Manifestaciones entre represión y censura
- Miguel Saludes
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Manifestaciones entre represión y censura
18 Apr 2023 00:53 - 18 Apr 2023 00:55
La ley de reforma de pensiones del presidente Emmanuel Macron disparó el rechazo generalizado de la sociedad francesa. El proyecto terminó siendo aprobado por decreto ante el temor de que no contara con el visto bueno de la mayoría parlamentaria necesaria para su implementación. Respaldados por los sindicatos y con el apoyo de los principales partidos de la oposición, los llamados ultraderechistas de Le Pen y los ultraizquierdistas de Melenchón, cientos de miles de trabajadores, estudiantes y jubilados se lanzaron a las calles para protagonizar una inusitada jornada de protestas contra la impopular medida, Si de excepcional puede ser calificada esta movilización ciudadana, lo mismo vale decir de la maquinaria represiva puesta en marcha para acallarla. Una vez más la justificación de actos vandálicos cometidos al calor de las protestas sirve para blindar la brutalidad policial desatada contra manifestantes reducidos a golpes y detenciones. Las imágenes muestran lo mismo a jóvenes que personas de la tercera edad recibiendo sobre ellos todo el peso de la carga “democrática” en aras de la preservación del orden. Es de señalar que pocos de estos testimonios gráficos fueron aportados por los medios de renombre.
Semanas antes de producirse este levantamiento popular, y tal vez previendo lo que se avecinaba, no solo por el tema de las pensiones, el gobierno de Macron adelantaba que habría “límites” para protestar. Una advertencia que se puso en práctica sin miramientos. La sordera ante el reclamo de millones, cifra que minimizan gobierno y prensa, contrasta con el despliegue de efectivos equipados con todos los medios para ahogar el reclamo ciudadano. La ofensiva contó con el apoyo de las Brigadas de Represión de las Acciones Violentas Motorizadas. Las unidades conocidas como las Bray-Medios, se movilizan en motos desde las que parejas de agentes actúan a modo de camorra, introduciéndose en los núcleos fuertes de las manifestaciones para arremeter a puro golpe contra los participantes más destacados. Después de conocerse estos procedimientos queda muy poco para criticar a otros por cometer parecidas acciones, con el agravante que en este caso el hecho se produce en un sitio que se autoproclama bastión de la democracia y los derechos.
Que los franceses hayan decidido echarse a la calle porque le han subido la edad al retiro hasta los 64 años, cuando ellos lo podían recibir a los 60, para algunos resulta una exageración, puesto que ese es el término establecido en la mayoría de los países donde existe ese beneficio. Pero alegando que ahora la gente vive más tiempo y que no hay dinero suficiente en las cajas para pagar a tantos que llegan a la meta, los gobiernos tratan de extender el recorrido de los que pretenden gozar el descanso retribuido tras largos años de labor, con el añadido que supone la reducción del “capital” humano que debe sustituir a quienes trabajan y contribuyen al mantenimiento de esos fondos. La solución al problema, agudizado por el desempleo y el descenso de la tasa de natalidad, está en prolongar la permanencia de los viejos en sus puestos de trabajo, un equivalente al deseo cuasi heroico expresado por algunos actores de querer morir sobre las “tablas”. Es lo que hace años dejó caer el acaudalado Carlos Slim proponiendo llevar las jubilaciones a los setenta años. Lo que Slim mencionó entonces como solución, Macron y sus seguidores lo están implementando ahora con minuciosidad terrorífica.
