Las dos caras contrapuestas del conflicto en Ucrania. Horrores de guerra
- Miguel Saludes
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Las dos caras contrapuestas del conflicto en Ucrania. Horrores de guerra
28 Apr 2022 21:50
Por estos días las noticias han traído las estremecedoras imágenes sobre atrocidades atribuidas al ejército ruso en un pueblo cercano de Kiev. La masacre de Bucha, como se le denomina a este hecho, tiene todos los elementos de un acto de barbarie condenable e injustificado, capaz de despertar la indignación a cualquier ser humano. Un capítulo cuya crudeza y sus consecuencias requería además de la condena unánime, el equilibrio de una investigación de los hechos antes de llegar a una conclusión apresurada carente de toda imparcialidad. Algo que siempre se requiere, pero que resulta imprescindible en un conflicto que acaba de cumplir ocho años y de manera directa o indirecta ha causado miles de muertes. La avalancha de reporteros desembarcados en Ucrania tras la invasión rusa contrasta con la casi ausencia de reportes cuando se producían choques violentos en la región del Dombas entre tropas nacionales y separatistas, con denuncias de actos criminales contra la población civil. Incluso en la etapa actual del conflicto el movimiento de prensa se produce a la sombra de los contendientes ucranianos y particularmente en los alrededores de la capital.
La reacción de la reportera Almudena Ariza, enviada especial de TVE a Kiev que reportó el suceso tan pronto como la parte ucraniana permitió el acceso a la prensa para que documentara el horror de Bucha, evidenció desde un principio que la noticia dejaba espacios abiertos a las dudas, a pesar de las imágenes que mostraban decenas de cadáveres dispersos en las calles, varios maniatados y cubiertos con mortajas de lona. Las declaraciones de Ariza fueron ilustradas por un titular del día que notificó la impotencia de la reportera española, al borde del llanto, al constatar que su crónica no lograba captar la aceptación total que se esperaba de aquel testimonio. “Cuánto duelen los comentarios de los negacionistas desde aquí”, comenta Ariza en un mensaje donde expresa “tristeza infinita” por esas reacciones. Y es lógico ponerse en su lugar y preguntarse cómo es posible el escepticismo ante el escenario dantesco del que ella misma había sido testigo y trataba de trasladar a los televidentes. Pero por igual vale ponerse en el sitio de los que se cuestionaban que la escena descrita por la periodista daba fe de los cadáveres victimizados, pero no de quienes fueron sus victimarios. Las acusaciones de montaje escénico, algo nada inusual en estos tiempos, fue seguida de una pronta respuesta de las autoridades ucranianas que difundieron las fotos que mostraban el macabro hallazgo al momento de su entrada al pueblo. Ante la persistencia de los recelos llegaron nuevas pruebas para vencerlos. Uno de ellos fue la “prueba irrefutable” de una foto satelital atribuida a Maxar Technologies, una compañía especializada entre otras cosas en observaciones espaciales de la Tierra y que de manera tan conveniente ofreciera su respaldo sofisticado fotografiando la existencia de los cuerpos desde tres semanas antes de que las tropas nacionales ocuparan el terreno abandonado por los rusos. Y aquí las contradicciones se hicieron mayores. No bastó que el gobierno alemán sumara su aporte el 7 de abril anunciando que su cuerpo de espionaje poseía ciertas grabaciones en las que se escuchaba una conversación sostenida en ruso por supuestos militares de esa nacionalidad, hablando del suceso.
El crimen de Bucha fue dado a conocer en los primeros días de abril, (entre el 2 y el 4) cuando los reporteros internacionales entraron al sitio siguiendo los pasos a las tropas ucranianas. Pero el día 31 de marzo el alcalde de esa localidad difundió un selfi anunciando con regocijo que la población quedaba libre de ocupantes enemigos. En las palabras y la expresión del funcionario Anatoli Fedoruk no aparecía una sola referencia hacia lo que necesariamente tenía que haber sido una denuncia obligatoria ante un hecho que obviamente tenía que empañar la alegría de la salida de los invasores: "El 31 de marzo pasará a la historia de nuestra localidad [...] como el día de la liberación de los orcos rusos, de los invasores rusos por nuestras Fuerzas Armadas de Ucrania, es un día de alegría y es una gran victoria", decía el alcalde. Un dato que curiosamente apenas fue reflejado por los equipos de prensa destacados en el lugar, aunque sí por diversos periodistas independientes o alternativos, según prefieran llamarse.
