1. “Arrodillarse ante el mundo”
El Humanismo Cristiano, por ser una concepción global de fundamentos filosóficos cristiano que propone modificaciones sustanciales de las estructuras sociales, políticas y económicas de nuestro tiempo, es objeto de toda clase de ataques y tergiversaciones por parte de sus enemigos. Eso no debe sorprendernos, porque tal es el sino de todo lo cristiano.
Sin embargo, antes de detenernos en esos ataques y tergiversaciones, es indispensable abordar un tema de suma importancia y gravedad. Se trata de lo que podría describirse como un verdadero drama del Humanismo Cristiano en la actualidad, consistente en que la gran mayoría de quienes debieran constituir la base primaria de su sustentación – los católicos y los cristianos en general – parecen haber optado, más bien, por "arrodillarse ante el mundo", según expresión de Jacques Maritain, en lugar de aceptar los principios y métodos humanistas cristianos para luchar por un mundo fundado en la libertad, la solidaridad y la justicia. Muchos de ellos incluso se identifican con posturas claramente anti-humanistas cristianas, como son las derivadas o asociadas a los extremos materialistas, tanto de izquierda como de derecha.
Conforme a esto, el Humanismo Cristiano no sólo debe defenderse de sus adversarios, sino que también de quienes desde las propias filas del Cristianismo lo mal entienden y lo desvirtúan.
Comenzando por estos últimos, se puede decir que el "arrodillarse ante el mundo" tiene múltiples expresiones.
1° La primera de ellas consiste en el rechazo del valor de la 'sabiduría', cuya representación propia es la filosofía, para subordinarlo todo a la 'eficacia'. La preocupación filosófica, se dice, es una cosa del pasado porque no es "práctica" ni "eficiente", a diferencia de las ciencias y la tecnología que sí ofrecen soluciones a los problemas reales de los hombres.
Así, conforme a esta perspectiva, casi todo el mundo anda preocupado de encontrar soluciones definitivas en "modelos económicos y sociales" científica y técnicamente elaborados y, por ello, supuestamente autosuficientes.
Desgraciadamente, este tipo de soluciones está sujeto a una dinámica, muy propia de esta época, que proviene de venerar "lo nuevo porque es nuevo". Tal dinámica ha conducido al mundo a una actitud de negación sistemática de toda verdad, como consecuencia inevitable de la afirmación del carácter efímero de todo lo que nos rodea y ocurre. Lo que era verdad ayer ya no lo es hoy y lo nuevo que lo ha reemplazado, pareciendo verdad hoy, no lo será mañana, y así sucesivamente.
Para colmo, esta misma mentalidad ha infiltrado el campo de la filosofía con las normas de las grandes casas de costura, según lo denuncia reiteradamente Maritain. De esta manera, lo normal en nuestro tiempo es que las visiones filosóficas nazcan, vivan y mueran sin diferenciarse mayormente de la naturaleza cambiante de las modas del vestir.
En tal contexto, son cada vez menos los que claman por restablecer la prioridad y vigencia de 'principios' verdaderamente humanistas, como condición elemental de la elaboración y del funcionamiento de los referidos "modelos económicos y sociales", cualesquiera que ellos sean, puesto que, bien sabemos, el problema de los modelos no está tanto en su formulación y diseño como en el espíritu o mentalidad con que son puestos en práctica.
Pues bien, todo esto no es sino una consecuencia directa de los postulados de las propias filosofías modernas, provenientes de Descartes, Kant, Hegel, Husserly tantos otros, hasta los filósofos y seudo filósofos de nuestros días. Ello es así porque el común denominador de todas las formulaciones filosóficas modernas es el 'idealismo', que está fundado en la duda y en la desconfianza de las capacidades propias de la naturaleza humana para buscar y alcanzar la verdad.
