroamericanos y latinos constituyen, pues, el principal foco de transmisión y también de víctimas de la pandemia, consecuencia de sus patologías crónicas por falta de atención médica primaria, y de sus propias y precarias condiciones de vida. En el caso de la población negra eso se traduce en altísimos índices de diabetes, HIV, asma, obesidad y afecciones cardiacas. Es, además, el grupo racial mayoritario con gran diferencia en las penitenciarías de Estados Unidos. Como es obvio, las prisiones no son precisamente el mejor entorno para combatir una pandemia como la del coronavirus.
En primera línea de riesgo Los hispanos, segundo grupo racial en volumen de presos, han acortado distancias con los afroamericanos en esa triste clasificación, merced a las medidas de caza y captura a los indocumentados, adoptadas ya por el presidente Barack Obama e intensificadas por su sucesor.
Son, en cambio, los que ocupan los empleos más expuestos en estos días de confinamiento: repartidores a domicilio, reponedores en supermercados y grandes almacenes, celadores y personal de enfermería. Los numerosos trabajadores de hostelería, que, en gran parte de los casos, solo cobraban las propinas de los clientes, han visto rescindidos sus servicios sin poder acceder por lo tanto a los beneficios del desempleo. Han quedado en la indigencia y a expensas de la caridad. Fijándonos en el caso específico de Nueva York, todo lo anterior explicaría que hasta la semana pasada se registraran 700 casos por cada 100.000 habitantes en el barrio de Queens mientras que sólo se daban 376 en Manhattan.
En la isla se ha impuesto el teletrabajo, pero solo uno de cada cinco latinos dispone de los medios y el empleo para ello.
Entre las comparecencias diarias desde la Casa Blanca, me han llamado especialmente la atención las de Anthony Fauci, de momento la máxima autoridad sanitaria del país, y a quien Trump aún no ha despedido. Fauci, además de informar con gran honestidad de la lucha científica contra el virus y las consiguientes medidas, tanto las más acertadas como las que se han revelado erróneas, no ha tenido inconveniente en reconocer que las disparidades raciales, económicas y sociales en Estados Unidos agravan la incidencia de la pandemia.
Aunque Donald Trump haya hecho notables esfuerzos por monopolizar el relato, esa construcción artificial de un marco mental y un argumentario para tapar fracasos o potenciar los mínimos aciertos de quien detenta el poder, los medios informativos norteamericanos destapan a diario realidades incómodas e incontestables. Y quizá la peor de ellas sea la permanencia de lo que algunos investigadores sociales definen como “racismo estructural”. Una lacra no erradicada, y que el tsunami del coronavirus está poniendo descarnadamente al descubierto.
El segundo artículo fue publicado originalmente en la siguiente web:
atalayar.com/blog/francia-apue...elato-vendrá-después
Blanca Nevado
Francia apuesta por el objetivo, el relato vendrá después
Pedro González Martin
gresgem.esy.es/imagen-1-francia
Una victoria en cualquier guerra será pírrica si el país o la sociedad ganadora no salen más unidos y ahormados de la experiencia. De poco serviría ese triunfo si la inmensa mayoría de sus ciudadanos no compartieran sus mieles e, incluso y, sobre todo, no interiorizaran conjuntamente las hieles del sacrificio de los que murieron.
Anteponer el objetivo de la victoria colectiva a cualquier otra consideración fue lo que el presidente de la República Francesa, Emmamuel Macron, puso en el horizonte personal y general de todos sus conciudadanos en su tercera intervención radiotelevisada desde que estallara la pandemia.
Macron fue menos épico que en otras ocasiones y mucho más integrador, aunque como
Comandante en jefe dibujó un horizonte de esperanza al tiempo que un programa de operaciones para la que se supone nueva y decisiva fase de la guerra contra la COVID-19.
Antes del estallido de la pandemia, el presidente francés no había logrado imbuir de esa
esperanza a los millones de franceses cuyo malestar y protestas se expresaban semana tras semana a través de los autodenominados “chalecos amarillos”. Que las manifestaciones y disturbios fueran menos numerosos que hace dieciocho meses e incluso fueran languideciendo de semana en semana, no restaba un ápice al evidente descontento de las numerosas capas de la sociedad que se decían ayunas de futuro.