Existen otros detalles para alimentar la suspicacia que pueden constatarse desde la lectura detenida de otros reportes. Jeremy Bowen escribe el 2 de abril que el equipo de la BBC destacado en el lugar pudo llegar al área, en la carretera principal E-40 cerca de Kiev, después de que las fuerzas ucranianas capturaran el sector solo 10 horas antes. El periodista describe las actividades de los soldados y constata la presencia de cadáveres que le provocan “muchas preguntas e inquietudes sobre quiénes eran y cómo murieron.” La respuesta conclusiva la ofrece Bowen al describir “…una pareja que mataron los rusos y cuyos cadáveres quedaron expuestos el 7 de marzo. Su coche oxidado y acribillado de metralla yace en la carretera junto a una de las gasolineras, destruida por el fuego.”
Hay otros detalles que deberían hacer saltar las alarmas de la desconfianza. Se trata de que el sangriento episodio haya aparecido de manera tan oportuna en medio de ciertas coyunturas, aparentemente ajenas al conflicto pero que debido al impacto noticioso del acontecimiento quedaron veladas por gravedad de lo que se mostraba. Resulta muy sospechosa la incidencia de los hechos de Bucha en el desvió de la atención hacia otros puntos donde estallan escándalos políticos de consecuencias impredecibles y hasta en medio de unas elecciones en Hungría en las que la Unión Europea esperaba sacarse la piedra en el calzado que supone Viktor Orban. La impronta de Bucha bien podría ayudar a incidir en el sentimiento de los votantes y no es casual que la propaganda emitida desde el exterior en apoyo a la oposición húngara llevaba este suceso como eficaz campaña contra Orban.
Todavía más extraño resultó que a medida que el revuelo ocasionado por el evento fue enfriando y la calma comenzó a dejar espacios para el cuestionamiento de las incongruencias, sucediera un nuevo acto de horror en otro punto de la zona en conflicto, ahora en la región del Dombas con la muerte ocasionada por un misil que estalló sobre una terminal de pasaje donde centenares de personas se apresuraban a escapar de la guerra. Y de nuevo se atribuye el horror a la parte rusa que asevera el misil fue lanzado del lado contrario. Nuevamente los medios y los políticos se quedan con la versión más conveniente y la que ellos respaldan sin titubear. En este caso la incidencia ocurre cuando al parecer se llegaba a un punto de acuerdo en las tensas conversaciones entre las partes enfrentadas.
Casi al unísono se proyectan nuevas narrativas e imágenes el 4 de abril documentando otro ataque mortífero y reprobable, esta vez en Maripol, donde un bombardeo señalado a la parte rusa arrasó con un hospital de maternidad. El nombre de la bloguera Marianna Vishegiskaya llenó los cintillos noticiosos al ser una de las pocas supervivientes de la agresión. Pero de nuevo quedaba suspendida en un hilo la credibilidad de la historia, nada imposible en un escenario de guerra abierta, ante las contradictorias versiones relejadas por algunos medios. Así el Universal de México exponía el desmentido de la propia bloguera que acusaba al reportero Evgeny Maloletk de AP por sacar una grabación que no le había autorizado y ofrecer unas declaraciones diferentes a las que ella había ofrecido. No obstante, prevalecieron las evidencias del equipo de periodistas afirmando que sí se trató de un ataque aéreo, y se escuchó el sonido de un avión antes de la explosión. Para evidenciarlo se mostraba en un video la existencia de un cráter afuera del hospital consistente con el que deja una bomba lanzada desde un avión. "Este avión estaba cerca de nosotros, así que lo escuchamos muy bien", dijo Mstyslay Chernov, uno de los autores del reporte quien afirmó que, tras el ruido del aparato aéreo, escuchó dos bombas. Los afortunados testigos quedaran ilesos tras tan tremendas explosiones.
