El Paternalismo en las políticas destinadas a solucionar los problemas de la extrema pobreza, no funciona. Son patentes las pruebas crueles y lamentables de la abrumadora miseria que se extiende alrededor del mundo después de años, décadas y hasta siglos de obras de caridad y de un derroche multibillonario de subvenciones y otras "ayudas" distribuidas entre los más pobres.
No podemos tampoco aspirar a erradicar la pobreza, simplemente porque siempre habrá diferencias provocadas por la capacidad, la suerte, la iniciativa o las circunstancias favorables o adversas que determinan el fracaso o el éxito de las personas. No obstante, es posible erradicar la extrema pobreza –la miseria– con políticas adecuadas que se ajusten al principio de "no regalar el pescado sino enseñar a pescarlo".
Lo que están haciendo los gobiernos del mundo y muchas iniciativas de caridad cristiana y de otras religiones es crear un síndrome de dependencia que anula la iniciativa individual y el esfuerzo de superación de las personas a las que, de hecho, se les está inculcando que la única salida de subsistencia que tienen a su disposición es la limosna. Esto no quiere decir que esos programas de gobierno y esas obras de caridad deban eliminarse en su totalidad, sino que deben limitarse a quienes por motivos físicos o mentales no tienen una oportunidad mínima de superarse y abrirse camino en la vida. O también deben existir para brindar asistencia temporal a los damnificados de catástrofes, accidentes o un golpe negativo de la suerte, hasta que se les pueda encaminar al mercado del trabajo o a cualquier iniciativa de libre empresa.
Esto es a nivel personal; pero a un nivel comunitario o internacional, tampoco solucionan el problema de la extrema pobreza, la miseria y la hambruna los programas de "ayuda" que se prestan a los gobiernos de países más pobres para que los distribuyan en régimen de dependencia entre la población más necesitada, al tiempo que provocan notables casos de corrupción que enriquecen a los intermediarios sin que los más necesitados logren escapar de ese desesperanzador estado. Más valdría que los programas fueran más bien de “asistencia” y no de “ayuda” que se ofrecieran mediante equipos especializados que acudieran a esos países para darles adiestramiento a los más necesitados en aquellas profesiones u oficios que pudieran crear nuevas fuentes de trabajo capaces de brindarles un nivel de vida digno con la posibilidad de progresar gradualmente a estratos más altos de la sociedad.
Además de las caridades de fuentes religiosas, como World Vision o Caritas, tenemos USAID, CARE, etc., etc. Algunas, como la iniciativa protestante de World Vision o iniciativas católicas como la de los Agustinos en Perú o la del Padre Alejandro en Choluteca, Honduras (foto), aplican el concepto del adiestramiento y el desarrollo comunitario, siguiendo el principio de "enseñar a pescar". Pero son muy pocas y aisladas, dependiendo de donativos que apenas alcanzan para desarrollar algunos programas a nivel local.
La Agenda para el Desarrollo, más conocida como "La Declaración del Milenio". estableció en 2000 los "Objetivos de Desarrollo del Milenio" con metas que debían cumplirse para el año 2015, tales como "Erradicar la pobreza extrema y el hambre", pero es un hecho que en 2021 se calculaba que más de 1.500 millones de personas en todo el mundo sufrían de extrema pobreza y hambre. La pura verdad es que además de esos y otros proyectos y programas internacionales, el dinero a manos llenas es el que corre de gobierno a gobierno de la manera más ineficaz que perpetúa la dependencia y la pobreza; al mismo tiempo, fomenta la corrupción administrativa en esos gobiernos. Además, muchos países avanzados favorecen con políticas de proteccionismo a sus productores "para que puedan competir" con los productores del tercer mundo y hasta les dan subsidios para que puedan producir y vender a precios muy bajos y artificiales.
Un ejemplo de esto es la producción de arroz en Estados Unidos que, beneficiada por el proteccionismo y los subsidios, llegó a competir con la producción de arroz en Haití hasta el punto de destruir la industria arrocera en ese país cuando los excedentes de la producción de Estados Unidos llegaron de forma masiva en un programa de "ayuda" que se prolongó por meses y años sin que se realizaran esfuerzos de reconstrucción. Los haitianos, de empresarios y empleados en la industria arrocera se convirtieron en dependientes de la limosna de Estados Unidos. Además, los mercados haitianos se vieron inundados por muchos productos procedentes de otros países después del terremoto de 2010, los cuales también eran producidos en Haití, obligando a los productores nacionales a abandonar todo propósito de reconstruir sus empresas y reanudar la producción ante una aguda caída en la demanda y los precios provocada por esa limosna internacional.
Lo mismo ha estado sucediendo en África, donde esa ayuda masiva de productos agrícolas regalados ha empobrecido al campesinado productor hasta obligarlos a abandonar sus cultivos debido al derrumbe de los precios que hizo improductivos sus esfuerzos de producción agropecuaria, obligándolos a emigrar a los centros urbanos, donde han creado inmensos núcleos de población miserable en los arrabales.
El problema se complica porque los gobiernos donantes pagan generosamente por esa mercancía a los productores que se enriquecen con un mercado seguro que depende del presupuesto de ayuda exterior de su país y no implica el riesgo de fluctuaciones en la demanda. Este proceso es también proclive a la corrupción administrativa porque los políticos compran indirectamente los votos de esos sectores favorecidos con esta política. Además, se da también con frecuencia que esos mismos políticos tienen intereses familiares involucrados en las empresas productoras.
Un gobierno que se disponga a cambiar esta política se busca muchos enemigos, tanto en el interior del país como en el exterior. Estos intereses creados son muy poderosos y tienen la capacidad de influir en los procesos electorales. Por lo tanto, el único recurso de los ciudadanos consiste en respaldar al gobernante que lo intente y amenazar a sus representantes y senadores, o a sus diputados en los sistemas parlamentarios, con retirarles el voto si no apoyan una política de cambio en este sentido o si persisten en políticas de "ayuda" exterior que son muy costosas para el país y, al mismo tiempo, absolutamente ineficaces para resolver el problema de la miseria y la hambruna en los países más pobres.
Al mismo tiempo, nos toca respaldar con generosidad las iniciativas de organizaciones caritativas y otras organizaciones no gubernamentales (ONGs) que estén desarrollando programas de adiestramiento y creación de empleos y de desarrollo y modernización de la infraestructura en los países necesitados.
En otras palabras, la solución consiste en fomentar la cultura del trabajo y el esfuerzo propios mediante el adiestramiento y la orientación a la iniciativa privada para satisfacer las necesidades y la demanda local o comunitaria y para ampliarla, de ser posible, a otros mercados en aquellos sectores donde haya ventajas económicas y de precios sobre los productos importados.
En resumen, la solución consiste en abandonar esas políticas de dependencia paternalista para impulsar el amor al trabajo y la consecuente iniciativa privada: dejar de regalar el pescado y enseñar a pescar.