La insidiosa y agresiva lucha de clases, disfrazada de "justicia social",
apunta al desmantelamiento de la sociedad moderna para dar paso
al socialismo utópico y allanar el camino de un centralismo totalitario que lo imponga.
Los movimientos de masas se orientan a erradicar todo enfoque del ser humano como "persona" de dos formas:
1) consumiendo su identidad y singularidad para sepultarla en "las masas"; y,
2) agrupándolas en "clases" que las identifiquen por su raza, edad, ingresos, religión, etc.
De esta manera, los demagogos y propagandistas pueden aparentar que abogan por el bienestar de "la gente", de esas "clases" en su conjunto, mientras las dividen para fomentar la rivalidad y el odio hacia "los otros", según sea necesario para lograr un colapso definitivo de la sociedad existente y ejercer el control de la nueva que prometen mejor.
¿Por qué tantos se siente atraídos por la barbarie que fomentan estos movimientos de masas? Porque animan y estimulan a una audiencia receptiva que que se agrupe entre los desencantados, los descontentos, los insatisfechos e inadaptados de la sociedad. Entre tantos que no están dispuestos o no pueden asumir la responsabilidad de sus propias condiciones reales o percibidas, sino que culpan a su entorno, al "sistema" y a "los otros". Se sienten atraídos por las falsas esperanzas y promesas de la transformación utópica y las críticas de la sociedad existente, que los convence de haber sido injustamente marginados.
A esta masa se le suman otros "tontos útiles" que buscan pertener a un grupo y llegan a convencerse de que los defectos de la sociedad en que viven no pueden corregirse y aceptan entonces los agresivos reclamos de "cambio" sin percibir que están orientados a destruir la estabilidad social para construir otro entarimado social muy diferente.
La propaganda insidiosamente agresiva y envidiosa que los convence proclama que "nadie debe ser mejor que nadie", independientemente de los méritos o el valor de su contribución al entorno social. Al explotar las debilidades humanas, las frustraciones, los celos y las desigualdades, provocan en el individuo un sentido de inferioridad y erosionan la autoestima en la vida del ciudadano descontento que ha sido tragado por la masa e incorporado a una "clase" en combate sin cuartel contra las otras clases "superiores".
Además, en los movimientos de masas el individuo es totalmente intrascendente como persona y sólo útil como una parte insignificante de una aglomeración, un engranaje de partes también insignificantes. Se convierte en un "activista" integrado a una clase para formar una homogenea masa combativa; ¡nada más y nada menos! Su existencia toma un giro desalmado y egoísta orientado a la destrucción de "los otros" que forman parte de las "clases" que envidia. Para lograrlo, la obediencia absoluta a los dirigentes de su clase es la virtud más elevada e irrenunciable.
Es asombroso que haya tantos que se dejan adoctrinar y no notan los hechos evidentes y comprobables que demuestran que estos movimientos de masas son intolerantes con la diversidad, la singularidad, el debate, la negociación, el compromiso, etc., pues su finalidad requiere un enfoque singular, único, centralizado. Son la semilla del totalitarismo porque no puede haber voces en competencia ni causas que retrasen u obstruyan la marcha larga y "justa" de la nueva sociedad que prometen construir de las ruinas del mundo en que viven.
Dependen del engaño, la propaganda, la dependencia, la intimidación y la fuerza.
En su estado más agresivo, a medida que la malignidad de la transformación, del "cambio", se vuelve más doloroso y su imposibilidad más evidente, la élite dirigente de esa utopía acaba incitando a la violencia en la medida en que se cortan las vías y mecanismos de libre expresión y se condena a la disidencia civil mediante la marea autoritaria de la "cancel culture". La violencia se convierte en el recurso principal de las "masas" y sus "clases" y la respuesta principal del Estado que la apaña. En última instancia, la única salida es la terminación del Estado de derecho para promover una nueva legislatura y una nueva Constitución.
Por lo tanto, los movimientos de masas se basan significativamente en el adoctrinamiento y el lavado de cerebro. La chispa que provoca este incendio la enciende una intelectualidad entusiasta o "expertos" comprometidos profesionalmente en desarrollar y difundir fantasías utópicas ... inmunes a la impracticabilidad y las consecuencias de sus proyectos.
Estos intelectuales titiriteros rara vez se presentan para un cargo público. En cambio, buscan influir en aquellos que lo hacen. Legislan tras bastidores, sin rendición de cuentas, afincando sus festinadas hipótesis en esa "lucha de clases" soñada por el Marxismo y practicada por el Leninismo, a la que disfrazan con la apariencia de librar una auténtica lucha por los desposeídos y los oprimidos, a quienes no le ofrecen los medios para que sus esfuerzos como personas cristalicen en una vida de mayor bienestar y progreso sino que los arengan para que destruyan la sociedad que podría en un ambiente de respeto, armonía y conciliación democrática perfeccionar sus carencias y corregir sus defectos.
Por el contrario, de la caja de Pandora de esas engañosas hipótesis de "cambio" mediante la lucha de clases brota con violenta ferocidad el totalitarismo.