[El autor es Dr en Economía y Relaciones Internacionales, UAM;
Ldo en Filosofía, UAM; Ingeniero Industrial UPM;
MBA por Carnegie-Mellon.]
Resumen: El alto déficit impide poder recurrir a la clásica medida keynesiana de utilizar al gasto público para estimular la demanda, pero no impide que se puedan producir estímulos por el lado de la oferta. Ese tipo de medidas pone la presión en la microeconomía, señalando que son todos los actores económicos los que deben contribuir a salir de la crisis sacándose a si mismos, a sus familias y a sus empresas de ella, a base de replantearse los bienes y servicios que pueden producir o prestar competitivamente, recortando costes y viendo la forma de reducir precios. En este sentido, el Gobierno no debe pretender salvar al país, sino eliminar trabas y poner los medios para que cada cual pueda resolver su problema. El Gobierno, como un agente económico más, debe esforzarse por sacar de la crisis al Estado, reduciendo costes y plazos administrativos, eliminando servicios no rentables socialmente, simplificando las estructuras del Estado y saneando las finanzas públicas.
Las diferencias de criterio entre los diferentes políticos surgen de las diferencias ideológicas implícitas en los diferentes modelos económicos que manejan, creando un clima de incertidumbre y descoordinación. En las circunstancias actuales es el Modelo Austriaco el que parece tener los objetivos más claros, pero la gravedad de la situación hace que sus recetas sean gravosas y de resultados a un plazo más largo del que muchos sectores de la población pueden aceptar.
La novedad y complejidad de la crisis reclama soluciones ad hoc. La posibilidad de inyecciones monetarias por parte del BCE no deja de tener los riesgos que tan bien documentados tiene la Teoría Austriaca, pero en la actual situación de baja inflación, escasa velocidad monetaria, falta de liquidez y estando tan lejos del pleno empleo, si parecen justificados los estímulos monetarios controlados que no disparen la inflación pero estimulen la economía.
La mayor amenaza es la elevada deuda, por lo que habría que ver los medios de reducirla como sea, por ejemplo, privatizando activos públicos y dedicando los fondos obtenidos a amortizar deuda. Lo que aquí se propone es resolver el problema godiano de la deuda de un tajo. El plan es que los países de la Zona Euro cedan sus derechos fiscales a Europa, a cambio de que Europa asuma la deuda soberana de esos países mediante un proceso en varias fases que se explica.
Las salidas de la crisis.
Una consideración previa para recordar la diferencia entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas, también llamadas ciencias sociales. Mientras que las ciencias de la naturaleza están sujetas a relaciones causales, las ciencias humanas se rigen por fines; lo cual hace que mientras las ciencias de la naturaleza permiten predecir efectos y hacer predicciones, las ciencias humanas establecen correlaciones que describen y explican lo ocurrido en el pasado y señalan tendencias.
En el caso de la economía, Hayek, uno de los fundadores de la Escuela de Viena y premio Nóbel, descubrió que, además de las premisas técnicas de los diferentes modelos, hay premisas ideológicas (él lo llama jerarquía de valores del economista) ideas que contaminan los modelos con prejuicios, es decir, con juicios a priori que no son ni técnicos ni científicos. Como consecuencia, se dan múltiples sistemas económicos que no dejan de contradecirse entre ellos.
Hace unos días, Olivier Blanchard, director de los economistas del FMI, decía que los mercados y las autoridades económicas están esquizofrénicos. Lo que no aclaraba, es que la razón de esa esquizofrenia está en que la actualidad hay vigentes no menos de cuatro teorías económicas. Por vigentes entiendo que son seguidas y aplicadas por los grandes gestores de la economía y por los diferentes gobiernos, unas por unos y otras por otros, llegando a conclusiones distintas sobre los mismos hechos y proponiendo soluciones contradictorias a un mismo problema.
Otra dificultad de la ciencia económica es que trata de una realidad de geometría variable, de forma que, aunque todas son economías, no es lo mismo una economía de guerra, como la inglesa durante la II Guerra Mundial, que una economía de reconstrucción, como la de Alemania de la posguerra o la japonesa tras el sunami, que una economía floreciente, como la de los EEUU durante la guerra fría, o que una economía en crisis, como la de esos mismos EEUU desde el 29 hasta la guerra. La oruga y la mariposa son la misma pero no son lo mismo. La realidad económica es una entidad histórica.
Con todo, llevamos más de doscientos años desarrollando teorías económicas que han probado ser útiles en al menos un momento histórico dado. Así, la economía Keynesiana ayudó a salir de la crisis del 29, la economía marxista permitió a Stalin poner en pie una industria bélica que sorprendió a Hitler y frenó la invasión alemana, la teoría económica austriaca fundamentó el milagro alemán, la recuperación económica de la era Tacher y la integración de la Alemania Oriental en la Occidental, y el monetarismo de Chicago amparó el desarrollo económico de la era Greenspan.