2° Como consecuencia, en virtud de esta tendencia a "arrodillarse ante el mundo", los cristianos hemos llegado a pensar y a hablar en el ambiguo lenguaje moderno. Así por ejemplo, ¿se han fijado ustedes que en estos días es común entre nosotros, cuando nos referimos a cuestiones doctrinarias, que las identifiquemos directamente como "los valores", sin hacer mayores referencias a "los principios"?
Eso, a mi juicio, implica claramente una adecuación, aceptemos que inadvertida, a la mentalidad moderna, para la cual los "valores" constituyen una fórmula ideal, dado el carácter subjetivo e individual que se les atribuye, en consideración a que su aplicación corresponde al nivel de las conductas en función del desarrollo y de la evolución cultural. En tal contexto, lo normal será que los valores cambien al ritmo de la evolución de la sociedad, tal como cambian las modas, según lo podemos apreciar todos los días.
Pues bien, si, en el caso nuestro, lo que se pretende es la permanencia y solidez de los valores, por encima de las modas, la única alternativa es derivar dichos valores de convicciones fundadas en "principios". O sea, lo que hay que afirmar, mas que "los valores", son "los principios". Los "principios", por definición, corresponden a verdades inamovibles, de las que derivan no sólo los valores que guían las conductas, sino que, antes que eso, el propio orden del razonamiento que conduce a los juicios, conceptos e ideas que utilizamos para entender y actuar sobre la realidad concreta.
Por eso los principios están al comienzo y son exigentes. Una vez que se aceptan como convicción no hay más alternativa que razonar y actuar en consecuencia, cualesquiera sean las presiones derivadas de los estilos y de las modas circunstanciales.
Así pues, como ésta es la exigencia natural de todo lo cristiano, lo único que garantiza la vigencia de valores propiamente humanistas cristianos es la adhesión irrestricta a los principios en que se sustenta el Humanismo Cristiano.
3° En linea con lo anterior, otro signo evidente del "arrodillarse ante mundo" deriva de la tendencia a hablar en términos relativos de la verdad. A partir de un mal entendido ‘ecumenismo’ se postula que, dado que todos, incluso los más equivocados, participan en alguna medida de la verdad, nadie puede pretender tener ninguna verdad filosófica absoluta. Esto contradice los fundamentos mismos del Humanismo Cristiano, es decir, la filosofía aristotélico-tomista, que es la filosofía de Maritain, según la cual esta premisa es falsa. Las verdades parciales no niegan la posibilidad cierta de alcanzar la verdad plena, ni mucho menos ésta es el resultado de la suma de aquellas.
En otras palabras, en virtud de esta especie de sumisión intelectual a la mentalidad del mundo moderno, los cristianos hemos dejado de afirmar el valor de la "Razón Cristiana" y, con ello, de la propia razón natural, para avanzar en la conquista de la verdad y de los enormes desafíos del progreso humano, esfuerzo que nos debe conducir, por vía de nuestra inteligencia, a alcanzar la certeza de Dios, fundamento de todo, incluso aunque no se haya recibido el don de la fe.
Por este abandono o desconocimiento, muchos cristianos, agobiados por el dominio de las perspectivas anti-cristianas del mundo moderno, sólo atinan a refugiarse en la fe, dejando de lado todo intento de esgrimir la razón en las luchas del orden terrenal - en aquellas materias que son propias del orden terrenal, como lo es específicamente la política - cayendo muchos de ellos en el extremo opuesto al 'racionalismo' (que niega el valor de la fe) y, peor aún, el 'fideísmo', que niega el valor de la razón, ambos extremos debidamente condenados por la Iglesia.
El Cristianismo ofrece una concepción perfectamente balanceada de la relación que debe existir entre la Fe y la Razón, a partir de una afirmación esencial muy simple: si Dios nos creó con razón e inteligencia y con este afán insaciable de conocer y buscar la verdad, es obvio, dada la perfección de la creación divina, que la razón y la inteligencia han sido concebidas, armónicamente, para perseguir y alcanzar precisamente esos fines. Sin duda que la Revelación conduce a la verdad absoluta, esto es, a la Verdad Divina, pero eso no niega la razón, sino que la enriquece con el don de la Fe. Así pues, la inteligencia con que hemos sido creados es, justamente, el instrumento propio de nuestra naturaleza humana que nos permite, guiados por la fe pero fundados en principios de razón, participar y luchar en el ámbito de "las cosas que son del César", que es el ámbito del Humanismo Cristiano, y en relación a todos los seres humanos, tengan o no el don de la fe, en procura de lo que Maritain ha llamado "el ideal histórico concreto de una Nueva Cristiandad".