Y ciertamente a los ancianos les será cada vez más difícil alcanzar el disfrute de un ocio favorecido por la sobrevivencia de un tiempo más o menos largo con calidad de vida. Los jóvenes que ya trabajan y aquellos que van encaminados a hacerlo, ni siquiera tienen asegurado que alguna vez tendrán retiro. Incluso no pocos barruntan que en el futuro esa palabra será obsoleta en términos laborales. Y es que a la par que se lleva a la gente a trabajar al límite de sus vidas, se aprueban leyes de eutanasia. Nada más gris y macabro para predecir lo que viene. Incluso una noticia de estos días destaca que el propio Macron planeaba sacar esa medida del gavetero, pero por prudencia prefirió dejarla quieta en espera que amaine el vendaval. Una decisión lógica porque iba a ser obvia la conexión entre el aumento de la edad del retiro y la aprobación de la muerte legalizada. Como no hay dinero para todos, se impone resistir hasta el final y cuando dejes de rendir te marchas de este mundo. Algo parecido a una cita atribuida al ministro japonés Taro Aso expresando el deseo de que los viejos se den prisa en morir para que el Estado no tenga que pagar su atención médica. La frase que se imputó con la misma intencionalidad a la señora Cristine Lagarde y que la buena prensa ha desmentido haciendo ver que se trató de una mala interpretación, seguramente debe ser un sentir compartido por tantos que hoy asumen el mandato de organizaciones y gobiernos nacionales, sea para eliminar gastos en sanidad o en pensiones.
No son las únicas protestas las de Francia. En días pasados miles de personas lo hicieron en Praga. Allí el gobierno checo emula con el de París buscando elevar la edad de jubilación hasta las 68 primaveras. Y mientras Macron y otros, lamentan la poca disposición de fondos existentes para programas sociales, no escatiman en destinar miles de millones a cuestiones de defensa y guerras. Un ejemplo evidente fue el del propio gobernante del Eliseo quien aprobó la friolera de mas de 400 mil millones para gastos de defensa, con el pretexto de las amenazas rusas y la guerra en Ucrania como telón de fondo. Una tramoya, que como el COVID 19, encaja en múltiples escenarios.
Sobran motivaciones para protestar en este mundo y no solo por el futuro de los jubilados. Se difiere sobre asuntos ambientales y guerras. También por restricciones medicas y religiosas. Se dan en múltiples ambientes de la geografía política. Igual se realzan o mediatizan en dependencia del sitio donde ocurran. Así las protestas contra el uso del velo en Irán o las que tuvieron lugar en China contra nuevas restricciones por rebrotes de coronavirus, recibieron amplia cobertura en los medios occidentales. Las que se producen en sus predios se minimizan o se manipulan evitando ofrecer datos e imágenes incomodas que contradigan las políticas del sistema. Las respuestas suelen ser variadas, pero todas tienden a la coerción, las amenazas y los calificativos. Economía, guerra y proyectos relacionados con el medio ambiente se unen para crear el malestar. Una situación que va en ascenso desde mediados del 2022. En junio del pasado año, granjeros holandeses fueron tiroteados por la policía cuando marchaban contra el cierre forzoso de sus granjas porcinas y complejos agrícolas en aras de reducir los efectos del calentamiento global. En Moldavia su presidenta llegó a pedir mano dura frente a protestas, cuyos organizadores fueron etiquetados de prorrusos y traidores por manifestarse contra la subida de precios y el ambiente bélico que sirve de excusa para justificar esos aumentos. La presidenta moldava pidió modificar la ley para otorgar más poderes a las fuerzas del orden invocando la defensa de la patria frente a traidores que siembran el pánico y “quieren la guerra”. En la República Checa las protestas ciudadanas crecen alentadas por las ayudas que se destinan a Ucrania y al empecinamiento en aumentar la escalada del conflicto. Bajo el eslogan "República Checa primero" los manifestantes se quejaron de la aceleración inflacionaria, los programas obligatorios de vacuna y la inmigración. Y es que a medida que el conflicto ucraniano se prolonga las sociedades occidentales comienzan a manifestar cansancio y el temor a un desenlace catastrófico cuyos efectos fatales serán inmediatos para ellos.
