Madrid, Jun.21.─ Ayer fue presentado en Madrid el informe anual de ACNUR Tendencias Globales, que describe la situación de los refugiados en el mundo. El estudio incluye datos alarmantes, como que a finales de 2012 más de 45 millones de personas se encontraban desplazadas forzosamente de sus lugares de origen, tres millones más que el año anterior. La mitad de los refugiados proceden de cinco naciones afectadas por la guerra: Afganistán, Somalia, Irak, Sudán y Siria, un país cuyo conflicto se ha convertido en solo dos años en el factor más importante de desplazamiento global. En contra de lo que podríamos pensar, son los países pobres, y no los desarrollados, quienes cargan con la parte del león en la protección de quienes huyen de una persecución de cualquier tipo: 8 de cada 10 refugiados residen en países en desarrollo.
España y sus gobiernos siguen siendo parte del problema y no de la solución. Como recordaba ayer CEAR con motivo del Día Mundial del Refugiado, "las solicitudes de asilo en nuestro país alcanzaron el año pasado un mínimo histórico: la cifra más baja en 25 años, desde que se realizan estos registros". Este récord infame es el resultado de un sistema concebido para evitar en primer lugar las solicitudes y restringir después las que son aceptadas.
Para un individuo que huye solo o con su familia de una persecución violenta en su país de origen, el reconocimiento de asilo en España se ha convertido en una verdadera carrera de obstáculos: la imposibilidad de acceder al territorio nacional o de solicitar asilo en las embajadas; la imposición de visados de tránsito para acceder a países más garantistas, como los nórdicos; la restricción de la movilidad de los solicitantes (como ocurre con aquellos atrapados en Ceuta y Melilla); y los períodos interminables de resolución del expediente (muy por encima de los seis meses que establece la ley) son solo algunos de los problemas a los que deben hacer frente.
En algunos casos, la situación se vuelve sencillamente kafkiana: los ciudadanos de Costa de Marfil tienen sus expedientes 'congelados' a la espera de la resolución del conflicto de intensidad variable que azota su país desde hace más de una década. Como si la declaración formal de un alto el fuego reconstruyese por arte de magia los entornos destruidos y borrase las hostilidades gangrenadas ...
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