Sería muy lamentable que el mundo libre y democrático, que con todos sus defectos mantiene todavía un cierto grado de respeto a la ley y el orden, se dejara confundir (por no decir amedrentar) por las amenazas del dictador Vladimir Putin con sus alardes de caudillo de una "Gran Potencia" que podría aplastar una intervención europea y/o de la OTAN en apoyo al castigado pueblo ucraniano que lucha desesperadamente por su independencia y libertad. El alarde de este agresor llega hasta el punto de amenzar con atreverse a desatar una guerra nuclear contra una Ucrania que no las posee para obtener una victoria definitiva y espantosa.
No creo que la locura de Putin llegue al extremo de creerse lo que dice en la confianza de que puede continuar esta guerra y endurecer aún más la agresión sino que recapacite como otrora hiciera Krushchev cuando dio orden de regresar a sus puertos a la flota que se dirigía a Cuba con misiles nucleares. Sencillamente, Krushchev vio la firmeza y la decisión de adversarios militarmente superiores, mientras que a Putin todavía le falta por verlas.
Rusia ha demostrado su relativa debilidad militar al no poder aplastar a un enemigo mucho más débil e inicialmente casi desarmado al cabo de un año de operaciones militares. Es enorme la diferencia demostrada por el poderío de Estados Unidos cuando aplastó en pocos días al formidable y bien armado ejército Iraquí, apoyado por una numerosa y moderna fuerza aérea.
Por tanto, las amenazas del dictador ruso de invadir a Europa si se atreve a intervenir más directamente en la contienda, no pasan de ser las de un espantapájaros.
Destacados analistas militares prevén que podrían romper las débiles líneas de los Estados Bálticos en pocos días e invadir Lituania y quizás Estonia. Si también invaden a Europa Occidental a través de Bielorrusia, harán una buena mella en Polonia. Pero se estancarán después de un par de semanas cuando agoten el impulso inicial; después de eso estarán enfrascados en una desventajosa defensiva y acabarán empujados hacia la frontera o más allá por fuerzas muy superiores en tecnología, poder de fuego y aviones de combate superiores.
Sus recursos militares se agotarían rápidamente y sufrirían una ignominiosa derrota, probablemente acelerada por el derrumbe de la moral de las tropas que no entienden por qué están combatiendo, circunstancias que seguramente pondrían fin a la dictadura de Putin.
Por tanto, un apoyo firme, abundante y decidido a Ucrania servirá para hacer recapacitar al agresivo dictador y para obligarlo a aceptar una retirada provisional a las líneas del frente en 2014 como condición indispensable para iniciar negociaciones conducentes a un armisticio, en las cuales quizás accederían los ucranianos a la cesión de Crimea como concesión máxima a cambio de una paz debidamente garantizada a perpetuidad por sus aliados occidentales.