Como consecuencia lógica y natural de lo afirmado, es preciso establecer con toda claridad que el Humanismo Cristiano, implicando un proyecto de reestructuración cultural profunda de la sociedad, debe ser definido precisamente como una filosofía política que expresa una visión global del hombre, el estado, la sociedad y el sentido de la historia moderna. La inspiración cristiana que lo alimenta corresponde a una expectativa de vigencia plena entre todos los hombres de un espíritu "vitalmente cristiano", fundado en principios de amor, libertad, solidaridad, paz y justicia, espíritu que nada tiene que ver con formulaciones "decorativamente cristianas", o con propósitos de proselitismo o dominación religiosos, o, mucho menos aún, con aspiraciones de privilegios y ventajas de tipo clerical.
Lo anterior debe conjugarse sin ambigüedades con el lenguaje que el Humanismo Cristiano debe emplear para ser debidamente recibido y entendido por la diversidad de visiones culturales, filosóficas y religiosas que configuran la realidad del mundo en el que procuramos encarnarlo. Ese lenguaje universal no puede ser otro que el de la razón.
Así lo confirma con gran claridad S.S. Juan Pablo II, en la Encíclica Fides et Ratio (Fe y Razón) de 1998, cuando nos dice: "El pensamiento filosófico es a menudo el único ámbito de entendimiento y de diálogo con quienes no comparten nuestra fe".
2. Frente al relativismo
Anteriormente he afirmado que el Humanismo Cristiano es una 'filosofía política de inspiración cristiana'. Eso debiera significar, según parece lógico, que, para que las criticas de que es objeto tengan algún sentido y, consecuentemente, para que sea apropiado rebatirlas, debieran ser criticas de orden filosófico.
Sin embargo, en la práctica, lo primero que encontramos son criticas que argumentan dominantemente en contra del carácter religioso del Cristianismo, como si esa fuese la naturaleza del Humanismo Cristiano, cuando, en realidad, no lo es, porque el Humanismo Cristiano, por ser filosofía, no es una expresión de fe sino de razón.
Resulta obvio que esta confusión proviene del desconocimiento o, las más de las veces, de la negativa a aceptar, por parte de quienes nos atacan, la clara distinción entre razón y fe sustentada por el Cristianismo, según vimos previamente.
Pero, si analizamos un poco más a fondo el asunto, veremos que esta crítica a la religión cristiana tiene su raíz en una concepción filosófica, específicamente en el 'racionalismo', que niega todo valor a la fe. Así pues, resulta absolutamente necesario considerar la critica de que es objeto la Fe Cristiana, a partir de las visiones filosóficas dominantes en el mundo moderno.
Esto es precisamente lo que Maritain explica detenidamente en su análisis de "la dialéctica del humanismo antropocéntrico" que deriva del racionalismo.
Veamos, en forma muy resumida por cierto, tal análisis presentado por Maritain en Humanismo Integral. (Ediciones Carlos Lohle, paginas 31 a 35).
En un primer momento de la época moderna, Descartes, Rousseau y Kant contribuyen a crear una imagen del hombre "altiva y espléndida, indestructible, celosa de su inmanencia y de su autonomía y, finalmente, buena por esencia".
Tal imagen rechaza toda intervención externa, cualesquiera sea su procedencia, sea ésta:
1) "de la revelación y de la gracia", esto es, de la fe.
2) "de una tradición de sabiduría humana", es decir, de la tradición filosófica proveniente de la antigüedad y de la Edad Media.
