Dilema Electoral para cristianos
- Francisco Porto
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Dilema Electoral para cristianos
10 May 2012 02:55
Dilema Electoral para cristianos
Casi todas las Trece Colonias Americanas tuvieron su origen en busca de la libertad religiosa y fundamentalmente en el deseo de que ninguna Iglesia tuviera supremacía sobre las otras.
Quienes redactaron la Constitución de los Estados Unidos, ellos mismos representantes de un amplio espectro de ideas, tuvieron eso en cuenta al establecer la separación Iglesia-Estado.
Esta división, sin embargo, es imposible en el individuo, donde no se le puede separar con honestidad en dos seres independientes, uno el miembro de una Iglesia sujeto a sus normas y enseñanzas, el otro el ciudadano con deberes cívicos. Tal dicotomía es absurda e imposible, aunque algunos traten de hacerla parecer aceptable.
Un católico, en nuestro caso, no puede considerarse como tal y al mismo tiempo rechazar lo que nos enseñan los Evangelios y el Magisterio de la Iglesia pues es esa una contradicción que niega la fe que dice profesar. Dicho y hecho tienen que ir parejos.
Ya el Concilio Vaticano II estableció que: “…la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos” (“DIGNITATIS HUMANAE”)
Los políticos, empeñados en ganar contiendas electorales, nos proponen abandonar nuestros Principios y obrar de acuerdo a un relativismo moral oportunista que tenemos que rechazar categóricamente, venga de quien venga.
Entre esos Principios se encuentra el Mandamiento “No matarás”, correctamente interpretado desde el Antiguo Testamento como “No matarás al inocente”. El absoluto carácter inviolable de la vida humana inocente es una verdad moral explícitamente enseñada en la Sagrada Escritura, mantenida constantemente en la Tradición de la Iglesia y propuesta de forma unánime por su Magisterio. Esto queda claro, aparentemente, para todos los católicos.
En su Carta Enciclica Evangelium Vitae, SS. Juan Pablo II nos recordaba:
“Desde sus inicios, la Tradición viva de la Iglesia —como atestigua la Didaché, el más antiguo escrito cristiano no bíblico— repite de forma categórica el mandamiento « no matarás »: « Dos caminos hay, uno de la vida y otro de la muerte; pero grande es la diferencia que hay entre estos caminos... Segundo mandamiento de la doctrina: No matarás... no matarás al hijo en el seno de su madre, ni quitarás la vida al recién nacido...” (Evangelium Vitae).
Así pues, queda claro: la oposición al aborto no es negociable.
Ahora se nos presenta un nuevo reto en la promoción, como bueno y aceptable, del matrimonio homosexual.
Incongruentemente, el Vice-Presidente de los Estados Unidos se declara partidario de una legislación que legalice esta unión, pese a decirse católico practicante. Públicamente el Presidente Obama lo secunda. En un año electoral esto es especialmente grave.
El debate es global, como todo es hoy en día, pues la posición de la Iglesia es firme y unánime. En su oposición al matrimonio homosexual, la Iglesia de Argentina expresó que "no se está en contra de, sino a favor del bien común, la racionalidad y la dignidad del ser humano". En el Reino Unido, en una carta pastoral se afirma que los católicos "tienen el deber de hacer todo lo posible para garantizar que el verdadero significado del matrimonio no se pierda para las futuras generaciones". Para la Arquidiócesis de México la propuesta de legalizar los matrimonios homosexuales va en contra de la familia y contradice los sacramentos del matrimonio. El Arzobispo Primado declaró: "Nuestros niños y jóvenes corren un gravísimo riesgo al ver como normales este tipo de uniones y entender equivocadamente que las diferencias sexuales son un simple tipo de personalidad, dejando así de apreciar la dualidad de la sexualidad humana, que es condición de la procreación y por tanto de la conservación y desarrollo de la humanidad".
Desde el Antiguo Testamento se condena en duros términos la práctica del homosexualismo. La Iglesia nos enseña siempre repudiar el pecado, no el pecador. También sabemos que la tentación no es pecado en sí tanto en cuanto logremos sobreponernos a ella. Hacer aparecer como “normal” la relación sexual entre hombre y hombre o entre mujer y mujer, es borrar la línea divisoria entre “tentación” y “pecado” con todas sus nefastas consecuencias.
San Pablo fue categórico: “¿No sabéis que los malvados no tendrán parte en el reino de Dios? No os dejéis engañar, pues en el reino de Dios no tendrán parte los que cometen inmoralidades sexuales, ni los idólatras, ni los que cometen adulterio, ni los afeminados, ni los homosexuales…”( 1-Corintios )
Así pues, enfrentados a la realidad de una elecciones presidenciales en Estados Unidos donde uno de los partidos políticos ha optado por apoyar tanto el aborto como el matrimonio homosexual, se hace perentorio alertar sobre el peligro que se cierne sobre nuestra sociedad y, muy especialmente, sobre las generaciones futuras de esta nación. Peligro que no se puede minimizar, accionar nuestro que no puede demorar.
Nuestro voto, alejado de otras simpatías y consideraciones personales, no puede ir a quienes propongan leyes que se opongan a nuestros claros principios. Cerrar los ojos es pecado de omisión.