Las más que necesarias reformas estructurales que precisa Francia, en especial la de su sistema de pensiones, plagado de privilegios y excepciones, han quedado en suspenso.
Urge, pues, ganar la guerra, y tal es el objetivo primordial que Macron ha fijado a sus compatriotas. Y, sin duda bien aconsejado, entre otros, por sus predecesores en el cargo, ha reconocido errores e imprevisiones sin echarle la culpa al empedrado.
Con la solemnidad que caracteriza a los discursos de un jefe de Estado, que además ostenta en su caso el poder ejecutivo, Macron ha esbozado las líneas maestras del cambio que se producirá en la posguerra, desde la reindustrialización del país, que como tantos otros había dejado en manos de China “la fábrica” de productos que ahora se han revelado estratégicos, hasta el fortalecimiento conjunto de una Unión Europea, que no pocos arúspices se aprestan a dar por finiquitada.
Francia misma se dispone a aprovechar esta oportunidad para cohesionar un país que se estaba descomponiendo por muchas de sus costuras, empezando por la división e incluso antagonismo con los franceses de origen árabe y el resurgimiento de un antisemitismo explosivo, pasando por los ciudadanos procedentes de las culturas subsaharianas o criollas. No pocos de estos encuentran serias dificultades para enterrar o repatriar a sus países de origen a los muertos por coronavirus.
En suma, Macron es consciente de la ocasión que le brinda la historia de reconstruir la unidad y grandeza de Francia, sin olvidar tampoco que esta vez ese horizonte no estará desgajado del resto de la UE, cuyo hipotético fracaso sería una determinante derrota colectiva.
Además de a los franceses, Macron debería persuadir entonces a los demás integrantes de la UE de la necesidad de actuar unidos y no en orden disperso. No es tiempo de fabricar relatos, que la realidad presente se encargaría pronto de desmentir, sino de actuar, sumando a la inmensa mayoría de la ciudadanía, sea cual fuere su ideología y estatus social. Tampoco lo es de desvalorizar conceptos tan épicos como el de la heroicidad. Héroes son los que dan sus vidas salvando muchas mediante actos tan arriesgados como determinantes. No ha caído, pues, Macron en la cursilería de llamar héroes a los que se aburren en el sofá de su casa, rodeados de toda la panoplia tecnológica.
“Jamás ganaremos solos”, proclamó el presidente francés en defensa de esa Europa cuyos ciudadanos necesitan sentirse finalmente parte del bando vencedor. Ciudadanos que, como en toda posguerra, puedan contarse después las experiencias comunes, sus batallitas, en suma, esas sobre las que se cimentó el futuro convertido en presente, aunque al cabo de los años se conviertan en los relatos repetitivos de quiénes a justo título pasarán, con toda la gloria que merecen, a la categoría inmortal de excombatientes.
Pedro nos ha autorizado a publicar sus artículos en nuestra web, indicando la referencia de su publicación original, que es la siguiente, para el primero:
atalayar.com/blog/las-grandes-...-coronavirus-destapa
y en versión pdf en gregesm.esy.es/p-gonzalez-art.pdf
gresgem.esy.es/imagen-2-grandes.jpg
¿Qué conclusiones podemos obtener de estos artículos, que sean aplicables a la situación del Reino de España?
Blanca Nevado
gresgem.esy.es/pedro.jpg
Las grandes miserias que el coronavirus destapa
Pedro González Martin
gresgem.esy.es/pedro.jpg
Conectar todas las noches, hora española, con las grandes cadenas de televisión norteamericanas tiene la ventaja de conocer en tiempo real las contradicciones con las que el presidente Donald Trump ha afrontado la pandemia. También, contemplar el gran esfuerzo de gobernadores como el del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, y, por supuesto, el de los que combaten en primera línea de riesgo el desaforado avance del coronavirus. No obstante, lo que más me llama personalmente la atención es un aspecto al que dichos medios dedican ahora una mayor atención: las enormes desigualdades que se manifiestan con esta tragedia.