Las movilizaciones contra la guerra toman fuerza en Alemania, Italia, España y hasta en Estados Unidos. En todos los escenarios se observa un fenómeno contrastante que se repite en cada caso. Mientras que se trata de restar importancia y credibilidad a la parte que manifiesta desacuerdo por el curso del conflicto y piden una salida pacífica del mismo, se acreditan aquellas movilizaciones en las que se aboga por la continuidad y hasta el endurecimiento de la conflagración. Inaudito que en estas últimas coincidan agrupaciones otrora consideradas pacifistas y anticapitalistas, como verdes, progresistas demócratas y socialistas ahora desteñidos. Pareciera que el mundo anda de cabezas cuando frente a estas radicalidades se contraponen agrupaciones de izquierda o derecha (descritos como ultras, fascistas o comunistas de extrema) que se unen para pedir dialogo, paz, cese de hostilidades y en pro de una salida que evite un desastre irremediable para la Humanidad. Para desacreditarlas la prensa coloca fotos convenientes, como la de un manifestante portando la bandera soviética, o la pancarta con el lema “Alemania primero”, la cita que conecta con aquella de la que Trump hizo su divisa electoral. Pero en las que ocurren en paralelo pidiendo lo contrario, apenas se destacan aspectos curiosos. Así en la que tuvo lugar el pasado 25 de febrero en Washington se destaca el mensaje de uno de los participantes identificado como Kiril Naumenko, refugiado ucraniano convocado junto a otros integrantes de una decena de organizaciones de ese país asentadas en suelo norteamericano a la sombra de la ONG United Help Ukraine.
En América Latina destaca el cuadro peruano con elementos coincidentes. A raíz de las protestas provocadas por la remoción del presidente Pedro Castillo y su apresamiento, la denuncia sobre el uso de fuerza letal para reprimir las protestas fue precedido por una movida reprobable y alarmante. Se trató de un proyecto gubernamental que establecería un protocolo para “coordinar” la cobertura periodística a las protestas sociales con las autoridades, lo cual se traduce como conferir a la Policía Nacional, al Ministerio del Interior y a otras instituciones públicas la capacidad rectora frente a la actividad periodística en situaciones de protestas. Más claro ni el agua.
Por estos días, al cumplirse cincuenta años de los acuerdos que dieron paso al fin de la guerra en Vietnam, es oportuno recordar aquellos días donde la gente se movilizaba para condenar la intervención norteamericana en el conflicto indochino. Era un mundo convulso de Guerra Fría, problemas económicos y sociales de todo tipo. Las manifestaciones reivindicativas o de protesta se producían casi a diario. No pocas chocaban con la resistencia represiva de policías y militares. La prensa daba cobertura a estos eventos sin hacer concesiones. A pesar de la influencia de las ideologías predominantes existía definición en ideas y posiciones. Comparando aquella realidad con la que se vive hoy, la diferencia es apreciable. La maquinaria del poder recibe el aporte inapreciable de aquellos que manipulan los hechos para minimizar y ocultar injusticas de todo tipo, malas prácticas políticas y abusos contra derechos y libertades. En el episodio francés de las jubilaciones, Macron acaba de firmar de manera express la polémica ley tras recibir el visto bueno del Consejo Constitucional, que además anula la solicitud de medidas destinadas a impulsar el empleo por no estar recogidas en la legislación, ni acepta la convocatoria de un referendo sobre el tema. El resultado, cuanto menos, resulta preocupante.
Semanas antes de producirse este levantamiento popular, y tal vez previendo lo que se avecinaba, no solo por el tema de las pensiones, el gobierno de Macron adelantaba que habría “límites” para protestar. Una advertencia que se puso en práctica sin miramientos. La sordera ante el reclamo de millones, cifra que minimizan gobierno y prensa, contrasta con el despliegue de efectivos equipados con todos los medios para ahogar el reclamo ciudadano. La ofensiva contó con el apoyo de las Brigadas de Represión de las Acciones Violentas Motorizadas. Las unidades conocidas como las Bray-Medios, se movilizan en motos desde las que parejas de agentes actúan a modo de camorra, introduciéndose en los núcleos fuertes de las manifestaciones para arremeter a puro golpe contra los participantes más destacados. Después de conocerse estos procedimientos queda muy poco para criticar a otros por cometer parecidas acciones, con el agravante que en este caso el hecho se produce en un sitio que se autoproclama bastión de la democracia y los derechos.