El 5 de abril The NewYork Times publica una crónica firmada por Carlota Gall que narra la situación en Nova Basan tras la salida de las tropas rusas de esa población cercana a la capital ucraniana. El relato de Gall contradice las acusaciones de Kiev que en su afirmación generalizada sobre una conducta común de las huestes rusas dejando una huella sangrienta de asesinatos masivos en los lugares que abandonan. Los “muy asustados y hambrientos residentes de Nova Basan, un pueblo al este de Kiev, emergieron el lunes 4 de abril de sus cabañas y granjas y describieron cómo vivieron el aterrador suplicio de la ocupación rusa: detenciones, amenazas y un estricto toque de queda que los confinó a sus casas durante más de un mes, sin ningún tipo de comunicación con el exterior.”
Mykola Dyachenko, funcionario responsable de la administración del pueblo y las aldeas cercanas, declaró a la periodista que fue uno de los cerca de 20 prisioneros que las tropas rusas mantuvieron en custodia durante 25 días de la ocupación. Pese a las narraciones sobre interrogatorios cargados de tortura y presión psicológica para obtener a la fuerza información, este funcionario salió con vida del trance. Otros detenidos dijeron que escaparon de sus cárceles improvisadas cuando los soldados rusos se preparaban para retirarse el miércoles 30 de marzo. Sin embargo, Dyachenko concluye la entrevista diciendo desconocer el nivel de bajas civiles y afirmó que apenas estaba comenzando a organizar equipos de búsqueda para monitorear a los residentes. El mismo 4 de abril, informó, se dirigiría a investigar el reporte de una ejecución de seis personas realizada el 28 de febrero por soldados rusos en un pueblo cercano. Eso fue justo después de que las tropas rusas llegaran a la zona.
Como la Luna, el conflicto de Ucrania tiene dos caras. Una es expuesta por los medios y gobiernos que busca generar la identificación completa con una de sus partes (la que sufre la agresión) y el rechazo rotundo a la otra. Sin términos medios. Una postura loable si no existiera esa segunda cara, la que queda oculta y apenas se menciona evitando mostrar o hablar de aquellos defectos que puedan afear la impronta de los actores encumbrados en el pedestal de la heroica resistencia. Una maniobra que se repite en casi todos los aspectos del conflicto al que los sistemas ponen su semblanza más justiciera, a veces de manera falsa. Un doble juego muy peligroso en el que la consigna del momento para medios noticiosos y políticos, sin matices ni distinciones de ideologías pareciera ser mostrar solo aquello que les importa a los intereses que les mueven o representan.
La reacción de la reportera Almudena Ariza, enviada especial de TVE a Kiev que reportó el suceso tan pronto como la parte ucraniana permitió el acceso a la prensa para que documentara el horror de Bucha, evidenció desde un principio que la noticia dejaba espacios abiertos a las dudas, a pesar de las imágenes que mostraban decenas de cadáveres dispersos en las calles, varios maniatados y cubiertos con mortajas de lona. Las declaraciones de Ariza fueron ilustradas por un titular del día que notificó la impotencia de la reportera española, al borde del llanto, al constatar que su crónica no lograba captar la aceptación total que se esperaba de aquel testimonio. “Cuánto duelen los comentarios de los negacionistas desde aquí”, comenta Ariza en un mensaje donde expresa “tristeza infinita” por esas reacciones. Y es lógico ponerse en su lugar y preguntarse cómo es posible el escepticismo ante el escenario dantesco del que ella misma había sido testigo y trataba de trasladar a los televidentes. Pero por igual vale ponerse en el sitio de los que se cuestionaban que la escena descrita por la periodista daba fe de los cadáveres victimizados, pero no de quienes fueron sus victimarios. Las acusaciones de montaje escénico, algo nada inusual en estos tiempos, fue seguida de una pronta respuesta de las autoridades ucranianas que difundieron las fotos que mostraban el macabro hallazgo al momento de su entrada al pueblo. Ante la persistencia de los recelos llegaron nuevas pruebas para vencerlos. Uno de ellos fue la “prueba irrefutable” de una foto satelital atribuida a Maxar Technologies, una compañía especializada entre otras cosas en observaciones espaciales de la Tierra y que de manera tan conveniente ofreciera su respaldo sofisticado fotografiando la existencia de los cuerpos desde tres semanas antes de que las tropas nacionales ocuparan el terreno abandonado por los rusos. Y aquí las contradicciones se hicieron mayores. No bastó que el gobierno alemán sumara su aporte el 7 de abril anunciando que su cuerpo de espionaje poseía ciertas grabaciones en las que se escuchaba una conversación sostenida en ruso por supuestos militares de esa nacionalidad, hablando del suceso.