3) "de la autoridad de una ley cuyo autor no fuera el hombre", concretamente de la Ley Natural.
4) "de un soberano Bien que solicitase su voluntad", como es el Bien Común de todos los seres humanos, o
5) "en fin, de una realidad objetiva que midiera y regulara su inteligencia", en otras palabras, de la realidad objetiva del mundo en que vivimos.
Insistamos en que ninguna de estas "intervenciones externas" son aceptadas por el racionalismo en su afán de presentar a la razón como centro de todo lo humano.
Mas, ya en el siglo XIX, esta imagen orgullosa del hombre recibe dos golpes profundamente humillantes. El primero lo proporciona Darwin y la aceptación de su teoría de la evolución, en virtud de la cual el hombre tiene un origen simiesco. Lo grave de tal teoría de evolución biológica es que no reconoce ninguna "discontinuidad metafísica" entre el mono y el hombre, de modo que, por falta de una intervención creadora, el hombre no es algo nuevo en la serie, sino un espécimen más, un simple eslabón más en la cadena evolutiva.
De este modo, "el darwinismo (que)no ha podido quebrantar la idea cristiana del hombre y de la persona humana, apoyada en el dogma revelado,... si ha inferido un golpe mortal a la idea racionalista de la persona humana".
El segundo golpe a la imagen altiva del hombre del racionalismo, "el golpe de gracia" según Maritain, lo da Freud en el orden sicológico.
"Tan bajo ha descendido el centro de gravedad del ser humano, que ya no hay, propiamente hablando, personalidad para nosotros, sino tan solo el movimiento fatal de las larvas polimorfas del instinto y del deseo..., y toda la bien regulada dignidad de nuestra conciencia personal parece una máscara engañosa. En definitiva, el hombre no es sino un lugar de cruce y de conflicto de una líbido, ante todo sexual, y de un instinto de muerte".
Paralelamente a este proceso de decadencia de la imagen que el hombre tiene de sí mismo, Maritain destaca la exacerbación creciente de la mentalidad antireligiosa y atea, fruto de la propia dialéctica del humanismo antropocéntrico, en cuyo desarrollo distingue tres etapas:
1) Siglos XVI y XVII.- En su primer momento, el desarrollo cultural fundado en la imagen orgullosa del hombre racional tiene lugar "de acuerdo con el estilo cristiano heredado de las edades precedentes... Este es el momento clásico de nuestra cultura, el momento del naturalismo cristiano."
"La cultura, en lugar de orientar su bien propio, que es un bien terrestre, hacia la vida eterna, busca en sí misma su fin supremo, que es la dominación del hombre sobre la materia. Dios suministra la garantía de esta dominación... Es éste el Dios cartesiano".
2) Siglos XVIII y XIX.- "En un segundo momento, se ve que una cultura que se mantiene separada de las supremas medidas sobrenaturales tiene que tomar, necesariamente, partido contra ellas; se le pide entonces que libere al hombre de la superstición de las religiones reveladas... Es el momento del optimismo racionalista, el momento burgués de nuestra cultura, del que apenas estamos saliendo."
La cultura "se propone ante todo dominar la naturaleza exterior y reinar sobre ella por un proceso técnico, bueno en sí, gracias a la ciencia físico-matemática, un mundo material en que encuentre el hombre, según las promesas de Descartes, una perfecta felicidad. Dios se convierte en una idea."
3) Siglo XX.- "Un tercer momento es el de la inversión materialista de valores, el momento revolucionario, en que el hombre, poniendo decididamente su fin último en sí mismo y no pudiendo soportar más la máquina de este mundo, emprende una guerra desesperada para hacer surgir, de un ateísmo radical, una humanidad completamente nueva."
"El tercer momento consiste en un retroceso progresivo de lo humano ante la materia. Dios muere para el hombre materializado, que piensa no poder ser hombre... mas que si Dios no es Dios."