Que los franceses hayan decidido echarse a la calle porque le han subido la edad al retiro hasta los 64 años, cuando ellos lo podían recibir a los 60, para algunos resulta una exageración, puesto que ese es el término establecido en la mayoría de los países donde existe ese beneficio. Pero alegando que ahora la gente vive más tiempo y que no hay dinero suficiente en las cajas para pagar a tantos que llegan a la meta, los gobiernos tratan de extender el recorrido de los que pretenden gozar el descanso retribuido tras largos años de labor, con el añadido que supone la reducción del “capital” humano que debe sustituir a quienes trabajan y contribuyen al mantenimiento de esos fondos. La solución al problema, agudizado por el desempleo y el descenso de la tasa de natalidad, está en prolongar la permanencia de los viejos en sus puestos de trabajo, un equivalente al deseo cuasi heroico expresado por algunos actores de querer morir sobre las “tablas”. Es lo que hace años dejó caer el acaudalado Carlos Slim proponiendo llevar las jubilaciones a los setenta años. Lo que Slim mencionó entonces como solución, Macron y sus seguidores lo están implementando ahora con minuciosidad terrorífica.
Y ciertamente a los ancianos les será cada vez más difícil alcanzar el disfrute de un ocio favorecido por la sobrevivencia de un tiempo más o menos largo con calidad de vida. Los jóvenes que ya trabajan y aquellos que van encaminados a hacerlo, ni siquiera tienen asegurado que alguna vez tendrán retiro. Incluso no pocos barruntan que en el futuro esa palabra será obsoleta en términos laborales. Y es que a la par que se lleva a la gente a trabajar al límite de sus vidas, se aprueban leyes de eutanasia. Nada más gris y macabro para predecir lo que viene. Incluso una noticia de estos días destaca que el propio Macron planeaba sacar esa medida del gavetero, pero por prudencia prefirió dejarla quieta en espera que amaine el vendaval. Una decisión lógica porque iba a ser obvia la conexión entre el aumento de la edad del retiro y la aprobación de la muerte legalizada. Como no hay dinero para todos, se impone resistir hasta el final y cuando dejes de rendir te marchas de este mundo. Algo parecido a una cita atribuida al ministro japonés Taro Aso expresando el deseo de que los viejos se den prisa en morir para que el Estado no tenga que pagar su atención médica. La frase que se imputó con la misma intencionalidad a la señora Cristine Lagarde y que la buena prensa ha desmentido haciendo ver que se trató de una mala interpretación, seguramente debe ser un sentir compartido por tantos que hoy asumen el mandato de organizaciones y gobiernos nacionales, sea para eliminar gastos en sanidad o en pensiones.
No son las únicas protestas las de Francia. En días pasados miles de personas lo hicieron en Praga. Allí el gobierno checo emula con el de París buscando elevar la edad de jubilación hasta las 68 primaveras. Y mientras Macron y otros, lamentan la poca disposición de fondos existentes para programas sociales, no escatiman en destinar miles de millones a cuestiones de defensa y guerras. Un ejemplo evidente fue el del propio gobernante del Eliseo quien aprobó la friolera de mas de 400 mil millones para gastos de defensa, con el pretexto de las amenazas rusas y la guerra en Ucrania como telón de fondo. Una tramoya, que como el COVID 19, encaja en múltiples escenarios.
Sobran motivaciones para protestar en este mundo y no solo por el futuro de los jubilados. Se difiere sobre asuntos ambientales y guerras. También por restricciones medicas y religiosas. Se dan en múltiples ambientes de la geografía política. Igual se realzan o mediatizan en dependencia del sitio donde ocurran. Así las protestas contra el uso del velo en Irán o las que tuvieron lugar en China contra nuevas restricciones por rebrotes de coronavirus, recibieron amplia cobertura en los medios occidentales. Las que se producen en sus predios se minimizan o se manipulan evitando ofrecer datos e imágenes incomodas que contradigan las políticas del sistema. Las respuestas suelen ser variadas, pero todas tienden a la coerción, las amenazas y los calificativos. Economía, guerra y proyectos relacionados con el medio ambiente se unen para crear el malestar. Una situación que va en ascenso desde mediados del 2022. En junio del pasado año, granjeros holandeses fueron tiroteados por la policía cuando marchaban contra el cierre forzoso de sus granjas porcinas y complejos agrícolas en aras de reducir los efectos del calentamiento global. En Moldavia su presidenta llegó a pedir mano dura frente a protestas, cuyos organizadores fueron etiquetados de prorrusos y traidores por manifestarse contra la subida de precios y el ambiente bélico que sirve de excusa para justificar esos aumentos. La presidenta moldava pidió modificar la ley para otorgar más poderes a las fuerzas del orden invocando la defensa de la patria frente a traidores que siembran el pánico y “quieren la guerra”. En la República Checa las protestas ciudadanas crecen alentadas por las ayudas que se destinan a Ucrania y al empecinamiento en aumentar la escalada del conflicto. Bajo el eslogan "República Checa primero" los manifestantes se quejaron de la aceleración inflacionaria, los programas obligatorios de vacuna y la inmigración. Y es que a medida que el conflicto ucraniano se prolonga las sociedades occidentales comienzan a manifestar cansancio y el temor a un desenlace catastrófico cuyos efectos fatales serán inmediatos para ellos.
