Colección: Acantilado Bolsillo, 2013
Págs: 176
Contiene un ensayo de Abraham Flexner
ISBN: 978-84-15689-92-8
Reseña de: JUANA ROSA PITA
No se hizo esperar la traducción al español de La utilidad de lo inútil (Acantilado: Barcelona, 2013), el manifiesto a modo de ensayo del italiano Nuccio Ordine (Diamante, Italia, 1958), profesor de filosofía en la Universidad de Calabria. En traducción de Jordi Bayod Brau, fue presentado también en Madrid con un entusiasta alegato de Fernando Savater.
Casi un cuarto de siglo llevaba Ordine tratando cada nuevo curso de convecer a sus discípulos de que no es el diploma lo importante que debe buscarse en la universidad sino la incitación y los medios para mejorarse como ser humano y, por ende, contribuir a enriquecer a otros. Y un día decidió expandir su cátedra, porque “en una sociedad en que se considera útil solo lo que produce ganancias tendemos a no darnos cuenta de que todos esos saberes considerados inútiles por no dar beneficios económicos, son fundamentales para la humanidad”. Recopiló las notas en que llamaba en su ayuda a Platón, Atistóteles, Ovidio, Dante, Petrarca, Cervantes, Shakespeare, Shuang-Zu, Montaigne, Kant, Hugo y tantos otros defensores con voz y obra de las bellas artes y ciencias liberales o humanidades que más que ganancias, dan dignidad al ser humano.
“La barbarie de lo útil ha corrompido nuestras relaciones y afectos íntimos”, reitera en su libro Ordine, que dedica sus mejores páginas a mostrar, junto a Campanella, Sócrates, Pico della Miradola, Tocqueville y otros, “la carga ilusoria de la posesión y sus efectos devastadores sobre la dignitas hominis, el amor y la verdad”. Porque eso es lo más terrible que pueda suceder a consecuencia del utilitarismo imperante, precisamente: la devastación de las relaciones humanas, cuya belleza solo se da en la gratuidad y desinterés de las aspiraciones, gestos y palabras.
Apasionado, ligero e importante, no es de extrañarse que este libro, publicado por Bompiani como Manifiesto, haya tenido ya cinco ediciones en Italia y esté traduciéndose con rapidez a muchas lenguas: están de plácemes todos los amantes de la cultura conscientes de que en ella está el oxígeno indispensable a nuestra identidad humana. El gozo de la verdad está en su búsqueda, acompañados o como en carrera de relevos, para nada tal vez, o para algo imprevisto que puede luego tocar para bien la vida de otros.
Cuando se cumple un gesto inútil se pueden comprender el arte y la belleza que, aunque se ignore, nos son indispensables. Rilke representó el amor con una mano abierta. Y Ordine representa a los muchos que ignoran la importancia de la cultura con los pececitos de la siguiente anécdota alegórica de Foster Wallace: “Hay dos jóvenes peces que nadan y a cierto punto encuentran un pez anciano que va en la dirección opuesta, hace una señal de saludo y dice: ‘Hola muchachos, ¿cómo está el agua?’ Los dos peces jóvenes nadan un poco más y luego uno se vuelve al otro y le espeta: ‘¿Qué diablos es el agua?’ ”
El agua en que vivimos como seres humanos es la cultura, y solo en ella podemos cultivar la verdadera democracia, la justicia y la solidaridad. Fuera de ella todo es barbarie más o menos inconsciente.
Lo que más necesitamos es lo que alimenta el espíritu, por supuesto. Eso si queremos que el mundo no se deshumanice. La especialidad de Ordine es el Renacimiento, y como buen renacentista vive y actúa a favor de la vida y su sentido. La parte central de su libro deplora que la universidad actual sea una empresa y los estudiantes sus clientes. Para él el deseo de saber y descubrir por pasión, como lo fueron para Giordano Bruno a quien dedicó un libro hace tres años, son el mejor antídoto contra el nihilismo. Tal como la música, el arte y la poesía son la fuerza de la vida. Quien se da a la literatura para alcanzar el éxito y no por puro amor a ella está de entrada fracasado: el éxito puede llegar, como le ha sucedido a este libro de él, pero escribirlo fue el fruto de una pasión inútil, desde una perspectiva mercantil, y por eso mismo preciosa. “Mi ensayo no es contra las ganancias sino contra ellas como razón de vida”, aclara. “La investigación y la creación desvinculadas de cualquier tipo de utilitarismo pueden volver a la humanidad más libre, más tolerante, más humana”.
Se me ocurre enriquecer las bienaventuranzas con esta: “Bienaventurados los que saben que la felicidad no la da el dinero sino el gozo nutrido de belleza, porque ellos transforman el exilio en reino”.