Afroamericanos y latinos son las mayores víctimas de la pandemia. No es ya ningún secreto que la sanidad pública de Estados Unidos está muy infradotada, y que a ella solo terminan accediendo los que no pueden pagarse las astronómicas facturas de un tratamiento médico privado. El resultado es que apenas un mes después de que Trump respaldara la adopción de medidas drásticas, la población negra se infecta tres veces más que la blanca y multiplica por seis los fallecidos. Son cifras de un balance publicado por The Washington Post, que cita expresamente casos como los de los estados de Luisiana y Wisconsin, así como de grandes urbes, tales como Chicago o Detroit para cifrar en un arco del 65-73% los muertos afroamericanos cuando su población oscila en torno al 18-30% en esos territorios.
Los latinos o hispanos son, a su vez, los segundos más castigados, especialmente en Nueva York, que ya ostenta el record mundial de víctimas mortales en relación con su población de veinte millones de almas. El 29% de ella son hispanos, pero con un 34% de fallecidos.
Afroamericanos y latinos constituyen, pues, el principal foco de transmisión y también de víctimas de la pandemia, consecuencia de sus patologías crónicas por falta de atención médica primaria, y de sus propias y precarias condiciones de vida. En el caso de la población negra eso se traduce en altísimos índices de diabetes, HIV, asma, obesidad y afecciones cardiacas. Es, además, el grupo racial mayoritario con gran diferencia en las penitenciarías de Estados Unidos. Como es obvio, las prisiones no son precisamente el mejor entorno para combatir una pandemia como la del coronavirus.
En primera línea de riesgo Los hispanos, segundo grupo racial en volumen de presos, han acortado distancias con los afroamericanos en esa triste clasificación, merced a las medidas de caza y captura a los indocumentados, adoptadas ya por el presidente Barack Obama e intensificadas por su sucesor.
Son, en cambio, los que ocupan los empleos más expuestos en estos días de confinamiento: repartidores a domicilio, reponedores en supermercados y grandes almacenes, celadores y personal de enfermería. Los numerosos trabajadores de hostelería, que, en gran parte de los casos, solo cobraban las propinas de los clientes, han visto rescindidos sus servicios sin poder acceder por lo tanto a los beneficios del desempleo. Han quedado en la indigencia y a expensas de la caridad. Fijándonos en el caso específico de Nueva York, todo lo anterior explicaría que hasta la semana pasada se registraran 700 casos por cada 100.000 habitantes en el barrio de Queens mientras que sólo se daban 376 en Manhattan.
En la isla se ha impuesto el teletrabajo, pero solo uno de cada cinco latinos dispone de los medios y el empleo para ello.
Entre las comparecencias diarias desde la Casa Blanca, me han llamado especialmente la atención las de Anthony Fauci, de momento la máxima autoridad sanitaria del país, y a quien Trump aún no ha despedido. Fauci, además de informar con gran honestidad de la lucha científica contra el virus y las consiguientes medidas, tanto las más acertadas como las que se han revelado erróneas, no ha tenido inconveniente en reconocer que las disparidades raciales, económicas y sociales en Estados Unidos agravan la incidencia de la pandemia.
Aunque Donald Trump haya hecho notables esfuerzos por monopolizar el relato, esa construcción artificial de un marco mental y un argumentario para tapar fracasos o potenciar los mínimos aciertos de quien detenta el poder, los medios informativos norteamericanos destapan a diario realidades incómodas e incontestables. Y quizá la peor de ellas sea la permanencia de lo que algunos investigadores sociales definen como “racismo estructural”. Una lacra no erradicada, y que el tsunami del coronavirus está poniendo descarnadamente al descubierto.
El segundo artículo fue publicado originalmente en la siguiente web:
atalayar.com/blog/francia-apue...elato-vendrá-después
Blanca Nevado
Francia apuesta por el objetivo, el relato vendrá después
Pedro González Martin
gresgem.esy.es/imagen-1-francia
Una victoria en cualquier guerra será pírrica si el país o la sociedad ganadora no salen más unidos y ahormados de la experiencia. De poco serviría ese triunfo si la inmensa mayoría de sus ciudadanos no compartieran sus mieles e, incluso y, sobre todo, no interiorizaran conjuntamente las hieles del sacrificio de los que murieron.