De este modo, "en el tercer momento de la dialéctica humana, Nietzsche sentirá la terrible misión de anunciar la muerte de Dios."
No obstante que Maritain no presenció el derrumbe marxista y su consecuencia directa, el triunfo liberal capitalista, es evidente que la dialéctica del humanismo antropocéntrico sigue desarrollándose en la misma dirección que él describió con tanta precisión.
Siendo así, vemos como este proceso de negación y eliminación de Dios, directamente asociado a la decadencia de la imagen que el hombre tiene de sí mismo, nos condujo en el pasado reciente, según el propio Maritain, a "abdicar la dignidad de la persona en provecho del hombre colectivo", dominado por el Estado totalitario, y, nos conduce hoy – simplemente proyectando el pensamiento de Maritain al momento actual – a abdicar esa misma dignidad personal en favor del mecanismo económico y del espíritu de lucro.
En conclusión, podemos decir que la víctima del racionalismo no es otro que el ser humano y su dignidad de persona. De este modo el hombre ha pasado a ser un ejemplar de laboratorio que, puesto bajo el microscopio científico moderno, es observado y estudiado considerando sólo su pura condición animal. Bajo tal perspectiva, es imposible que de la mentalidad moderna surja ninguna clase de Humanismo digno de ese nombre, salvo, claro está, que aceptemos que el 'humanismo' de los humanos sea equivalente al 'perrismo' de los perros o al 'hormiguismo' de las hormigas.
3. Necesidad de una Filosofía Cristiana
A partir de lo planteado en los do capítulos anteriores, la situación no puede ser más desoladora: por un lado tenemos un estado de civilización construido sobre una mentalidad anti-cristiana y, en esencia, anti-humana, mientras que, por el otro, tenemos a los propios cristianos, vacilantes e inseguros, muchos de ellos rindiéndole pleitesía al mundo moderno.
Semejante realidad sólo puede augurar, según parece evidente, un camino muy largo y muy difícil para el Humanismo Cristiano.
A pesar de eso, el Humanismo Cristiano no puede estar mejor equipado para enfrentar el desafío de sus críticos, porque dispone de un sólido fundamento filosófico que provee los principios, la racionalidad, la lógica interna, de todo lo que dice y propone. Tal es, a mi entender, la Filosofía Cristianaque definieron Jacques Maritain y Etienne Gilson.
Veamos, pues, los aspectos más relevantes de esta filosofía que sirve de fundamento al Humanismo Cristiano.
Lo primero que hay que dejar establecido, es que su 'naturaleza' o 'esencia', derivada del hecho mismo de ser filosofía, es, al igual que la de la propia filosofía Tomista, en la que está enraizada.
"La filosofía tomista – no digo la teología tomista – es enteramente racional; en su tejido no cabe ningún razonamiento proveniente de la fe; deriva intrínsecamente sólo de la razón y de la crítica racional; y su solidez filosófica está basada enteramente en la evidencia experimental o intelectual y en la demostración lógica". (J. Maritain. Un Ensayo sobre Filosofía Cristiana).
Sin embargo, para entender debidamente esta autonomía o independencia, es fundamental distinguir entre la 'naturaleza' de la filosofía cristiana y el hecho de que adquiere vigencia o, mejor dicho, se realiza históricamente en una 'condición o estado' en que son los cristianos, guiados por su fe, los que le dan vida y sentido.
Según Etienne Gilson la "filosofía cristiana es el método filosófico en el que la fe cristiana y el intelecto humano unen sus fuerzas en la investigación conjunta de la verdad filosófica" ('Elementos de Filosofía Cristiana').
En otras palabras, es el cristiano el que usa esta herramienta racional - la filosofía cristiana - auxiliándola y enriqueciéndola con la perspectiva de la fe, pero sin distorsionar ni desvirtuar su naturaleza ni sus propósitos de búsqueda de la verdad filosófica.
Es muy importante acotar aquí que, por su naturaleza puramente filosófica, la filosofía cristiana puede ser aceptada plenamente por quienes no han recibido el don de la fe, lo que les permite ser parte del gran proyecto humanista cristiano en idéntica condición que los creyentes.
