Estamos presentando, ahora, al padre del liberalismo clásico europeo y al primero de sus sistematizadores y teóricos. Entiéndase como liberalismo clásico los conceptos de libertad, igualdad, propiedad, individualismo, responsabilidad personal, derechos naturales y gobierno limitado, que dieron paso a la revolución estadounidense y luego a la francesa de la mano de la ilustración. También y por derivación, a la economía liberal clásica de los fisiócratas del continente, como Colbert y Quesnay y de Adam Smith y David Ricardo en las Islas Británicas. John Locke nunca fue un economista, pero pavimentó el camino a los teóricos del capitalismo.
El liberalismo clásico contemporáneo aunque mantiene intacta su vocación libertaria adopta en relación a su padre John Locke una posición de “liberalismo a la carta”, que toma de su epistemología el agnosticismo —un tanto rebuscado, como vimos anteriormente— pero al mismo tiempo rechaza o ignora su teología cristiana, que es su raíz religiosa.
¿Cuándo, cómo y por qué sucedió esto? Estas preguntas deberían ser respondidas por los liberales, especialmente los más estudiosos. Me atrevo a aventurar que esta prostitución del pensamiento lockeano se debe a ignorancia, esnobismo y oportunismo social, o a una combinación alícuota de estos factores. Declarase liberal clásico y agnóstico es un acto de prestidigitación intelectual cercano a lo que Blauler llamó mente escindida.
Locke fue manipulado casi desde sus mismos orígenes. “Libertad, igualdad y fraternidad” fue la versión mundana -la consigna muy popular durante la revolución francesa- de lo que Locke propuso casi un siglo antes: “Libertad, igualdad y cristianismo”. El capitalismo “salvaje” como lo llamó San Juan Pablo II (el adjetivo salvaje: “unbridled”, nunca ha sido bien traducido al español), es la consecuencia económica del liberalismo lockeano sin el evangelio. O sea: capitalismo sin Jesús Cristo.
Los intentos de entronizar el conservadurismo compasivo en los Estados Unidos de América como una versión práctica del Locke primigenio fueron efímeros. Se utilizó en varias campañas políticas, entre ellas la de George W. Bush. La llamada tercera vía fue a principios de este siglo una adaptación piadosa de la economía liberal clásica a las nuevas demandas de los mercados. William “Bill” Clinton, Anthony Giddens y Tony Blair la castraron de toda impronta cristiana. Hoy es solamente una nota marginal en los libros de textos.
Aunque más alejado de la religión revelada, el estudio de las parábolas evangélicas arroja otras posibilidades para el debate cultural y la evangelización del entorno, en estos días de post cristianismo. Las parábolas nos acercan con más facilidad al campo de la moral y la ética cristiana que son en definitiva los fundamentos y los pilares del liberalismo clásico europeo, especialmente en sus aristas políticas del día a día. En palabras sencillas: las parábolas son más “digeribles” para los centros de influencia y decisión en los nuevos areópagos de la civilización occidental.
Dos ejemplos al vuelo. La parábola de las vírgenes prudentes guardando el aceite en sus lámparas en espera del novio en la noche de bodas, lo que no fue hecho por las doncellas necias, que tuvieron que responder por su irresponsabilidad; o la compasión individual con el prójimo por el buen samaritano en el camino de Jericó a Jerusalén. Ambas pudieran ser excelentes oportunidades de compartir el evangelio con los economistas y políticos de la modernidad.
Propongo una actualización del liberalismo clásico para que retome sus verdaderas raíces que no son otras que la de volver a Dios, según lo propuso su padre fundador: John Locke. Entonces sí pudiéramos referimos al liberalismo compasivo o liberalismo cristiano que tomaría lo mejor de las dos fuentes lockeanas primigenias, basadas ahora, no en las evidencias siempre conflictivas de los milagros del Cristo, sino en la ética que dimana de sus parábolas que enseñan el Camino, la Verdad y la Vida.