La revista Foreign Affairs acaba de publicar una devastadora reseña del libro titulado "After the Music Stopped: the Financial Crisis, the Response, and the Work Ahead". Pero no porque considere que la obra escrita por Alan S. Blinder esté mal escrita o adolezca de graves defectos en su análisis económico, sino porque el autor de la reseña, J. Bradford DeLong, estima que sus planteamientos son excesivamente "optimistas".
Tal es así que la reseña de este libro en Foreign Affairs aparece titulada como "The Second Great Depression" y subrayada con el inquietante cuestionamiento de "Why the Economic Crisis is Worse than you thing". Es notable que alguien se atreva a plantear la afirmación de que, efectivamente, enfrentamos una "segunda Gran Depresión" y que nos está tomando desprevenidos porque la "crisis económica" que la está causando "es peor de lo que todos creemos".
Sobre este tema tan candente, ha quedado esbozada la inminente realidad de un derrumbe económico que sacuda desde sus cimientos al mundo capitalista en varios análisis anteriores publicados en estas páginas, como "This new bubble will eventually burst", donde afirmaba que la economía subyacente a la nueva burbuja que ahora está creciento no es sostenible dentro de los parámetros de la política económica actual, o como "EEUU al borde del abismo: un sólo paso en falso será definitivo", que destacaba el derroche presupuestario, el crecimiento incontrolado de la deuda y otros lamentables factores de una mala política económica que desembocarán en una situación donde "en el momento menos pensado, por circunstancias difíciles de prever, como suele ocurrir en estos casos, puede producirse el derrumbe, abrirse el abismo de una profunda y prolongada depresión económica y bastará una chispa que cause el pánico".
Esta realidad que nos mantiene al borde del abismo no se debe a que el capitalismo y las políticas de libre empresa y libre comercio sean nocivos ni, mucho menos, causantes de esta prolongada crisis, sino a que se pretende formular soluciones populistas que enmascaran la gravedad del problema en el corto plazo pero empeoran la magnitud ulterior del reventón depresivo que estallará tarde o temprano si no se cambia de rumbo.
Esta reseña en Foreign Affairs invoca comparaciones con los hechos de la Gran Depresión de 1929 y su secuela durante toda la década que condujo a la II Guerra Mundial, las cuales son sumamente inquietantes por su notable similitud con el presente. Sobre todo porque reconoce que no hay una recuperación sostenible y que la economía recesiva se prolongará durante toda esta década, hasta más allá de 2020.
Por otra parte, reconoce también una realidad que alivia la situación en comparación con la de 1929, que consiste en todas las medidas sociales, políticas y del régimen bancario que se establecieron durante la Gran Depresión y en años posteriores, precisamente para evitar que se repitiera ese desastre. Efectivamente, esas normas, controles y políticas que se consolidaron durante la segunda mitad del siglo XX dan más tiempo a los políticos para recapacitar y tomar medidas que pongan freno a la depresión antes de que sea demasiado tarde, lo cual da un respiro al mundo libre y un motivo de esperanza.
El problema es que el autor se muestra pesimista por razones evidentes para todos, porque no hace falta ser economista ni experto para comprender que las soluciones económicas se están viendo supeditadas, tanto en Estados Unidos como en Europa a debates e intereses políticos, convirtiéndose en una pugna partidista por el poder en lugar de una honesta colaboración.
No caigamos en la tentación de culpar a los sectores políticos que no son de nuestra preferencia o, como lamentablemente hacen algunos, a "todos los políticos", bajo el lema absurdo de "¡que se vayan!". Perdemos el tiempo si buscamos culpables en lugar de exigir soluciones a nuestros políticos. No obstante, eso sí, debemos tachar de nuestras preferencias a cualquiera que esté haciendo campaña política (abierta o encubiertamente) en el proceso de identificar los problemas y tomar decisiones con el propósito de manipular la crisis en su beneficio. Y a la hora de aplaudir decisiones acertadas, es indispensable que no nos detengan consideraciones partidistas o sectarias. No importa el color político de quien las formule para brindarles nuestro reconocimiento.
Lamentablemente, el reseñador de este libro acaba por abrazar la política fiscal promovida por John Maynard Keynes y por declarar anatema cualquier intento de austeridad. Es como recomendarle a alguien que ha llenado todas sus tarjetas de crédito con deudas que ya no puede pagar, que busque la forma de obtener otras tarjetas de crédito para pagar sus deudas anteriores, cuando la solución auténtica consiste en reducir su presupuesto hasta lograr equilibrar sus gastos al nivel de sus ingresos o, mejor aún, a un nivel que le permita el ahorro y la posible promoción de empresas productivas posteriores. Tanto la persona como el país afectado deberán atravesar penurias en un período razonable de austeridad, deberán privarse de muchas cosas, pero abrirán con su ponderación económica las puertas a un futuro mejor, más equilibrado, que les permitirá vivir en paz y dentro de sus posibilidades hasta que su esfuerzo y tenacidad le faciliten un mayor progreso y bienestar.
Aunque la libertad de empresa y de comercio son condiciones indispensables para cualquier recuperación económica, sus proponentes no deben cegarse tampoco con los destellos de la teoría ultraliberal del laissez faire, que en la historia ha causado tanta corrupción y tantos abusos. Las finanzas, sobre todo en un mundo tan complicado como el de hoy, deben estar cuidadosamente controladas y supervisadas por el Estado. No significa esto que el Estado tenga potestad interventora ni tampoco capacidad legal de manipular costos, precios o iniciativas, sino la de vigilar el fraude y los excesos de las inversiones de riesgo y otros medios de inversión derivativos que se aprovechan de anomalías o triquiñuelas legales para beneficio de unos pocos a costa de muchos.
El reseñador de este libro que ha despertado nuestra inquietud contesta a su propia pregunta de "¿Qué debemos hacer?" de una forma algo sesgada y partidista, echándole las culpas al Congreso de frenar las buenas iniciativas presidenciales (en EEUU), pero hace una recomendación que es muy apropiada para todos los países democráticos que atraviesan estos tiempos de incertidumbre económica: "remind voters and journalists of who was right and who was wrong."
Efectivamente, esa es nuestra labor de ciudadanos en un país democrático. Nos toca dedicar algún tiempo a investigar las decisiones políticas de los candidatos que ya tienen antecedentes en la carrera del "servicio público" y la experiencia y el historial profesional o de empleo de los novatos en la arena política. Si vamos a las urnas enamorados de una apariencia simpática o abrumados por numerosas promesas bonitas, sin hacer nuestro trabajo de ciudadanos, no nos quejemos después cuando tengamos que pagar las consecuencias. También nos toca dedicar algún tiempo para enviar notas o cartas a quienes hemos elegido expresándoles nuestras quejas, nuestras aspiraciones y nuestras demandas. El político inteligente y bien intencionado se cuidará mucho de leer esas opiniones y considerar sus planteamientos si aspira al éxito en su carrera pública.