Las movilizaciones contra la guerra toman fuerza en Alemania, Italia, España y hasta en Estados Unidos. En todos los escenarios se observa un fenómeno contrastante que se repite en cada caso. Mientras que se trata de restar importancia y credibilidad a la parte que manifiesta desacuerdo por el curso del conflicto y piden una salida pacífica del mismo, se acreditan aquellas movilizaciones en las que se aboga por la continuidad y hasta el endurecimiento de la conflagración. Inaudito que en estas últimas coincidan agrupaciones otrora consideradas pacifistas y anticapitalistas, como verdes, progresistas demócratas y socialistas ahora desteñidos. Pareciera que el mundo anda de cabezas cuando frente a estas radicalidades se contraponen agrupaciones de izquierda o derecha (descritos como ultras, fascistas o comunistas de extrema) que se unen para pedir dialogo, paz, cese de hostilidades y en pro de una salida que evite un desastre irremediable para la Humanidad. Para desacreditarlas la prensa coloca fotos convenientes, como la de un manifestante portando la bandera soviética, o la pancarta con el lema “Alemania primero”, la cita que conecta con aquella de la que Trump hizo su divisa electoral. Pero en las que ocurren en paralelo pidiendo lo contrario, apenas se destacan aspectos curiosos. Así en la que tuvo lugar el pasado 25 de febrero en Washington se destaca el mensaje de uno de los participantes identificado como Kiril Naumenko, refugiado ucraniano convocado junto a otros integrantes de una decena de organizaciones de ese país asentadas en suelo norteamericano a la sombra de la ONG United Help Ukraine.
En América Latina destaca el cuadro peruano con elementos coincidentes. A raíz de las protestas provocadas por la remoción del presidente Pedro Castillo y su apresamiento, la denuncia sobre el uso de fuerza letal para reprimir las protestas fue precedido por una movida reprobable y alarmante. Se trató de un proyecto gubernamental que establecería un protocolo para “coordinar” la cobertura periodística a las protestas sociales con las autoridades, lo cual se traduce como conferir a la Policía Nacional, al Ministerio del Interior y a otras instituciones públicas la capacidad rectora frente a la actividad periodística en situaciones de protestas. Más claro ni el agua.
Por estos días, al cumplirse cincuenta años de los acuerdos que dieron paso al fin de la guerra en Vietnam, es oportuno recordar aquellos días donde la gente se movilizaba para condenar la intervención norteamericana en el conflicto indochino. Era un mundo convulso de Guerra Fría, problemas económicos y sociales de todo tipo. Las manifestaciones reivindicativas o de protesta se producían casi a diario. No pocas chocaban con la resistencia represiva de policías y militares. La prensa daba cobertura a estos eventos sin hacer concesiones. A pesar de la influencia de las ideologías predominantes existía definición en ideas y posiciones. Comparando aquella realidad con la que se vive hoy, la diferencia es apreciable. La maquinaria del poder recibe el aporte inapreciable de aquellos que manipulan los hechos para minimizar y ocultar injusticas de todo tipo, malas prácticas políticas y abusos contra derechos y libertades. En el episodio francés de las jubilaciones, Macron acaba de firmar de manera express la polémica ley tras recibir el visto bueno del Consejo Constitucional, que además anula la solicitud de medidas destinadas a impulsar el empleo por no estar recogidas en la legislación, ni acepta la convocatoria de un referendo sobre el tema. El resultado, cuanto menos, resulta preocupante.
Last edit: 18 Apr 2023 00:55 by Miguel Saludes.
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