Una flamante teoría sobre los determinantes del desarrollo económico
Reseña de Rolando Castañeda
Daron Acemoglu, profesor de Economía del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y James Robinson, economista, profesor de Gobierno de la Universidad de Harvard y experto en América Latina y África son los autores del libro “Por qué fracasan las Naciones: los Orígenes del Poder, la Prosperidad y la Pobreza” (Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty).
Random House, Inc., 2012
ISBN: 978-0-307-71923-2
Este provocador y erudito libro, recién publicado el pasado 20 marzo, presenta una teoría multidisciplinaria sobre los determinantes del desarrollo socioeconómico que da un decidido apoyo a aquellos que estamos convencidos de lo fundamental que es la activa participación política.
El libro logra la difícil tarea de hacer una contribución académica y a la vez atraer a los lectores no especializados, a lo que se une su oportuna aparición y que los temas cubiertos tienen gran vigencia. Entre ellos, la Primavera Árabe y del Medio Oriente que ya ha derrocado a tres regímenes (Túnez, Egipto y Libia) y se ha extendido a otros tres países (Bahréin, Yemen y Siria), así como las protestas de Occupy Wall Street de EEUU y los indignados de España que surgieron como foros de denuncia ciudadana contra el aumento de la desigualdad económica, la forma asimétrica en que se ha enfrentado la crisis financiera y el control de las instituciones políticas en algunos países. Adicionalmente los autores amplían su argumentación en una excelente página web en la que comentan las principales observaciones y críticas que reciben.
Los factores determinantes del desarrollo económico y su importancia en las diferencias en los niveles de bienestar internacional, han constituido una de las preocupaciones de los especialistas en estudios sociales desde que Adam Smith formulara la Riqueza de las Naciones en 1776. Entre otros factores, la geografía, el clima, la dotación de capital, la cultura y las políticas económicas de los dirigentes han fundamentado algunas de las más conocidas teorías y explicaciones sobre el desarrollo socioeconómico.
La búsqueda investigativa lejos de darse por terminada, ha seguido orientando los estudios de las ciencias sociales animada por el creciente contraste que se continúa observando entre las naciones, particularmente cuando se contemplan en cierta perspectiva histórica. El libro de Acemoglu y Robinson aun cuando no terminará con esas inquietudes de investigación, será muy probablemente una obra de referencia sobre la que gire buena parte de la discusión sobre el desarrollo económico en los próximos años.
Desde el prólogo del libro Acemoglu y Robinson rechazan los factores explicativos mencionados, y también en claro contraste con la tradición marxista, señalan que las instituciones son las determinantes del proceso de crear o absorber tecnologías. Así las élites pueden bloquear la implantación de innovaciones en los procesos productivos que desencadenen amenazas a sus privilegios. En su opinión, son las instituciones políticas y la política las que determinan el curso de las instituciones económicas y la economía.
El argumento central de los autores es que existen dos tipos de sociedades. Unas son las sociedades “extractivas” que concentran el poder en pocas manos (las élites) y crean instituciones con el objeto de proteger ese poder minoritario. Son sociedades excluyentes en oposición a las sociedades incluyentes que extienden los derechos de propiedad, admiten nuevas tecnologías y se re-crean (prosperan) “destruyendo” lo antiguo y admitiendo lo nuevo, lo que Joseph Schumpeter denominó la destrucción creativa.
Acemoglu y Robinson plantean que la prosperidad y el desarrollo económico se presentan en países con instituciones políticas y económicas incluyentes que propician los incentivos a la innovación y el cambio tecnológico. Las primeras se caracterizan por mantener un sistema político pluralista y centralizado, donde el imperio de la ley (el estado de derecho) y el monopolio de la fuerza se extienden a toda la población y todo el territorio. Las segundas son instituciones que garantizan los derechos de propiedad y ofrecen oportunidades económicas a amplios grupos de la población no solo a las élites, y en general los ciudadanos pueden utilizar sus talentos, ambiciones, ingenio y educación para progresar.
En contraste el estancamiento y la pobreza se presentan en países --tales como Corea Norte, Sierra Leone y Zimbabue-- donde existen instituciones políticas extractivas, las que concentran el poder en manos de una élite que actúa casi sin restricciones y resolviendo los conflictos sociales a su favor e instituciones económicas extractivas, que despojan de ingreso o riqueza a varios grupos sociales para el beneficio de la élite.
Basados en este tipo de instituciones Acemoglu y Robinson explican el éxito y fracaso de una extensa variedad de sociedades comenzando por el Neolítico, pasando, entre otras, por la Roma clásica, la Venecia medieval, las colonizaciones europeas --de América, África y Asia--, la Inglaterra de los últimos cuatro siglos, EEUU, el Imperio Otomano, la URSS con su sistema estalinista, las dos Coreas y llegando hasta la China moderna.
Consideran que el crecimiento económico se puede dar en medio de instituciones económicas extractivas, pero que no se puede sostener. Un ejemplo fue el rápido crecimiento de la URSS estalinista que se extinguió en los años 1970s antes de desplomarse posteriormente. Acemoglu y Robinson sostienen que bajo instituciones políticas extractivas, como las de China en la actualidad, pueden mantenerse algunas instituciones económicas incluyentes, pero que con el tiempo el crecimiento y la innovación terminan creando tensiones que amenazan a las élites y resultan insuperables. Por ello, consideran que si no se generan profundas transformaciones políticas en China, predicen confiada y categóricamente que cesará el espectacular crecimiento, como sucedió en la URSS. Obviamente, esto también se aplicaría a sociedades como la de Viet Nam.
En el libro los autores explican cómo revoluciones similares a las de Túnez, Egipto y Libia llegaron al poder bajo la promesa de un cambio para terminar creando un régimen extractor similar al anterior, solo con diferentes personas en el poder. Esto lo atribuyen a la naturaleza extractora de las instituciones que heredaron y no modificaron. La falta de límites institucionales a la élite significa que los nuevos gobernantes tienen ahora la oportunidad de hacerse cargo de la extracción. Las buenas instituciones políticas son las que crean obstáculos que impiden ese tipo de comportamiento. Pero, por supuesto, de momento están ausentes en Túnez, Egipto y Libia. Así en Egipto existe el peligro real de que los militares vuelvan a recrear un sistema similar con el que gobernaba Mubarak o que los Hermanos Musulmanes traten de recrear su propio régimen de extracción. Así que hay grandes peligros, pero también hay lugar para el optimismo. El genio se escapó de la botella, la población sabe que puede salir a la calle a protestar y derribar a los regímenes extractores. Esto losautores lo consideran que es muy, pero muy importante.