Llegamos de este modo al problema de 'la verdad', materia de importancia capital para la filosofía cristiana y, por ende, para el Humanismo Cristiano.
4. La verdad no admite términos medios.
"Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre". (Encíclica Fides et Ratio).
La filosofía cristiana afirma la posibilidad cierta de alcanzar la verdad plena, incluida, como hemos dicho, la certeza de Dios, por medio de la razón humana. En contraposición a esto, las filosofías idealistas que dominan el mundo moderno, afirman que la verdad no puede ser alcanzada plenamente por la razón humana.
O sea, el desacuerdo entre el Cristianismo y el mundo moderno no sólo consiste en que el mundo moderno se basa en principios que niegan la fe y, con ello, a Dios mismo, sino que además, se trata de un desacuerdo en el terreno puramente filosófico.
De esto resulta claramente que, cuando los cristianos niegan la posibilidad de la verdad absoluta en el orden racional, están entendiendo las cosas desde la perspectiva de las filosofías idealistas, lo que para el Cristianismo, según lo veo yo, es una derrota.
Para evitar semejante renuncia o claudicación, es esencial que los cristianos conozcamos, aunque sea en sus lineamientos más elementales, dada la enorme complejidad del tema, el por qué la filosofía cristiana afirma que la verdad plena puede ser lograda por medio de la razón.
Comencemos por afirmar, junto a Maritain, que "lo que cuenta en una filosofía no es que sea Cristiana, sino que sea verdadera." (J. Maritain. Un Ensayo sobre Filosofía Cristiana).
Entonces, cabe preguntar: ¿qué es lo que determina el carácter verdadero de la filosofía cristiana?
Digamos, en términos muy generales, que, para alcanzar un conocimiento verdadero en el orden filosófico, es preciso razonar conforme a ciertas reglas lógicas, aplicadas científicamente. Esto supone reconocer un primer hecho fundamental: encontrar la verdad no es en absoluto una tarea fácil, aunque tampoco es algo imposible.
Maritain, en su libro 'Introducción a la Filosofía', describe muy sencillamente 'la verdad del conocimiento' en la siguiente forma:
"¿Qué es una palabra verdadera o verídica? Es aquella que expresa con exactitud el pensamiento del que habla, una palabra conforme al pensamiento. ¿Qué es un pensamiento verdadero? Es aquel que presenta tal como es la cosa a que se refiere, un pensamiento conforme a esa cosa."
De donde resulta que cuando el pensamiento es conforme a la cosa a que se refiere estamos en presencia de UNA VERDAD.
"Imposible dar otra definición de la verdad sin engañarnos a nosotros mismos, es decir, sin falsear la noción de verdad que de hecho y en el ejercicio viviente de nuestra inteligencia empleamos cada vez que pensamos".
Ahora bien, para que la conformidad entre la mente y la cosa sea posible, es indispensable que podamos tomar contacto directo con la cosa objeto de nuestro conocimiento. Ese contacto primario tiene lugar de una manera especifica e inequívoca: ocurre por medio de nuestros sentidos.
Así pues, la verdad de la filosofía cristiana deriva del hecho de ser una filosofía que posibilita el conocimiento pleno de la realidad, tal cual esa realidad es, a partir del contacto que alcanzamos con ella por medio de nuestros sentidos. Se trata, como se puede apreciar, de un conocimiento que no está subordinado a nuestra subjetividad: la realidad no es lo que creemos es la realidad, ni lo que suponemos es la realidad, ni lo que se nos ocurre es la realidad, ni lo que pensamos es la realidad. La realidad, en filosofía, es lo que es, independientemente de nuestro pensamiento.
Esto es lo que se conoce como 'realismo', que es la característica esencial de la filosofía Tomista.
