¿Liberalismo o libertinaje económico?

Aunque discrepo con bastante frecuencia de los planteamientos que suele ofrecernos Joseph E. Stiglitz, de Columbia Univ. en Nueva York, sobre todo cuando se adentra en la ciencia política y en la sociología, disciplinas que no son parte de sus antecedentes académicos, es importante destacar uno de sus recientes artículos sobre la era de crecientes monopolios, a los que yo añadiría también "de crecientes y enormes oligopolios".

Aparte de algunas consideraciones que apuntan a su tendencia hacia el Socialismo, es correcta su preocupación por las enormes bonificaciones que se asignan los altos funcionarios bancarios, a veces hasta llevar a sus empresas a la ruina y provocar baches económicos y hasta veraderos colapsos a nivel nacional.

Siglitz destaca también la tendencia oligopólica -que frecuentemente desemboca en monopolios- en los medios de comunicación social e Internet, en los seguros de salud, en las empresas farmacéuticas y en la agricultura, a las que creo certero añadir las cadenas de tiendas especializadas en EEUU (como Home Depot y Office Depot), las empresas de comida rápida, etc; una tendencia que acaba por destruir la competencia empresarial que es esencial en una economía equilibrada que beneficie al consumidor.

Con excepción de los economistas inspirados por el marxismo o educados en él, la ciencia económica demuestra que la competencia siempre beneficia al consumidor con precios más bajos, pero también beneficia generando una tendencia hacia una mayor variedad de productos, una mejor calidad de los mismos y un incentivo a la innovación, características de las que carecen los monopolios y oligopolios. Para el lector que no está al tanto de lo que son los "oligopolios", aclaro que es una forma de mercado en la que el mercado o industria está dominado por un pequeño número de vendedores y/o productores y fabricantes, los cuales cooperan entre sí para dominar el mercado y crear barreras a la entrada de nuevas firmas.

Es excepcional que un monopolio sea legítimo, aunque pueden serlo cuando se trata de una compañía, como Microsoft -por sólo poner un ejemplo-, que abruma al mercado en un determinado momento con una notable invención o innovación. No obstante, sólo es legítimo en tanto no surjan otras empresas que ofrezcan soluciones distintas o mejores a los consumidores. Cuando un gigante como Microsoft compra (o virtualmente se apodera adquiriendo una mayoría de acciones) una o varias de estas empresas nacientes que no pueden resistir la jugada financiera del gigante, lo hace para eliminar la competencia y seguir controlando el mercado. Lo mismo está sucediendo con los grandes bancos que van adquiriendo y eliminando la competencia de bancos locales que servían al consumidor con mayor eficiencia y más amabilidad.

En el caso de los bancos, que no hace tantos años eran permitidos en Estados Unidos sólo como empresas estatales y no nacionales y que, además, hasta hace muy poco (durante el Gobierno de Clinton) eran instituciones comerciales separadas del área de las finanzas y la bolsa de valores, la tendencia oligopólica es más fuerte cada día que pasa, sobre todo desde que recibieron fuertes subsidios para impedir su quiebra -debido a los malos manejos financieros y a las cuantiosas bonificaciones que se asignaban festinadamente sus altos funcionarios-, calificando ess subsidios como un "rescate" con el pretexto de que "eran demasiado grandes" para permitir su quiebra en 2009.

Como bien cita Stiglitz de un informe del "Council of Economic Advisers (CEA)" de EEUU, las consecuencias de todo esto son más que evidentes en las estadísticas que demuestran una creciente desigualdad a todos los niveles, tanto entre los individuos como entre las empresas, de conformidad con el informe de la CEA, en el que se señala que “90th percentile firm sees returns on investments in capital that are more than five times the median. This ratio was closer to two just a quarter of a century ago.” En otras palabras, que esta desigualdad se ha más que duplicado en su proporción de hace apenas 25 años.

Stiglitz tiene razón cuando afirma más adelante que "muchos de los supuestos sobre las economías de mercado se basan en la aceptación del modelo competitivo, con rendimientos marginales en consonancia con las cotizaciones sociales. Esta visión ha dado lugar a vacilación sobre intervención oficial ...". Y es que aunque estemos a favor del liberalismo económico, la libre empresa, el libre mercado, no podemos ignorar las maquinaciones de los ambiciosos que acumulan el poder del dinero y lo utilizan para aplastar a los más débiles. En todos los países democráticos hay legislación anti monopolios. El problema se produce y agudiza cuando se aplica débilmente o no se aplica, con el pretexto de que si "la economía va bien", para qué intervenir. El Estado interventor no es bueno, pero el Estado protector sí lo es. Y es precisamente función del Estado proteger a los más débiles y, en este tema en particular, tomar medidas firmes contra la formación de monopolios y oligopolios, o proceder a la desintegración de los que ya existen.

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