Anteponer el objetivo de la victoria colectiva a cualquier otra consideración fue lo que el presidente de la República Francesa, Emmamuel Macron, puso en el horizonte personal y general de todos sus conciudadanos en su tercera intervención radiotelevisada desde que estallara la pandemia.
Macron fue menos épico que en otras ocasiones y mucho más integrador, aunque como
Comandante en jefe dibujó un horizonte de esperanza al tiempo que un programa de operaciones para la que se supone nueva y decisiva fase de la guerra contra la COVID-19.
Antes del estallido de la pandemia, el presidente francés no había logrado imbuir de esa
esperanza a los millones de franceses cuyo malestar y protestas se expresaban semana tras semana a través de los autodenominados “chalecos amarillos”. Que las manifestaciones y disturbios fueran menos numerosos que hace dieciocho meses e incluso fueran languideciendo de semana en semana, no restaba un ápice al evidente descontento de las numerosas capas de la sociedad que se decían ayunas de futuro.
Las más que necesarias reformas estructurales que precisa Francia, en especial la de su sistema de pensiones, plagado de privilegios y excepciones, han quedado en suspenso.
Urge, pues, ganar la guerra, y tal es el objetivo primordial que Macron ha fijado a sus compatriotas. Y, sin duda bien aconsejado, entre otros, por sus predecesores en el cargo, ha reconocido errores e imprevisiones sin echarle la culpa al empedrado.
Con la solemnidad que caracteriza a los discursos de un jefe de Estado, que además ostenta en su caso el poder ejecutivo, Macron ha esbozado las líneas maestras del cambio que se producirá en la posguerra, desde la reindustrialización del país, que como tantos otros había dejado en manos de China “la fábrica” de productos que ahora se han revelado estratégicos, hasta el fortalecimiento conjunto de una Unión Europea, que no pocos arúspices se aprestan a dar por finiquitada.
Francia misma se dispone a aprovechar esta oportunidad para cohesionar un país que se estaba descomponiendo por muchas de sus costuras, empezando por la división e incluso antagonismo con los franceses de origen árabe y el resurgimiento de un antisemitismo explosivo, pasando por los ciudadanos procedentes de las culturas subsaharianas o criollas. No pocos de estos encuentran serias dificultades para enterrar o repatriar a sus países de origen a los muertos por coronavirus.
En suma, Macron es consciente de la ocasión que le brinda la historia de reconstruir la unidad y grandeza de Francia, sin olvidar tampoco que esta vez ese horizonte no estará desgajado del resto de la UE, cuyo hipotético fracaso sería una determinante derrota colectiva.
Además de a los franceses, Macron debería persuadir entonces a los demás integrantes de la UE de la necesidad de actuar unidos y no en orden disperso. No es tiempo de fabricar relatos, que la realidad presente se encargaría pronto de desmentir, sino de actuar, sumando a la inmensa mayoría de la ciudadanía, sea cual fuere su ideología y estatus social. Tampoco lo es de desvalorizar conceptos tan épicos como el de la heroicidad. Héroes son los que dan sus vidas salvando muchas mediante actos tan arriesgados como determinantes. No ha caído, pues, Macron en la cursilería de llamar héroes a los que se aburren en el sofá de su casa, rodeados de toda la panoplia tecnológica.
“Jamás ganaremos solos”, proclamó el presidente francés en defensa de esa Europa cuyos ciudadanos necesitan sentirse finalmente parte del bando vencedor. Ciudadanos que, como en toda posguerra, puedan contarse después las experiencias comunes, sus batallitas, en suma, esas sobre las que se cimentó el futuro convertido en presente, aunque al cabo de los años se conviertan en los relatos repetitivos de quiénes a justo título pasarán, con toda la gloria que merecen, a la categoría inmortal de excombatientes.
Last edit: 16 Apr 2020 09:59 by Amado Lorenzo.
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