Un problema de las diferentes teorías económicas es que no están faltas de efectos colaterales, debidos, en gran parte, a la falta de flexibilidad del componente ideológico.
La economía, la ciencia para satisfacer el mayor número de necesidades con recursos escasos, se fundamenta en dos principios: La práctica económica se realiza mediante transacciones equitativas y los agentes económicos procuran maximizar la satisfacción de sus necesidades.
Fue Adam Smith el primero en reconocer que el primer principio de la economía no era exactamente cierto, porque los agentes económicos hacen intercambios pensando en que ambos ganan, pues de lo contrario no lo harían, lo cual supone que el mero intercambio ya crea, por sí mismo, riqueza, pues aumenta la satisfacción de las partes. Respecto al segundo principio, habría, en primer lugar, que definir el concepto de satisfacción en un sentido amplio, sin limitarlo a aspectos materiales e incorporar el sentimiento de solidaridad como una necesidad humana más a satisfacer.
A fin de poder contar con una referencia para analizar las salidas que la actual situación brinda a la crisis, vamos a recordar elementos de la teoría neoclásica, que nos permitan disponer de conceptos adecuados al caso. Como todos los modelos, será una abstracción simplificada de la realidad, pero útil.
Para ilustrar el proceso de intercambio, consideraremos, en primer lugar, dos funciones económicas: la de consumidor y la de productor. Ambas son funciones, es decir, no son agentes económicos. Un mismo agente, un zapatero, actuará como productor cuando esté confeccionando un zapato y como consumidor cuando está visitando El Corte Inglés y una fábrica, típicamente productora, actúa como consumidora cuando adquiere equipamiento y materiales que compra a otros productores.
Si representamos a los consumidores por la letra C y a los productores por la letra P, podemos trazar un esquema como el siguiente:
Para poder producir, los productores necesitan recursos que les proporcionan los consumidores, (línea negra de la izquierda). Fundamentalmente de tres tipos: mano de obra, locales o tierras y capital. Por esos recursos, los productores retribuyen a los consumidores con rentas: rentas del trabajo o salarios, rentas de los locales o alquileres y rentas del capital o dividendos e intereses, según la cesión se realice participando en la propiedad o como préstamo, (línea azul de la izquierda).
Los productos que los productores producen los entregan a los consumidores, (línea negra de la derecha) quienes remuneran a los productores pagando un precio, (línea azul de la derecha).
En resumen, se crean dos circuitos: uno de bienes y servicios que constituyen la economía real, (líneas negras) y otro de medios de pago que constituyen la economía financiera (líneas azules). Ambos circuitos giran concéntrica y sincronizadamente, en sentidos contrarios, de manera que el valor de los productos intercambiados sea igual al valor de los medios de pagos entregados en el intercambio (primer principio de la economía).
Se puede cuantificar la sincronización de ambos circuitos por la fórmula:
P . Q* = M . v
Donde P son los precios, Q* es el volumen de actividad económica, las cantidades de bienes y servicios transmitidos en el total de las transacciones realizadas por unidad de tiempo, M es la masa monetaria, el conjunto de medios de pago disponibles, y v la velocidad media de circulación de los medios de pago por unidad de tiempo. (Tanto M como Q* son vectores y P . Q* es un producto vectorial)
La crisis que padecemos se produce cuando una parte de los activos financieros, las famosas subprime, se desmoronan y lo que estaba valorado en varios miles de millones resulta que vale cero, iniciándose una crisis financiera en los EEUU que rápidamente se extiende a todo el planeta. Las subprime fueron el detonante, pero la crisis se venía gestando durante años con la expansión del crédito.
Al fallar la masa monetaria M se resiente el volumen de actividad Q* y se relantiza la velocidad de circulación v, con lo que se inicia una crisis de la economía real al descender la actividad económica y , como resultado, se genera paro. Los precios, una variable que debiera haberse ajustado de forma automática a la nueva situación, equilibrando el sistema y evitando la caída de la economía, no lo hacen por la resistencia a la baja de los precios y salarios.
Es importante comprender este punto, si los precios y los salarios se hubiesen depreciado, la actividad económica se hubiese resentido mucho menos, pues si el producto es menor y uno de los factores disminuye, el otro no tiene por qué hacerlo; demostrándonos que una deflación, algo siempre difícil, ayudaría a salir de la crisis.
La caída de la actividad reduce los ingresos del estado y el aumento del paro incrementa los gastos sociales, con lo que se produce una crisis fiscal. Crisis que se materializa en el déficit del Estado y, al ir agotando el crédito, se transforma en una crisis de la Deuda Soberana.