El crimen de Bucha fue dado a conocer en los primeros días de abril, (entre el 2 y el 4) cuando los reporteros internacionales entraron al sitio siguiendo los pasos a las tropas ucranianas. Pero el día 31 de marzo el alcalde de esa localidad difundió un selfi anunciando con regocijo que la población quedaba libre de ocupantes enemigos. En las palabras y la expresión del funcionario Anatoli Fedoruk no aparecía una sola referencia hacia lo que necesariamente tenía que haber sido una denuncia obligatoria ante un hecho que obviamente tenía que empañar la alegría de la salida de los invasores: "El 31 de marzo pasará a la historia de nuestra localidad [...] como el día de la liberación de los orcos rusos, de los invasores rusos por nuestras Fuerzas Armadas de Ucrania, es un día de alegría y es una gran victoria", decía el alcalde. Un dato que curiosamente apenas fue reflejado por los equipos de prensa destacados en el lugar, aunque sí por diversos periodistas independientes o alternativos, según prefieran llamarse.
Existen otros detalles para alimentar la suspicacia que pueden constatarse desde la lectura detenida de otros reportes. Jeremy Bowen escribe el 2 de abril que el equipo de la BBC destacado en el lugar pudo llegar al área, en la carretera principal E-40 cerca de Kiev, después de que las fuerzas ucranianas capturaran el sector solo 10 horas antes. El periodista describe las actividades de los soldados y constata la presencia de cadáveres que le provocan “muchas preguntas e inquietudes sobre quiénes eran y cómo murieron.” La respuesta conclusiva la ofrece Bowen al describir “…una pareja que mataron los rusos y cuyos cadáveres quedaron expuestos el 7 de marzo. Su coche oxidado y acribillado de metralla yace en la carretera junto a una de las gasolineras, destruida por el fuego.”
Hay otros detalles que deberían hacer saltar las alarmas de la desconfianza. Se trata de que el sangriento episodio haya aparecido de manera tan oportuna en medio de ciertas coyunturas, aparentemente ajenas al conflicto pero que debido al impacto noticioso del acontecimiento quedaron veladas por gravedad de lo que se mostraba. Resulta muy sospechosa la incidencia de los hechos de Bucha en el desvió de la atención hacia otros puntos donde estallan escándalos políticos de consecuencias impredecibles y hasta en medio de unas elecciones en Hungría en las que la Unión Europea esperaba sacarse la piedra en el calzado que supone Viktor Orban. La impronta de Bucha bien podría ayudar a incidir en el sentimiento de los votantes y no es casual que la propaganda emitida desde el exterior en apoyo a la oposición húngara llevaba este suceso como eficaz campaña contra Orban.
Todavía más extraño resultó que a medida que el revuelo ocasionado por el evento fue enfriando y la calma comenzó a dejar espacios para el cuestionamiento de las incongruencias, sucediera un nuevo acto de horror en otro punto de la zona en conflicto, ahora en la región del Dombas con la muerte ocasionada por un misil que estalló sobre una terminal de pasaje donde centenares de personas se apresuraban a escapar de la guerra. Y de nuevo se atribuye el horror a la parte rusa que asevera el misil fue lanzado del lado contrario. Nuevamente los medios y los políticos se quedan con la versión más conveniente y la que ellos respaldan sin titubear. En este caso la incidencia ocurre cuando al parecer se llegaba a un punto de acuerdo en las tensas conversaciones entre las partes enfrentadas.
