Jesucristo nos enseñó que debemos regocijarnos cuando suframos persecución por su causa. Así pues, conforme a esto, los cristianos tenemos bastantes motivos de regocijo en nuestros días.
Si un maestro en Estados Unidos dice en la clase que Dios creó el Universo, lo más probable es que tenga serios problemas y los padres de varios niños vayan a quejarse del maestro. Si por el contrario otro dice que Dios no existe, nadie se inmuta y muchos asienten satisfechos. Sé lo que digo: soy maestro de High School en una Escuela Pública.
Cuando de alguna forma se insulta a Mahoma, con mucha razón se producen protestas en todas partes, y lo que se condena en ese caso es a la violencia física y los crímenes asociados a las manifestaciones, pero se comprende la indignación ante la ofensa. Sin embargo, se pueden denigrar a Jesucristo o la Virgen María en obras de teatro, canciones, pinturas y esculturas…todo amparado por la Primera Enmienda. Y no pasa nada.
Y es que la Primera Enmienda parece que solo funciona cuando de ataques a la religión se refiere y no para defender los derechos de los creyentes, especialmente los cristianos. Una muestra son las disposiciones de la Secretaría de Salud que exigen la aplicación de normas que van contra los principios de la Iglesia Católica. Otro ejemplo son los ataques contra los que se oponen al matrimonio homosexual. Y podemos esperar que esta lista continuará ampliándose.
Mientras tanto los cristianos, temerosos de ser tildados de fanáticos, intransigentes u homofóbicos, renunciamos a proclamar el Evangelio, nos retiramos a oscuros conciliábulos, nos encaminamos poco a poco de vuelta a las catacumbas. Parecemos estar avergonzados de nuestra fe.
Dice mi esposa que nunca pensó al salir de Cuba en busca de libertad, que alguna vez vería en Estados Unidos prosperar el mismo ateísmo del cual huía. Porque aunque de signo distinto al ateísmo marxista, este materialismo práctico es igualmente ateo y pernicioso.
En muy probable que nosotros mismo seamos la fuente del problema. Nuestra apatía, nuestro acomodamiento, el fariseísmo que nos permea, todo ello ha alejado a la juventud de nuestras Iglesias. La pérdida de la autoridad moral de los padres y la renuncia a educar a sus hijos en la fe cristiana, el miedo de los padres al enfrentamiento con hijos a los que no dedican el tiempo suficiente, el ceder a la sociedad el papel de formación de los niños que corresponde a la familia en primerísimo lugar, el escándalo de los curas pederastas y la desconfianza que esto engendra….son poquitos y poquitos que han ido desbordando el vaso.
Así pues, debemos cambiar nuestra actitud. Nuestro ejemplo personal debe ser la mejor evangelización, nuestra familia el primer objetivo de nuestra catequesis. Todo esto con decisión, con valentía, fortalecidos por el Espíritu Santo, sabiendo que nuestra causa es buena y justa.
Ahora comprendemos mejor a Juan Pablo II cuando nos dijo: “No tengan miedo”