El aumento del paro hace que muchos no puedan pagar sus hipotecas, con lo que se fragua una crisis bancaria, crisis que se acrecienta con la crisis fiscal, al comprar los bancos deuda del estado e irse deteriorando la calificación de ese riesgo, haciendo que la Deuda Soberana pierda su carácter de activos solventes y pasan a incrementar el riesgo de los activos bancarios.
En el caso de España, este panorama se encuentra enmarcado en tres estructuras que son nuevas respecto a otras crisis clásicas: La estructura territorial de las CC.AA. la integración en la Europa del Euro y la integración económica en un mundo globalizado.
Las CC.AA dificultan la elaboración de los presupuestos y el control del gasto público, la pertenencia al euro nos impide utilizar con libertar medidas monetarias y la globalización encierra un dato aterrador que es la diferencia entre nuestros elevados salarios y los de las naciones en desarrollo con las que competimos, lo cual va creando sucesivos episodios de deslocalización de la industria occidental y amenaza con un futuro muy preocupante.
En resumen, una situación compleja y complicada.
¿Cómo pudo producirse? A principios del 2007, un hijo mío que vive en Nueva York, me pregunto si veía posible una crisis como la del 29. Lo consideré y le dije que no, porque gracias a la crisis del 29, ahora teníamos reguladores como los Bancos Centrales y las Comisiones Nacionales del Mercado de Valores, se hacían auditorias, se tenían reguladas las actividades financieras, se fijaban coeficientes de caja a los bancos y se contaba con buenos sistemas de control del riesgo.
El problema fue que la supervisión resultó insuficiente, la regulación mala, el sistema global quedaba incontrolado y no regulado, el control del riesgo relajado, la gestión bancaria politizada en muchas instituciones, había exceso de liquidez y expansión crediticia desmedida, las instituciones estaban sobredimensionadas, el gasto público desbocado, el endeudamiento galopante... me equivoqué y nos sorprendió la crisis, a todos menos a mi hijo Bruno... y a los economistas de la Escuela de Viena.
Si analizamos gráficamente la relación entre los precios y la actividad económica que vemos en la primera parte de la fórmula del equilibrio económico, vemos que, desde el lado de la demanda, y como la fórmula indica, cuanto menores son los precios, mayor es la demanda, lo cual se puede representar por una especie de hipérbola.
Si el análisis lo hacemos desde el lado de la oferta, observamos que la producción crece a medida que los precios suben, con lo que obtenemos una curva aproximadamente simétrica de la anterior respecto a un eje vertical.
A un nivel de precios P* se produce el equilibrio donde se cruzan las dos curvas y lo producido, Q*, es igual a lo consumido
A la vista de ambas gráficas Keynes consideró que estaba muy claro lo que habría que hacer para salir de la crisis del 29, bastaría con estimular la demanda. Si desplazamos la demanda hacia arriba, las curvas se cortarían más a la derecha, aumentando la actividad económica, desplazando la Q* a la derecha, y reduciendo el paro.
Dado que la demanda es igual al Consumo más la Inversión más el déficit del Gobierno más la balanza del comercio exterior o diferencia de las Exportaciones sobre las Importaciones
D = C + I + G + X
Bastaría con ir estimulando cada una de esas componentes de la demanda para ir incrementando la actividad económica.
El Gobierno tendría que: Reducir los impuestos para dejar más efectivo en manos del público, lo que aumentaría el consumo, bajar los tipos de interés, lo que aumentaría las inversiones, aumentar los gastos públicos a la vez que se reducían los impuestos y bajar el tipo de cambio de la moneda para primar a las exportaciones sobre las importaciones.
Se hizo y funcionó, con lo que se salió de la crisis y Keynes recibió el Premio Nóbel.
¿Por qué no hacemos lo mismo ahora?
Porque la realidad económica es de geometría variable y la crisis de hoy en España no es la del año 29 en USA, ni España son los EE.UU. No podemos bajar los impuestos porque deterioraríamos más el déficit. No podemos bajar el tipo de interés porque depende del BCE y no está en nuestras manos. No podemos aumentar el gasto público porque aumentaría el déficit y no podemos devaluar la moneda porque el euro también depende del BCE.
¿Qué hacer? Parece que estemos en un callejón sin salida, las medidas monetarias no están en nuestras manos, y si tomamos medidas fiscales expansivas aumentamos el déficit y si corregimos el déficit frenamos aún más la economía.
Afortunadamente, el modelo Keynesiano no es el único. Los keynesianos, acostumbrados a relacionar la inflación con el crecimiento, ya se llevaron unos cuantos sustos con las hiperinflaciones de América del Sur y se descontrolaron con la estanflación de los 70, cuando la inflación se veía acompañada de recesión económica. Llegó a hablarse del fin de Keynes ...
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