Casi al unísono se proyectan nuevas narrativas e imágenes el 4 de abril documentando otro ataque mortífero y reprobable, esta vez en Maripol, donde un bombardeo señalado a la parte rusa arrasó con un hospital de maternidad. El nombre de la bloguera Marianna Vishegiskaya llenó los cintillos noticiosos al ser una de las pocas supervivientes de la agresión. Pero de nuevo quedaba suspendida en un hilo la credibilidad de la historia, nada imposible en un escenario de guerra abierta, ante las contradictorias versiones relejadas por algunos medios. Así el Universal de México exponía el desmentido de la propia bloguera que acusaba al reportero Evgeny Maloletk de AP por sacar una grabación que no le había autorizado y ofrecer unas declaraciones diferentes a las que ella había ofrecido. No obstante, prevalecieron las evidencias del equipo de periodistas afirmando que sí se trató de un ataque aéreo, y se escuchó el sonido de un avión antes de la explosión. Para evidenciarlo se mostraba en un video la existencia de un cráter afuera del hospital consistente con el que deja una bomba lanzada desde un avión. "Este avión estaba cerca de nosotros, así que lo escuchamos muy bien", dijo Mstyslay Chernov, uno de los autores del reporte quien afirmó que, tras el ruido del aparato aéreo, escuchó dos bombas. Los afortunados testigos quedaran ilesos tras tan tremendas explosiones.
El 5 de abril The NewYork Times publica una crónica firmada por Carlota Gall que narra la situación en Nova Basan tras la salida de las tropas rusas de esa población cercana a la capital ucraniana. El relato de Gall contradice las acusaciones de Kiev que en su afirmación generalizada sobre una conducta común de las huestes rusas dejando una huella sangrienta de asesinatos masivos en los lugares que abandonan. Los “muy asustados y hambrientos residentes de Nova Basan, un pueblo al este de Kiev, emergieron el lunes 4 de abril de sus cabañas y granjas y describieron cómo vivieron el aterrador suplicio de la ocupación rusa: detenciones, amenazas y un estricto toque de queda que los confinó a sus casas durante más de un mes, sin ningún tipo de comunicación con el exterior.”
Mykola Dyachenko, funcionario responsable de la administración del pueblo y las aldeas cercanas, declaró a la periodista que fue uno de los cerca de 20 prisioneros que las tropas rusas mantuvieron en custodia durante 25 días de la ocupación. Pese a las narraciones sobre interrogatorios cargados de tortura y presión psicológica para obtener a la fuerza información, este funcionario salió con vida del trance. Otros detenidos dijeron que escaparon de sus cárceles improvisadas cuando los soldados rusos se preparaban para retirarse el miércoles 30 de marzo. Sin embargo, Dyachenko concluye la entrevista diciendo desconocer el nivel de bajas civiles y afirmó que apenas estaba comenzando a organizar equipos de búsqueda para monitorear a los residentes. El mismo 4 de abril, informó, se dirigiría a investigar el reporte de una ejecución de seis personas realizada el 28 de febrero por soldados rusos en un pueblo cercano. Eso fue justo después de que las tropas rusas llegaran a la zona.
Como la Luna, el conflicto de Ucrania tiene dos caras. Una es expuesta por los medios y gobiernos que busca generar la identificación completa con una de sus partes (la que sufre la agresión) y el rechazo rotundo a la otra. Sin términos medios. Una postura loable si no existiera esa segunda cara, la que queda oculta y apenas se menciona evitando mostrar o hablar de aquellos defectos que puedan afear la impronta de los actores encumbrados en el pedestal de la heroica resistencia. Una maniobra que se repite en casi todos los aspectos del conflicto al que los sistemas ponen su semblanza más justiciera, a veces de manera falsa. Un doble juego muy peligroso en el que la consigna del momento para medios noticiosos y políticos, sin matices ni distinciones de ideologías pareciera ser mostrar solo aquello que les importa a los intereses que les mueven o representan.
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