Decía Aristóteles que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo lo que es. Así pues, no podemos ser católicos para la parte y no para el todo.
Casi todas las Trece Colonias Americanas tuvieron su origen en busca de la libertad religiosa y fundamentalmente en el deseo de que ninguna Iglesia tuviera supremacía sobre las otras.
Quienes redactaron la Constitución de los Estados Unidos, ellos mismos representantes de un amplio espectro de ideas, tuvieron eso en cuenta al establecer la separación Iglesia-Estado.
Esta división, sin embargo, es imposible en el individuo, donde no se le puede separar con honestidad en dos seres independientes, uno el miembro de una Iglesia sujeto a sus normas y enseñanzas, el otro el ciudadano con deberes cívicos. Tal dicotomía es absurda e imposible, aunque algunos traten de hacerla parecer aceptable.
Un católico, en nuestro caso, no puede considerarse como tal y al mismo tiempo rechazar lo que nos enseñan los Evangelios y el Magisterio de la Iglesia pues es esa una contradicción que niega la fe que dice profesar. Dicho y hecho tienen que ir parejos.
Ya el Concilio Vaticano II estableció que: “…la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos” (“DIGNITATIS HUMANAE”)
Los políticos, empeñados en ganar contiendas electorales, nos proponen abandonar nuestros Principios y obrar de acuerdo a un relativismo moral oportunista que tenemos que rechazar categóricamente, venga de quien venga.
Entre esos Principios se encuentra el Mandamiento “No matarás”, correctamente interpretado desde el Antiguo Testamento como “No matarás al inocente”. El absoluto carácter inviolable de la vida humana inocente es una verdad moral explícitamente enseñada en la Sagrada Escritura, mantenida constantemente en la Tradición de la Iglesia y propuesta de forma unánime por su Magisterio. Esto queda claro, aparentemente, para todos los católicos.
En su Carta Enciclica Evangelium Vitae, SS. Juan Pablo II nos recordaba:
“Desde sus inicios, la Tradición viva de la Iglesia —como atestigua la Didaché, el más antiguo escrito cristiano no bíblico— repite de forma categórica el mandamiento « no matarás »: « Dos caminos hay, uno de la vida y otro de la muerte; pero grande es la diferencia que hay entre estos caminos... Segundo mandamiento de la doctrina: No matarás... no matarás al hijo en el seno de su madre, ni quitarás la vida al recién nacido...” (Evangelium Vitae).
Así pues, queda claro: la oposición al aborto no es negociable.
Ahora se nos presenta un nuevo reto en la promoción, como bueno y aceptable, del matrimonio homosexual.
Incongruentemente, el Vice-Presidente de los Estados Unidos se declara partidario de una legislación que legalice esta unión, pese a decirse católico practicante. Públicamente el Presidente Obama lo secunda. En un año electoral esto es especialmente grave.
El debate es global, como todo es hoy en día, pues la posición de la Iglesia es firme y unánime. En su oposición al matrimonio homosexual, la Iglesia de Argentina expresó que "no se está en contra de, sino a favor del bien común, la racionalidad y la dignidad del ser humano". En el Reino Unido, en una carta pastoral se afirma que los católicos "tienen el deber de hacer todo lo posible para garantizar que el verdadero significado del matrimonio no se pierda para las futuras generaciones". Para la Arquidiócesis de México la propuesta de legalizar los matrimonios homosexuales va en contra de la familia y contradice los sacramentos del matrimonio. El Arzobispo Primado declaró: "Nuestros niños y jóvenes corren un gravísimo riesgo al ver como normales este tipo de uniones y entender equivocadamente que las diferencias sexuales son un simple tipo de personalidad, dejando así de apreciar la dualidad de la sexualidad humana, que es condición de la procreación y por tanto de la conservación y desarrollo de la humanidad".
Desde el Antiguo Testamento se condena en duros términos la práctica del homosexualismo. La Iglesia nos enseña siempre repudiar el pecado, no el pecador. También sabemos que la tentación no es pecado en sí tanto en cuanto logremos sobreponernos a ella. Hacer aparecer como “normal” la relación sexual entre hombre y hombre o entre mujer y mujer, es borrar la línea divisoria entre “tentación” y “pecado” con todas sus nefastas consecuencias.
San Pablo fue categórico: “¿No sabéis que los malvados no tendrán parte en el reino de Dios? No os dejéis engañar, pues en el reino de Dios no tendrán parte los que cometen inmoralidades sexuales, ni los idólatras, ni los que cometen adulterio, ni los afeminados, ni los homosexuales…”( 1-Corintios )
Así pues, enfrentados a la realidad de una elecciones presidenciales en Estados Unidos donde uno de los partidos políticos ha optado por apoyar tanto el aborto como el matrimonio homosexual, se hace perentorio alertar sobre el peligro que se cierne sobre nuestra sociedad y, muy especialmente, sobre las generaciones futuras de esta nación. Peligro que no se puede minimizar, accionar nuestro que no puede demorar.
Nuestro voto, alejado de otras simpatías y consideraciones personales, no puede ir a quienes propongan leyes que se opongan a nuestros claros principios. Cerrar los ojos es pecado de omisión.
Decía Aristóteles que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo lo que es. Así pues, no podemos ser católicos para la parte y no para el todo.
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