Basados en este carácter 'realista' de la filosofía cristiana podemos apreciar y juzgar los errores de las filosofías 'idealistas', que están basadas, nunca está demás insistir en esto, en la duda y en la desconfianza de las capacidades humanas para conocer la realidad y, por ende, la verdad.
El idealista parte de la base que los sentidos nos engañan y que, por eso, todo debe comenzar en nuestro pensamiento. Eso viene desde Descartes.
"Su principio, 'Pienso, luego existo', da como resultado este otro: 'Pienso, luego las cosas existen'... (lo que es) la antítesis exacta de lo que se considera como el realismo escolástico...". (E. Gilson. El Realismo Metódico).
Partiendo del pensamiento, y no de los sentidos que nos conectan con la realidad, solamente se puede llegar a una imagen ideal de la realidad y nunca a la realidad misma. Por eso este sistema filosófico recibe el nombre de 'idealismo'.
Lo que resulta de este modo de pensar es que, por esta imposibilidad de conocer la realidad tal cual es, no es posible asegurar qué es verdadero y qué no lo es, por lo que todo se torna en desconfianza e incertidumbre. En semejante ambiente de absoluta inseguridad como éste, los que adhieren a tal absurdo, terminan reconociendo una sola realidad: la del simple fenómeno, definido por mediciones físicas y matemáticas.
Esto elimina de plano toda verdad relativa al ser que no corresponda a la mera existencia fenomenológica. Así, por ejemplo, la persona humana, que para los cristianos es una realidad espiritual y material a la vez, con un destino trascendente, para los idealistas no es sino un fenómeno más y, como tal, no admite ninguna dimensión que no sea física o material.
La consecuencia de esto no puede ser mas dramática:
"Una vez que se ha quitado la verdad al hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente." (Encíclica Fides et Ratio)
¿No resulta sorprendente que sean precisamente los que afirman que la razón es todo, porque no hay nada más allá de la razón, quienes proponen una razón así de mutilada e inepta?
No obstante eso, ¿cómo es posible que ellos nos convenzan a nosotros y no nosotros a ellos?
La causa de semejante absurdo no puede estar sino en nosotros los cristianos. Somos nosotros los que estamos haciendo una pobrísima defensa de nuestras ideas, porque, en mi opinión, no le estamos dando a la razón el rol que le es propio. La fe no puede existir sin la razon. "La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad." (Encíclica Fides et Ratio).
No debemos olvidar que, desde los primeros tiempos, el Cristianismo no sólo ha aceptado el valor y la importancia de la razón, sino que la ha realzando en grado sumo gracias a Santo Tomas de Aquino, el mayor artífice de la Razón Cristiana.
Si no hubiese sido así, la Iglesia podría encontrarse hoy en una situación similar a la del Islamismo.
Según Gilson, "por un extraordinario giro de la historia, el mundo del Islam, cuyos sabios y filósofos habían favorecido de manera decisiva el nacimiento y el auge de la filosofía escolástica, se cerró a la filosofía en el momento en que el mundo cristiano le ofrecía amplia acogida... No se conoce ejemplo comparable de una esterilización intelectual de pueblos enteros por su fe religiosa."
"No menos en vano se buscaría otro ejemplo (aparte del Cristianismo) de una fe religiosa alimentanda durante dos mil años de un flujo ininterrumpido de especulación racional y, por decirlo todo, de filosofía, completamente dedicada a definir su objeto, a defender (a la fe) contra sus enemigos del exterior (y) a suministrarle razones". (Introducción a 'El Realismo Metódico')
Por su parte, Juan Pablo II declara: "La lección de la historia del milenio que estamos concluyendo testimonia que éste es el camino a seguir: es preciso no perder la pasión por la verdad última y el anhelo por su búsqueda, junto con la audacia de descubrir nuevos rumbos. La fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar de buen grado por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se hace abogada convencida y convincente de la razón." (Encíclica Fides et Ratio).
Termino proponiendo que hagamos un esfuerzo realmente serio y a fondo por profundizar en los temas de orden filosófico apenas enunciados en este escrito.